El mundo está reviviendo el pecado de los
ángeles. El “non serviam” que fue el grito de rebelión de Luz cuando enterado
de la Encarnación del Verbo, le negó el acatamiento y la adoración que le eran
debidas a su Persona Divina, aún en su naturaleza humana. Se auto-contempló.
Vio su hermosura, su inteligencia, su poder, su gloria y su felicidad. Pese a
tantos dones recibidos en el orden sobrenatural, no supo – o no quiso –
reconocer al Hijo que se haría hombre por amor a la pobre humanidad caída. Y se
rebeló con aquella frase que es la síntesis de la soberbia endiosada, y que han
repetido a través de los siglos todos aquellos que se atribuyeron como propios
los bienes recibidos: “Non serviam”.
Todos conocemos la historia y sus consecuencias. Eso
fue el principio. Pero he aquí que la historia se repite. Y cuando la vida de
los tiempos toca a su fin, retorna Lucifer a lanzar su reto a la Persona del
Verbo. En esta batalla final anunciada en el Apocalypsis, revelada por Dios a
los profetas de todos los tiempos, y contemplada por muchos santos videntes de
nuestra época materialista, vemos a Satanás con su soberbia irredenta, llevar
nuevamente la guerra a Jesucristo.
Sabe de antemano que su causa está perdida. Conoce
que nada podrá contra la omnipotencia de la Divinidad. No ignora que el ímpetu
de sus furias se estrellará eternamente contra los muros de su cárcel infernal.
Sabe que esa roca inconmovible en sus cimientos, que es la Iglesia de Cristo,
sobrevivirá rejuvenecida después de este temporal – que como los pasados -
la sacude y la azota despiadadamente… Hoy en día hay momentos en los que
a los católicos nos parece percibir el eco de sus blasfemias, y hasta palpar su
presencia real, como si se hubiera encarnado en algunos de sus corifeos. Lo que
se ha olvidado, es que después de disipadas las sombras del calvario, amaneció
el día de la resurrección; que al morir Cristo en la Cruz venció a la muerte;
que del encierro de su sepulcro, hizo brotar la vida; y que, como dice un
pensador católico: “cada dolor de la Iglesia, es un anticipo de su gloria”.
¿Cuándo comenzó esta batalla contra Cristo,
directamente contra Él? Quiero limitarme por una elemental prudencia hacia mis
lectores al momento actual. La lucha entre el cielo y el infierno es desde
siempre. Desde el “non serviam”, hasta el día del juicio universal. Pero,
como digo, voy a limitarme a la época en que para mal de nusetras almas y de
nuestra salud, nos ha tocado la suerte de vivir.
El demonio – dogma de fe – que no perdió en su caída
su naturaleza ni su inteligencia angélica, hace ya muchos… muchos años, que
comprendió la inutilidad de llevar de frente la guerra contra Dios. Ello
producía reacciones en los fieles que sacaban la cara en su defensa, y se lanzó
por los atajos. Pero llegaba un momento, en que el enfrentamiento con Dios era
inevitable. Eso lo condenaba al fracaso de su obra, que no es otra que arrancar
de las manos de Cristo las almas rescatadas con su redención, ya que nada podía
contra Él. Y fue a partir de entonces, que modificó todos sus planes. Usando el
diccionario post-conciliar, yo diría que fue el primero en “promoverse”…
Piensa que su obra será más eficaz de adentro hacia afuera, que a la inversa. Y
así mata dos pájaros de un tiro. Primero destruye por dentro el edificio, y
luego visitiendo el ropaje de la oveja, conquistará las almas que no sepan
descubrir al lobo bajo el disfraz del manso cordero. “Guardaos de los
falsos profetas que vienen a vosotros con vestidos de oveja, y por dentro son
lobos feroces”(Mat.7 15-21).
La tarea fue fácil. Tan fácil, que arrastró no sólo
almas ingenuas, sino, incluso, las sacerdotales y religiosas, y hasta algunas
altas jerarquías que corrieron tras esos falsos profetas“que predican doctrinas
que halagan sus pasiones” (2da carta de San Pablo a Timoteo, Cap. 4 3-4-)
Estando en esta tarea, se le brinda una maravillosa
oportunidad. El Papa ha convocado un Concilio para reajustar todo aquello
de origen eclesiástico que precisaba ser reconsiderado. Introduce en
él, esos corifeos de qu hablaba al principio. Y él mismo, revestido de padre
conciliar, se instala en el aula y participa en sus deliberaciones. Presiona.
Hace propaganda. Busca votos. Desconcierta. Y casi diría, atemoriza.
Por eso “aquello que debió ser un nuevo amanecer
para la Iglesia, como lo recordara no hace mucho el propio Pontífice, se trocó
en oscuridad y confusión, como si el propio demonio hubiera introducido sus
manejos”.
Nadie que haya seguido paso a paso las sesiones del
Vaticano II, puede sorprenderse de las reflexiones del Papa. Lo único realmente
desconcertante, es que se haya precisado el paso de ocho largos años desde su
clausura, para apercibirse de sus consecuencias. Pasados por alto mil detalles
que daban la pauta de la trama que se tejía, abreviaré para decir que allí, en
ese aula conciliar, tuvo lugar el ultimátum del demonio. Allí comenzó este
combate final del anticristo.
La primer manifestación externa, fue la furia
iconoclasta que se desató en el campo católico… En nombre de las reformas
litúrgicas y de la pobreza evangélica, se destruyeron los altares y las
imágenes, incluyendo las maravillas del arte de los siglos insolentemente
llamados obscurantistas. Los enviados de Satanás, se lanzaron por el mundo a
predicar – lo que llamaron y siguen llamando – el “nuevo evangelio”.
Inconcebible audacia en quienes sabían, y saben, que nada de origen Divino
puede ser tocado ni cambiado. Bien claramente se los dice San Juan en su
Apocalypsis: “si alguno quita algo de las palabras de este libro, Dios le
quitará su parte en el árbol de la vida” (Apoc. 22, 19). Vale decir, que
según la amenaza del Evangelista, todo aquel que toque una palabra verá su
nombre borrado del libro de la vida. No obstante, se sostuvieron falsas
doctrinas. Se disfrazaron de virtud muchos errores, se pretendió en nombre del
“aggiornamiento” demoler y destruir todo lo que estaba constituido, y se
terminó poniendo un cerco a la Persona del Verbo y a todo cuanto le pertenece:
Su Santísima Madre, su Iglesia, su Eucaristía, su sacerdocio, sus Sacramentos,
su Primado, y hasta la Santa Misa.
Por eso, después de las palabras de Juan, causa
espanto escuchar ciertas interpretaciones, traducciones y homilías, donde las
verdades evangélicas se barajan como los naipes en manos de un jugador
tramposo, y donde no se sabe qué admirar más, si la ignorancia teológica, o el
desconocimiento total del diccionario…
¡Sí! Este lamentable confusionismo en que vivimos, es
el prolegómeno de la lucha final del anticristo. Estas son las avanzadas del
demonio, que a fuerza de ser el “simio” de Dios – como alguien lo
llamara – quería tener también sus precursores. Hay una diferencia. El de
Cristo, fue “el más grande profeta nacido de mujer, y su voz clamaría en
el desierto”. Los de Satanás son muchos, que no tienen nada de de santos ni de
profetas. Son sólo trompetistas que atronan día y noche nuestros pobres oídos
con voces altisonantes, haciendo afirmaciones de fabricación casera, que luego
tienen la audacia de querer rotular como si fueran decretos conciliares.
Evidentemente ¡subestiman a “sus hermanos”! o queriendo rasar todo y a
todos, los ponen en un mismo nivel de ignorancia religiosa. Fomentan el odio de
clases en nombre de la caridad cristiana; incitan a la rebelión – primogénito
pecado – llamando prejuicios a los principios y libertad al libertinaje. Apegan
los corazones a la tierra, como si ella fuera lo definitivo, y se permiten
hacer discriminaciones entre réprobos y elegidos, dentro mismo del seno de la
Iglesia, en olvido absoluto de su catolicidad. Predican el desarrollo
económico, el confort, el bienestar, sin tener en cuenta para nada, el
sub-desarrollo espiritual de nuestras almas. Plagiando al padre Laburu, diría
que predican una religión “amerengada”… Por eso arrastran a las multitudes
que siguen a la Bestia.
Hay entre estos satélites de Satanás algunos
ciegos “que tienen ojos y no ven”. Hay débiles incapaces de aferrarse a
sus principios para capear el temporal. Hay ignorantes con psicología de rebaño
que se deja conducir con mansedumbre vacuna. Hay víctimas inocentes, que son
las más sencillas y los jóvenes sin experiencia. Hay niños…, muchos niños, que
a fuerza de serlo, y como en el cuento de Caperucita, no sabrán descubrir al
lobo en la figura de la abuela, hasta que éste los haya devorado.
Pero también los hay – y no pocos – cobardes mercenarios.
Hay Judas y Pilatos. Hay Sanhedríam, y hay “sinagoga de Satanás”.
Para alcanzar éxito, el demonio sabe que antes hay
que destruir la Iglesia de Cristo, matar la devoción a María nuestra Madre,
destrozar el primado, pisotear los Sacramentos, y corromper el sacerdocio.
Tal vez podamos ir analizando poco a poco estas
pertenencias de Cristo – para demostrar, cómo, a imitación de las guardias
pretorianas finalmente, el manto de su Realeza. (“Repartieron entre sí mis
vestiduras y sobre mi túnica echaron suertes” Jn.19, 24). Desnudo ya el
Señor, como en la cumbre del Calvario, sólo resta poner nuestras sacrílegas
manos sobre su Divinidad. La tarea ha comenzado con la Eucaristía. Y si esto no
se detiene a tiempo y con suprema energía, nada sería de extrañar que las
futuras generaciones lo vean despojado de su Mesianismo y de su Filiación
Divina. Quiera Dios que me equivoque.
Lo más peligroso, es que esta campaña, este satanismo
que nos invade, y cuyo ídolo moderno es el Hombre – con mayúscula – se hace en
nombre de virtudes reales: paz, caridad cristiana, “fraternidad universal” –
con un dejo de masonería – tolerancia, comprensión, etc.
Ese día – si llega – nos encontraremos con que, lejos
de atraer a los ajenos, habremos perdido a los propios.
Aún aquellos que profesan otros credos perderán todo
su respeto hacia una iglesia* que ya no tiene Martiriologio ni Santoral.
Una iglesia que pacta con el mundo. Que dicta normas de economía política y
tratados de sociología, pero que ha desterrado en la práctica, la Teología, la
Moral, la Ascética y la Mística, que fueron los muros impenetrables que durante
dos mil años custodiaron el Tabernáculo y la integridad de la Doctrina.
Amalia de Estrada de Shaw
*Naturalmente esta iglesia con minúscula, no tiene nada que
ver con la verdadera Iglesia de Cristo, aunque cuente con un aparato
eclesiástico “católico”.
Revista ROMA - Año VIII - N°35 - Bs. As., Agosto de 1974.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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