Cristo-Rey
¡Qué felices seríamos!
¡Qué felices seríamos si confiáramos más en Dios! Porque a
veces no caemos en la cuenta de que por encima de todo y de todos, está Dios,
que puede hacer lo que quiere y cuando quiere. Siendo esto así, y estando
nosotros profundamente convencidos de ello, viviríamos tranquilos, sabiendo que
hay un Bueno que vela sobre nosotros y nuestras cosas.
Muchas veces vivimos desasosegados porque creemos que
tenemos que hacer todo nosotros solos y que Dios está lejos de nuestras vidas.
Esto no es así, sino que Dios no pierde ni una acción nuestra o de otros, ni un
pensamiento, ni una lágrima cae de nuestros ojos sin que tenga peso en el
amoroso corazón de Dios.
No juzguemos por las apariencias, ni acusemos a Dios de
dureza, porque no sabemos el porqué de las cosas, y lo que a veces parece un
verdadero triunfo, puede ser un rotundo fracaso; como lo que es aparentemente
un fracaso, para Dios y la eternidad puede ser una verdadera victoria.
Debemos tener paciencia con las cosas que nos suceden, sean
buenas o no tan buenas, porque si Dios lo ha permitido, no es sin una justa
razón, que entenderemos en este mundo o en el más allá, y estaremos
obligadísimos a darle gracias a Dios por su providencia amorosa sobre nosotros
y nuestras cosas.
Pero no esperemos al Cielo para darle gracias a Dios, sino
demos el salto de la confianza y comencemos a alabar y a adorar a Dios y sus
inescrutables designios sobre nosotros y los nuestros ya desde este mundo,
porque Dios quiere esta confianza nuestra para remediar situaciones difíciles y
aparentemente insolubles.
Para ser felices tenemos que confiar ciegamente en Dios, en
su bondad infinita, en que Él nos ama y quiere nuestro bien, a pesar de que a
veces las apariencias sean lo contrario, y que el demonio nos instigue a
rebelarnos. Dejemos que pase un poco el tiempo, y por nuestra parte recemos
mucho y confiemos esperando contra toda esperanza, porque a Dios le gusta
actuar a último momento, y suele hacer cosas portentosas para quienes han
esperado hasta el final.
El ejemplo lo tenemos en María Santísima, que esperó contra
toda esperanza la resurrección de su Hijo.
Dios no deja sin premio a quien espera y confía en Él.
Lo repetimos: DIOS NO DEJA SIN PREMIO A QUIEN ESPERA Y
CONFÍA EN ÉL.
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