"He venido por TODOS mis HIJOS con el deseo de
acercarlos a Nuestros Corazones"




El Señor expuesto las 24  horas del día en vivo y en directo

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LAS HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Las veinticuatro horas de la Pasión

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Meditaciones Sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Para acompañar a Nuestro Señor Jesucristo, en cada Hora de su Pasión

Por Luisa Picarretta, hija de la Divina Voluntad. 
(En proceso de Beatificación)



HORA DE SAN JOSÉ
Para hacer los:
Domingos a la 21 horas
 Domingos 09:00 PM




Mensajes de Dios y la Virgen María (MDM)
http://kyrieokumbaya.blogspot.com.es/

Presentamos la Asociación por las Almas del Purgatorio. 
¡Inscribe a las tuyas! ¡Reza por todas!
Por RORATE CÆLI -23/11/2014


martes, 30 de julio de 2013

TÚ SABES QUE YO TE AMO Confidencias de Jesús a un sacerdote


URGE  OBRAR  PRONTO
 — Querido Jesús, si me quieres hablar háblame. Ayú­dame a escuchar tu voz y procura cumplir en mí tus deseos.
Sí hijo, soy Yo, Jesús Verbo Eterno de Dios, en­gendrado desde siempre por el Padre, en la plenitud de los tiempos hecho carne en el seno Purísimo de la Madre mía y vuestra, gloriosamente presente en el Paraíso a la diestra del Padre. Realmente presente en Cuerpo, San­gre, Alma y Divinidad en el Misterio de la Fe y del Amor.
—¿Entonces anoche no estabas ensombrecido conmigo cuando ca­llabas a mis repetidas preguntas?
“No, hijo mío, te lo he dicho esta noche”.
—Jesús, quisiera preguntarte una cosa. Temo charlar demasiado en lo tocante al avecinarse  la hora tremenda de tu Justicia.
“No, hijo mío. Dilo, lo quiero,  lo quie­ro y también por mis  mensajes urge ha­cerlo pronto".
—Pero Jesús, ¡dirán que estoy loco!
“Cuántas veces no te he dicho que no te preocu­pes de nada por lo que pensarán los demás de ti. ¡Los enemigos míos cuántas veces me han acusado de estar loco! He­rodes me hizo vestir de loco y así maltratado me hizo caminar por las calles de Jerusalén.
¿No querían también llevar a Don Bosco al manicomio? Y todos los santos ¿no han sido considera­dos, quién más, quién menos, un poco locos?
—La comparación no vale. Hablas de Ti y de Don Bosco. Pero yo, Jesús...
“Tú eres "la pequeña gota de agua que cae hacia abajo". ¿No puedo Yo tomarla y hacer de ella lo que quiero? ¿No eres tú el que me dices que quieres ser un instrumento en mis manos disponible al cien por cien?

Hijo, Yo me sirvo escogiendo a quién, cuando y como creo. Me he ser­vido de Balaam. Me he servido de Jonás. "Seria mejor morirme antes que... ".  Era recalcitrante, pero se fue a Nínive.
Escogiéndote a ti, precisamente  por tu nulidad, será más fácil con­vencerte que soy Yo el que habla en el que se ha dado completamente a Mí para que Yo haga de él lo que quiera  ¿te has arrepentido de haberte dado a Mí?
— ¡No, no! No me he arrepentido, quiero lo que Tú quieras.
“Hijo, ahora te bendigo.  Conmigo te bendicen el Padre y el Espíritu Santo y con Nosotros te bendicen también mi Madre y San José.
Junto contigo bendecimos a todos aquellos por quienes rezas y de los que haces mención. Recuerda que esta bendición es resguardo de protección y escudo de defensa.
Ámame cada vez más.

20 de Octubre de 1975
SACERDOTES   SANTOS
 Hijo mío, escribe.
Hay tres categorías de sacerdotes.
Hay sacerdotes santos. Sacerdotes buenos, verdadera­mente buenos que viven, en unión Conmigo, la Vida mía divina.
Están iluminados por la Sabiduría, guiados en sus fatigas pastorales por el Espirita Santo. Siguen mis ense­ñanzas comunicadas a ellos por mi Vicario en la tierra, el Papa*.
Están animados y vivificados por el amor que es fue­go que purifica, que ilumina y calienta, que los transforma y los une a Mí como Yo estoy unido al Padre.
Cumplen con diligencia su ministerio sa­cerdotal, trayendo las almas a Mí con la oración, con el ofrecimiento y con el sufrimiento.
San queridos de mi Corazón misericordioso y de mi Madre y vuestra también; son objeto de mi predi­lección. La humildad que los anima ha atraído sobre ellas la mirada misericordiosa mía, Verbo de Dios, del Padre y del Espíritu Santo.
Por ellos, por su piedad, se les han evitado muchos padecimientos a los hombres; han asegurado mi protección. Les espera un lugar y una corona en el Paraíso.

 * S.S. el Papa Pablo VI

Sacerdotes  desviados
 La segunda categoría es la de los desviados, de los desorientados.
Son los que toman a pecho mucho más las cosas del mun­do, que no las  de Dios.  Y son tantos, hijo mío.
Tienen tiempo para todo, para sus afectos humanos; tienen tiempo para sus diversiones, para lecturas nocivas a su alma que acrecientan las sombras. Ningún tiempo para rezar, para meditar. Su vida no es vida de unión con Dios.
Están faltos del don de sabiduría, no ven, no entienden;  en fin, tienen oídos y no oyen, tienen ojos y no ven. Su formalismo asemeja una práctica de vida cristiana, vacía de un espíritu verdadero, sin vida de Gracia.
Entre esos las deserciones han sido muchas. Muchísimas serán las fugas, las apostasías verdaderas y propias en la no lejana hora de la Justicia. Muchos en esa hora revelarán ante el mundo su identidad de Judas. He dicho ante el mundo, porque Yo los conozco desde siempre.

El Padre los espera
 Yo los amo igualmente, quiero su conversión, el Pa­dre los espera.
No tengo sino un deseo, decir a cada uno: "¡Ven hijo mío, todo está olvidado, todas las escorias de tu alma son abrasadas por mi Amor!"
Pero exactamen­te porque te amo, no puedo ocultarte qué tremenda responsa­bilidad  es resistir a Dios que te espera, a Dios que te ama hasta tal punto de haber derramado su Sangre preciosa por ti.
El enfermo que rechaza al médico y  las medicinas está destinado a perecer. He aquí  por qué he querido llegar hasta ti por todos los medios, no termino esta invitación a la conver­sión antes de que sea demasiado tarde.
El instrumento del que me he servido ha tenido la orden de gritar fuertemen­te a todos: "Convertíos, al Señor vuestro Dios antes que sea demasiado tarde".
Os lo repito, la hora de la misericordia está para ceder a la hora de la justicia. No protestéis contra mi insis­tencia, no digáis: es siempre la misma canción.
Soy vuestro Dios, vuestro Padre, soy vuestro Herma­no, soy vuestro Salvador. Sólo el amor inspira e impele a Dios a rogaros, a suplicaros: "Convertíos antes que sea demasiado tarde, de otro modo pereceréis".
"Deus non irridetur"[20].  Es astucia de vuestro enemigo, Satanás, haceros creer muerta la Justicia Divina. Misericordia y Justicia son en Mí una sola cosa. ¿Es po­sible tanta ceguera?

El veneno de Satanás
 La tercera categoría, está formada por los sacerdotes que, íntimamente, se auto consideran buenos.
Viven como si fueran buenos pero un velo los envuel­ve, el velo de su presunción por la que no ven su realidad interior que, aunque frecuentemente pasa desapercibida pa­ra los hombres, pero no para Mí, Dios.
En otras palabras: les falta la verdadera y sincera humildad, esa humildad que debe hacer de cada uno de voso­tros un niño; les falta la simplicidad de la humildad y a ellos mi Padre no les revela nada.
Es difícil su conversión; su soberbia es refinada, re­vestida de humildad. Pero bajo aquella pseudo ‑ humildad está el veneno de Satanás, exactamente como ciertas joyas de apariencia preciosas, pero bajo el recubrimiento de oro está el metal vil.
No creen sino en sí mismos, desdeñan y no aguantan que algún otro vea un poco más lejos que ellos.
Satanás en muchos modos tiende sus lazos a mis sacerdotes. También por estos se necesita rezar y sufrir, porque es ardua su conversión.
Ahora basta hijo mío, veo que estás cansado. Te Bendigo y Conmigo te bendicen Mi Madre y San José.

23 de Octubre de 1975
 ¿QUIÉNES SON LOS OBISPOS?

Los Obispos son aquellos a quienes Yo, Sacerdote Eterno, he llamado para hacerlos partícipes de mi Eterno Sacerdocio. Los Obispos son los sucesores de mis Apóstoles. Los Obispos son los jefes de las Iglesias locales.
Los Obispos con el Papa mi Vicario en la tierra a la cabeza, forman el colegio apostólico.
Los Obispos, unidos al Papa, son los depositarios y los custodios, los que difunden y los defensores de mi Divina Palabra. "Id y predicad mi Evangelio a todas las gentes".

Los Obispos, con el Papa son los administradores de los frutos de la Redención; puesto que son partícipes de la plenitud de mi Sacerdocio, deberían todos poseer el don de la sabiduría.
He dicho: todos deberían poseerlo. Por desgracia no es así y quienes lo poseen lo poseen en diferentes grados, como la luz que no tiene siempre la misma intensidad. Una es la luz del sol en pleno medio día, otra es la claridad que proviene de la luna, otra la de la lámpara y otra la de la luciérnaga.

¿Quizá el Espíritu Santo ha sido imparcial? No, hi­jo mío. El grado de sabiduría está en relación con el grado de correspondencia a los impulsos de la gracia.
Aquellos que con atenta y vigilante sensibilidad han respondido generosamente y valerosamente, a veces heroicamente y con perseverancia a los impulsos de la gracia, no dejándolos caer en el vacío, están llenos de sabiduría.
Quien menos ha correspondido menos ha recibido. Quienes no la poseen del todo quiere decir que han cerrado el camino al Espíritu Santo con su presunción y soberbia, raíz de todos los males.

Simplismo presuntuoso
 Hijo, mis Apóstoles, durante los tres años vividos junto a Mí, no hicieron grandes progresos en la vía de la perfección.
¿La razón? El simplismo presuntuoso del que estaba embebido su espíritu. Lo confirman sus necias preguntas dirigidas a Mí en varias ocasiones, excepción hecha del Apóstol predilecto, porque su espíritu puro, sim­ple y humilde lo hizo sumamente querido a Mí y al Espíritu Santo quien lo enriqueció con el don de la sabiduría, todavía antes de Pentecostés.
Después de mi Resurrección me aparecí a mi Madre, a la Magdalena, a Lázaro, a los discípulos de Emaús y a otros; en cambio no lo hice inmediatamente a mis Apóstoles quienes por ello fue­ron humillados, arrepentidos y también un poquitín resentidos.
Esta lección sirvió para hacerlos entrar en sí mismos; sirvió para inducirlos a reflexionar en la gravedad de su huida, en su comportamiento poco honorable en el tiempo de mí Pasión.
El simplismo presuntuoso del que estaba empapado su espíritu fue la causa del profundo sueño del que fueron presa. No estuvieron vigilantes, dando así el flanco a la emboscada del Ene­migo que los venció.
Durante los cuarenta días que precedieron a mi As­censión, Yo vacié su orgullo, los preparé a la separación de la Ascensión y sobre todo los preparé volver su ánimo dispo­nible a la acción del Espíritu de sabiduría.
Les conferí el poder sacerdotal culminado con la plenitud de mi sacerdocio del Pentecostés.