EL RESPETO HUMANO
(PC-38.1) 22-Sep-96
(A media noche.) El Señor:
Quiero hablarles del respeto
humano. Yo dije a Mis Apóstoles que
permaneciesen fieles durante las
persecuciones. Que llegaría un tiempo
en que quien los mate, se
persuadiría de hacer un obsequio a Dios. Así
fue, los enemigos de la fe creían
ofrecerme un gran regalo matando a los
cristianos. Esto es también lo
que hacen hoy día muchos que se llaman
cristianos; matan sus almas,
perdiendo la gracia del respeto humano por
complacer de esta manera a los
amigos del mundo. ¡A cuántos
desventurados ha enviado al
infierno el respeto humano, que es el
mayor enemigo de su salvación!
Por eso, ahora voy a instruirlos sobre lo
mucho que les importará
despreciar los respetos humanos y de cómo
deben hacerse superiores a ellos.
Cuánto daño causan al mundo los
escándalos, ¿verdad? ¡Ay del
mundo por razón de los
escándalos! Si bien Yo dije, que no por la malicia
del hombre es forzoso que haya
escándalo, entonces, ¿cómo será posible
vivir en el mundo y evitar
escándalos? Efectivamente, no es posible vivir
en el mundo sin escándalos. Sin
embargo, es posible evitar la
familiaridad con los escandalosos
para poder oponerse a sus malas
costumbres y a sus depravados
consejos. De lo contrario, por los
respetos humanos, no podrán
contradecirlos e imitarán sus malos
ejemplos.
Escuchen, hijitos. Estos amadores
del mundo, no solamente hacen
gala de su iniquidad, sino lo que
es todavía peor, quieren tener
compañeros y se burlan de cuantos
viven como verdaderos cristianos,
alejándose de los peligros de
ofenderme. Este es un pecado que Me
desagrada mucho y lo prohíbo de
un modo especial. En Eclesiástico 8, 6
encontrarán que les digo que no
miren con desprecio al hombre que se
aleja del pecado y no se lo eches
en cara o te burles de él para arrastrarlo
a que imite tu vida desordenada.
Aparejados están los terribles juicios de
Dios para castigar a los
mofadores y los mazos para machacar los
cuerpos de tales insensatos, en
esta y en la otra vida. Ellos se burlan de
Mis hijos y Yo Me burlaré de
ellos por toda la eternidad en el infierno.
Ellos tratan de avergonzar a los
Santos ante los hombres mundanos y Yo
los haré morir avergonzados y
después los enviaré a vivir entre los
condenados, cercados de eterna
ignominia y de tormentos interminables.
Es una maldad muy grande la de
aquellos que, no sólo no se
contentan con ofenderme, sino que
quieren también que Me ofendan los
demás. Con mucha frecuencia
consiguen sus malos designios, porque
hallan gran número de almas
flojas y débiles que abandonan el bien y
abrazan el mal, por no ser objeto
de burla a los malvados.
Cuántos de Mis hijos por no oír
decir: “¡Mira ese santurrón!” y otras
expresiones semejantes que los
hagan objeto de burla entre sus malos
amigos, imitan sus vicios y
desórdenes. Cuántos también, si reciben
alguna afrenta, deciden vengarse,
no tanto por la pasión de la ira, sino
por los respetos humanos; es
decir, porque no los tengan por hombres
menguados. Cuántos, después de
que se les escapó de la boca algún
comentario escandaloso, no se
desdicen, como debieran, por no perder el
prestigio que tienen entre los
demás. Cuántos, por miedo a perder el
favor de algún amigo, venden el
alma al demonio —como lo hizo Pilato,
que Me condenó a muerte por miedo
de perder la amistad del Cesar.
Sepan, hijitos Míos, que si
quieren salvarse, deben despreciar los
respetos humanos y el rubor que
puedan acarrearles las burlas que
hagan de ustedes Mis enemigos.
Porque, como digo en las Escrituras,
hay vergüenza que conduce al
pecado y hay también vergüenza que
acarrea a gloria y la gracia.
Lean Eclesiástico 4, 25. Si no quieren sufrir
con paciencia esta última, los
conducirá al abismo del pecado; pero si la
sufren por Mí, merecerán por ella
Mi divino amor y, después, una gloria
eterna en el Paraíso.
Se preguntarán algunos ¿por qué
han de perseguirme si yo quiero
salvar mi alma? Mas Yo les
respondo: que no hay remedio y que es
imposible que deje de ser
perseguido el que Me sirve, porque los impíos
abominan a los que siguen el
camino de la salvación. Los que llevan una
vida licenciosa aborrecen a los
que viven bien, porque la vida de éstos es
una reprensión viva de la mala
vida de ellos.
El soberbio que quiere vengarse
del menor ultraje que recibe, desea
que todos se venguen de las
afrentas que les hacen; el avaro, que
aumenta el dinero a costa de
injusticias, quisiera que todos hicieran otro
tanto; el bebedor, quisiera que
todos se embriagarán como él; el
lujurioso, que se jacta de sus
obscenidades y cuyas palabras respiran
inmundicia, quisiera que todos
obrasen y hablasen como él. Todos esos
hombres desordenados califican al
que no obra como ellos, de hombre
insociable, ruin y grosero, sin
honor y sin crédito. Los hombres del
mundo no saben hablar sino el
lenguaje del mundo. Son unos pobres
ciegos, obcecados por el pecado y
el mal hábito que les hacen hablar el
lenguaje de los demonios.
Así, no cabe forjarse ilusiones
sobre el particular. Todos los que
quieren vivir virtuosamente, han
de padecer persecución del mundo;
todos los santos fueron
perseguidos.
Tal vez dirá alguno: Yo no hago
mal a nadie, ¿por qué no han de
dejarme en paz? ¿A quién
incomodan los santos y mártires si estaban
llenos de caridad y amaban a
todos los hombres? Así es, a pesar de esto,
nadie ignora cómo los trató el
mundo: los destrozó con uñas de hierro,
los maltrató con hierros
candentes y, finalmente, los hizo perecer en los
tormentos. Y Yo, ¿a quién hice
mal? A pesar de consolar, de sanar,
resucitar muertos y redimir a
todos a costa de Mi sangre y de Mi vida, el
mundo Me maltrató, Me calumnió,
Me persiguió hasta hacerme morir
entre agonías en el patíbulo más
infame e ignominioso, propio solamente
de esclavos y de los peores
hombres.
Pequeña, aprende… Las máximas del
mundo son enteramente
opuestas a las Mías. Lo que el
mundo aprecia, es necedad delante Mío; y
el mundo llama necedad a lo que
Yo creo digno de aprecio: los trabajos,
las enfermedades, los desprecios,
los sufrimientos, la ignominia. A quien
se avergüence de Mí en el mundo, Yo
le diré: ahora Me avergüenzo Yo,
apártate de Mí, maldito, vete al
infierno a juntarte con tus compañeros
que se avergonzaron de seguir Mi
doctrina. A esos hijos les digo: Tú que
no quieres ser burla de tus
amigos, ¿no te importa el ser odiado por Mí?
Deben saber que si no se
desprecia al mundo, éste ha de despreciar y
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envilecer sus almas. Pero, ¿qué
es el mundo y todos los bienes que él les
ofrece? Todo lo que hay en el
mundo, es concupiscencia de la carne y
vanos deseos. ¿Qué son los
vestidos ricos sino lodo? ¿Qué son los
honores sino humo? ¿Qué son los
deleites carnales sino inmundicia? Y
después, ¿de qué les servirán
todas esas cosas si se condenan? El que Me
ama y quiere salvarse debe
despreciar al mundo y todos los respetos
humanos. Es preciso que cada uno
se esfuerce cuanto pueda para
conseguir este objeto. Muchos
deben violentarse. María Magdalena, para
vencer los respetos del mundo
cuando se arrojó a Mis pies y en presencia
de tanta gente, Me lavó los pies
con sus lágrimas y Me los enjugó con sus
cabellos. De este modo, se hizo
santa y mereció que Yo le perdonara sus
pecados y alabase además el gran
amor que Me tenía (Lucas 7, 47).
Un gran santo, llevaba un día
debajo de la capa una olla de comida
para los pobres encarcelados; en
el camino se encontró con su hijo,
montado a caballo pomposamente en
compañía de otros. El santo tuvo
cierta vergüenza de que viesen lo
que llevaba oculto, más ¿qué creen que
hizo para vencer este respeto
humano? Tomó la olla y se la puso sobre la
cabeza para que todos la vieran,
burlándose así del mundo. ¿Cuántas
burlas recibí Yo? En la Cruz fui
burlado por los soldados que decían: si
eres Hijo de Dios, desciende de
la cruz. Se burlaban también los
Sacerdotes, que decían entre sí:
a otros ha salvado y no puede salvarse a
sí mismo. Pero a pesar de estas
mofas y de que podía haberlos
confundido haciendo un milagro,
quise terminar Mi vida en la Cruz,
enseñándoles a vencer los
respetos humanos.
Hijos Míos, consuélense, porque
cuando los hombres los maldicen y
vituperan, entonces es cuando los
alabo y bendigo Yo. ¿No les basta ser
alabados por Mí, por la Reina del
Cielo, por todos los ángeles, por los
santos y los justos? Y si esto
les basta, dejen que digan lo que quieran los
mundanos y sigan dándome gusto,
que Yo los premiaré, tanto más en la
otra vida en la medida en que se
hayan violentado para despreciar las
burlas y contradicciones de los
hombres. Cada cual debe portarse como
si en el mundo no hubiera más
espectadores que Yo y él. Cuando se
burlen de ustedes los impíos,
encomiéndenme a esos pobres ciegos
que andan perdidos miserablemente
y den gracias, que les doy aquella
luz que niego a tales
desterrados, para que sigan por el camino de la
salvación.
Ahora, para vencer estos respetos,
es necesario que tengan fija en su
corazón la santa resolución de
preferir Mi gracia a todos los bienes y
favores del mundo; que digan,
como San Pablo: ni la muerte, ni la vida,
ni ángeles, ni principados… ni
otra criatura podrá jamás separarnos de la
caridad de Dios. Yo los exhorto,
a que nada teman de los que pueden
quitarles la vida temporal, sino
teman al que puede arrojar al infierno
alma y cuerpo. O Me siguen o
siguen al mundo. Si Me siguen a Mí, es
preciso que abandonen el mundo y
sus vanidades, que es lo que decía
Elías al pueblo.
Mis verdaderos hijos reciben gran
placer cuando se ven despreciados
y maltratados por el amor que Me
tienen. Piensa, bien podía Moisés
haberse libertado de la ira del
Faraón, dejando correr la fama esparcida
de que él era su nieto; pero lo
negó públicamente y escogió ser
perseguido con los otros hebreos,
juzgando que el oprobio por Mí era un
tesoro más grande que todas las
riquezas de Egipto.
Algunas veces se les presentarán
los amigos de nombre y les dirán:
¿Qué extravagancias son esas tan
ridículas? ¿Por qué no haces tú lo
mismo que los demás? Entonces,
deberán responderles: no todos hacen
lo que la multitud; hay algunos
que llevan una vida santa, pero esos son
pocos y no ustedes. Repliquen con
satisfacción: Yo quiero seguir a esos
pocos, porque dice el Evangelio:
muchos son los llamados, mas pocos los
escogidos. También les dirán los
falsos amigos: ¿No ves que todos
murmuran y se burlan de ti? Entonces
les responderán: Me contento con
que Dios no se burle de Mí.
Cuando sea necesario reprender a
esos satélites del demonio,
conviene tener valor y
reprenderlos sin miramiento alguno. Porque
cuando se trata de Mi honor, no
debe imponerse la calidad y categoría
del que peca, sino que deben
decirle con valor: eso es pecado y no debes
decirlo.
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