TÚ SABES QUE YO TE AMO
Parte 1ª
5 de Mayo de 1975
LOS QUIERO VIVOS.
Hijo mío, no me conformo con la adhesión poco más que formal
de muchos sacerdotes míos.
Hijo, quiero de mis sacerdotes una participación activa en
mi Redención.
Quiero a mis sacerdotes conmigo sobre el Calvario; muchos se
niegan a seguirme en mi dolorosa subida.
A mis sacerdotes los quiero orantes y operantes Conmigo en
la Eucaristía. Algunos no creen ni siquiera en mi presencia en los altares,
otros me abandonan y se olvidan de Mí, otros,
nuevos Judas, me traicionan.
¡Quiero a mis sacerdotes constructores de mi Reino en las
almas, no devastadores de mi Reino!
Quiero de mis sacerdotes el amor, porque Yo los amo
infinitamente desde la eternidad. Alma del amor es el sufrimiento: se ama en la
medida en que se sufre. Pero hoy muchos huyen del sufrimiento, y por tanto, del
amor.
Hijo, quiero a mis sacerdotes conscientes, responsables y
conocedores de su papel en el Cuerpo Místico. Los quiero vivos, vibrantes de
gracia, de fe, de amor y por tanto de sufrimientos.
¡Cuánto tiempo perdido, cuánto bien no realizado, cuántos
obstáculos e impedimentos en mi Cuerpo Místico! Que despilfarro de lo
sobrenatural... porque muchos, muchos no tienen como soporte sino sólo una
escasa fe, esperanza y amor.
¡Pobres sacerdotes míos que caminan a tientas en la
oscuridad! Los amo, quiero su conversión, hijo.
Por lo tanto ¿Te extraña entonces si te pido sufrir un poco
y rezar por ellos?
Los quiero conscientes
—Jesús, hazme entender qué cosa quieres de nosotros,
sacerdotes.
Ya te lo he dicho: os quiero conscientes de vuestra vocación.
Yo os he escogido con especial predilección y amor.
Quiero a mis sacerdotes conscientes de su participación en
mi Sacrificio, no simbólico sino real. Esto lleva consigo unión y fusión de su
sufrimiento y el mío. No es formulismo exterior, sino estupenda y tremenda
realidad: ¡la Santa Misa!
El sacerdote debe unirse a Mí en el ofrecimiento de Mí mismo
al Padre. ¿Qué Misa es la del sacerdote carente de esta conciencia y
convicción?
Piensa, hijo mío, ¡qué dignidad, grandeza y potencia he dado
a mis sacerdotes! El poder de transubstanciar el pan y el vino en Mí mismo: en
mi Cuerpo, en mi Sangre, en todo Yo mismo. En sus manos se repite cada día el
prodigio de la Encarnación.
Los he constituido depositarios y dispensadores de los
frutos divinos del Misterio de la Redención. Les he conferido el poder divino
de perdonar o de retener los pecados de los hombres. Como a mi Padre putativo,
los he constituido custodios míos sobre la tierra. Pero, para muchos, ¡qué
diferencia entre el amor con el que me
custodiaba San José y su descuido de Mí en el Sagrario!
Hijo, a mis sacerdotes he confiado la tarea de anunciar mi
palabra. Pero ¿en qué modo se lleva a efecto esta importante tarea del
ministerio sacerdotal? Lo dice la esterilidad en general que acompaña a la
predicación.
A mis sacerdotes les está confiada la tarea de combatir
contra las oscuras fuerzas del Infierno, pero ¿quién se cuida de hacerlo, de
echar a los demonios? Para hacer esto se necesita tender a la santidad; así
también para curar a los enfermos se necesitan oraciones mortificación.
Hijo mío, a mis sacerdotes los quiero santos porque deben
santificar. No deben poner confianza, para su ministerio, en medios humanos
como muchos lo hacen. No deben confiar en las criaturas sino en mi Corazón
Misericordioso y en el Corazón Inmaculado de Mi Madre.
Los sacerdotes son verdaderos ministros míos pero, hecha
excepción de pocos, no tienen conciencia de esta su posición.
Son mis embajadores, acreditados por Mí entre los hombres,
las familias y los pueblos.
Van con el mundo
Los sacerdotes son realmente partícipes de mi eterno
Sacerdocio. El sacerdote es protagonista, en el Cuerpo Místico, de grandes
hechos y acontecimientos sobrenaturales.
Los sacerdotes deben ser hostias para darse e inmolarse por
la salvación de los hermanos.
Es pecado gravísimo pensar en salvar las almas con los
propios recursos humanos de inteligencia y de actividad. Toda actividad
exterior del sacerdote que carece de fe,
amor, sufrimiento y oración, es nula, es vana.
El sacerdocio es un servicio. El que sirve se diferencia del
servido, no se identifica con las personas servidas. El sacerdote debe
diferenciarse de las almas a él confiadas, como el pastor se diferencia de su
grey.
Si los sacerdotes vieran la grandeza de su dignidad, la
sublime potencia sobrenatural de la que están revestidos (como veía estas cosas
San Francisco de Asís) tendrían para sí
mismos y para sus hermanos sacerdotes un grande y devoto respeto.
Hijo, desgraciadamente algunos se buscan a sí mismos
olvidándose de Mí. Otros muchos van con el mundo, aún sabiendo que el mundo no
es de Dios sino de Satanás.
Algunos me traicionan, otros están demoliendo mi Reino en
las almas, al sembrar errores y herejías. Otros están áridos por carencia de la
savia vital del alma: el amor, cuya verdadera alma es el sufrimiento.
Debes por tanto, rezar y ofrecerte, con una correspondencia
sensible a mis invitaciones, a la reparación, a la penitencia, a la oración
para que todos mis sacerdotes se conviertan. Sí, se conviertan y cada uno tome
su puesto en el Cuerpo Místico: ad
majorem Dei gloriam[1] y por la salvación de las almas.
Renovación real
-A mi pregunta de que qué quería dar a entender precisamente
al decir: "Quiero a mis sacerdotes orantes y operantes Conmigo en la
Eucaristía", la respuesta ha sido
ésta:
"¿Qué cosa he hecho y hago Yo en el sacrificio de la
Cruz y de la Santa Misa? ¿Cómo he rezado al Padre? “Padre, si es posible pase de mí este cáliz,
pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
No olvides (como muchos olvidan) que el sacrificio de la
Santa Misa es la real renovación del sacrificio de la Cruz.
En el sacrificio de la Cruz está mi oración al Padre unida
al anonadamiento de mi voluntad, aniquilamiento total. Está el ofrecimiento
total de Mí mismo con un acto de infinito amor y de infinito sufrimiento; está
la inmolación de Mí mismo por las almas.
El sacerdote que se une, y que Yo quiero unido a Mí en este
sufrimiento, participa más que nunca en mi Sacerdocio. Nunca es tan sacerdote
como cuando hace esto Conmigo.
Despilfarro de lo sobrenatural
El Sacerdote atestigua su amor a Dios y al prójimo en el
acto más importante de su jornada cuando, responsablemente en unión Conmigo, se
anonada a sí mismo en la ofrenda eficaz de su voluntad al Padre y acepta
inmolarse por las almas por las que Yo
incesantemente me inmolo.
O sea: el sacerdote en la Santa Misa debe darse realmente
Conmigo al Padre para ser dado por el Padre a las almas.
Esto debe preceder a toda otra actividad del sacerdote, de
lo contrario, es despilfarro de tiempo y de lo sobrenatural; de otro modo se
vuelve estéril desde la raíz toda su actividad.
Hijo, si te hiciera ver cómo son celebradas muchas, muchas
Santas Misas, te quedarías espantado hasta el punto de morir...
En este sentido te repito: quiero orantes y operantes a mis
sacerdotes como Yo fui y soy; sólo así es como se hacen instrumentos, para sí y
para los hermanos, de verdadera renovación espiritual.
¡Cuántas actividades inútiles, hijo mío, porque están
privadas de su alma natural!
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