El adulterio
25 de septiembre de 1943. Dictado a María Valtorta.
Dice Jesús:
“Puede causarte asombro el que te hable a ti, que eres
célibe, de este tema. Pero tú no eres sino la “portavoz” y por ello debes
sujetarte a transmitir cualquier cosa. Lo que digo ahora sirve a los demás.
Sirve para corregir uno y más errores, cada vez más arraigados en el mundo.
El mundo se divide en dos grandes categorías. La primera,
que es amplísima, es la de los sin escrúpulos de ninguna clase: ni humanos ni
espirituales. La segunda es la de los piadosos, la cual, sin embargo, se
subdivide en otras dos clases: la de los justamente piadosos y la de los
pequeñamente piadosos. Hablo a la primera gran categoría y a la segunda clase
de la segunda categoría.
El matrimonio no está condenado por Dios, tanto es así que
Yo he hecho de él un sacramento. Y aquí no hablo ni siquiera del matrimonio
como sacramento, sino del matrimonio como enlace, como Dios Creador lo ha hecho
creando hombre y mujer para que se unieran formando una sola carne, que una vez
unida ninguna fuerza humana puede separar, ni debe separar.
Yo, viendo vuestra dureza de corazón, cada vez más dureza,
he cambiado el precepto de Moisés sustituyéndole con el sacramento. El fin de
mi acto era ayudar a vuestra alma de cónyuges contra vuestra carnalidad de
animales y un freno contra vuestra ilícita facilidad de repudiar lo que antes
habéis elegido para pasar a nuevos cónyuges ilícitos, con daño de vuestras
almas y de las almas de vuestras criaturas.
Se equivoca tanto quien se escandaliza de una ley creada por
Dios para perpetuar el milagro de la creación –y generalmente éstos no son los
más castos sino los más hipócritas, porque los castos no ven en el enlace sino
la santidad del fin, mientras que los otros piensan en la materialidad del acto-
como quien con ligereza culpable cree poder sobrepasar impunemente mi
prohibición de pasar a nuevos amores, cuando el primero no ha sido deshecho por
la muerte.
Adúltero y maldito es ese viviente que separa una unión
antes querida, por capricho de la carne o por intolerancia moral. Que si él o
ella dicen que el cónyuge es ahora para ellos causa de peso y repugnancia, Yo
digo que Dios ha dado al hombre reflexión e inteligencia para que la usen, y
mucho más para que la usen en casos de tan grave importancia como es la
formación de una nueva familia; Yo digo aún que, si en un primer momento se ha
errado por ligereza o por cálculo, es necesario después soportar las
consecuencias para no crear mayores desgracias que recaen especialmente sobre
el cónyuge más bueno y sobre los inocentes, llevados a sufrir más de lo que la
vida conlleva, y a juzgar a los que Yo he hecho injuzgables por precepto: el
padre y la madre. Digo en fin que la virtud del sacramento, si fuerais
verdaderos cristianos y no los bastardos que sois, debería actuar en vosotros,
cónyuges, para hacer de vosotros una sola alma que se ama en una carne sola y
no dos fieras que se odian atadas a una misma cadena.
Adúltero y maldito es ese viviente que con engaño obsceno
tiene dos o más vidas conyugales y vuelve al lado del otro cónyuge y al lado de
los inocentes con la fiebre del pecado en la sangre y el olor del vicio sobre
los labios mentirosos.
Nada os hace lícito ser adúlteros. Nada. Ni el abandono o la
enfermedad del cónyuge, y mucho menos su carácter más o menos odioso. La
mayoría de las veces es vuestro ser lujuriosos lo que os hace ver odioso al
compañero o compañera. Lo queréis ver tal para justificar ante vosotros mismos
vuestro vergonzoso obrar que la conciencia reprocha.
Yo he dicho, y no cambio mi decir, que es adúltero no sólo
quien consuma el adulterio, sino quien desea consumarlo en su corazón porque
mira con hambre de sentidos a la mujer o al hombre no suyo.
Yo he dicho, y no cambio mi decir, que es adúltero quien con
su modo de actuar pone en condiciones de ser a su vez adúltero al otro cónyuge.
Dos veces adúltero, responderá por su alma perdida y por la que ha llevado a
perderse con su indiferencia, descuido, villanía e infidelidad.
A todos éstos incumbe la maldición de Dios, y no creáis que
esto sea un modo de hablar.
El mundo se quiebra en ruinas porque antes se han arruinado
las familias. El río de sangre que os sumerge ha tenido los diques de contención
resquebrajados por vuestros vicios singulares que han empujado a gobernantes
más o menos grandes –de los jefes de estado a los jefes de pueblecitos- a ser
ladrones y prepotentes para tener moneda y lustre para sus codicias.
Mirad la historia del mundo: está llena de ejemplos. La
lujuria está siempre en la triple combinación que provoca el surgir de vuestras
ruinas. Han sido destruidos estados enteros, naciones desarraigadas del seno de
la Iglesia, grietas seculares creadas para escándalo y tormento de razas por el
hambre de carne de los gobernantes.
Y es lógico que sea así. La codicia extingue la Luz del
espíritu y mata la Gracia. Sin Gracia y sin Luz no os diferenciáis de las
bestias y por eso cometéis acciones de bestias.
Hacedlas, si así os gusta. Pero recordad, viciosos que
profanáis las casas y los corazones de los hijos con vuestro pecar, que Yo veo
y recuerdo y os espero. En la mirada de vuestro Dios, que amaba a los niños y
ha creado para ellos la familia, veréis una luz que no quisierais ver y que os
fulminará”.
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