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Por RORATE CÆLI -23/11/2014


martes, 10 de junio de 2014

Las blasfemias de Francisco en su invocación por la paz


blasfemia

Francisco ha inaugurado un camino nuevo: «Espero que este encuentro sea el comienzo de un camino nuevo en busca de lo que une, para superar lo que divide»(Texto). En ese camino nuevo, se va en busca de lo que une, para superar lo que divide.

Lo que divide, para Francisco, no es el pecado, sino los pensamientos de los hombres. Pero aquellos pensamientos que impiden la fraternidad entre los hombres, es decir, los pensamientos que vienen de la Verdad Absoluta, de la ley divina, de la ley moral, de la ley natural. Estos pensamientos hay que superarlos, es decir, hay que quitar los dogmas. Y se anulan, buscando una idea para dividir el dogma. Una idea que la masa apruebe, que el pueblo apruebe, porque hay que buscar lo que une a todos los hombres, hay que buscar lo que da armonía a todos los pensamientos, los deseos, las vidas de los hombres. Y como hay que gente que está metida en una Tradición, hay que persuadir que salgan de eso para superar lo que ya no sirve, para encontrar otros modelos de adoración, para no hacer del Viejo Ordo una ideología, una política en la Iglesia.

Porque, para Francisco, la fe en la Iglesia es la que él tiene en su mente humana. Esa es la fe que todos tienen que seguir. Y si no se sigue, entonces se hace política, en la Iglesia, entonces se critica a un Papa porque piensa la Iglesia como a él le parece.

Francisco anda un nuevo camino, dentro de la Iglesia Católica, que ningún católico puede seguir. Nadie puede atender a lo que Francisco le pida para superar la Tradición, para superar los dogmas, para superar la ley divina, para superar la Verdad que nadie puede tocar en la Iglesia.

Francisco se apoya en un cismático, en un hombre que ha roto la Tradición de la Iglesia, en un hombre que ya no cree en ningún dogma, sino que es una pantalla de religiosidad, es un hombre que se viste, como los antiguos fariseos, con una vestidura con ricas joyas, con signos verdaderos, pero que no es capaz de abrir su corazón a la Verdad y que, ahora, da la mano a otro hereje –como él lo es- a otro cismático – como él lo es-, que se llama Papa sin serlo: «Y gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé, por estar aquí conmigo para recibir a estos ilustres huéspedes. Su participación es un gran don, un valioso apoyo, y es testimonio de la senda que, como cristianos, estamos siguiendo hacia la plena unidad». Es el apoyo para romper la Iglesia Católica. Es el testimonio de la mentira, de un camino sin verdad, sin una puerta abierta al Dios que Salva en Jesucristo.

La presencia de este cismático es .para Francisco- «un gran signo de fraternidad». Es eso lo que busca Francisco en la Iglesia: gente que sea signo de comunión en lo humano. Gente que deje las cosas divinas, celestiales, dogmáticas, para estar con los problemas de la gente, del mundo, para darle a todos lo que ellos quieren siempre en la vida: un camino trillado, en que todos sus problemas se solucionen sólo por los caminos del hombre, por los pensamientos que los hombres adquieren con sus grandes inteligencias. Francisco quiere gente soberbia a su lado, que piense la vida. A esa gente, la llama humilde, porque se adapta a su mismo pensamiento demoníaco. Todo aquel que piense como Francisco es signo de fraternidad en la nueva iglesia que ese hombre está levantando con su palabra barata y blasfema. Palabra que nadie combate porque todos están en el mismo juego: el juego del lenguaje humano. A ver quién da más para persuadir a los hombres que la vida en la Iglesia es como la dice Francisco. Ahora hay que buscar la unidad en la legítima diversidad de pensamientos. Como si fuera un derecho a pensar en contra de la doctrina de Cristo, de la ley de Dios, de cualquier enseñanza que la Iglesia ha dado durante siglos.

Es el nuevo camino que va en busca de la novedad del pensamiento humano: ideas nuevas que reformen lo que ya nadie tiene que estar pensando, porque es lo anticuado, lo que ha quedado atrás en la historia. Y la fe es una memoria del pasado para construir lo nuevo del futuro, con ideas magníficas, llenas de la ciencia y de la técnica, que es el bastión de la nueva iglesia en Roma. Roma ha dejado de creer en la Revelación de Dios y, por eso, está haciendo un nuevo Evangelio: el de los hombres, el de la fraternidad apestosa con todo los demoníaco que el hombre puede alcanzar con su mente humana.

Para Francisco el «Señor de la historia», no el Dios Uno y Trino; eso suena muy dogmático, eso suena a Tradición, a Verdad Absoluta. Y ya los hombres no les gusta escuchar la verdad que duele. Y, entonces, hay que darles el lenguaje que agrada a todos y que está lleno de herejías: el Señor de la historia. Como si Dios estuviera pendiente de todos los hombres, de sus vidas, de sus quehaceres diarios, como si no tuviera otra cosa que hacer que obrar la historia de los hombres. Y Dios no es el Señor de la historia, porque el príncipe de este mundo es el demonio. Es Satanás el Señor de la historia. Y a este personaje está invocando Francisco en su perorata. Ese «Señor de la historia» «nos mira como hermanos uno de otro, y desea conducirnos por sus vías».

Ya sabemos cuál es el nuevo camino que Francisco inaugura dentro de la Iglesia Católica, para cargarse toda la Verdad: el camino que el demonio le pone en la mente. Y no es otro. Porque Dios no mira a los hombres como hermanos unos de otros. Para Dios, hay hijos de Dios e hijos de los hombres. Y éstos últimos son los hijos del demonio. Y, entre unos y otros, no es posible la hermandad. No se da. Pero en la mente de Francisco, todo es posible, hasta lo absurdo, hasta lo que no se da en la mente de Dios. Francisco tiene una mente superior a la divina y, por eso, está convencido de bautizar hasta a los mismos extraterrestres. Y ya sabemos que es un absurdo que existan los extraterrestres. Pero esto no lo sabe Francisco, porque no cree en el dogma de la Creación. Ese dogma lo ha superado con su ecologismo y ha puesto un nuevo pecado: si no amáis lo creado, no os salváis. Es un pecado, para la mente super-privilegiada de ese hombre, no amar la creación.

«Este encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en todo el mundo, está acompañado por la oración de tantas personas, de diferentes culturas, naciones, lenguas y religiones: personas que han rezado por este encuentro y que ahora están unidos a nosotros en la misma invocación»: son muchos los que tienen una venda en sus ojos para no ver la maldad que Francisco obra todos los días. Y son culpables de tener esa venda. Ellos mismos se han cegado por su pecado. Sus mentes ven la verdad: Francisco no sirve; pero sus deseos humanos, sus proyectos humanos, sus negocios humanos, sus caprichos en la vida, sus libertades, les lleva a imperar en sus mentes una idea del demonio: hay que apoyar a ese hombre si quieres vivir en paz.

Y así están muchos: con las babas cayéndose de sus bocas al escuchar las grandes necedades que este hombre dice cada día. Y no son capaces de ver las necedades. Sólo ven el lenguaje bonito que les agrada en la vida. Y, por eso, adoran el pensamiento de un hombre que no sabe pensar la verdad, sino que se pasa todo el día buscando la razón que tuerza toda verdad.

«Es un encuentro que responde al deseo ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan con un mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o enemigos». Todos deseamos la paz, pero no por el camino que Francisco ofrece. Todos sueñan con un mundo sin problemas, pero no por el camino que Francisco ofrece. El que cree en Cristo espera su Reino Glorioso sobre la Tierra. Pero Francisco niega este dogma. Y, muchos, dentro de la Iglesia, también lo niegan. No les cabe en la cabeza que Cristo venga de nuevo a la tierra, no sólo a dar un juicio, sino a reinar. Eso no lo pueden entender. Y, por eso, les gusta Francisco: su comunismo les dice que hay ir en pos de ese reino material, humano, de ese Paraíso en la tierra, pero buscado por los caminos de los hombres.

Nunca Francisco enseña una Verdad del Evangelio. Nunca dice que la paz está en esperar el Reino glorioso, porque la fe, para él, es una actividad mental, no es una vivencia: no es vivir lo divino en lo humano, sino que es pensar lo divino para abajarlo, para encasillarlo en las estructuras de los hombres. Francisco no vive de fe sino de su mente humana. Los logros de su necio pensamiento humano. Y, claro, sueña despierto: quiere un mundo sin adversario, sin enemigos. Es la utopía: «un mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o enemigos». Es irrealizable este sueño. Es más, es irracional este sueño. Pero es mucho más: es absurdo este sueño. No es posible, ni en el Juicio final, no ver a los enemigos. Es que es necesario verlos, pero un abismo separa a unos de otros. Esta Verdad Absoluta es lo que niega Francisco cuando sueña despierto en un mundo sin enemigos. ¡Cómo le gusta a Francisco hablar para que los oídos se regalen en bellas palabras, pero vacías de toda Verdad! ¡Cuán vacío está el alma de Francisco de toda Verdad, de todo Bien, de toda Vida!

«Señores Presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el amor y la amistad». Está hablando un político, con su demagogia en su lenguaje. Está haciendo su campaña política en medio de dos políticos. Les está vendiendo el producto. Como el mundo pertenece a los hombres, y no al demonio, entonces el mundo es bueno, porque los hombres son buenos. El legado que hay en el mundo no son las obras del demonio entre los hombres, sino las maravillosas obras de hombres inteligentes que se ha formado y han batallado para una vida humana de fraternidad, para unir a los hombres en todo lo bueno. Pero, en ese mundo, no todas las cosas los hombres las han hecho bien. Y, claro, tenemos ahora un mundo con problemas, sin soluciones, un mundo que busca la paz, un mundo que no quiere enemigos, que no quiere males, porque no es capaz de comprender de dónde viene el mal y por qué Dios permite que el mal siga difundiéndose, incluso en Su Iglesia. Esto, a Francisco, no le interesa tocarlo, porque él está en su demagogia: hay que llevar a los hombres al diálogo, a la fraternidad, a la tolerancia con los pensamientos de los demás, para alcanzar el amor y la amistad. En este su pensamiento político, Francisco hace el juego de su fe: hace memoria del pasado («hemos recibido de nuestro antepasados el legado») para construir un futuro («nos piden derribar los muros de la enemistad…»). Esto es siempre el lenguaje de ese hombre. Y, muchos, no saben verlo. No saben ver la verdad: para quitar los muros de la enemistad, es necesario confesar los pecados, arrepentirse de ellos y vivir una vida de penitencia. Ellos sólo saben ver la mentira que les propone Francisco y asienten a esa mentira: «tomar el camino del diálogo y de la paz».

«Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos». Hay una gran herejía en estas palabras que muy pocos saben ver, saben discernir. Tantos hombres que han caído víctimas de las guerras. Pero Francisco los llama: hijos. Queda más tierno, más en la línea de su sentir lo humano, de su vivencia social, de su culto a la mente del hombre. Y, como son víctimas inocentes de los hombres: primera herejía. Ningún hombre es inocente en ninguna guerra. Porque las guerras las fabrican los mismos hombres con sus pecados. Se llega a una guerra porque los hombres la quieren. Y, por supuesto, muchos mueren. Pero nadie es inocente. Habrá injusticias, pero nadie es inocente. Todo hombre nace en pecado original: luego, nadie es inocente.

Esos hombres son víctimas, justas o injustas, pero no inocentes. Pero Francisco habla con su lenguaje sentimental: son «plantas arrancadas en plena floración». Aquí se ve la dedicación que tiene Francisco por los frutos humanos de los hombres. Sólo le interesa eso: que el hombre florezca para el hombre. Ni le importa los frutos divinos, porque Francisco no trata a las almas en particular, sino que siempre habla para la gente, para una mentalidad, para una masa amorfa, para almas que sólo saben vivir lo social, pero que son incapaces de vida espiritual, de intimidad con Dios. La intimidad la ponen en sus ideas. Cuanto más cerca están de sus ideas, más fraternos son. Cuanto más sienten sus ideas, más las expresan, más hombre son, más humanos con los humanos.

Y, entonces, viene la segunda herejía: «que su memoria nos infunda el valor de la paz». Estos son los nuevos santos en la iglesia de Francisco. Toda esa gente que ha muerto en las guerras, que son inocentes, y que son santos para los hombres. Hay que ponerles un altar en cada ciudad, en cada pueblo. Hay que declararlos santos, porque Dios los ama mucho porque son inocentes.

Y su tercera herejía, que es una blasfemia: «para gloria de Dios y el bien de todos». Dios sólo se gloría en Su Justicia, no en el pensamiento de los hombres, no en lo que los hombres conciben como bueno o malo, justo, o injusto, inocente o pecador. La paz no se logra recordando a los hombres. Ningún hombre merece un recuerdo en esta vida. Todos los hombres, que ha muerto, merecen una oración y una penitencia por sus almas; nunca una lágrima, nunca un llanto, nunca dar culto a sus vidas y a sus mentes, como hace Francisco. Y las injusticias que los hombres hayan hecho en la vida con otros hombres, que Dios las juzgue; pero sólo al hombre le basta aplicar la justicia en la ley de Dios. Si no se aplica, se hace otra injusticia. Un hombre, como Francisco, que se pone por encima de la ley de Dios, nunca va a dar una Justicia Divina a los hombres, sino muchas injusticias humanas. Francisco se empeña «en el diálogo a toda costa». Y esta es su falta de fe. Porque las soluciones a los problemas de todos los hombres sólo se realiza con la fe. Las montañas de los problemas humanos se mueven con la fe: un alma con un granito de fe vive sin problemas en su vida. Pero, para Francisco, el mundo está lleno de problemas porque los hombres no saben dialogar, no saben aceptar los pensamientos de los otros, no saben meterlos en sus mentes para poder hacer una unión mental entre todos los hombres: la unión en la diversidad de las mentes humanas. El diálogo rompe el dogma de un único Dios: la Unidad en la Trinidad. Se es Uno a semejanza de la Trinidad. Los hombres nunca van a conseguir esta unidad, porque no se trata de hablar, sino de tener fe en el Dios Uno y Trino. Dios no se gloría en el esfuerzo de ningún hombre, en la vida de ningún hombre, en el pensamiento de ningún mortal. La Gloria de Dios es Él Mismo. Y sólo Él hace el camino de Sus Santos, no los hombres.

«A él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo la intercesión de la Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre nuestra». Ésta es su blasfemia, que viene de esta otra:«Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un mismo Padre».

El odio y la violencia, para Francisco, se quita con una sola palabra: hermano. Quien tenga dos dedos de frente, sabe que Francisco sólo habla de manera política, para cautivar el entendimiento humano: pone en bandeja de plata, con unas frases bellas, una mentira que quiere vender a los hombres. Su negocio es la fraternidad. Es lo que vende en esta charla que han tenido en el Vaticano. Se han reunido para esta venta. Que todos seamos hermanos. Que todos digamos la palabra: hermano. Que esa palabra llene la mente de todos para así conseguir que todos nos amemos. Gran blasfemia poner la salvación en las palabras de los hombres. Cuando sólo hay un Nombre que Salva: Jesucristo. Sólo hay una Palabra que libera, que sana, que obra milagros: Jesucristo. Sólo hay un Nombre que perdona los pecados: el Cordero de Dios, es el que quita los odios, las guerras, las violencias entre los hombres. No es la palabra hermano. Es Jesús y sólo Jesús. Y como Francisco no cree en Jesús, por eso, apela al Padre. Hay que mirar al Padre, no a Jesucristo. Porque el Padre es Dios; Jesús es un hombre en la gloria, pero no Dios. Y, mirando al Padre, hay que reconocerse todos hijos de un mismo Padre. Y esta blasfemia le lleva a blasfemar de la Virgen María.

La Virgen María no es Hija de Tierra Santa. Es la Hija del Padre; es la Madre del Hijo; es la Esposa del Espíritu Santo. ¡Maldita blasfemia de Francisco! Porque niega la Trinidad, también niega a la Virgen María. Es sólo una cualquiera, que nació en el pueblo judío y dio a luz a un gran profeta. Esto, que no se atreve a decirlo Francisco, es su pensamiento real. Quien no cree en un Dios católico no cree en ningún dogma de la Iglesia.

El lenguaje de Francisco es herético. Y es una herejía que se sostiene siempre, que cada día la dice, que la obra desde que se levanta hasta que se acuesta.



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