"He venido por TODOS mis HIJOS con el deseo de
acercarlos a Nuestros Corazones"




El Señor expuesto las 24  horas del día en vivo y en directo

https://www.youtube.com/watch?v=aHCHbn4abhk&t=145s






LAS HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Las veinticuatro horas de la Pasión

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Meditaciones Sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Para acompañar a Nuestro Señor Jesucristo, en cada Hora de su Pasión

Por Luisa Picarretta, hija de la Divina Voluntad. 
(En proceso de Beatificación)



HORA DE SAN JOSÉ
Para hacer los:
Domingos a la 21 horas
 Domingos 09:00 PM




Mensajes de Dios y la Virgen María (MDM)
http://kyrieokumbaya.blogspot.com.es/

Presentamos la Asociación por las Almas del Purgatorio. 
¡Inscribe a las tuyas! ¡Reza por todas!
Por RORATE CÆLI -23/11/2014


domingo, 31 de marzo de 2024

Aleluya...!!! Aleluya...!!!


 

  ¡¡El Señor ha resucitado!!! Aleluya...!!!

A Él, la Gloria y el Poder por toda la Eternidad 
Aleluya...Aleluya!!

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***

El anuncio de la Resurrección

Mc. 16. 1-8 Lc. 24. 1-10 Jn. 20. 1-2

28 1 Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fuerona visitar el sepulcro. 2 De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. 3 Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. 4 Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos. 5 El Ángel dijo a las mujeres: «No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. 6 No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, 7 y vayan en seguida a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán”. Esto es lo que tenía que decirles». 8 Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y corrieron a dar la noticia a los discípulos.

sábado, 30 de marzo de 2024

 

 Mozart - Lacrimosa (Requiem) / Notre Dame (Paris)


 

 De 4 a 5 de la tarde


La Sepultura de Jesús y la Soledad de María Santísima 

LAS HORAS DE LA PASIÓN

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Dolorosa Madre mía, veo que ya te dispones a realizar tu último sacrificio: tener que darle sepultura a tu hijo Jesús, muerto. Y resignadísima a la Voluntad del Cielo, lo acompañas y con tus mismas manos lo pones en el sepulcro. Y mientras compones sus miembros, tratas de decirle por última vez « adiós » y de darle tu último beso, mientras que por el dolor sientes que te arrancan el corazón del pecho. El amor te clava sobre esos miembros y por la fuerza del amor y del dolor, tu vida está por extinguirse junto con la de tu hijo Jesús ya muerto.

Pobre de ti, ¡oh Madre mía!, ¿qué vas a hacer sin Jesús? El es tu Vida, tu Todo y sin embargo es la Voluntad del Eterno que así lo quiere. Tendrás que combatir con dos potencias insuperables: el amor y la Voluntad Divina. El amor te tiene clavada de tal manera que no puedes separarte de él; la Voluntad Divina se impone y te pide este sacrificio. Pobre de ti, ¡oh Madre!, ¿cómo vas a hacer? ¡Cuánto te compadezco! ¡Ah, ángeles del cielo, vengan a ayudarla a que se levante de encima de los miembros rígidos de Jesús, pues de lo contrario morirá!

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Pero ¡qué prodigio! Mientras parecía extinguida junto con Jesús, oigo su voz temblorosa que interrumpida por el llanto dice:
« ¡Hijo, querido Hijo mío! Este era el único consuelo que me quedaba y que hacía que mis penas se redujeran hasta la mitad de su peso: tu santísima humanidad; el poder desahogarme sobre estas llagas, adorarlas y besarlas. Mas ahora también esto se me quita, porque la Divina Voluntad así lo quiere; y yo me resigno, pero sabes, ¡oh Hijo!, quiero y no puedo; con sólo pensar que debo hacerlo se me van las fuerzas y la vida me abandona. ¡Ah, Hijo mío!, para poder tener la fuerza y la vida necesarias para hacer esta separación, permíteme que me quede sepultada totalmente en ti y que para mí tome tu vida, tus penas, tus reparaciones y todo lo que tú eres. ¡Ah!, solamente un intercambio entre tu vida y la mía puede darme la fuerza necesaria para cumplir el sacrificio de separarme de ti ».

Y con decisión, afligida Madre mía, veo que de nuevo vuelves a recorrer todos los miembros de Jesús y poniendo tu cabeza sobre la suya, la besas y encierras tus pensamientos en la cabeza de Jesús, tomando para ti sus espinas, sus afligidos y ofendidos pensamientos y todo lo que ha sufrido en su sacratísima cabeza. ¡Oh, cómo quisieras reanimar la inteligencia de Jesús con la tuya, para poder darle vida por vida! Ya empiezas a sentir que vuelve la vida a ti habiendo tomado en tu mente los pensamientos y las espinas de Jesús.

Dolorosa Madre mía, veo que besas los ojos apagados de Jesús y se me parte el corazón al pensar que Jesús ya no te mira. ¡Cuántas veces esos ojos divinos al mirarte te extasiaban y te resucitaban de muerte a vida! Pero ahora, al ver que ya no te miran, te sientes morir. Por eso veo que dejas tus ojos en los de Jesús y tomas para ti los suyos, sus lágrimas, la amargura de esa mirada que ha sufrido tanto al ver las ofensas de las criaturas y al ver tantos insultos y desprecios.
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Pero veo, traspasada Madre mía, que besas sus santísimos oídos y lo llamas y lo vueles a llamar; y le dices:
« Hijo mío, pero, ¿puede ser posible que ya no me escuches, tú que al más mínimo gesto mío siempre me escuchabas, y ahora lloro y te llamo y ya no me escuchas? ¡Ah, el verdadero amor es el más cruel tirano! Tú eres para mí más que mi propia vida, ¿y ahora tendré que sobrevivir a tan grande dolor? Por eso, ¡oh Hijo!, dejo mis oídos en los tuyos y tomo para mí todo lo que han sufrido tus santísimos oídos, el eco de todas las ofensas que resonaban en los tuyos. Sólo esto puede darme la vida: tus penas y tus dolores ».

Y mientras dices esto, es tan intenso el dolor, la angustia de tu Corazón, que pierdes la voz y quedas petrificada. ¡Pobre Madre mía, pobre Madre mía, cuánto te compadezco! ¡Cuántas muertes atroces estás sufriendo!

Adolorida Madre, la Voluntad Divina se impone y te pone en movimiento. Miras el rostro santísimo de Jesús, lo besas y exclamas:
« Hijo adorado, ¡qué desfigurado estás! ¡Ah, si el amor no me dijera que eres mi Hijo, mi Vida, mi Todo, no sabría cómo reconocerte! ¡A tal punto has quedado irreconocible! Tu belleza natural se ha transformado en deformidad; tus mejillas coloradas ahora se ven pálidas; la luz, la gracia que irradiaba tu hermoso rostro, que mirarte y quedar en éxtasis era una misma cosa, ha tomado la palidez de la muerte, ¡oh Hijo amado! ».



« ¡Hijo mío, a qué estado has quedado reducido! ¡Qué labor tan terrible ha realizado el pecado en tus sacratísimos miembros! ¡Oh, cómo tu inseparable Madre quisiera devolverte tu belleza original! Quiero fundir mi rostro en el tuyo y tomar para mí el tuyo, las bofetadas, los salivazos, los desprecios y todo lo que has sufrido en tu rostro santísimo. ¡Ah, Hijo mío, si me quieres viva, dame tus penas, porque de lo contrario moriré! ».

Y es tan grande tu dolor que te sofoca, te corta la palabra y caes como muerta sobre el rostro de Jesús, ¡Pobre Madre, cuánto te compadezco! ¡Ángeles míos, vengan a sostener a mi Madre; su dolor es inmenso, la inunda, la sofoca y ya no le queda más vida ni fuerza! Pero la Divina Voluntad, rompiendo estas olas, le restituye la vida.

Y llegas ya a su boca y al besarla sientes que se amargan tus labios por la amargura de la hiel que ha amargado tanto la boca de Jesús, y sollozando continúas:

« Hijo mío, dile una última palabra a tu Madre. ¿Es posible que no vaya a volver a escuchar tu voz? Todas tus palabras que me dijiste cuando vivías, como si fueran flechas, hieren mi Corazón de dolor y de amor. Y ahora, al verte mudo, estas flechas se ponen en movimiento en mi Corazón lacerado dándome innumerables muertes, y parece como si quisieran arrancarte una última palabra a viva fuerza, pero no pudiendo obtenerla, me desgarran y me dicen: 
“Así que ya no lo vas a volver a escuchar, no volverás a oír su dulce voz, la melodía de su palabra creadora, que por cada palabra que decía creaba un nuevo paraíso en ti...” ¡Ah, mi paraíso se acabó, de ahora en adelante ya no tendré más que amarguras! ¡Ah, Hijo, quiero darte mi lengua para animar la tuya! Dame todo lo que has sufrido en tu santísima boca, la amargura de la hiel, tu sed ardiente, tus reparaciones y tus oraciones; así, sintiendo por medio de ellas tu voz, mi dolor podrá ser más soportable y tu Madre podrá seguir viviendo por medio de tus penas ».

Destrozada Madre mía, veo que te apresuras porque quienes están a tu alrededor quieren cerrar el sepulcro y casi volando pasas sobre las manos de Jesús las tomas entre las tuyas, las besas, te las estrechas al Corazón y dejando tus manos en las suyas, tomas todos los dolores y las heridas que han traspasado aquellas manos santísimas. Y llegando a los pies de Jesús, al ver la cruel destrucción que los clavos han hecho en sus pies y mientras pones en ellos los tuyos, tomas para ti sus llagas, ofreciéndote tú a correr en lugar de Jesús, para ir en busca de todos los pecadores para arrancárselos al infierno.

Angustiada Madre mía, ya te veo dar el último « adiós » al Corazón traspasado de Jesús. Y aquí te detienes; es el último asalto que recibe tu Corazón materno y sientes que la vehemencia del amor y del dolor te lo arranca del pecho y se te escapa por sí mismo para ir a encerrarse en el Corazón Sacratísimo de Jesús; y tú, viéndote sin Corazón, te apresuras a tomar el suyo, su amor rechazado por tantas criaturas, tantos ardientísimos deseos suyos no realizados a causa de la ingratitud, y los dolores y las heridas de aquel Sagrado Corazón, que te tendrán crucificada durante toda tu vida. Al ver esa herida tan ancha, la besas y tomas en tus labios su sangre, y sintiendo ya en ti la vida de Jesús, sientes la fuerza necesaria para poder hacer esa amarga separación. Así que te lo abrazas y permites que la piedra sepulcral lo encierre.

Dolorosa Madre mía, llorando te suplico que por ahora no permitas que nos quiten a Jesús de nuestra mirada; espera que primero me encierre en Jesús para tomar su vida en mí. Si tú, que eres la Inmaculada, la Santa, la Llena de Gracia, no puedes vivir sin Jesús, mucho menos podré yo, que soy la debilidad, la miseria, la llena de pecados; ¿cómo voy a poder vivir sin Jesús? ¡Ah, Dolorosa Madre mía!, no me dejes sola, llévame contigo; pero antes sepúltame totalmente en Jesús, vacíame de todo para que puedas poner totalmente a Jesús en mí, así como lo has puesto en ti. Comienza conmigo a cumplir el oficio de Madre que Jesús te dio estando en la cruz y abriendo mi extrema pobreza una brecha en tu Corazón materno, enciérrame totalmente en Jesús con tus propias manos maternas. Encierra los pensamientos de Jesús en mi mente para que no entre en mí ningún otro pensamiento; encierra los ojos de Jesús en los míos, para que jamás pueda escapar de mi mirada; pon sus oídos en los míos, para que siempre lo escuche y cumpla en todo su Santísima Voluntad; pon su rostro en el mío, para que contemplando ese rostro tan desfigurado por amor a mí, lo ame, lo compadezca y lo repare; pon su lengua en la mía para que hable, ore y enseñe sólo con la lengua de Jesús; pon sus manos en las mías, para que cada movimiento que yo haga y cada obra que realice, tome vida de las obras y de los movimientos de Jesús; pon sus pies en los míos, para que cada paso que yo dé sea vida, salvación, fuerza y celo para las demás criaturas.


Y ahora, afligida Madre mía, permíteme que bese su Corazón y que beba de su preciosísima sangre; y encerrando tú su Corazón en el mío, haz que yo pueda vivir de su amor, de sus deseos y de sus penas. Y ahora toma la mano derecha de Jesús, ya rígida, para que me des su última bendición.

Finalmente permites que la piedra cierre el sepulcro; y tú, destrozada, besas el sepulcro, y llorando le das el último adiós y te alejas del sepulcro.

La Soledad de María Santísima

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Es tanto tu dolor que quedas petrificada y helada. Traspasada Madre mía, junto contigo doy el adiós a Jesús, y llorando quiero compadecerte y hacerte compañía en tu amarga soledad. Quiero ponerme a tu lado para darte en cada suspiro, de afán y de dolor, una palabra de consuelo y darte una mirada de compasión; recogeré también tus lágrimas, y si veo que estás por desmayarte, te sostendré con mis brazos.

Pero veo que te ves obligada a regresar a Jerusalén por el mismo camino por el que viniste. Apenas das unos pasos y te encuentras ante la cruz sobre la que Jesús ha sufrido tanto hasta morir sobre ella y tú corres hacia ella, la abrazas y viéndola bañada de sangre, se renuevan en tu Corazón uno por uno los dolores que Jesús sufrió en ella; y no pudiendo contener tu dolor, entre sollozos exclamas:

« ¡Oh cruz! ¿Cómo es que has sido tan cruel con mi Hijo? ¡Ah, en nada lo has perdonado! ¿Qué mal te había hecho? Ni siquiera a mí, su Dolorosa Madre, me permitiste que le diera al menos un sorbo de agua cuando la pedía y en cambio le diste hiel y vinagre a su boca ardiente de sed. Sentía que mi Corazón traspasado se me derretía y hubiera querido darle a sus labios mi Corazón derretido para calmar su sed, pero tuve el dolor de verme rechazada. ¡Oh cruz, cruel, sí, pero santa, porque haz quedado divinizada y santificada por el contacto de mi Hijo! Esa crueldad que usaste con él, transfórmala en compasión hacia los miserables mortales y por las penas que él ha sufrido sobre ti, impetra gracia y fortaleza a las almas que sufren, para que ninguna se pierda a causa de las cruces y de las tribulaciones. Demasiado me cuestan las almas, me cuestan la vida de un HijoDios; y yo, cual corredentora y Madre, ¡a ti te las confío, oh cruz! ».

Y besándola y volviéndola a besar, te alejas de ella. ¡Pobre Madre, cuánto te compadezco! A cada paso y encuentro surgen nuevos dolores que creciendo en intensidad y haciéndose cada vez más amargos, como si fueran olas, te inundan, te ahogan y te sientes morir a cada instante.

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Das unos pasos más y llegas al sitio en donde esta mañana te encontraste con él bajo el enorme peso de la cruz, agotado, chorreando sangre y con la corona de espinas sobre la cabeza, las cuales, cada vez que la cruz golpeaba con la cabeza penetraban más y más, dándole en cada golpe dolores de muerte. Las miradas de Jesús cruzándose con las tuyas, buscaban piedad, pero los soldados, para quitarles este consuelo a Jesús y a ti, empujaron a Jesús haciendo que se cayera derramando así más sangre; y ahora, viendo la tierra empapada de su sangre, te postras por tierra y mientras la besas te oigo decir:

« Ángeles míos, vengan a hacerle guardia a esta sangre para que ninguna gota sea pisoteada y profanada ».

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Madre Dolorosa, déjame que te dé la mano, para ayudarte a que te levantes y sostenerte, porque veo que estás agonizando en la sangre de Jesús. Conforme caminas te encuentras con nuevos dolores; por todos lados te tropiezas con las huellas de su sangre y recuerdas los dolores de Jesús. Por eso, apresuras tus pasos y te encierras en el cenáculo. También yo me encierro en el cenáculo, pero mi cenáculo es el Corazón Sacratísimo de Jesús; y desde dentro de su Corazón quiero ir a tus rodillas maternas para hacerte compañía en esta hora de amarga soledad. Mi corazón no podría resistir si te dejara sola en tanto dolor.

Desolada Madre mía, mira a tu pequeño hijo, soy demasiado pequeño y por mí solo no puedo ni quiero vivir. Por eso, tómame sobre tus rodillas y estréchame entre tus brazos maternos, sé mi Madre, porque tengo necesidad de quien me guíe, me ayude y me sostenga; mira mi miseria y derrama sobre mis llagas una lágrima tuya, y cuando me veas distraído, estréchame a tu Corazón materno y dame de nuevo la vida de Jesús.

Pero mientras te pido esto, me veo obligado a detenerme para poner atención a tus dolores tan amargos, y siento que se me rompe el corazón al ver que al mover la cabeza, sientes que las espinas que has tomado de Jesús penetran más y más en ti junto con las punzadas de todos nuestros pecados de pensamiento, y que, penetrándote hasta en los ojos, te hacen derramar lágrimas de sangre. Y mientras lloras, teniendo en los ojos la mirada de Jesús, desfilan ante tu vista todas las ofensas de todas las criaturas. ¡Oh, qué amargura sientes! ¡Qué bien comprendes todo lo que Jesús ha sufrido teniendo en ti sus mismas penas!

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Pero un dolor no espera al otro; y poniendo atención en tus oídos, te sientes ensordecer por el eco de las voces de las criaturas. Cada especie de voz de criatura, penetra, a través de tus oídos a tu Corazón y te lo traspasan y repites una vez más:

« ¡Hijo, cuánto has sufrido! ».

Desolada Madre mía, ¡cuánto te compadezco! Déjame secar tu rostro bañado de lágrimas y sangre; pero me siento retroceder al verlo amoratado, irreconocible y pálido de una palidez mortal. ¡Ah, comprendo! Son todos los malos tratos que Jesús ha sufrido y que tú has tomado sobre ti, los cuales te hacen sufrir tanto, que al mover tus labios para orar o para emitir suspiros de tu ardiente pecho, sientes tu aliento amarguísimo y tus labios consumidos por causa de la sed de Jesús.

¡Pobre de ti, oh Madre, cuánto te compadezco! Tus dolores crecen cada vez más, mientras parece que se dan la mano unos a otros. Y tomando tus manos entre las mías, veo que están traspasadas por los clavos. Es precisamente en ellas donde sientes el dolor de ver tantos homicidios, traiciones y sacrilegios y todas las malas obras, que hace que se repitan los golpes de martillo, agrandando tus llagas y haciéndolas cada vez más crueles.

¡Cuánto te compadezco! Tú eres la verdadera Madre crucificada, tanto que ni siquiera tus pies quedan sin clavos; más aún, no solamente sientes que te los clavan, sino como que te los arrancan por tantos pasos inicuos y por las almas que se van al infierno, tras las cuales tú corres para que no se precipiten en las llamas infernales.

Pero eso todavía no es todo, clavada Madre mía: todas tus penas, haciéndose una sola hacen eco en tu Corazón y te lo traspasan no con siete espadas, sino con miles y miles de espadas, y más todavía, porque teniendo el Corazón de Jesús en ti, el cual contiene todos los corazones y envuelve en su palpitar los latidos de cada uno de ellos, ese palpito divino conforme palpita va diciendo: « ¡Almas, Amor! ». Y tú, del pálpito « almas » sientes que fluyen en tu palpito todos los pecados sintiendo que te dan muerte; mientras que en el pálpito « amor », te sientes dar vida; de manera que te encuentras en acto continuo de morir y de vivir.

Crucificada Madre mía, mirándote, compadezco tus dolores, ¡son indescriptibles! Quisiera transformar todo mi ser en lengua, en voz, para compadecerte; pero ante tantos dolores, mis compasiones son nada; por eso, llamo a los ángeles, a la Sacrosanta Trinidad y les ruego que pongan a tu alrededor sus armonías, sus alegrías y sus bellezas, para endulzar y compadecer tus intensos dolores, para que te sostengan en sus brazos y te devuelvan todas tus penas convertidas en amor.


Y ahora, Desolada Madre, te doy gracias en nombre de todos por todo lo que has sufrido y te ruego que por esta amarga soledad que has sufrido, me vengas a asistir a la hora de mi muerte, cuando mi pobre alma se encuentre sola y abandonada por todos, en medio de mil ansias y temores; ven tú entonces a devolverme la compañía que tantas veces te he hecho en vida; ven a asistirme, ponte a mi lado y ahuyenta al enemigo; lava mi alma con tus lágrimas, cúbreme con la sangre de Jesús, revísteme con sus méritos, embelléceme con tus dolores y con todas las penas y las obras de Jesús, y en virtud de sus penas y de tus dolores, haz que desaparezcan de mí todos mis pecados, perdonándome totalmente. Y al expirar mi alma, recíbeme entre tus brazos y poniéndome bajo tu manto, ocúltame a la mirada del enemigo, llévame volando al cielo y ponme en los brazos de Jesús. Así que quedamos en este acuerdo, ¿no es así, Madre mía?

Y ahora te ruego que les hagas la compañía que yo te he hecho hoy a todos los moribundos presentes; sé Madre de todos; son los momentos extremos y les hacen falta grandes ayudas. Por eso, no le niegues a nadie tu oficio materno.

Por último, una palabra más mientras te dejo: te ruego que me encierres en el Corazón Sacratísimo de Jesús y tú, adolorida Madre mía, cuídame, para que Jesús no me tenga que expulsar de su Corazón y para que yo, ni siquiera queriéndolo, pueda jamás volver a salir de él. Te beso tu mano materna y tú dame tu bendición.
Nos cum prole pia, benedicat Virgo Maria.


De las 4 a las 5 de la tarde

           La Sepultura de Jesús y la Soledad de María Santísima


Reflexiones y prácticas.

Jesús es sepultado, una piedra cierra el sepulcro y le impide a su Madre Santísima volver a ver a su Hijo. Y nosotros, ¿tratamos de ocultarnos a los ojos de las criaturas? ¿Nos es indiferente que todos se olviden de nosotros? ¿En las cosas santas quedamos indiferentes con esa santa indiferencia que hace que no faltemos en nada? Cuando Jesús nos abandona, ¿vencemos en todo con esa santa indiferencia que nos lleva siempre a él? ¿Formamos con nuestra constancia una dulce cadena que lo atraiga siempre hacia nosotros? ¿Está nuestra mirada siempre sepultada en la de Jesús de manera que nada miremos sino sólo lo que él quiere? ¿Está nuestra voz sepultada en la voz de Jesús? ¿Están nuestros pasos sepultados de tal manera en los de Jesús, que cuando caminamos vamos dejando la huella de Jesús y no la nuestra? ¿Está nuestro corazón sepultado en el suyo para poder amar y desear como ama y desea su Corazón mismo?

« Madre mía, cuando Jesús se esconda, por mi bien, dame la gracia que tu obtuviste cuando te viste privada de él para que yo pueda darle toda la gloria que tú misma le diste cuando lo pusiste en el sepulcro. ¡Oh Jesús!, quiero rogarte con tu misma voz, y que así como tu voz penetraba hasta el cielo y repercutía en las voces de todos, que también la mía, en honor de la tuya, penetre hasta el cielo para darte la gloria y el amor de tu misma palabra. Jesús mío, mi corazón late, pero no estaré contento si no haces que sea tu latido el que viva en mi corazón, y así con los mismos latidos de tu Corazón, amaré como tú amas. Te amaré por todas las criaturas y será uno sólo nuestro grito: ¡Amor, amor! ».

« ¡Oh Jesús mío!, dale honra a tu nombre y haz que en todo lo que yo haga se encuentre la huella de tu misma potencia, de tu amor y de tu gloria ».

https://issuu.com/divinoquerer/docs/reflexiones_y_pr__cticas_de_las_hor

 El Cuerpo Embalsamado del Señor

viernes, 29 de marzo de 2024

 Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia

La novena a la Divina Misericordia empieza hoy el Viernes Santo


Para rezarla:

 De las 2 a las 3 de la tarde

Tercera hora de agonía en la cruz. 
La Muerte de Jesús.



La quinta palabra:
« ¡Tengo Sed! ».


Jesús mío, crucificado y moribundo, abrazado a tu cruz, siento el fuego que devora toda tu divina persona; tu Corazón late con tanta violencia que levantándote las costillas te atormenta de un modo tan desgarrador y horrible, que toda tu santísima humanidad sufre una transformación tal que te deja irreconocible. El amor que arde en tu Corazón te seca y te quema totalmente, y tú, no pudiendo contenerlo, sientes la fuerza de su tormento; no solamente de la sed corporal, por haber derramado toda tu sangre, sino mucho más todavía de la sed ardiente que tienes por la salud de nuestras almas. Y tú quisieras bebernos a todos cual si fuéramos agua, para ponernos a salvo dentro de ti. Por eso, reuniendo tus fuerzas ya demasiado debilitadas, gritas:

« ¡Tengo Sed! ».

¡Ah!, esta palabra se la repites a cada corazón:
« Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos, de tus deseos, de tu amor; no podrías darme un agua más fresca que tu alma. ¡Ah, no dejes que me consuma! Tengo sed ardiente y no solamente siento que se me quema la lengua y la garganta, al grado que ya no puedo ni decir una palabra, sino que también siento que mi Corazón se seca junto con todas mis entrañas. ¡Piedad de mi sed, piedad! ».

Y como delirando por la ardiente sed que te devora, te abandonas a la Voluntad del Padre. ¡Ah!, mi corazón ya no puede vivir viendo la impiedad de tus enemigos, que en vez de darte agua, te dan hiel y vinagre y tú no los rehúsas. ¡Ah!, ya entiendo, es la hiel de tantas culpas y el vinagre de las pasiones que no hemos domado, lo que quieren darte y que en vez de satisfacer tu sed hacen que aumente. ¡Oh Jesús mío!, aquí está mi corazón, mis pensamientos, mis afectos, aquí está todo mi ser para que calmes tu sed y para darle alivio a tu boca quemada y amargada. Todo lo que tengo, todo lo que soy, es para ti, ¡oh Jesús mío! Si fueran necesarias mis penas para poder salvar aunque fuera una sola alma, aquí me tienes: estoy dispuesto a sufrirlo todo; me ofrezco totalmente a ti: haz de mí lo que a ti más te agrade.

Quiero reparar el dolor que tú sufres por todas las almas que se pierden y la pena que te dan aquellas que, cuando permites que las tristezas o los abandonos las toquen, ellas, en vez de ofrecerte todo para aplacar la sed devoradora que te consume, se abandonan a sí mismas, haciéndote sufrir aún más.


La sexta palabra:
« ¡Todo está Consumado! ».


Moribundo Bien mío, el mar inacabable de tus penas, el fuego que te consume y más que nada la Voluntad Suprema del Padre, que quiere que tú mueras, no nos dejan esperanza alguna de que tú puedas seguir viviendo. Y yo, ¿cómo voy a poder vivir sin ti? Te faltan las fuerzas, los ojos se te apagan, tu rostro santísimo se transforma y se cubre de una palidez mortal, tu boca entreabierta, tu respiración es afanosa e interrumpida, todo nos dice que ya no hay esperanzas de que tú te puedas reanimar. Al fuego que te abrasa lo substituye un frío mortal y un sudor helado que te baña la frente. Los músculos y los nervios se contraen cada vez más por la atrocidad de los dolores, tus llagas se siguen haciendo más grandes por las heridas que los clavos siguen abriendo, y yo tiemblo y me siento morir.

Te miro, oh Bien mío, y veo que de tus ojos descienden las últimas lágrimas, mensajeras de tu cercana muerte, mientras que fatigosamente haces oír todavía otra palabra:

« ¡Todo está Consumado! ».

¡Oh Jesús mío!, ya has agotado todo y ya no te queda nada más; el amor ha llegado a su término. Y yo, ¿me he consumido totalmente por amor a ti? ¡Cuál no debería ser mi gratitud hacia ti! ¡Oh Jesús mío!, quiero reparar por todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu amor y consolarte por todas las afrentas que recibes de parte de las criaturas mientras te estás consumiendo en la cruz.

La séptima palabra:
« ¡Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu! ».


Jesús mío, Crucificado agonizante, ya estás a punto de dar el último respiro de tu vida mortal. Tu santísima humanidad ya está toda rígida; tu Corazón parece que ya no late.

¡Oh Jesús!, junto con la Magdalena me abrazo a tus pies y si me fuera posible quisiera dar mi vida para reanimar la tuya.

Mientras tanto, ¡oh Jesús!, me doy cuenta de que vuelves a abrir tus ojos moribundos y miras alrededor de la cruz, como si quisieras despedirte de todos por última vez; miras a tu Madre agonizante que ya no puede ni siquiera moverse ni hablar a causa de las tremendas penas que está sufriendo y dices:

« ¡Madre mía, adiós, yo me voy, pero te tendré en mi Corazón, y tú, cuida a nuestros hijos! ».

Miras a la Magdalena deshecha en lágrimas, a tu fiel Juan y con tu mirada les dices:

« ¡Adiós! ».

Miras con amor a tus mismos enemigos y con tu mirada les dices:
« Los perdono a todos y les doy el beso de la paz ».

Nada escapa a tu mirada; te despides de todos y a todos perdonas. Y después, reuniendo todas tus fuerzas, con voz potente y sonora, gritas:

« ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! ».

E inclinando la cabeza, expiras.

La Muerte de Jesús

Jesús mío, este grito hace que toda la naturaleza trastornada llore tu muerte, la muerte de su Creador. La tierra tiembla fuertemente y con su vibración parece que llora y que quiere sacudir el ánimo de todos para que te reconozcan como verdadero Dios. El velo del Templo se rasga; los muertos resucitan; el sol que hasta ahora ha estado llorando por tus penas, horrorizado, retira su luz. Tus mismos enemigos, al oír este grito, caen de rodillas y golpeándose el pecho dicen:

« Verdaderamente éste es el Hijo de Dios ».

Y tu Madre, petrificada y moribunda, sufre penas mucho más crueles que la misma muerte.
Muerto Jesús mío, con este grito también a nosotros nos has puesto en las manos del Padre para que no nos rechace. Por eso has gritado fuertemente y no solamente con tu voz, sino con la voz de todas tus penas y con la voz de tu sangre:

« ¡Padre en tus manos pongo mi espíritu y a todas las almas! ».

Jesús mío, también yo me abandono en ti; dame la gracia de morir totalmente en tu amor y en tu Voluntad; te suplico que jamás vayas a permitir, ni en la vida ni en la muerte, que yo me aparte de tu Santísima Voluntad.

Quiero reparar por todos aquellos que no se abandonan perfectamente a la Voluntad de Dios y así pierden o, cuando menos, reducen el precioso fruto de la redención. ¿Cuál no será el dolor de tu Corazón, ¡oh Jesús mío!, al ver a tantas criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí mismas? ¡Oh Jesús mío, piedad para todos!

Beso tu cabeza coronada de espinas y te pido perdón por tantos pensamientos de soberbia, de ambición o de propia estima; te prometo que cada vez que me venga un pensamiento que no sea totalmente para ti, ¡oh Jesús!, o que me encuentre en ocasión de ofenderte, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

¡Oh Jesús!, beso tus hermosísimos ojos bañados todavía por las lágrimas y cubiertos de coágulos de sangre; te pido perdón por todas las veces que te he ofendido con miradas inmodestas y malas; te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados a mirar las cosas de la tierra gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

¡Oh Jesús mío!, beso tus sacratísimos oídos ensordecidos hasta el último momento por los insultos y las horribles blasfemias y te pido perdón por todas las veces que he escuchado o he hecho escuchar conversaciones que nos alejan de ti y por todas las malas conversaciones de las criaturas; te prometo que cada vez que me encuentre en la ocasión de oír algo que no me conviene, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

¡Oh Jesús mío!, beso tu rostro santísimo, pálido, lívido y ensangrentado; te pido perdón por todos los desprecios, los insultos y las afrentas que has recibido de parte de nosotros, vilísimas criaturas, con nuestros pecados; te prometo que cada vez que me venga la tentación de no darte toda la gloria, el amor y la adoración que debo darte, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

¡Oh Jesús mío!, beso tu santísima boca ardiente y amargada; te pido perdón por todas las veces que te he ofendido con malas conversaciones y por cuantas veces he cooperado en amargarte y en acrecentar tu sed; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de decir cualquier cosa que pudiera ofenderte, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

¡Oh Jesús!, beso tu cuello santísimo; en él veo todavía las señales de las cadenas y de las sogas que te han oprimido; te pido perdón por tantos vínculos y por tantos apegos de las criaturas, las cuales han añadido nuevas sogas y cadenas a tu santísimo cuello; te prometo que cada vez que me sienta turbado por algún apego, deseo o afecto que no sea solamente para ti, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

Jesús mío, beso tus hombros santísimos y te suplico que nos perdones tantas satisfacciones ilícitas, tantos pecados que hemos cometido con los cinco sentidos de nuestro cuerpo; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de tomarme algún placer o alguna satisfacción que no sea para tu gloria, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

Jesús mío, beso tu pecho santísimo y te pido perdón por tantas frialdades, indiferencias, tibiezas e ingratitudes horribles que recibes de parte de las criaturas; te prometo que cada vez que sienta que me estoy enfriando en el amor, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

Jesús mío, beso tus sacratísimas manos; te pido perdón por todas las obras malas o indiferentes, por tantos actos envenenados por el amor propio y la propia estima; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no obrar solamente por amor a ti, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

Jesús mío, beso tus santísimos pies y te suplico que nos perdones por tantos pasos y tantos caminos recorridos sin haber tenido una recta intención, por tantos que se alejan de ti para ir en busca de placeres mundanos; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de separarme de ti, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

¡Oh Jesús!, beso tu Sacratísimo Corazón y quiero encerrar en él junto con mi alma a todas las almas redimidas por ti, para que todas se salven, sin excluir a ninguna.

¡Oh Jesús!, enciérrame en tu Corazón y cierra sus puertas, de manera que ya no pueda ver nada fuera de ti; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de querer salirme de tu Corazón, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os entrego mi corazón y mi alma! ».

-***

De las 3 a las 4 de la tarde

Jesús, muerto, es traspasado por la lanza.El descendimiento de la Cruz

Reflexiones y prácticas.

Jesús está ardiendo de sed, y nosotros, ¿ardemos también de amor por él? Nuestros pensamientos, nuestros afectos, ¿tienen siempre la finalidad de quitarle su sed ardiente?
No pudiendo Jesús seguir aguantando la sed que lo consumó, dijo: « ¡Todo está consumado! ». De manera que Jesús se consumó totalmente por nosotros, y nosotros, ¿tratamos de consumarnos por amor a Jesús en todo? Cada acto, cada palabra y cada pensamiento conducían a Jesús hacia la consumación, y así cada uno de nuestros actos, de nuestras palabras y de nuestros pensamientos, ¿nos impulsan a consumarnos por amor a Jesús?

« ¡Oh Jesús!, dulce Vida mía, que tu aliento consumado sople siempre en mi corazón para poder recibir el sello de tu consumación ».

Jesús sobre la cruz, le da cumplimiento en todo a la Voluntad del Padre y expira en un acto perfecto de abandono a su Santísima Voluntad. Y nosotros, ¿cumplimos en todo la Voluntad de Dios? ¿Nos abandonamos perfectamente a su Voluntad sin mirar si recibimos bien o mal, felices únicamente de hallarnos abandonados en sus brazos santísimos? ¿Morimos continuamente a nosotros mismos por amor a Jesús? ¿Podemos decir que aunque estemos viviendo ya no vivimos, que estamos muertos para todo, vivos solamente para vivir, no nuestra vida, sino la de Jesús mismo? Es decir, todo lo que hacemos, lo que pensamos, lo que deseamos y lo que amamos, ¿es una llamada a vivir la vida de Jesús, para hacer que mueran nuestras palabras, nuestros pasos, nuestros deseos y nuestros pensamientos totalmente en Jesús?

« ¡Oh Jesús mío!, que mi muerte sea una muerte continua por amor a ti y que cada muerte que sufra sea una vida que pueda darle a todas las almas ».






***
Viernes Santo
La muerte de Jesús

Mc. 15. 33-39 Lc. 23. 44-48 Jn. 19. 29-30
45 Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. 46 Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: «Elí, Elí, lemá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». 47 Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». 48 En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. 49 Pero los otros le decían: «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo». 50 Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.



51 Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron 52 y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron 53 y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. 54 El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: «¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!».

 


De la madrugada del Jueves Santo al Viernes Santo

LOS 15 OCULTOS SUFRIMIENTOS Y DOLORES DE JESÚS EN SU PASIÓN

JESÚS, atendiendo los ruegos de la piadosa amantísima Hermana María Magdalena de la Orden de Santa Clara, que vivía santamente en Roma,  que deseaba conocer sus sufrimientos secretos, se le apareció y le reveló y comunicó verbalmente los sufrimientos desconocidos, que había soportado la noche anterior a Su muerte.



Cristo dijo:

“Aquellos pensaron que Yo era el peor de los hombres que vivía en esta época en el mundo”
Por eso:

Primero:
Amarraron con una cuerda mis pies y me arrastraron escalera abajo hacia un sótano sucio y maloliente.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Segundo:
Me desvistieron y me hincaron el Cuerpo con púas de hierro.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Tercero: 
Me ataron una soga al Cuerpo y me arrastraron por todo el inmundo piso del sótano.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Cuarto:

Me abrazaron a un pedazo de madera y me colgaron, hasta que no pude más. Me solté y caí; mi dolor fue tan grande que lloré lágrimas de sangre.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Quinto:
Me ataron a un poste de madera y traspasaron mi Cuerpo con diferentes armas punzantes: me apedrearon y me quemaron con carbones ardientes y con sus antorchas.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Sexto:
Me traspasaron con lanzas y púas; me arrancaron piel y carne de mi Cuerpo y Venas.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Séptimo:
Me ataron a una columna y me quemaron con latas calientes.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Octavo:
Me pusieron una corona de hierro y me vendaron los ojos con trapos sucios e inmundos.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Noveno:
Me sentaron sobre filosos clavos, los cuales se me clavaron y me produjeron enormes agujeros en mi Cuerpo.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Décimo:
Echaron sobre mis heridas plomo líquido y brea derretida; luego me empujaron y caí bruscamente.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Onceavo: 
Me ultrajaron, y de castigo me incrustaron alfileres y clavos en los huecos que quedaron de mi arrancada piel.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Doceavo:

Me arrojaron sobre una cruz en la cual me ataron tan fuertemente que no podía respirar.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Treceavo:
Me pisaron mi cabeza; uno de ellos pisó mi pecho y luego sacando una espina de mi corona me la clavó en la lengua.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Catorceavo:

Me echaron las más asquerosas inmundicias en mi boca.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Quinceavo: 
Me dijeron las más infames palabras y expresiones denigrantes; me ataron las manos atrás de mi espalda, y me sacaron a golpes y empujones de aquella prisión, a la vez que me azotaban repetidas veces.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.


Amén.


INVOCACIONES A DIOS PADRE

¡Señor del universo! Te rogamos, que esta humanidad, llevada cada día más al precipicio, se enteren que:
Jesús en su pasión sufrió por todos, ya que cada día hay más soldados clavándolo, y que esos soldados muchas veces, somos nosotros mismos.


§ Que entiendan que a nuestra Santa Madre María le sigue sangrando el corazón, por el dolor de ver nuevamente a su Hijo escarnecido.

§ Que entiendan que cada pecado apaga el fuego del amor ardiente de Sacratísimo Corazón de mi Jesús y del Santísimo Corazón de mi Madre María, y que cada conversión lo vuelve a hacer arder.

§ Que entienda la humanidad que los placeres de este mundo son ínfimos comparados con la gloria de ver y gozar de la Gloria de Dios en el Cielo, y que, más bien, cada pecado, son lanzas nuevas clavadas en el Corazón de Jesús.


Nota: Esto fue revelado a una vidente para orar en grupo... o a solas.

jueves, 28 de marzo de 2024

  Jueves Santo

 La Institución de la Eucaristía


Mc. 14. 22-25 Lc. 22. 19-20 1 Cor. 11. 23-25

"26 Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». 27 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, 28 porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. 29 Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre»."

***



De las 8 a las 9 de la noche La Cena Eucaristica


Dulce Amor mío, incontentable siempre en tu amor, veo que al terminar la cena legal, te pones de pie junto con tus amados discípulos y elevas al Padre el himno de acción de gracias por haberles dado el alimento, queriendo así reparar por todas las faltas de gratitud, por todas las veces que las criaturas no te agradecen todos los recursos que nos proporcionas para la conservación de nuestra vida corporal. Es por eso que tú, ¡oh Jesús!, en todo lo que haces, en todo lo que tocas y ves, tienes siempre en tus labios estas palabras:
« ¡Gracias te sean dadas, oh Padre! ».
¡Oh Jesús!, también yo, unido a ti, tomaré estas palabras de tus mismos labios y diré siempre y en todo: « Gracias, por mí y por todos », para continuar tu misma reparación por las faltas de gratitud de las criaturas.

Lavatorio de los pies

Mas parece que tu amor no se da tregua; haces que de nuevo se sienten tus amados discípulos, tomas una palangana con agua, y tomando una toalla blanca, te postras a los pies de los apóstoles, en un acto tan humilde, que llamas la atención de todo el cielo quedando estático. Hasta los mismos apóstoles se quedan paralizados al verte postrado a sus pies... Pero dime Amor mío, ¿qué es lo que quieres? ¿Qué es lo que pretendes hacer con este acto tan humilde? ¡Humildad jamás vista y que jamás se volverá a ver!

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« ¡Ah, hijo mío! Quiero a todas las almas, y postrado a sus pies como un pobre mendigo, se las pido a cada uno con insistencia, y llorando tramo inventos de amor para llegar a hacerlas mías... Con este recipiente de agua mezclada con mis lágrimas y postrado a sus pies, quiero lavarlas de toda imperfección y prepararlas para recibirme en el sacramento que estoy por instituir. Es tan importante para mí este acto de recibirme en la Eucaristía, que no quiero confiarle este oficio ni a los ángeles y ni siquiera a mi querida Madre, sino que yo mismo quiero purificar las almas de mis apóstoles, hasta las partes más íntimas de su ser, para disponerlos a recibir el fruto del sacramento; y es también mi intención preparar en los apóstoles a todas las almas ».

« Quiero reparar todas las obras santas, la administración de los sacramentos, y especialmente todas las cosas hechas por los sacerdotes con espíritu de soberbia, vacías de espíritu divino y de desinterés. ¡Ah, cuántas obras buenas llegan a mí más para deshonrarme que para honrarme! ¡Más para hacerme sufrir que para complacerme! ¡Más para darme muerte que para darme vida! Estas son las ofensas que más me entristecen... ¡Oh alma!, numera todas las ofensas más íntimas que se me hacen, y con mis mismas reparaciones, repara y consuela mi Corazón lleno de amarguras ».

Afligido Bien mío, tu vida la hago mía y junto contigo quiero repararte por todas esas ofensas. Quiero entrar en los escondrijos más íntimos de tu Corazón divino y hacer una reparación con tu mismo Corazón por las ofensas más íntimas y secretas que recibes de tus hijos predilectos. Jesús mío, quiero seguirte en todo, y unido a ti, quiero hacer un recorrido por todas las almas que te recibirán en la Eucaristía, quiero entrar en sus corazones, y poniendo mis manos junto con las tuyas, ¡ah Jesús!, con esas mismas lágrimas tuyas mezcladas en el agua con la que les lavaste los pies a tus apóstoles, lavemos a las almas que te recibirán, purifiquemos sus corazones, prendámosles fuego, sacudamos de ellas el polvo con el que se han ensuciado para que cuando te reciban puedas hallar en ellas tus complacencias en lugar de amarguras.
Afectuoso Bien mío, pero mientras con toda atención les estás lavando los pies a tus apóstoles, te miro y veo que otro dolor traspasa tu Corazón santísimo: los apóstoles representan para ti a todos los futuros hijos de la Iglesia; cada uno de ellos representaba la serie de cada uno de los males que iban a existir en la Iglesia, y por lo tanto, la serie de cada uno de tus dolores: en uno las debilidades, en otro los engaños o las hipocresías o el amor desmedido a los intereses..., en San Pedro, el faltar a los buenos propósitos y todas las ofensas de los jefes de la Iglesia, en San Juan las ofensas de los que te son más fieles, en Judas a todos los apóstatas junto con toda la serie de los graves males cometidos por éstos.

Tu Corazón está sofocado por tanto dolor y por tu amor, tanto, que no pudiendo contenerte, te detienes a los pies de cada apóstol y lloras amargamente, oras y reparas por cada una de estas ofensas y pides para todos el remedio oportuno.

Jesús mío, también yo me uno a ti: hago mías tus oraciones, tus reparaciones y los remedios oportunos que has solicitado para cada alma. Quiero mezclar mis lágrimas con las tuyas para que nunca estés solo, sino que siempre me tengas contigo para dividir tus penas.

Pero mientras sigues lavando los pies de tus apóstoles, dulce Amor mío, veo que ya estás a los pies de Judas. Puedo oír tu respiro como sofocado... y veo que no solamente estás llorando, sino que sollozas, y que mientras estás lavando esos pies, los besas, te los estrechas al Corazón, y no pudiendo emitir palabra alguna porque el llanto te sofoca, lo miras con tus ojos hinchados por las lágrimas, y con el Corazón le dices:

« ¡Hijito mío, ah, te lo suplico con la voz de mis lágrimas, no te vayas al infierno! ¡Dame tu alma; postrado a tus pies te la pido! Dime, ¿qué es lo que quieres?, ¿qué es lo que pretendes? Te daré todo con tal de que no te pierdas. ¡Ah, evítame este dolor, a mí, tu Dios! ».

Y vuelves a estrechar sus pies a tu Corazón... Pero viendo la dureza de Judas, tu Corazón se ve en aprietos, tu amor te sofoca y estás a punto de desfallecer.

Corazón mío, Vida mía, déjame que te sostenga entre mis brazos. Me doy cuenta de que estos son los inventos de tu amor que usas con los pecadores obstinados... ¡Ah, Corazón mío!, mientras te compadezco y reparo por las ofensas que recibes de las almas que se obstinan en no querer convertirse, te suplico que recorramos juntos la tierra y en donde haya pecadores obstinados, démosle a cada uno tus lágrimas para enternecerlos, tus besos y tus abrazos de amor para encadenarlos a ti, de manera que ya no puedan huir de ti, y así te consueles por el dolor que te causó la perdición de Judas.


La Institución de la Santísima Eucaristía

Jesús mío, gozo y delicia mía, veo que tu amor corre, vuela. Con el Corazón lleno de dolor te levantas, y como que corres al altar en donde está preparado el pan y el vino para la consagración. Corazón mío, veo que tomas un aspecto totalmente nuevo y jamás visto; tu divina persona toma un aspecto tierno, amoroso, afectuoso; tus ojos resplandecen de luz más que si fueran soles, tu rostro encendido brilla, tus labios sonríen y arden de amor, y tus manos creadoras se disponen a crear. Amor mío, estás totalmente transformado; parece como si la divinidad se desbordara de tu humanidad. Corazón mío y Vida mía, Jesús, este nuevo aspecto tuyo jamás visto llama la atención de todos los apóstoles que subyugados por tan dulce encanto no se atreven ni siquiera a respirar. Tu dulce Madre corre en espíritu a los pies del altar, para contemplar los prodigios de tu amor. Los ángeles bajan del cielo y se preguntan unos a otros:
« ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¡Es una verdadera locura, un exceso inaudito! Un Dios que crea, no el cielo o la tierra, sino a sí mismo, ¿y dónde? Dentro de la materia vilísima de poco pan y poco vino ».
Y mientras que todos están a tu alrededor, ¡oh Amor insaciable!, veo que tomas el pan entre tus manos, se lo ofreces al Padre y oigo tu dulcísima voz que dice:


« Padre Santo, te doy gracias porque siempre escuchas a tu Hijo. Padre mío, concurre conmigo. Tú un día me enviaste del cielo a la tierra para que me encarnara en el seno de mi Madre y viniera a salvar a nuestros hijos; ahora permíteme que me encarne en cada hostia para poder continuar su salvación y ser vida de cada uno de mis hijos... ¡Mira, oh Padre!, me quedan pocas horas de vida, ¿quién tendrá corazón para dejar a mis hijos huérfanos y solos? Sus enemigos son muchos: las tinieblas, las pasiones, las debilidades a las que están sujetos... ¿Quién podrá ayudarlos? ¡Ah, te lo suplico, déjame que me quede en cada hostia para ser vida de cada uno de ellos! Para poner en fuga a sus enemigos y ser para ellos luz, fuerza y ayuda en todo. De lo contrario, ¿a dónde irán?, ¿quién los ayudará? Nuestras obras son eternas, mi amor es irresistible, no puedo ni quiero dejar a mis hijos ».


Y el Padre, al oír la voz tierna y afectuosa de su Hijo, se enternece, desciende del cielo y se encuentra ya sobre el altar junto con el Espíritu Santo para concurrir con su Hijo. Y Jesús, con voz fuerte y conmovedora, pronuncia las palabras de la consagración, y sin dejarse a sí mismo, se crea a sí mismo en ese pan y en ese vino... Y después te das en la Comunión a tus apóstoles y creo que nuestra querida Madre Celestial no se quedó sin recibirte. ¡Ah, Jesús, los cielos se inclinan reverentes y todos te hacen un acto de adoración en este nuevo estado tuyo de profundo anonadamiento!

Pero mientras tu amor queda complacido y satisfecho, ¡oh dulce Jesús!, no teniendo ya nada más que hacer, veo, ¡oh Bien mío!, que sobre el altar, entre tus manos, se encuentran todas las hostias consagradas que se perpetuarán hasta el fin de los siglos, y en cada hostia veo que está desplegada toda tu dolorosa pasión, pues las criaturas, a los excesos de tu amor, preparan excesos de ingratitudes y de enormes delitos. Y yo, Corazón de mi corazón, quiero estar siempre junto contigo en cada sagrario, en todos los copones y en cada hostia consagrada que llegará a tener existencia hasta el final del mundo, para poder ofrecerte mis actos de reparación conforme a las ofensas que recibes.
Por eso, Corazón mío, me pongo junto a ti y beso tu frente majestuosa. Pero al besarte siento en mis labios el dolor de las espinas que coronan tu cabeza, porque en esta hostia santa, ¡oh Jesús mío!, no es que te evitan ser coronado de espinas como en la pasión. Veo que las criaturas vienen ante tu presencia sacramental, y en vez de ofrecerte el homenaje de sus pensamientos, te ofrecen sus malos pensamientos, y tú bajas de nuevo la cabeza como en la pasión, para recibir las espinas de los malos pensamientos que las criaturas tienen ante tu presencia sacramental. ¡Oh Amor mío!, también yo contigo bajo la cabeza para compartir tus penas, y pongo todos mis pensamientos en tu mente para sacarte estas espinas que te causan tanto dolor, y quiero que cada uno de mis pensamientos fluya en cada uno de los tuyos para hacerte un acto de reparación por cada pensamiento malo de las criaturas y endulzar así tus pensamientos afligidos.


Jesús, Bien mío, beso tus hermosos ojos. En esta hostia santa, con esos ojos tuyos llenos de amor, estás en espera de todos aquellos que vienen a tu presencia para mirarlos con tus miradas de amor y así ser correspondido con el amor de sus miradas amorosas. Pero, ¡cuántos vienen ante ti, y en lugar de verte y buscarte a ti, se ponen a ver cosas que los distraen de ti quitándote el gusto de intercambiar tus miradas con las suyas y tú lloras! Por eso, al besarte, siento que mis labios se mojan con tus lágrimas. ¡Ah, Jesús mío, no llores!, quiero poner mis ojos en los tuyos para compartir tus penas y llorar junto contigo y hacer una reparación por todas las miradas distraídas, ofreciéndote mis miradas teniéndolas siempre fijas en ti.

Jesús, Amor mío, beso tus santísimos oídos. Con mucha atención quieres escuchar lo que las criaturas quieren de ti para consolarlas, y sin embargo, ellas hacen llegar a tus oídos oraciones mal hechas, llenas de aprensiones y sin verdadera confianza; oraciones hechas, en su mayoría, por rutina y sin vida; y tus oídos en esta hostia santa se sienten molestados más todavía que durante tu pasión. ¡Oh Jesús mío!, quiero tomar todas las armonías del cielo y ponerlas en tus oídos para repararte por esas molestias; quiero poner mis oídos en los tuyos, no sólo para compartir estas molestias, sino para estar siempre atento a lo que quieres, a lo que sufres, y ofrecerte inmediatamente mi reparación y consolarte.


Jesús, Vida mía, beso tu santísimo rostro y veo que está todo ensangrentado, pálido e hinchado. ¡Ah!, las criaturas vienen ante tu presencia en esta hostia santa y con sus posturas indecentes y las malas conversaciones que hacen ante ti, en vez de honrarte, te dan bofetadas y te escupen, y tú, como en la pasión, lleno de paz y con tanta paciencia, lo recibes y lo soportas todo... ¡Oh Jesús mío!, no solamente quiero poner mi rostro junto al tuyo para acariciarte y besarte cuando te den de bofetadas y limpiarte los salivazos cuando te escupan, sino que quiero ponerlo en tu mismo rostro, para compartir contigo estas penas; más aún, quiero hacer de mi ser tantos diminutos pedacitos, para ponerlos ante ti como estatuas arrodilladas incesantemente y repararte tantos deshonores que recibes en tu presencia sacramental.

Jesús mío, beso tu dulcísima boca, ¡ah!, veo que al entrar en el corazón de las criaturas, el primer sitio en el que te apoyas es sobre la lengua. ¡Qué amargura sientes al hallar tantas lenguas mordaces, impuras y malas! Sientes como que te sofocas cuando te hallas en esas lenguas, y peor aún cuando desciendes a sus corazones. ¡Oh Jesús!, si me fuera posible, quisiera encontrarme en la boca de cada criatura para endulzarte y repararte cualquier ofensa que recibas.
Fatigado Bien mío, beso tu santísimo cuello y veo que estás cansado, agotado y del todo ocupado en tu quehacer de amor. Dime, ¿qué haces?

Y Jesús: « Hijo mío, trabajo desde la mañana hasta la noche formando continuas cadenas de amor, para que cuando las almas vengan a mí, encuentren ya preparada mi cadena de amor que las encadenará a mi Corazón. Pero, ¿sabes qué es lo que me hacen? Muchos toman a mal mis cadenas y se liberan de ellas por la fuerza y las rompen, y puesto que estas cadenas están atadas a mi Corazón, yo me siento torturado y deliro; y mientras hacen pedazos mis cadenas, haciendo que todo el trabajo que hago en este sacramento fracase, ellos en cambio buscan las cadenas de las criaturas incluso ante mi presencia, sirviéndose de mí para lograr su intento. Todo esto me causa tanto dolor que me sube la fiebre violentamente al grado que me hace desfallecer y delirar ».
¡Cuánto te compadezco, oh Jesús! Tu amor se siente extremadamente agobiado, ¡ah!, para consolarte por tu trabajo y para hacer una reparación cuando rompen tus cadenas de amor, te suplico que encadenes mi corazón con todas esas cadenas, para poder ofrecerte por todos mi correspondencia de amor.
Jesús mío, Arquero Divino, beso tu pecho; es tanto y tan grande el fuego que contiene, que para darle un poco de desahogo a sus llamas que se elevan demasiado alto, tú, queriendo descansar un poco de tu trabajo, quieres también ponerte a jugar en el sacramento. Y tu juego es hacer flechas, dardos y saetas, para que cuando las criaturas vengan a ti, tú te pongas a jugar con ellas, haciendo salir de tu pecho tus flechas para enamorarlas, y cuando las reciben te pones de fiesta y tu juego está hecho; pero muchos, ¡oh Jesús!, las rechazan, correspondiéndote con flechas de frialdad, dardos de tibieza y saetas de ingratitud, y tú quedas tan afligido que lloras porque las criaturas hacen que tu juego de amor fracase. ¡Oh Jesús, aquí está mi pecho dispuesto a recibir no solamente las flechas destinadas para mí, sino también las que los demás rechazan, de modo que tus juegos ya no volverán a fracasar, y para corresponderte quiero repararte por todas las frialdades, las tibiezas y las ingratitudes que recibes!

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¡Oh Jesús!, beso tu mano izquierda y quiero reparar por el uso del tacto ilícito y no santo hecho en tu presencia y te ruego que con esta mano me tengas siempre abrazado a tu Corazón.
¡Oh Jesús!, beso tu mano derecha, queriendo reparar por todos los sacrilegios, en modo particular por las Santas Misas mal celebradas. ¡Amor mío, cuántas veces te ves forzado a bajar del cielo a las manos del sacerdote, que en virtud de la potestad que le has dado te llama, y al venir encuentras sus manos llenas de fango y de inmundicia, y aunque tú sientes la nausea de estar en esas manos, tu amor te obliga a permanecer en ellas...! Es más, en ciertos sacerdotes es peor, porque encuentras en ellos a los sacerdotes de tu pasión, que con sus enormes delitos y sacrilegios renuevan el deicidio. Jesús mío, es espantoso el sólo pensar que una vez más, como en la pasión, te encuentras en esas manos indignas como un manso corderito aguardando de nuevo tu muerte. ¡Ah Jesús, cuánto sufres! ¡Cómo quisieras una mano amante que te liberara de esas manos sanguinarias! Te suplico que cuando te encuentres en esas manos hagas que yo también me encuentre presente para hacerte una reparación. Quiero cubrirte con la pureza de los ángeles, quiero perfumarte con tus virtudes para contrarrestar la pestilencia de esas manos y ofrecerte mi corazón para que encuentres ayuda y refugio, y mientras estés en mí yo te pediré por los sacerdotes para que sean dignos ministros tuyos, y por lo tanto para que no vuelvan a poner en peligro tu vida sacramental.


¡Oh Jesús!, beso tu pie izquierdo y quiero reparar por quienes te reciben por pura rutina y sin las debidas disposiciones.
¡Oh Jesús!, beso tu pie derecho y te reparo por quienes te reciben para ultrajarte. Cuando se atrevan a hacerlo, te suplico que repitas el milagro que hiciste cuando Longinos te atravesó el Corazón con la lanza, que al flujo de aquella sangre que brotó, al tocarle los ojos lo convertiste y lo sanaste; así también, que cuando se acerquen a comulgar, apenas los toques sacramentalmente, conviertas sus ofensas en amor.


¡Oh Jesús!, beso tu Santísimo Corazón, el cual es el centro en el que confluyen todas las ofensas, y quiero repararte por todo y por todos correspondiéndote con mi amor, y estando siempre unido a ti quiero compartir tus penas. ¡Ah, te suplico, Celestial Arquero de amor, que si se me escapa ofrecerte mis reparaciones por alguna ofensa, me tomes prisionero en tu Corazón y en tu Voluntad, para que no se me pueda escapar nada! Le pediré a nuestra dulce Madre que me mantenga alerta y junto con ella repararemos por todo y por todos; juntos te besaremos y te defenderemos alejando de ti todas las oleadas de amarguras que por desgracia recibes de parte de las criaturas.
¡Ah Jesús!, recuerda que yo también soy un pobre encarcelado, aunque es cierto que tu cárcel es más estrecha, cual lo es el breve espacio de una hostia; por eso, enciérrame en tu Corazón y con las cadenas de tu amor, quiero que no solamente me encadenes, sino que ates uno por uno mis pensamientos, mis afectos, mis deseos; inmovilízame las manos y los pies encadenándolos a tu Corazón, para no tener más manos ni pies que los tuyos. De manera que mi cárcel ha de ser tu Corazón; mis cadenas, el amor; las rejas que absolutamente me impedirán salir, tu Voluntad Santísima y sus llamas, mi alimento, mi respiro, mi todo; así que ya no volveré a ver otra cosa que llamas, ni volveré a tocar más que fuego, el cual me dará vida y muerte, tal como tú la sufres en la hostia y así te daré mi vida. Y mientras yo me quedaré prisionero en ti, tú quedarás libre en mí. ¿No ha sido ésta tu intención al haberte encarcelado en la hostia, el ser desencarcelado por las almas que te reciben, recibiendo tú la vida en ellas? Por eso, como muestra de tu amor, bendíceme y dame un beso, y yo te abrazo y me quedo en ti.
¡Oh mi dulce Corazón!, veo que después de haber instituido el Santísimo Sacramento y de haber visto la enorme ingratitud y las ofensas de las criaturas ante los excesos de tu amor, a pesar de que quedas herido y amargado, no retrocedes, al contrario, quisieras ahogarlo todo en la inmensidad de tu amor.

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Te veo, oh Jesús, que te das a ti mismo a tus apóstoles en la Comunión, y después les dices que lo que tú has hecho ellos también lo deben hacer, dándoles así la potestad de consagrar; de éste modo los ordenas sacerdotes e instituyes otros sacramentos. De manera que piensas en todo y reparas por todo: por las predicaciones mal hechas, por los sacramentos administrados y recibidos sin las debidas disposiciones y que por lo tanto quedan sin producir sus efectos, por las vocaciones equivocadas de los sacerdotes, sea por parte de ellos que por parte de quienes los ordenan sin haber usado todos los medios para conocer las verdaderas vocaciones. ¡Ah, Jesús, no se te olvida nada y yo quiero seguirte y repararte por todas estas ofensas!


Y así, después de haber hecho todo, te encaminas hacia el huerto de Getsemaní en compañía de tus apóstoles, para dar inicio a tu dolorosa pasión. Yo te seguiré en todo para hacerte fiel compañía.

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De las 9 a las 10 de la noche 
La Cena Eucarística

Reflexiones y prácticas.

Jesús está escondido en la hostia para darle la vida a todos y en su ocultamiento abraza todos los siglos y da luz a todos. Así también nosotros, escondiéndonos en él, con nuestras reparaciones y oraciones daremos luz y vida a todos, incluso a los mismos herejes e infieles, porque Jesús no excluye a nadie.

¿Qué hacer mientras nos escondemos? Para hacernos semejantes a Jesucristo debemos esconder todo en él, es decir, pensamientos, miradas, palabras, latidos, afectos, deseos, pasos y obras, y hasta nuestras oraciones debemos esconderlas en las de Jesús. Y así como nuestro amante Jesús en la Eucaristía abraza todos los siglos, también nosotros los abrazaremos; abrazados a él seremos el pensamiento de cada mente, la palabra de cada lengua, el deseo de cada corazón, el paso de cada pie, el obrar de cada brazo. Haciendo esto apartaremos del Corazón de Jesús el mal que las criaturas quisieran hacerle, tratando de sustituir todo el mal con el bien que podremos hacer, de modo que incitemos a Jesús a darles a todas las almas salvación, santidad y amor. Nuestra vida, para corresponder a la vida de Jesús, debe estar totalmente uniformada a la suya. El alma, con la intención, debe hallarse en todos los tabernáculos del mundo, para hacerle compañía a Jesús constantemente y ofrecerle alivio y reparación incesante y así, con esta intención, debemos hacer todas nuestras acciones del día.


El primer tabernáculo somos nosotros, nuestro corazón; por eso es necesario que estemos muy atentos a todo lo que el buen Jesús quiera hacer en nosotros. Muchas veces, Jesús, estando en nuestro corazón, nos hace sentir la necesidad de la oración. Es él mismo que quiere orar y que quiere que estemos con él, casi fundiéndonos en él, con nuestra voz, con nuestros afectos, con todo nuestro corazón, para hacer que nuestra oración sea una sola con la suya. Así, para honrar la oración de Jesús, estaremos muy atentos en prestarle todo nuestro ser, de manera que pueda elevar al cielo su oración por medio de nosotros para hablar con su Padre y para renovar en el mundo los efectos de su misma oración.
También es necesario que estemos atentos a cada movimiento de nuestro interior, porque Jesús a veces nos hace sufrir, otras veces quiere que oremos o nos hace sentir un cierto estado de ánimo y luego otro diferente, todo para poder repetir en nosotros su misma vida.

Supongamos que Jesús nos ponga la ocasión de ejercitarnos en la paciencia: él recibe tales y tantas ofensas de parte de las criaturas, que se siente obligado a echar mano de los flagelos divinos para castigar a las criaturas, y es entonces cuando nos da la ocasión de ejercitar la paciencia, de manera que nosotros debemos honrarlo soportando todo en paz tal como lo soporta Jesús, y así nuestra paciencia le arrebatará de la mano los flagelos que las demás criaturas atraen sobre sí mismas, porque en nosotros él ejercitará su misma paciencia divina. Y como con la paciencia, así también con las demás virtudes. Jesús amante, en el Sacramento de la Eucaristía, ejercita todas las virtudes y nosotros obtendremos de él la fortaleza, la mansedumbre, la paciencia, la tolerancia, la humildad, la obediencia, etc.


Nuestro buen Jesús nos da su propia carne como alimento y nosotros como alimento le daremos amor, le daremos nuestra voluntad, nuestros deseos, nuestros pensamientos y nuestros afectos; así competiremos en amor con Jesús. No dejaremos entrar nada en nosotros sino solamente a él, de manera que todo lo que hagamos debe servir para alimentar a nuestro amado Jesús. Nuestro pensamiento debe alimentar el pensamiento divino, es decir, pensando que Jesús está escondido en nosotros y que quiere como alimento nuestros pensamientos; de modo que pensando santamente, alimentaremos el pensamiento divino. La palabra, los latidos del corazón, los afectos, los deseos, los pasos que damos, las obras que hacemos, todo debe servir para alimentar a Jesús y debemos poner la intención de alimentar en Jesús a todas las criaturas.

« ¡Oh dulce Amor mío!, tú en esta hora transubstanciaste el pan y el vino en ti mismo; ¡Ah, haz oh Jesús, que todo lo que yo diga y haga, sea una continua consagración tuya en mí y en las almas! ».

« Dulce Vida mía, cuando vengas a mí, haz que cada uno de los latidos de mi corazón, cada deseo, cada afecto, cada pensamiento y cada palabra, pueda sentir la potencia de la consagración sacramental, de manera que, consagrado todo mi ser, se transforme en hostia viva para darte a las almas ».

« ¡Oh Jesús, dulce Amor mío!, haz que yo sea tu pequeña hostia para que como hostia viva pueda encerrarte totalmente en mí ».