Horas de tinieblas y relámpagos
Publicado por: Germán
Mazuelo-Leytón 3 febrero, 2015
¿Por qué se ha borrado el nombre de María?, ¿acaso es
una vergüenza pronunciarse en pro de la Madre del Señor? -se preguntaba
Monseñor Rudolf Graber, Obispo de Ratisbona, a raíz de la decisión que habían
asumido las Congregaciones marianas alemanas de llamarse Comunidades
de vida cristiana. «Esta decisión es un nuevo eslabón en la cadena de
continuadas transigencias desde la debilidad frente a las corrientes de la
época, y es el resultado de la universal relajación observable en todos los
terrenos» (Landshut, 23-4-1968).
Relajación utilizada por el marxismo apoyado en la Teología
de la Liberación, en su afán de servirse de cuanto le sea útil para los fines
de su revolución, que ha buscado, y busca instrumentalizar también el culto
mariano.
Leonardo Boff se refirió a la devoción mariana señalando que
a lo largo de la historia de la Iglesia, ésta es nada más que
instrumentalización del cristianismo por la burguesía. En su nueva
mariología, la Santísima Virgen es despojada no solamente de todos sus títulos
tradicionales –que para todo cristiano expresan la profundidad de los dogmas-
sino que incluso rechaza todas sus virtudes naturales y sobrenaturales, de las
cuales Ella es acabado modelo para todo cristiano. Los teólogos de la
liberación y sus ejecutores, en consonancia con las ideologías de género y
feminista, hablan de la virginidad de María Santísima, como un estado de
opresión.
A los marxistas se plegaron en una triple tarea de
instrumentalización, falsificación, y desconstrucción de la devoción mariana,
los propulsores de la ideología de la Nueva Era cuya penetración en América
Latina comenzó con una arrolladora pujanza entre 1989 y 1990, a raíz del V
Centenario del Descubrimiento de América, con el objetivo especial de socavar
los cimientos católicos en estos países, en un rumbo indianista-tribalista muy
bien calculado. Últimamente las propulsoras de la ideología de género, con la
consigna de romper con la Virgen María elucubraron una teología
ecofeminista, basadas en la sospecha de que no está puesto todo sobre la
mesa y de que hay algunas cosas que no se han dicho por controlarnos
en vez de liberarnos.
Un tránsito hábil, consistente y agresivamente elaborado, un
contubernio diabólico entre el marxismo, la teología de la liberación, el
nuevaerismo, el indigenismo, el eco-feminismo, el falso ecumenismo, operadores
de una desconstrucción de la mariología, que buscan en definitiva sacar de
escena a la Santísima Virgen.
Meta deliberadamente construida también para desconstruir la
devoción mariana hacia el «bien Común supremo y universal, condición para todos
los demás bienes, es la misma Tierra que, por ser nuestra Gran Madre, debe ser
amada, cuidada, regenerada y venerada como nuestras madres. El Bien Común de la
Tierra y de la Humanidad pide que entendamos la Tierra como viva y sujeto de
dignidad. No puede ser apropiada de forma individual por nadie, ni hecha
mercancía, ni sufrir agresión sistemática por ningún modo de producción.
Pertenece comunitariamente a todos los que la habitan y al conjunto de los
ecosistemas» (Declaración del bien común de la tierra).
Relajación que ahora busca convertir los santuarios marianos
en santuarios interreligiosos, en los que se verifique una cohabitación
interconfesional, incluso con expresiones naturalistas y hasta paganas. Así lo
esperaba, el anterior Rector del Santuario de Fátima, Padre Luciano Guerra: «El
futuro de Fátima debe pasar por la creación de un santuario donde las
religiones diferentes puedan mezclarse. El diálogo interreligioso en Portugal y
en la Iglesia Católica está todavía en una fase embriónica, pero el Santuario
de Fátima no es indiferente a este hecho y ya está abierto a ser un lugar de
vocación universalista”, y añadía “el mismo hecho que Fátima sea un nombre
musulmán y de la hija de Mahoma, es indicativo que el Santuario debe estar
abierto a la coexistencia de distintos tipos de fe y creencias».
Lo avizoraba el Papa Pío XI: «Con tal fin suelen estos
mismos organizar congresos, reuniones y conferencias, con no escaso número de
oyentes e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, a infieles de todo
género, de cristianos y hasta a aquellos que apostataron miserablemente de
Cristo o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión» (Encíclica
Mortalium animos, 2).
Si la Verdadera Fe se destruye por su cohabitación con las
falsas religiones, el falso ecumenismo y la interreligiosidad,
instrumentalizando la mariología, la pulverizan.
«En nombre del Evangelio, y a la luz de las encíclicas de
los últimos Papas Gregorio XVI, Pío IX, León XIII y Pío X, no dudo en afirmar
que esta indiferencia hacia las religiones que pone en el mismo nivel la
religión de origen divino y las religiones inventadas por los hombres para
inducirlos al escepticismo, es una blasfemia que clama el castigo sobre la
sociedad, lejos más que los pecados de los individuos y de las familias» (Carta
Pastoral del cardenal Mercier, 1918).
Pues bien, en vez de profesarse rendidamente a María, a la
vista de estas tendencias destructoras para la fe y la honestidad, lo que se
hace es abandonar su nombre. Esto roza con la traición a la Iglesia, al pueblo
y al futuro. En verdad, son éstas «hora di tenebre et lampi» (horas de
tinieblas y relámpagos) (Obispo Graber).
Germán Mazuelo-Leytón
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