
Pasión de Cristo y de la Iglesia
11/04/17 9:00 AM por Germán Mazuelo-Leytón
La Semana Santa en la que se realizan los dos
acontecimientos más importantes de la historia de la humanidad, comienza con un
efímero recibimiento glorioso de Jesús en la ciudad de Jerusalén, cánticos y
palmas, entusiasmo y olvido, mientras las fuerzas enemigas de Cristo tratan de
eliminarle inmediatamente.
Para comprender la Pasión y Muerte de Jesús, hay que
colocarse entre cuatro interrogantes que han constituido la base de la profunda
meditación de todos los tiempos y son: ¿Quién padece? ¿Qué padece? ¿Cómo
padece? ¿Por quién padece?
1. ¿Quién padece?
No es un hombre cualquiera, como son todas las personas del
mundo, sólo hombres y mujeres, de gran dignidad y categoría si se quiere, pero
sólo hombres y mujeres. Jesús en cambio es el Dios que creó el Cielo y la
Tierra, con todas las maravillas que en ellas detectamos. Es Dios justo, recto,
noble, leal a todos, no como los dos que están clavados junto a Él en el
Calvario, que son malhechores, uno de ellos manifestará a su compinche: Nosotros
lo tenemos todo merecido y pagamos nuestros crímenes, pero Él no ha hecho nada
malo.[1]
Quien padece es majestad. Entonces Jesús, sabiendo todo
lo que le había de acontecer, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscáis?”
Respondiéronle: “A Jesús el Nazareno”. Les dijo: “Soy Yo”. Judas, que lo
entregaba, estaba allí con ellos. No bien les hubo dicho: “Yo soy”, retrocedieron
y cayeron en tierra.[2]
El Cristo de la cruz es el que dijo: Hágase al
principio del mundo.
Si es Dios y es tan poderoso, ¿cómo es posible que se
encuentre clavado, inutilizado, asesinado de ese modo tan humillante?
Está en la Cruz porque lo desea, es el precio que debe dar
por nuestra salvación. Como indicó a Pedro: ¿O piensas que no puedo rogar
a mi Padre, y me dará al punto más de doce legiones de ángeles?[3]
2. ¿Qué padece?
Tormentos físicos, hambre y sed, flagelación terrible, hasta
quedar descubiertos los huesos de su espalda, coronación de espinas que
penetraron como agujas de acero hasta el fondo de su cerebro.
Bofetones, patadas, golpes de todo género transporte de una
pesadísima cruz hasta la cumbre del Calvario, penetración de gruesos clavos,
colocados a fuerza de martillo que rasgaron sus venas convirtiéndolas en
fuentes de sangre, suspensión de todo el peso de su cuerpo, de los dos clavos
de sus manos, tremenda sed que le hizo gritar en busca de consuelo, torturas
emanadas por todas sus llagas, sus heridas purulentas y sus raspaduras.
A los tormentos físicos se añaden los morales: el
apresamiento vil, como si se tratase de un criminal indecente, los desprecios
de los soldados, la temible soledad por el abandono de sus apóstoles, que le
dejaron sólo en medio de los lobos de sus adversarios. La solemne y pública
condenación, cual si fuera un impostor peligroso. Los juicios ante Herodes,
Pilatos, Anás y Caifás, siempre humillado por los testimonios de falsos
testigos.
La ingratitud del Pueblo Escogido. El odio de las
autoridades religiosas. La contemplación del dolor de su Madre.
Siete siglos antes el profeta Isaías le había descrito
manifestando que desde los cabellos de su cabeza hasta las plantas de sus pies,
no había en su cuerpo un lugar sano.
3. ¿Cómo padece?
Nuestro Señor Jesucristo inventa una escuela de dolor. Para
Él no existe ninguna casualidad ni simple malicia de los hombres que provocan
el sufrimiento. En el fondo de todo dolor asoma la voluntad del Padre, que del
sacrificio ha de sacar mucho fruto para la salvación de la humanidad.
Si la Cruz es el símbolo del problema del dolor, el
crucifijo es la solución. La diferencia entre la Cruz y el crucifijo es Cristo.
Una vez que Nuestro Señor, que es el amor mismo, monta sobre la cruz, revela
cómo el dolor puede ser transformado por medio del amor en un sacrificio
gozoso, cómo aquellos que siembran en lágrimas pueden cosechar en gozo, cómo
aquellos que lloran pueden ser consolados, cómo aquellos que sufren con Él
pueden reinar con Él, y cómo aquellos que toman una cruz por un breve
Viernes Santo poseerán la felicidad por un Eterno Domingo de Pascua… Nuestro
Señor, no niega el dolor; Él no intenta escapar a él. Le hace frente, y al
hacerlo así demuestra que el sufrimiento no es extraño ni siquiera a Dios que
se hizo hombre.[4]
Y estas son las tres improntas del sufrimiento de Jesús:
Primera: sufre voluntariamente. Había señalado a
sus íntimos que Él sería detenido, condenado, maltratado y martirizado, y que
lo haría voluntariamente. Se había ofrecido para la salvación de toda la
humanidad pecadora, y el precio de la Redención era nada menos que la serie
interminable de los dolores y angustias de su Pasión.
Podría liberarse de los que lo llevaban preso, y aunque le
aterra la perspectiva de su Pasión, dirá con valentía al Padre: Si
quieres, aparta de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya[5], y la voluntad del Padre es su Pasión.
Segunda: Jesús sufre serenamente. Ni una protesta
en medio de las torturas, ni una llamarada de odio hacia los que sí le odian,
ni una amenaza contra sus torturadores, lo mismo cuando le acribillan de golpes
y salivazos, como cuando le agujerean manos y pies para suspenderle de la cruz.
Había enseñado nítidamente su lección: Aprended de Mí
que son manso y humilde de corazón.[6]
Tercera: sufre su Pasión desinteresadamente. Es
angustioso escuchar a Jesús: [7] Si Yo hubiera venido sin hacerles
oír mi palabra, no tendrían pecado, pero ahora no tienen excusa por su pecado.
Quien me odia a Mí odia también a mi Padre. Si Yo no hubiera hecho en medio de
ellos las obras que nadie ha hecho, no tendrían pecado, mas ahora han visto, y
me han odiado, lo mismo que a mi Padre.[8]
4. ¿Por quién padece?
Desde el pecado de Adán la humanidad llega al mundo
inficionada con el pecado original. Todos nacimos pecadores. Qué bien lo
confiesa el real profeta: Pecador me concibió mi madre.
El orgullo, fue la causa del pecado de Adán y, en
consecuencia, de la ruina del género humano; por eso vino Jesucristo a reparar
tamaña catástrofe con su humildad, abrazándose generoso con los oprobios que le
preparaban sus enemigos, como dijo David: Porque yo por tu causa sufrí
afrenta y se cubrió de confusión mi rostro.[9]
Vino el Hijo del hombre a buscar y a salvar lo perdido.[10]
Escribe san Pablo a Timoteo Dios quiere que todos se
salven y lleguen al conocimiento de la verdad.[11]
Y aunque cuando Jesús murió por la salvación de todos, el
Evangelio contiene la realidad de que algunos, quizá muchos no se salvaron. Lo
verán con claridad en la conducta libre y personal de los dos ladrones clavados
en el Calvario. Uno de los malhechores se convierte y se salva. Ante el mismo
espectáculo el otro malhechor se aleja de Jesús. Cada uno de los dos ha
realizado lo que deseaba.
5. La Iglesia tiene también hoy su propia pasión
Notad el paralelo entre la indiferencia de algunos hombres
en el Calvario y la indiferencia de algunos hombres de nuestros días.
Y cuando la Iglesia proclama para el mundo que Dios es la
Verdad y que la Verdad es Una, ellos replican: ¿No puede Usted ver que hay tres
cruces en el Calvario? ¿Cómo se atreve a decir que hay una Verdad? Y así, hasta
el final de los tiempos, la Iglesia como Cristo, debe continuar siendo
rechazada, mientras los modernos jugadores del Calvario sin hacer distinción
entre la Verdad y los ladrones, entre la Vida Eterna y la perecedera, sólo se
sientan y vigilan.[12]
Está crucificado el Cuerpo místico de Cristo. Crucificado en
las persecuciones en el mundo árabe. Crucificado por el laicismo imperante, por
las ideologías que buscan arrinconarlo a lo más profundo de las sacristías.
También –contradictoriamente- por una falsa nueva pasión por Cristo, más este
amor no es por Cristo el Dios-Hombre, sino por el gran hombre Cristo, el
hombre-para-los-demás, amigo, libertador de los pobres, revolucionario y
subversivo máximo que ayuda a los pobres a derrocar todas las instituciones
corruptas, incluso a la Iglesia institucional. Es decir, una anti-Pasión sin
Cruz: «baja, baja de la Cruz y creeremos en Ti».[13]
Las dos grandes fuerzas del Cuerpo místico de Cristo y el
Cuerpo místico del Anticristo han empezado a formar sus cuadros para la
contienda (Mons. Fulton Sheen).
Es una guerra, sobre todo contra las almas, propagando la
herejía y la heteropraxis (prácticas de religión que tienden a quebrantar la
fe, tales como la costumbre de hablar indiscriminadamente en la Iglesia y nunca
arrodillarse, o, no mostrar ninguna señal de respeto por Jesús en la Sagrada
Eucaristía), y del colapso de la moralidad como destruir eventualmente la fe o
esclavizar al vicio.[14]
La Iglesia verdadera, en su última Pascua se hallará en
medio de su excruciante pasión,[15] será minimizada, perseguida y
humillada, la Iglesia remanente[16] será enfrentada a la falsa Iglesia
robustecida, por todo el mundo admirada, guiada por el falso profeta,
desacralizada y farsante que fornicando con todos los reyes del orbe, políticos
y religiosos formará una sola religión que terminará adorando al anticristo,
esta falsificación esperada, apoyada y defendida por la mayoría atraerá sobre
la tierra la supresión del sacrificio perpetuo y la abominación de la
desolación[17] de la que hablaron Daniel y el
propio Jesucristo y que será el último reducto de las huestes infernales en
contra de Dios.
Lo peor de la pasión de la Iglesia en este momento, es que
los peores persecutores provienen del interior de la misma Iglesia.[18]
Germán Mazuelo-Leytón
[1] SAN LUCAS 23, 41.
[2] SAN JUAN 18, 4-6.
[3] SAN MATEO 26, 53.
[4] SHEEN, Mons. FULTON J., El eterno
galileo.
[5] SAN LUCAS 22, 42.
[6] SAN MATEO 11, 29.
[7] SAN JUAN 15, 22-24.
[8] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, La expiación de Cristo.
[9] DE LIGORIO, San ALFONSO Mª, Reflexiones
sobre la Pasión de Jesucristo.
[10] SAN LUCAS 19, 10.
[11] 1 TIMOTEO 2, 4.
[12] SHEEN, Mons. FULTON J., El eterno
galileo.
[13] Cf. SAN LUCAS 23, 37.
[14] GRUNER. P. NICHOLAS, Esclavización
del mundo o paz.
[15] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, Crisis
religiosa: llegará la restauración.
[16] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, El triunfo
de la Señora y el «remanente mariano».
[17] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, Abominación de la
desolación.
[18] GALAT, JOSÉ, Un café con Galat.
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