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Por RORATE CÆLI -23/11/2014


sábado, 14 de julio de 2018







Como Vara de Almendro


Por Antonio José Sánchez Sáez



I.INTRODUCCIÓN

En este artículo queremos resumir brevemente qué es el milenarismo espiritual, la doctrina tradicional de la Iglesia durante los cinco primeros siglos de nuestra era en relación con la Parusía y el Reino de Cristo; recordarla y aclararla, defendiéndola de aquéllos que creen, por ignorancia, que es herética porque la confunden con el milenarismo carnal, craso o quiliástico. 

 
Santos Padres latinos.

El milenarismo espiritual es la doctrina revelada por el Espíritu Santo en el Apocalipsis, las Cartas de San Pablo, San Juan y de San Pedro y concordantes. Ésta fue la doctrina seguida por el mismísimo San Juan – como nos contaron sus discípulos Policarpo, Papías y San Ireneo -, por los apóstoles de Cristo (como se comprueba en la Didajé) y por la completa unanimidad de los santos padres de la Iglesia hasta San Agustín. Basta leer la Patrística latina de Jacques Paul Migne para confirmarlo.

¿Quién se atreverá a condenarla, cuando la misma Escritura la confiesa en cientos de lugares y los santos y los mártires la escucharon de la boca de San Juan? Nadie. Nunca fue condenada ni nunca podrá serlo porque es la interpretación auténtica, confirmada por Cristo y sus apóstoles (como ahora veremos) en relación con la Parusía y el subsiguiente Reino de Dios en la Tierra y, sin duda, sería la interpretación más seguida dentro de la Iglesia desde entonces si no hubiera mediado un episodio concreto en el s. V, que luego describiremos. 

Desde la segunda etapa de San Agustín (en su primera etapa fue también milenarista, como no podía ser de otra forma) hasta ahora la mayoría de Iglesia profesa una interpretación alegórica forzadísima de Apoc. XX y de todas las alusiones bíblicas que hablan de las dos resurrecciones y del Reino de Cristo en la Tierra tras su Parusía, contradiciendo su literalidad. Desde el s. V en adelante la Iglesia ha aventurado una interpretación alegórica para interpretar los acontecimientos fundamentales de los tiempos finales, interpretación que no es oficial ni dogmática sino libre, hasta el punto en que muchos de los más grandes teólogos de la historia han seguido siendo fieles a la interpretación tradicional del milenarismo espiritual, como Cornelio a Lapide (s. XVI), Charles Arminjon (s. XIX) o los padres José Rovira, Florentino Alcañiz, Orlandis o Benjamín Sánchez (s. XX), entre otros muchos.

Muchos herejes hubo antes (Cerintos, Nepos, Caio, etc.) y después del s. V d. C (los anabaptistas, Joaquín de Fiore, testigos de Jehová, etc.)  propugnadores del milenarismo craso o carnal, herejía tremenda justamente condenada por la Iglesia. Fueron condenados como herejes por profesar ese milenarismo torcido. De forma que hoy en día muchos consideran, por ignorancia, que el milenarismo es herético sencillamente porque tienen en mente el milenarismo de estos herejes. Y aquí está la tragedia: que al no distinguir entre el milenarismo malo y el milenarismo ortodoxo condenan in toto todos ellos bajo la común nomenclatura de “milenarismo” y tratan de herejes a todos los milenaristas por igual, hasta el punto de que con esta forma de pensar tendrían que tachar de herejes a los padres de la Iglesia, a los apóstoles y hasta al mismo Cristo y al Espíritu Santo. 

Nótese, pues, la importancia de distinguir entre ambos milenarismos, condenar el herético y salvar y predicar el espiritual.

II. ¿QUÉ ES EL MILENARISMO ESPIRITUAL? ES LA INTERPRETACIÓN TRADICIONAL DE LA IGLESIA SOBRE CÓMO ENTENDER EL REINO DE CRISTO TRAS SU PARUSÍA, APOYADA EN LAS PALABRAS DE CRISTO, EN LA BIBLIA (ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTO), SAN JUAN EVANGELISTA Y APOCALETA, LOS APÓSTOLES Y LA UNANIMIDAD DE LOS PADRES DE LA IGLESIA DURANTE LOS PRIMEROS CINCO SIGLOS

El “milenarismo espiritual” consiste en la interpretación literal del Cap. XX del Apocalipsis y de las citas relacionadas de San Pablo, San Pedro, San Juan, etc. Como sabemos, la interpretación literal es la primera que exige la Biblia, como nos explicó San Jerónimo y actualmente sigue exigiendo también el Catecismo (numeral 116). El milenarismo espiritual puede resumirse así: 

1. No es lo mismo el fin de los tiempos que el fin del mundo.

2. El fin de los tiempos (de los gentiles) comenzó con la Ascensión de Cristo al Cielo y terminará con la derrota del falso profeta y del Anticristo en la Parusía o Segunda venida de Cristo, en gloria y majestad. Son los tiempos de los gentiles (es decir, de los cristianos).

3.  En esta Segunda venida o Parusía se produce el Juicio de las Naciones o gentiles, consistente en que:
* Cristo, en su Venida, castiga al mundo incrédulo, apóstata y paganizado, (“Cuando el Hijo del Hombre venga, ¿acaso quedará fe sobre la Tierra?”, Lc. 18, 8) con una lluvia de fuego (2 Pedro 3,7) y derrota al falso profeta y al Anticristo y a sus huestes, de forma que ambos serán echados vivos al Infierno (Apoc. 19,20), al tiempo que el Demonio será encerrado para siempre (aquí algunos milenistas equivocados pensaban que el Demonio sería soltado otra vez antes del Juicio Final, lo que no compartimos).
* Cristo, en su Parusía, premia a los suyos con una primera resurrección, la de los justos de Cristo, justos que componen  dos grupos:
*los mártires asesinados durante la gran tribulación ocasionada por la persecución del Anticristo y del falso profeta;
* y los cristianos muertos en gracia de Dios desde la Ascensión de Cristo hasta ese momento.
* Además, los que estén vivos en el momento de la Parusía serán transformados en cuerpos gloriosos (1 Cor. 15, 51 y 1 Jn. 3, 2) (ver nota 1).Los resucitados en esa primera resurrección reinarán con Cristo por mil años (número que puede ser simbólico o literal) en esta Tierra, en el mundo, que no será como es ahora sino que será transfigurado por el Espíritu Santo (“nuevos Cielos, nueva Tierra”, Apoc. 21,1 e Isaías 65,17). Este Reino de Cristo no tendrá fin pues se funda en primer lugar en la Tierra y luego continúa en el Cielo, tras el Juicio universal, que se producirá en el fin del mundo. 
5. En el Reino de Cristo tras su Parusía o Segunda venida se cumple la profecía de “un solo rebaño con un solo pastor” (Jn. 10, 16), pues todos los sobrevivientes a la gran tribulación y los justos resucitados son católicos e integran la Iglesia católica. 

6. Al final de esos “mil años” de Reino de Cristo en la tierra con sus santos habrá una segunda resurrección, la del resto de los muertos:   es decir, los réprobos + los justos que no sean de Cristo (los que se salven por haber seguido la ley natural sin haber conocido inculpablemente a Cristo y los santos del Antiguo Testamento), que será juzgados en el Juicio Final, que coincide con la destrucción del mundo. Unos irán al Cielo y otros al Infierno. Los que reinaron con Cristo en el Reino en la tierra también pasarán al Cielo. Dice 1 Cor. 15, 24-26: “Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el último enemigo que será destruido es la muerte”.

7. Sobre la destrucción del mundo previa al Juicio Final nos habla Apocalipsis 20,11-15: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.”. Como se ve, la muerte es derrotada al final del Reino de Cristo en la Tierra, en el Juicio Universal o Final.


Esta doctrina, llamada milenarismo sano o espiritual, la profesó nada menos que el discípulo amado, San Juan Evangelista, algo que no hubiera hecho nunca si Cristo no se la hubiera enseñado. Nos lo cuenta San Ireneo por habérselo oído contar a su maestro Policarpo, discípulo directo de San Juan, como podemos leer en su Adversus Haereses. Ni qué decir tiene que San Juan no es un cualquiera sino testigo privilegiado de las palabras de Jesús y, además, el vidente del Apocalipsis, que recibió la explicación directa de lo que estaba viendo del mismo Espíritu Santo, como seguramente la recibiera también de Cristo durante su vida mortal e incluso de María Santísima, a la que cuidó en Éfeso hasta su dormición y Asunción a los Cielos.

¿Podría condenarse entonces esta doctrina? Claro que no.

Y desde San Juan y los apóstoles, por vía de sus discípulos, la profesaron todos los santos de los primeros cinco siglos de la Iglesia y entre ellos quienes más autoridad tenían: los padres de la Iglesia: S. Papías, S. Policarpo, S. Ireneo, Lactancio, S. Victorino, Sulpicio Severo, Justino Mártir, Apolinario de Laodicea, Lactancio, Victorino, Sulpicio Severo, S. Ambrosio, San Metodio, San Hipólito, San Epifanio, Dionisio de Alejandría, y un largo etc. y hasta el mismo San Agustín en su primera etapa (por enseñanza de su maestro San Ambrosio, uno de los grandes padres de la Iglesia occidental). Todos ellos creían que si Dios creó el mundo en seis días y al séptimo descansó, seis milenios duraría la vida del hombre en la tierra, triunfando luego Cristo en su Parusía y descansando el hombre en el Reino del Señor, en la Tierra, el último día (el milenio).

¿Quién podría, pues, condenar esta doctrina?

Así, respecto al Reino de Cristo en la Tierra nueva, renovada y transfigurada tras su Parusía, recuerda San Ireneo haberle escuchado contar a San Juan… 

“Esto es lo que recuerdan haber oído de Juan, el discípulo de Jesús, los presbíteros que lo conocieron, acerca de cómo el Señor les había instruido sobre aquellos tiempos: “Llegarán días en los cuales cada viña tendrá diez mil cepas, cada cepa diez mil ramas, cada rama diez mil racimos, cada racimo diez mil uvas, y cada uva exprimida producirá 25 medidas de vino. Y cuando uno de los santos corte un racimo, otro racimo le gritará: ¡Yo soy mejor racimo, cómeme y bendice por mí al Señor! De igual modo un grano de trigo producirá diez mil espigas, cada espiga a su vez diez mil granos y cada grano cinco libras de harina pura. Lo mismo sucederá con cada fruto, hierba y semilla, guardando cada uno la misma proporción. Y todos los animales que coman los alimentos de esta tierra, se harán mansos y vivirán en paz entre sí, enteramente sujetos al hombre”. 

El anciano Papías, que también escuchó a Juan como compañero de Policarpo, ofrece el testimonio siguiente en el cuarto de sus cinco libros, añadiendo: “Cuantos tienen fe aceptarán lo anterior. Y como Judas el traidor no creyese y le preguntase: ¿Cómo podrá el Señor producir tales frutos?, el Señor le respondió: Lo verán quienes irán a esa tierra” (Adversus Haereses, 33.3 y 4).

III. LOS APÓSTOLES TAMBIÉN ERAN MILENARISTAS ESPIRITUALES Y ASÍ SE VE EN SU ENSEÑANZA (DIDAJÉ)

La Didajé o Doctrina de los Apóstoles fue escrita por los doce apóstoles (Matías había reemplazado ya a Judas Iscariote) décadas después de la Ascensión de Cristo al Cielo, testigos presenciales de las obras y palabras del Señor, antes de la destrucción del Templo (70 d. C.). Nadie se hubiera atrevido a poner en ella doctrinas extrañas que Cristo no hubiera enseñado expresamente porque el resto de testigos de Cristo lo hubieran reprobado contundentemente. Por lo que la doctrina expuesta en ella es la más clara y segura de la Iglesia primitiva, antes incluso de ser escritos los Evangelios. Y la Didajé apoya la interpretación milenarista, citando a Judas 14 (Enchiridion Patristicum nº 10) y a Zac. 14, 15:

“Pero los que perseveren en su fe serán salvados por el mismo que había sido maldecido. Entonces aparecerán las señales auténticas: en primer lugar el signo de la abertura del cielo, luego el del sonido de trompeta, en tercer lugar, la resurrección de los muertos, no de todos los hombres, sino, como está dicho: «Vendrá el Señor y todos los santos con él» (Zac. 14, 5). ” En parecidos términos se expresa Judas 1, 14.

Como se ve, los apóstoles creían que en la Parusía no se produciría la resurrección universal, sino solo la de los justos de Cristo, la primera resurrección, de la que habla San Pablo, Apocalipsis y los evangelistas.

IV EL MILENARISMO ESPIRITUAL SE APOYA EN LA LITERALIDAD DE LA ESCRITURA

Solo comentaremos algunas citas importantes de la Biblia al respecto, de las cientos que hay, clarísimas y coherentes entre sí, pues el Espíritu Santo no puede contradecirse nunca:

1. Hay dos resurrecciones

Apoc. XIX y XX

Cuando Cristo venga en su Parusía derrotará al falso profeta y al Anticristo, que serán echados vivos al Infierno.  El ejército del Anticristo será trucidado por el mismo Cristo, con la espada bífida de su boca. Con su venida se produce la primera resurrección, la de los mártires producidos por el Anticristo en la gran tribulación, asesinados por no haber adorado a la Bestia ni a su estatua y por no haber aceptado la marca en sus frentes ni en sus manos, y posiblemente también la de “los de Cristo”, los cristianos muertos en gracia de Dios hasta entonces (aunque esto último no es seguro). Estos mártires resucitados reinarán con Cristo en la tierra, por mil años. Tras este reinado de Cristo con los resucitados en la primera resurrección, por mil años, se produce la segunda resurrección (Apoc. 2,4-6), la del resto de los muertos desde Adán y Eva hasta entonces, para el Juicio final.

1 Cor. 15, 22-26

Sobre las dos resurrecciones comentadas dice exactamente lo mismo el Espíritu Santo por boca de San Pablo en 1 Cor. 15, 22-26, mediando entre ambas resurrecciones el Reino de Cristo en la tierra, porque es necesario que Él reine aquí en la tierra tras su Parusía:

“Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno por su orden: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su Parusía; después el fin, cuando Él entregue el Reino al Dios y Padre, cuando haya derribado todo principado y toda potestad y todo poder. Porque es necesario que Él reine “hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies”. El último enemigo destruido será la muerte”.

Crisóstomo, Teofilacto y otros Padres interpretan que los justos resucitarán en el gran “día del Señor”, en el “último día”, en su Parusía:

(Juan 6, 54): “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” 

Cornelio a Lapide sostiene también el sentido literal y temporal. 

Charles Arminjon escribió un libro con el que disfruté mucho (El fin del mundo) y que era el libro de cabecera de Santa Teresita de Lisieux. Pues bien, en ese libro dice: “El sentimiento más compartido y que parece más en conformidad con las Sagradas Escrituras, es que después de la caída del Anticristo, la Iglesia Católica entrará una vez más en una era de prosperidad y triunfo”… (Fin du Monde Présent et Mystères de la Vie Future , éd. Office Central de Lisieux, 1970, p. 70).

Incluso S. Jerónimo admite que este capítulo se refiere exclusivamente a la resurrección de los justos. 

1 Tes. 4, 16-17

De nuevo la Escritura dice lo mismo en 1 Tes. 4, 16-17, sobre la primera resurrección, añadiendo que los que estemos vivos en la Parusía seremos transformados en cuerpos gloriosos, semejantes a los de Cristo:

“Porque el mismo Señor, dada la señal, descenderá del cielo, a la voz del arcángel y al son de la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitaran primero. Después, nosotros los vivientes que quedemos, seremos arrebatados juntamente con ellos en nubes hacia el aire al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor.”

Es misma transformación de los vivos, en su Parusía, la tiene I Cor. 15, 51.

Lc. 14, 12-13

Lo mismo dice la Escritura en Lucas 14, 12-13, hablando de la primera resurrección, la de los justos (los cristianos muertos en gracia de Dios):

“Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos”

Lc. 20, 35-36

El mismo Cristo expresa claramente que los justos, cuando resuciten, tendrán parte en la nueva tierra, en el mundo, y ya no podrán morir:

“mas los que hayan sido juzgados dignos de alcanzar el mundo aquel y la resurrección de entre los muertos, no tomarán mujer, y (las mujeres) no serán dadas en matrimonio, porque no pueden ya morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección.”. Nótese que Cristo no habla del Cielo sino del “mundo aquél”.

Jn. 6, 39

Sobre la resurrección de los justos puede verse también esa cita de Jn. 6, 39:

“Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero.”

Como se ve, los de Cristo son los que el Padre le ha dado, los justos, a los que Él resucitará el último día y solo a ellos. Como se ve, no se habla de una resurrección general, de justos y réprobos sino solo de los justos.

Hasta el punto en que el Espíritu Santo condena por boca de San Pablo el alegorismo forzado de aquéllos que creían ya en vida de los apóstoles que la resurrección ya había sucedido (II Tim. 2,17-18). De hecho, en la interpretación alegorista se considera que la primera resurrección ya se produjo, y que se refiere al bautismo.

“Y su palabra carcomerá como gangrena; de los cuales son Himeneo y Fileto,  que se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos”.
1. Ireneo, fundándose en los testimonios de los presbíteros discípulos de S. Juan, señala como primera resurrección la de los justos (Lc. 14, 14 y 20, 35). La nueva versión de Nácar-Colunga (para muchos, la mejor Biblia en español)  ve en esta primera resurrección un privilegio de los santos mártires, “a quienes corresponde la palma de la victoria. Como quienes sobre todo sostuvieron el peso de la lucha con su Capitán, recibirán un premio que no corresponde a los demás muertos, y éste es juzgar, que en el sentido bíblico vale tanto como regir y gobernar al mundo, junto con su Capitán, a quien por haberse humillado basta la muerte le fue dado reinar sobre todo el universo (Fil. 2, 8 s.)”.
¿Quién podrá condenar esta doctrina, sostenida nada menos que por Cristo, la Biblia y sus mejores intérpretes? 

 B.  Sobre el reinado de los justos en la tierra coinciden otros puntos de la Escritura

– 1 Cor. 6, 2-3: los santos han de juzgar al mundo y a los ángeles caídos.

– Sab. 3, 7-8: cuando venga Cristo los santos brillarán como chispas y juzgarán a las Naciones (el juicio de las naciones o gentiles) y gobernarán a los pueblos.

– Lc. 22, 30: los santos juzgarán a las tribus de Israel.

Uno de los que profesaba el reinado visible, corporal y glorioso de Cristo en la tierra tras su Parusía fue el prestigiosísimo Cornelio a Lapide, en los ss. XVI-XVII.
 1.Agustín, que dará la interpretación alegorista destinada a hacerse clásica, había antes profesado durante cierto tiempo la opinión milenarista Desde entonces el milenarismo cayó en el olvido, no sin dejar curiosas supervivencias, como las oraciones para obtener la gracia de la primera resurrección, consignadas en antiguos libros litúrgicos de Occidente (Dom Leclereq).
 La Iglesia tenía mala conciencia por añadir una interpretación nueva, no tradicional ni bíblica ni apostólica (la alegórica), soterrando la doctrina espiritual desde entonces.

C. Algunas otras citas bíblicas que apoyan el reinado de Cristo en la Tierra

Son muchísimas las citas que refieren a la continuidad de la Tierra, renovada y transfigurada, tras la Parusía. Citamos solo algunas:

Mt. 24, 21

Jamás hubo ni habrá una tribulación igual en la Tierra, en referencia a la gran tribulación. Ergo, tras la gran tribulación y la Parusía el mundo continuará, transfigurado.

Mt. 28, 20

“Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Por tanto, desde el fin de los tiempos hasta el fin del mundo, Cristo estará con nosotros.

Para los que dicen que es imposible que Dios viva en la tierra, les recuerdo que Dios padre se paseaba por el Jardín del Edén junto con Adán y Eva. Y que Yahvé y el Espíritu Santo acompañaron a Israel por el desierto en forma de nube y de columna de fuego. Y que Dios habitó en el Arca de la Alianza hasta que la abandonó por la idolatría de su pueblo y luego fue ocultada en el monte Nebo.



Génesis 8, 22

“Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche.”

Jn. 10,16

Un solo rebaño con un solo pastor… Algo que solo se podrá conseguir tras la Parusía, no antes.

(...)

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