por josephmaryam.
Francisco ha inaugurado un camino
nuevo: «Espero que este encuentro sea el comienzo de un camino nuevo en
busca de lo que une, para superar lo que divide»(Texto). En ese camino nuevo, se va en busca de
lo que une, para superar lo que divide.
Lo que divide, para Francisco, no
es el pecado, sino los pensamientos de los hombres. Pero aquellos pensamientos
que impiden la fraternidad entre los hombres, es decir, los pensamientos que
vienen de la Verdad Absoluta, de la ley divina, de la ley moral, de la ley
natural. Estos pensamientos hay que superarlos, es decir, hay que quitar los
dogmas. Y se anulan, buscando una idea para dividir el dogma. Una idea que la
masa apruebe, que el pueblo apruebe, porque hay que buscar lo que une a todos
los hombres, hay que buscar lo que da armonía a todos los pensamientos, los
deseos, las vidas de los hombres. Y como hay que gente que está metida en una
Tradición, hay que persuadir que salgan de eso para superar lo que ya no sirve,
para encontrar otros modelos de adoración, para no hacer del Viejo Ordo una
ideología, una política en la Iglesia.
Porque, para Francisco, la fe en
la Iglesia es la que él tiene en su mente humana. Esa es la fe que todos tienen
que seguir. Y si no se sigue, entonces se hace política, en la Iglesia,
entonces se critica a un Papa porque piensa la Iglesia como a él le parece.
Francisco anda un nuevo camino,
dentro de la Iglesia Católica, que ningún católico puede seguir. Nadie puede
atender a lo que Francisco le pida para superar la Tradición, para superar los
dogmas, para superar la ley divina, para superar la Verdad que nadie puede
tocar en la Iglesia.
Francisco se apoya en un
cismático, en un hombre que ha roto la Tradición de la Iglesia, en un hombre
que ya no cree en ningún dogma, sino que es una pantalla de religiosidad, es un
hombre que se viste, como los antiguos fariseos, con una vestidura con ricas
joyas, con signos verdaderos, pero que no es capaz de abrir su corazón a la
Verdad y que, ahora, da la mano a otro hereje –como él lo es- a otro cismático
– como él lo es-, que se llama Papa sin serlo: «Y gracias a Vuestra
Santidad, venerado hermano Bartolomé, por estar aquí conmigo para recibir a
estos ilustres huéspedes. Su participación es un gran don, un valioso apoyo, y
es testimonio de la senda que, como cristianos, estamos siguiendo hacia la
plena unidad». Es el apoyo para romper la Iglesia Católica. Es el testimonio de
la mentira, de un camino sin verdad, sin una puerta abierta al Dios que Salva
en Jesucristo.
La presencia de este cismático es
.para Francisco- «un gran signo de fraternidad». Es eso lo que busca
Francisco en la Iglesia: gente que sea signo de comunión en lo humano. Gente
que deje las cosas divinas, celestiales, dogmáticas, para estar con los
problemas de la gente, del mundo, para darle a todos lo que ellos quieren
siempre en la vida: un camino trillado, en que todos sus problemas se
solucionen sólo por los caminos del hombre, por los pensamientos que los
hombres adquieren con sus grandes inteligencias. Francisco quiere gente
soberbia a su lado, que piense la vida. A esa gente, la llama humilde, porque
se adapta a su mismo pensamiento demoníaco. Todo aquel que piense como Francisco
es signo de fraternidad en la nueva iglesia que ese hombre está levantando con
su palabra barata y blasfema. Palabra que nadie combate porque todos están en
el mismo juego: el juego del lenguaje humano. A ver quién da más para persuadir
a los hombres que la vida en la Iglesia es como la dice Francisco. Ahora hay
que buscar la unidad en la legítima diversidad de pensamientos. Como si fuera
un derecho a pensar en contra de la doctrina de Cristo, de la ley de Dios, de
cualquier enseñanza que la Iglesia ha dado durante siglos.
Es el nuevo camino que va en
busca de la novedad del pensamiento humano: ideas nuevas que reformen lo que ya
nadie tiene que estar pensando, porque es lo anticuado, lo que ha quedado atrás
en la historia. Y la fe es una memoria del pasado para construir lo nuevo del
futuro, con ideas magníficas, llenas de la ciencia y de la técnica, que es el
bastión de la nueva iglesia en Roma. Roma ha dejado de creer en la Revelación
de Dios y, por eso, está haciendo un nuevo Evangelio: el de los hombres, el de
la fraternidad apestosa con todo los demoníaco que el hombre puede alcanzar con
su mente humana.
Para Francisco el «Señor de
la historia», no el Dios Uno y Trino; eso suena muy dogmático, eso suena a
Tradición, a Verdad Absoluta. Y ya los hombres no les gusta escuchar la verdad
que duele. Y, entonces, hay que darles el lenguaje que agrada a todos y que
está lleno de herejías: el Señor de la historia. Como si Dios estuviera
pendiente de todos los hombres, de sus vidas, de sus quehaceres diarios, como
si no tuviera otra cosa que hacer que obrar la historia de los hombres. Y Dios
no es el Señor de la historia, porque el príncipe de este mundo es el demonio.
Es Satanás el Señor de la historia. Y a este personaje está invocando Francisco
en su perorata. Ese «Señor de la historia» «nos mira como hermanos
uno de otro, y desea conducirnos por sus vías».
Ya sabemos cuál es el nuevo
camino que Francisco inaugura dentro de la Iglesia Católica, para cargarse toda
la Verdad: el camino que el demonio le pone en la mente. Y no es otro. Porque
Dios no mira a los hombres como hermanos unos de otros. Para Dios, hay hijos de
Dios e hijos de los hombres. Y éstos últimos son los hijos del demonio. Y,
entre unos y otros, no es posible la hermandad. No se da. Pero en la mente de
Francisco, todo es posible, hasta lo absurdo, hasta lo que no se da en la mente
de Dios. Francisco tiene una mente superior a la divina y, por eso, está
convencido de bautizar hasta a los mismos extraterrestres. Y ya sabemos que es
un absurdo que existan los extraterrestres. Pero esto no lo sabe Francisco,
porque no cree en el dogma de la Creación. Ese dogma lo ha superado con su
ecologismo y ha puesto un nuevo pecado: si no amáis lo creado, no os salváis.
Es un pecado, para la mente super-privilegiada de ese hombre, no amar la
creación.
«Este encuentro nuestro para
invocar la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en todo el mundo, está
acompañado por la oración de tantas personas, de diferentes culturas, naciones,
lenguas y religiones: personas que han rezado por este encuentro y que ahora
están unidos a nosotros en la misma invocación»: son muchos los que tienen una
venda en sus ojos para no ver la maldad que Francisco obra todos los días. Y
son culpables de tener esa venda. Ellos mismos se han cegado por su pecado. Sus
mentes ven la verdad: Francisco no sirve; pero sus deseos humanos, sus proyectos
humanos, sus negocios humanos, sus caprichos en la vida, sus libertades, les
lleva a imperar en sus mentes una idea del demonio: hay que apoyar a ese hombre
si quieres vivir en paz.
Y así están muchos: con las babas
cayéndose de sus bocas al escuchar las grandes necedades que este hombre dice
cada día. Y no son capaces de ver las necedades. Sólo ven el lenguaje bonito
que les agrada en la vida. Y, por eso, adoran el pensamiento de un hombre que
no sabe pensar la verdad, sino que se pasa todo el día buscando la razón que
tuerza toda verdad.
«Es un encuentro que responde al
deseo ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan con un mundo donde hombres y
mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o enemigos». Todos
deseamos la paz, pero no por el camino que Francisco ofrece. Todos sueñan con
un mundo sin problemas, pero no por el camino que Francisco ofrece. El que cree
en Cristo espera su Reino Glorioso sobre la Tierra. Pero Francisco niega este
dogma. Y, muchos, dentro de la Iglesia, también lo niegan. No les cabe en la
cabeza que Cristo venga de nuevo a la tierra, no sólo a dar un juicio, sino a
reinar. Eso no lo pueden entender. Y, por eso, les gusta Francisco: su
comunismo les dice que hay ir en pos de ese reino material, humano, de ese Paraíso
en la tierra, pero buscado por los caminos de los hombres.
Nunca Francisco enseña una Verdad
del Evangelio. Nunca dice que la paz está en esperar el Reino glorioso, porque
la fe, para él, es una actividad mental, no es una vivencia: no es vivir lo
divino en lo humano, sino que es pensar lo divino para abajarlo, para
encasillarlo en las estructuras de los hombres. Francisco no vive de fe sino de
su mente humana. Los logros de su necio pensamiento humano. Y, claro, sueña
despierto: quiere un mundo sin adversario, sin enemigos. Es la utopía: «un
mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios
o enemigos». Es irrealizable este sueño. Es más, es irracional este sueño. Pero
es mucho más: es absurdo este sueño. No es posible, ni en el Juicio final, no
ver a los enemigos. Es que es necesario verlos, pero un abismo separa a unos de
otros. Esta Verdad Absoluta es lo que niega Francisco cuando sueña despierto en
un mundo sin enemigos. ¡Cómo le gusta a Francisco hablar para que los oídos se
regalen en bellas palabras, pero vacías de toda Verdad! ¡Cuán vacío está el
alma de Francisco de toda Verdad, de todo Bien, de toda Vida!
«Señores Presidentes, el mundo es
un legado que hemos recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de
nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con
ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros
de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el
amor y la amistad». Está hablando un político, con su demagogia en su lenguaje.
Está haciendo su campaña política en medio de dos políticos. Les está vendiendo
el producto. Como el mundo pertenece a los hombres, y no al demonio, entonces
el mundo es bueno, porque los hombres son buenos. El legado que hay en el mundo
no son las obras del demonio entre los hombres, sino las maravillosas obras de
hombres inteligentes que se ha formado y han batallado para una vida humana de
fraternidad, para unir a los hombres en todo lo bueno. Pero, en ese mundo, no
todas las cosas los hombres las han hecho bien. Y, claro, tenemos ahora un
mundo con problemas, sin soluciones, un mundo que busca la paz, un mundo que no
quiere enemigos, que no quiere males, porque no es capaz de comprender de dónde
viene el mal y por qué Dios permite que el mal siga difundiéndose, incluso en
Su Iglesia. Esto, a Francisco, no le interesa tocarlo, porque él está en su
demagogia: hay que llevar a los hombres al diálogo, a la fraternidad, a la
tolerancia con los pensamientos de los demás, para alcanzar el amor y la
amistad. En este su pensamiento político, Francisco hace el juego de su fe:
hace memoria del pasado («hemos recibido de nuestro antepasados el legado»)
para construir un futuro («nos piden derribar los muros de la enemistad…»).
Esto es siempre el lenguaje de ese hombre. Y, muchos, no saben verlo. No saben
ver la verdad: para quitar los muros de la enemistad, es necesario confesar los
pecados, arrepentirse de ellos y vivir una vida de penitencia. Ellos sólo saben
ver la mentira que les propone Francisco y asienten a esa mentira: «tomar
el camino del diálogo y de la paz».
«Muchos, demasiados de estos
hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas
arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea
en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar
en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado
cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de
Dios y el bien de todos». Hay una gran herejía en estas palabras que muy pocos
saben ver, saben discernir. Tantos hombres que han caído víctimas de las
guerras. Pero Francisco los llama: hijos. Queda más tierno, más en la línea de
su sentir lo humano, de su vivencia social, de su culto a la mente del hombre.
Y, como son víctimas inocentes de los hombres: primera herejía. Ningún
hombre es inocente en ninguna guerra. Porque las guerras las fabrican los
mismos hombres con sus pecados. Se llega a una guerra porque los hombres la
quieren. Y, por supuesto, muchos mueren. Pero nadie es inocente. Habrá
injusticias, pero nadie es inocente. Todo hombre nace en pecado original:
luego, nadie es inocente.
Esos hombres son víctimas, justas
o injustas, pero no inocentes. Pero Francisco habla con su lenguaje
sentimental: son «plantas arrancadas en plena floración». Aquí se ve la
dedicación que tiene Francisco por los frutos humanos de los hombres. Sólo le
interesa eso: que el hombre florezca para el hombre. Ni le importa los frutos
divinos, porque Francisco no trata a las almas en particular, sino que siempre
habla para la gente, para una mentalidad, para una masa amorfa, para almas que
sólo saben vivir lo social, pero que son incapaces de vida espiritual, de
intimidad con Dios. La intimidad la ponen en sus ideas. Cuanto más cerca están
de sus ideas, más fraternos son. Cuanto más sienten sus ideas, más las
expresan, más hombre son, más humanos con los humanos.
Y, entonces, viene la segunda
herejía: «que su memoria nos infunda el valor de la paz». Estos son los
nuevos santos en la iglesia de Francisco. Toda esa gente que ha muerto en las
guerras, que son inocentes, y que son santos para los hombres. Hay que ponerles
un altar en cada ciudad, en cada pueblo. Hay que declararlos santos, porque
Dios los ama mucho porque son inocentes.
Y su tercera herejía, que es una
blasfemia: «para gloria de Dios y el bien de todos». Dios sólo se gloría
en Su Justicia, no en el pensamiento de los hombres, no en lo que los hombres
conciben como bueno o malo, justo, o injusto, inocente o pecador. La paz no se
logra recordando a los hombres. Ningún hombre merece un recuerdo en esta vida.
Todos los hombres, que ha muerto, merecen una oración y una penitencia por sus
almas; nunca una lágrima, nunca un llanto, nunca dar culto a sus vidas y a sus
mentes, como hace Francisco. Y las injusticias que los hombres hayan hecho en
la vida con otros hombres, que Dios las juzgue; pero sólo al hombre le basta
aplicar la justicia en la ley de Dios. Si no se aplica, se hace otra
injusticia. Un hombre, como Francisco, que se pone por encima de la ley de
Dios, nunca va a dar una Justicia Divina a los hombres, sino muchas injusticias
humanas. Francisco se empeña «en el diálogo a toda costa». Y esta es su falta de
fe. Porque las soluciones a los problemas de todos los hombres sólo se realiza
con la fe. Las montañas de los problemas humanos se mueven con la fe: un alma
con un granito de fe vive sin problemas en su vida. Pero, para Francisco, el
mundo está lleno de problemas porque los hombres no saben dialogar, no saben
aceptar los pensamientos de los otros, no saben meterlos en sus mentes para
poder hacer una unión mental entre todos los hombres: la unión en la diversidad
de las mentes humanas. El diálogo rompe el dogma de un único Dios: la Unidad en
la Trinidad. Se es Uno a semejanza de la Trinidad. Los hombres nunca van a
conseguir esta unidad, porque no se trata de hablar, sino de tener fe en el
Dios Uno y Trino. Dios no se gloría en el esfuerzo de ningún hombre, en la vida
de ningún hombre, en el pensamiento de ningún mortal. La Gloria de Dios es Él
Mismo. Y sólo Él hace el camino de Sus Santos, no los hombres.
«A él me dirijo yo, en el
Espíritu de Jesucristo, pidiendo la intercesión de la Virgen María, hija de
Tierra Santa y Madre nuestra». Ésta es su blasfemia, que viene de esta otra:«Hemos
escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del
odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para
decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos
hijos de un mismo Padre».
El odio y la violencia, para
Francisco, se quita con una sola palabra: hermano. Quien tenga dos dedos
de frente, sabe que Francisco sólo habla de manera política, para cautivar el
entendimiento humano: pone en bandeja de plata, con unas frases bellas, una
mentira que quiere vender a los hombres. Su negocio es la fraternidad. Es lo
que vende en esta charla que han tenido en el Vaticano. Se han reunido para
esta venta. Que todos seamos hermanos. Que todos digamos la palabra: hermano.
Que esa palabra llene la mente de todos para así conseguir que todos nos
amemos. Gran blasfemia poner la salvación en las palabras de los hombres.
Cuando sólo hay un Nombre que Salva: Jesucristo. Sólo hay una Palabra que
libera, que sana, que obra milagros: Jesucristo. Sólo hay un Nombre que
perdona los pecados: el Cordero de Dios, es el que quita los odios, las guerras,
las violencias entre los hombres. No es la palabra hermano. Es Jesús y sólo
Jesús. Y como Francisco no cree en Jesús, por eso, apela al Padre. Hay que
mirar al Padre, no a Jesucristo. Porque el Padre es Dios; Jesús es un hombre en
la gloria, pero no Dios. Y, mirando al Padre, hay que reconocerse todos hijos
de un mismo Padre. Y esta blasfemia le lleva a blasfemar de la Virgen María.
La Virgen María no es Hija de
Tierra Santa. Es la Hija del Padre; es la Madre del Hijo; es la Esposa del
Espíritu Santo. ¡Maldita blasfemia de Francisco! Porque niega la Trinidad,
también niega a la Virgen María. Es sólo una cualquiera, que nació en el pueblo
judío y dio a luz a un gran profeta. Esto, que no se atreve a decirlo
Francisco, es su pensamiento real. Quien no cree en un Dios católico no cree en
ningún dogma de la Iglesia.
El lenguaje de Francisco es
herético. Y es una herejía que se sostiene siempre, que cada día la dice, que
la obra desde que se levanta hasta que se acuesta.
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