Institución de la Sagrada Eucaristía
Catalina Emmerick
Catalina Emmerick
(...)" VIII. Institución de la Sagrada Eucaristía
Por orden del Señor, el mayordomo puso de nuevo la mesa, que
había lazado un poco: habiéndola puesto en medio de la sala, colocó sobre ella
un jarro lleno de agua y otro lleno de vino. Pedro y Juan fueron a buscar al
cáliz que habían traído de la casa de Serafia. Lo trajeron entre los dos como
un Tabernáculo, y lo pusieron sobre la mesa delante de Jesús. Había sobre ella
una fuente ovalada con tres panes asimos blancos y delgados; los panes fueron
puestos en un paño con el medio pan que Jesús había guardado de la Cena pascual:
había también un vaso de agua y de vino, y tres cajas: la una de aceite espeso,
la otra de aceite líquido y la tercera vacía.
Desde tiempo antiguo había la costumbre de repartir el pan y
de beber en el mismo cáliz al fin de la comida; era un signo de fraternidad y
de amor que se usaba para dar la bienvenida o para despedirse. Jesús elevó hoy
este uso a la dignidad del más santo Sacramento: hasta entonces había sido un
rito simbólico y figurativo.
El Señor estaba entre Pedro y Juan; las puertas estaban
cerradas; todo se hacía con misterio y solemnidad. Cuando el cáliz fue sacado
de su bolsa, Jesús oró, y habló muy solemnemente. Yo le vi explicando la Cena y
toda la ceremonia: me pareció un sacerdote enseñando a los otros a decir misa.
Sacó del azafate, en el cual estaban los vasos, una tablita;
tomó un paño blanco que cubría el cáliz, y lo tendió sobre el azafate y la
tablita. Luego sacó los panes asimos del paño que los cubría, y los puso sobre
esta tapa; sacó también de dentro del cáliz un vaso más pequeño, y puso a
derecha y a izquierda las seis copas de que estaba rodeado. Entonces bendijo el
pan y los óleos, según yo creo: elevó con sus dos manos la patena, con los
panes, levantó los ojos, rezó, ofreció, puso de nuevo la patena sobre la mesa,
y la cubrió. Tomó después el cáliz, hizo que Pedro echara vino en él y que Juan
echara el agua que había bendecido antes; añadió un poco de agua, que echó con
una cucharita : entonces bendijo el cáliz, lo elevó orando, hizo el ofertorio,
y lo puso sobre la mesa.
Juan y Pedro le echaron agua sobre las manos. No me acuerdo
si este fue el orden exacto de las ceremonias: lo que sé es que todo me recordó
de un modo extraordinario el santo sacrificio de la Misa.
Jesús se mostraba cada vez más afectuoso; les dijo que les
iba a dar todo lo que tenía, es decir, a Sí mismo; y fue como si se hubiera
derretido todo en amor. Le volverse transparente; se parecía a una sombra
luminosa. Rompió el pan en muchos pedazos, y los puso sobre la patena; tomó un
poco del primer pedazo y lo echó en el cáliz. Oró y enseñó todavía: todas sus
palabras salían de su boca como el fuego de la luz, y entraban en los
Apóstoles, excepto en Judas. Tomó la patena con los pedazos de pan y dijo:
Tomad y comed; este es mi Cuerpo, que será dado por vosotros. Extendió su mano
derecha como para bendecir, y mientras lo hacía, un resplandor salía de Él: sus
palabras eran luminosas, y el pan entraba en la boca de los Apóstoles como un
cuerpo resplandeciente: yo los vi a todos penetrados de luz; Judas solo estaba
tenebroso.
Jesús presentó primero el pan a Pedro, después a Juan; en
seguida hizo señas a Judas que se acercara: éste fue el tercero a quien
presentó el Sacramento, pero fue como si las palabras del Señor se apartasen de
la boca del traidor, y volviesen a Él. Yo estaba tan agitada, que no puedo
expresar lo que sentía. Jesús le dijo: "Haz pronto lo que quieres
hacer". Después dio el Sacramento a los otros Apóstoles. Elevó el cáliz
por sus dos asas hasta la altura de su cara, y pronunció las palabras de la
consagración: mientras las decía, estaba transfigurado y transparente: parecía
que pasaba todo entero en lo que les iba a dar. Dio de beber a Pedro y a Juan
en el cáliz que tenía en la mano, y lo puso sobre la mesa. Juan echó la sangre
divina del cáliz en las copas, y Pedro las presentó a los Apóstoles, que
bebieron dos a dos en la misma copa. Yo creo, sin estar bien segura de ello,
que Judas tuvo también su parte en el cáliz. No volvió a su sitio, sino que
salió en seguida del Cenáculo. Los otros creyeron que Jesús le había encargado
algo.
El Señor echó en un vasito un resto de sangre divina que
quedó en el fondo del cáliz; después puso sus dedos en el cáliz, y Pedro y Juan
le echaron otra vez agua y vino. Después les dio a beber de nuevo en el cáliz,
y el resto lo echó en las copas y lo distribuyó a los otros Apóstoles. En
seguida limpió el cáliz, metió dentro el vasito donde estaba el resto de la
sangre divina, puso encima la patena con el resto del pan consagrado, le puso
la tapadera, envolvió el cáliz, y lo colocó en medio de las seis copas. Después
de la Resurrección, vi a los Apóstoles comulgar con el resto del Santísimo
Sacramento. Había en todo lo que Jesús hizo durante la institución de la
Sagrada Eucaristía, cierta regularidad y cierta solemnidad: sus movimientos a
un lado y a otro estaban llenos de majestad. Vi a los Apóstoles anotar alguna
cosa en unos pedacitos de pergamino que traían consigo. " (...)
VER PDF:
http://www.reinadelcielo.org/wp-content/uploads/2017/04/pasion_cristo.pdf
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Reflexión que Jesús hace a Catalina sobre el misterio de Su
sufrimiento y el valor que tiene en la Redención.
COCHABAMBA BOLIVIA
1997
Edición: 1-Jul-1999
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JESUS A CATALINA
Hijita Mía, déjate abrazar por Mi más ardiente deseo de que
todas las almas vengan a purificarse en el agua de la penitencia… Que se
penetren de los sentimientos de confianza y no de temor, porque Soy Dios de
Misericordia y siempre Estoy dispuesto a recibirlas en Mi corazón.
Así, día a día, iremos uniéndonos en nuestro secreto de
amor. Una pequeña chispa y luego una gran llama… ¡Sólo el amor verdadero hoy no
es amado!… ¡Haz amar al amor! Pero antes, ora hijita, reza mucho por las almas
consagradas que han perdido el entusiasmo y la alegría en el servicio. Ora
también por aquellos Sacerdotes que realizan el milagro de los milagros en el
altar y cuya fe es lánguida. Piérdete en Mí como una gota de agua en el océano…
Cuando te creé, besé tu frente signándote con la señal de Mi predilección…
Busca almas, porque son pocas las que Me aman; busca almas e imprime en sus
mentes la visión del dolor en el cual Me consumí. Los hombres, sin saberlo,
están prontos a recibir grandes dones.
Yo estoy junto a ti, cuando haces lo que te pido; es como si
Me quitaras la ardiente sed que Me secó hasta los labios en la Cruz. Me haré
presente cada vez que invoquen Mi pasión con amor. Te concederé el vivir unida
a Mí en el dolor que experimenté cuando en Getsemaní conocí los pecados de
todos los hombres. Se consciente de ello, porque a pocas criaturas llamo a esta
especie de pasión, pero ninguna de ellas comprende qué predilección He puesto
en ellas al asociarlas a Mí en la hora más dolorosa de Mi vida terrena.
"Ahora, vamos al relato de Mi Pasión… Relato que dará gloria
al Padre y Santidad a otras almas elegidas… La noche antes a ser entregado, fue
plena de gozo por la Cena Pascual, inauguración del eterno Banquete, en el que
el ser humano debía sentarse para alimentarse de Mí. Si Yo preguntase a los
cristianos, ¿qué piensan de esta Cena?, seguramente muchos dirían que es el
lugar de sus delicias, pero pocos dirían que es la delicia Mía… Hay almas que
no comulgan por el gusto que experimentan sino por el gusto que Yo siento. Son
pocas, pues las demás sólo vienen a Mí para pedir dones y favores. Yo abrazo a
todas las almas que vienen a Mí porque vine a la tierra a hacer crecer el amor
en el que las abrazo. Y como el amor no crece sin penas, así Yo, poco a poco,
voy retirando la dulzura para dejar a las almas en su aridez; y esto para que
vayan ayunando de su propio gusto, para hacerles comprender que deben tener la
luz puesta en otro deseo: el Mío. ¿Por qué hablan de aridez como si fuese señal
de disminución de Mi amor? Han olvidado que si Yo no doy alegría, deben probar ustedes
sus arideces y otras penas. Vengan a Mí, almas, pero no piensen sino en que Soy
Yo quien todo lo dispone y quien los incita a buscarme. ¡Si supieran cuánto
aprecio el amor desinteresado y cómo será reconocido en el cielo! ¡Cuánto
gozará de él, el alma que lo posee! Aprendan de Mí, queridas almas, a amar
únicamente para hacer gozar a quien los ama… Tendrán dulzuras y mucho más de lo
que dejan; gozarán tanto de cuanto Yo los He hecho capaces. Yo Soy quien les
preparó el Banquete. Yo Soy el alimento. ¿Cómo entonces puedo hacerlos sentar a
Mi mesa y dejarlos en ayunas? Yo les prometí que quien se alimenta de Mí no
tendrá más hambre… Yo Me sirvo de las cosas para descubrirles Mi amor. Sigan
los llamados que les hacen Mis Sacerdotes, los cuales toman ocasión de esta
fiesta pascual para conducirlos a Mí, pero no se detengan en lo humano, de lo
contrario harán cesar el otro objetivo de esta fiesta.
Nadie puede decir que Mi Cena se haya hecho su alimento
cuando experimentan sólo dulzura… El amor crece, para Mí, a medida que cada uno
se deja a sí mismo. Muchos Sacerdotes lo son porque Yo quise hacerlos Mis
Ministros, no porque Me sigan de verdad… ¡Oren por ellos! Deben ofrecer a Mi
Padre la pena que Yo sentí cuando en el Templo eché por tierra los bancos de los
mercaderes y reproché a los Ministros de entonces por haber hecho de la casa de
Dios una reunión de logreros. Cuando ellos Me preguntaron con qué autoridad Yo
hacía eso, sentí una pena aún mayor al comprobar que la peor negación de Mi
Misión venía justamente de Mis Ministros.
Por ello, oren por los Sacerdotes que tratan Mi cuerpo con
sentido de costumbre y por ello mismo con muy poco amor… Pronto sabrán que esto
debía decirles, porque los amo y porque prometo, a quien ore por Mis
Sacerdotes, la remisión de toda pena temporal debida. No habrá purgatorio para
quien se aflige a causa de los Sacerdotes tibios, sino Paraíso inmediato
después del último aliento.
Y ahora, vuelvan a hacerse abrazar por Mí, para recibir la
vida que les participé con infinita alegría a todos ustedes. Aquella noche, con
infinito amor, lavé los pies a Mis Apóstoles porque era el momento cúlmine de
presentar a Mi Iglesia al mundo. Quería que Mis almas supieran que, aún cuando
estén cargadas de los pecados más grandes, no están excluidas de las gracias.
Que están junto a Mis almas más fieles; están en Mi corazón recibiendo las
gracias que necesitan. Qué congoja sentí en aquel momento, sabiendo que en Mi
Apóstol Judas estaban representadas tantas almas que, reunidas a Mis pies y
lavadas muchas veces con Mi Sangre, ¡habían de perderse! En aquel momento quise
enseñar a los pecadores que no porque estén en pecado deben alejarse de Mí,
pensando que ya no tienen remedio y que nunca serán amados como antes de pecar.
¡Pobres almas! No son estos los sentimientos de un Dios que ha derramado toda
Su sangre por ustedes. Vengan todos a Mí y no teman, porque los amo; los lavaré
con Mi sangre y quedarán tan blancos como la nieve; anegaré sus pecados en el
agua de Mi Misericordia y nada será capaz de arrancar de Mi corazón el amor que
les tengo.
Amada Mía, Yo no te He elegido en vano; responde con
generosidad a Mi elección; se fiel y firme en la fe. Sé mansa y humilde para
que los demás sepan cuan grande es Mi humildad." (...)
Ver todo el relato completo de La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo a Catalina Rivas en:
"El deseo de que las almas estén limpias cuando Me reciben en
el Sacramento del amor, Me llevó a lavar los pies a Mis Apóstoles. Lo hice también
para representar el Sacramento de la penitencia, en el que las almas que han
tenido la desgracia de caer en el pecado, puedan lavarse y recobrar su perdida
blancura. Al lavarles los pies, quise enseñar a las almas que tienen trabajos
apostólicos, a humillarse y a tratar con dulzura a los pecadores y a todas las
almas que les están confiadas. Me envolví con un lienzo para enseñarles que,
para obtener éxito con las almas, hay que ceñirse con la mortificación y la
propia abnegación. Quise que aprendan la mutua caridad y cómo se deben lavar
las faltas que se observan en el prójimo, disimulándolas y excusándolas siempre
sin divulgar jamás los defectos ajenos. El agua que eché sobre los pies de Mis
Apóstoles, era reflejo del celo que consumía Mi corazón en deseos de la
salvación de los hombres.
En aquel momento era infinito el amor que
sentía por los hombres y no quise dejarlos huérfanos… Para vivir con ustedes
hasta la consumación de los siglos y demostrarles Mi amor, quise ser su aliento,
su vida, su sostén, ¡su todo! Entonces vi a todas las almas que, en el
transcurso de los siglos, habían de alimentarse de Mi Cuerpo y de Mi Sangre y
todos los efectos divinos que este alimento produciría en muchísimas almas… En
muchas almas, esa Sangre Inmaculada engendraría la pureza y la virginidad. En
otras, encendería la llama del amor y el celo. ¡Muchos mártires de amor se
agrupaban en aquella hora ante Mis ojos y en Mi Corazón! ¡Cuántas otras almas,
después de haber cometido muchos y graves pecados, debilitadas por la fuerza de
las pasiones, vendrían a Mí para renovar su vigor con el Pan de los fuertes!
Cómo quisiera hacer conocer los sentimientos de Mi Corazón a todas las almas.
Cuánto deseo que sepan el amor que sentía por ellas cuando, en el Cenáculo,
instituí la Eucaristía. Nadie podría penetrar los sentimientos de Mi Corazón en
aquellos momentos. Sentimientos de amor, de gozo, de ternura… Más, inmensa fue
también la amargura que invadió Mi Corazón. ¿Eres acaso un buen terreno para la
construcción de un magnífico edificio? Sí y no… Sí, por los dones que te He
hecho desde tu nacimiento. No, por el uso que has hecho de ellos. ¿Piensas que
tu terreno es el adecuado en proporción a la estructura del edificio que Yo
levanto? ¡Oh, es mezquino! Entonces Mis cálculos, a pesar de todos los
elementos contrarios que existen en ti, no fallarán, porque es Mi arte escoger
lo que es pobre al intento que Me propongo. Yo jamás Me equivoco porque uso
arte y amor. Construyo activamente sin que tú te percates. Tu mismo deseo de
saber lo que estoy haciendo Me sirve para probarte que nada puedes y nada sabes
sin que Yo lo quiera…Es tiempo de trabajar, no Me pidas nada porque hay alguien
que piensa en ti.
Quiero decir a Mis almas la amargura, el tremendo dolor que
llenaba Mi Corazón esa noche. Si bien era grande Mi alegría de hacerme
compañero de los hombres hasta el fin de los siglos y Alimento divino de las
almas, y veía cuántas Me rendirían homenaje de adoración, de amor, de
reparación, no fue poca la tristeza que Me ocasionó el contemplar a todas
aquellas almas que habrían de abandonarme en el Sagrario y cuántas dudarían de
Mi presencia en la Eucaristía. ¡En cuántos corazones manchados, sucios y completamente
desgarrados por el pecado tendría que entrar y cómo Mi carne y Mi Sangre,
profanadas, se convertirían en motivo de condenación para muchas almas! Tú no
puedes comprender la forma en la cual contemplé todos los sacrilegios, ultrajes
y tremendas abominaciones que se cometerían contra Mí… Las muchísimas horas que
iría a pasar sólo en los Sagrarios. ¡Cuántas noches largas! ¡Cuántos hombres
rechazarían los amorosos llamados que les dirigiría! Por amor a las almas,
permanezco prisionero en la Eucaristía, para que en sus dolores y pesares vayan
a consolarse con el más tierno de los corazones, con el mejor de los padres,
con el más fiel amigo. Pero ese amor, que se consume por el bien de los
hombres, no va a ser correspondido. Moro en medio de los pecadores para ser su
salvación y su vida, su médico y su medicina; y ellos, en cambio, pese a su
naturaleza enferma se alejan de Mi, Me ultrajan y Me desprecian.
¡Hijos Míos, pobres pecadores! No se alejen de Mí, los
espero noche y día en el Sagrario. No voy a reprochar sus crímenes. No voy a
echarles en cara sus pecados. Lo que haré será lavarlos con la Sangre de Mis
llagas. No teman, vengan a Mí. ¡No saben cuánto los amo!
Y ustedes, almas queridas, ¿por qué están frías e
indiferentes a Mi amor? Sé que tienen que atender las necesidades de su
familia, de su casa y del mundo que los solicita sin cesar. Pero, ¿no tendrán
un momento para venir a darme prueba de su amor y de su gratitud? No se dejen
llevar de tantas preocupaciones inútiles y reserven un momento para venir a
visitar al Prisionero del amor. Si su cuerpo está enfermo, ¿no pueden encontrar
unos minutos para buscar al Médico que debe curarlos? Vengan a quien puede
devolverles las fuerzas y la salud del alma… Den una limosna de amor a este
Mendigo divino que los llama, los desea y los espera.
Estas palabras producirán en las almas el efecto
de una gran realidad. Penetrarán en las familias, en las escuelas, en las casas
religiosas, en los hospitales, en las prisiones, y muchas almas se rendirán a
Mi amor. Los más grandes dolores Me vienen de las almas sacerdotales y
religiosas. En el instante de instituir la Eucaristía, vi a todas las almas
privilegiadas que se alimentarían con Mi Cuerpo y con Mi Sangre, y los efectos
producidos en ellas. Para algunas, Mi Cuerpo sería remedio a su debilidad; para
otras, fuego que llegaría a consumir sus miserias, inflamándolas con amor.
¡Ah!… Esas almas reunidas ante Mi, serán un inmenso jardín en el cual cada
planta produce diferente flor, pero todas me recrean con su perfume… Mi Cuerpo
será el sol que las reanime. Me acercaré a unas para consolarme, a otras para
ocultarme, en otras descansaré. ¡Si supieran, almas amadísimas, cuán fácil el
consolar, ocultar y descansar a todo un Dios! Este Dios que los ama con amor infinito,
después de librarlos de la esclavitud del pecado, ha sembrado en ustedes la
gracia incomparable de la vocación religiosa, los ha traído de un modo
misterioso al jardín de sus delicias. Este Dios, Redentor suyo, se ha hecho su
Esposo. El mismo los alimenta con Su Cuerpo purísimo y con Su Sangre apaga su
sed. En Mí encontrarán el descanso y la felicidad. ¡Ay, hijita! ¿Porqué tantas
almas, después de haberlas colmado de bienes y de caricias, han de ser motivo
de tristeza para Mi Corazón? ¿No Soy siempre el mismo? ¿Acaso He cambiado para
ustedes?… ¡No! Yo no cambiaré jamás y, hasta el fin de los siglos, los amaré
con predilección y con ternura. Sé que están llenos de miserias, pero esto no
me hará apartar de ustedes Mis miradas más tiernas y con ansia los estoy
esperando, no sólo para aliviar sus miserias, sino también para colmarlos de
Mis beneficios. Si les pido amor, no Me lo nieguen; es muy fácil amar al que es
el Amor mismo. Si les pido algo caro a su naturaleza, les doy juntamente la
gracia y la fuerza necesaria para que sean Mi consuelo. Déjenme entrar en sus
almas y, si no encuentran en ellas nada que sea digno de Mi, díganme con
humildad y confianza: Señor,
ya ves los frutos que produce este árbol, ven y
dime qué debo hacer para que, a partir de hoy,
broten los frutos que Tu deseas.
Si el alma Me dice ésto con verdadero deseo de probarme su
amor, le responderé: Alma querida, deja que Yo mismo cultive tu amor… ¿Sabes
los frutos que obtendrás? La victoria sobre tu carácter reparará ofensas,
expiará faltas. Si no te turbas al recibir una corrección y la aceptas con
gozo, obtendrás que las almas cegadas por el orgullo se humillen y pidan
perdón. Esto es lo que haré en tu alma si Me dejas trabajar libremente. No
florecerá en seguida el jardín, sino que darás gran consuelo a Mi Corazón… Todo
ésto se Me pasó delante cuando instituí la Eucaristía y me encendí en ansias de
alimentar a las almas. No iba a quedarme en la tierra para vivir con los seres
perfectos sino para sostener a los débiles y alimentar a los niños… Yo los
haría crecer y robustecería sus almas, descansaría en sus miserias y sus buenos
deseos Me consolarían. Pero, entre Mis elegidos hay algunas almas que Me
ocasionan pena. ¿Perseverarán todas?… Este el grito de dolor que se escapa de
Mi Corazón; éste es el gemido que quiero que oigan las almas. El Amor eterno
está buscando almas que digan nuevas cosas a cerca de las antiguas verdades ya
conocidas. El Amor infinito quiere crear, en el seno de la humanidad, un
tribunal, no de Justicia sino de pura Misericordia. Por eso se multiplican los
mensajes en el mundo. Quien los comprende admira sus obras, se aprovecha de
ellos y hace que los demás también se aprovechen. El que no entiende, sigue
siendo esclavo del espíritu que muere y condena. A estos últimos dirijo Mi
Palabra de condena, porque entorpecen la Obra Divina y se convierten en
cómplices del maligno. ¿Que astucia produce presión en sus mentes de niños
cuando condenan, encubren, reprimen lo que procede, no de míseras criaturas,
sino del Creador? A los que he llamado pequeños revelo Mi sabiduría que, en
cambio, oculto a los soberbios… Alma, deja que Me derrame en ti; has de válvula
de Mi Corazón, porque no falta alguien que comprime Mi Amor…" (...)
Ver todo el relato completo de La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo a Catalina Rivas en:
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