Los dos últimos días de la Novena de Navidad, dado por Jesús a Luisa Piccarreta.
Es una maravilla comprobar con que Amor por nosotros, Jesús deseó venir al mundo.
Es una maravilla comprobar con que Amor por nosotros, Jesús deseó venir al mundo.
Octava (Amor suplicante)
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración antes de la meditación de cada día:
Señor mío Jesucristo, postrado ante tu Divina presencia, suplico a tu
amorosísimo Corazón que me admitas a la meditación de los Excesos de tu Amor en
el misterio de tu Encarnación. Dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión
y entendimiento mientras medito el octavo Exceso de tu amor. Y a ti Madre
Inmaculada, te pido que me encierres en tu Corazón, y me hagas un pequeño lugar
en tu seno materno para que pueda contemplar, comprender y acompañar a tu Hijo
Jesús es este misterio, e imitándolos a Él y a Ti, deje reinar en mi la
Voluntad Divina, como en el Cielo así en la tierra. Amén.
Meditación:
"Hija mía, no me dejes solo, apoya tu cabeza sobre el seno de mi querida
Mamá y también desde afuera oirás mis gemidos, mis súplicas, y viendo que ni
mis gemidos ni mis súplicas mueven a compasión de mi amor a la criatura, me
pongo como el más pobre de los mendigos y extiendo mi pequeña manita pidiendo
al menos por piedad, a título de limosna sus almas, sus afectos y sus
corazones. Mi amor quería vencer a cualquier costo al corazón del hombre, y
viendo que después de siete excesos de mi amor permanecía reacio, se hacía el
sordo, no se ocupaba de Mí ni se quería dar a Mí, mi amor quiso ir más allá,
hubiera debido detenerse, ¡pero no! Quiso salir más allá de sus límites, y
desde el seno de mi Mamá hacía Yo llegar mi voz a cada corazón con los modos
más insinuantes, con los ruegos más fervientes, con las palabras más
penetrantes. ¿Y sabes qué le decía?
‘Hijo mío, dame tu corazón, todo lo que tú quieras te lo daré con tal de que me
des a cambio tu corazón; he bajado del cielo para tomarlo, ¡ah, no me lo
niegues! ¡No defraudes mis esperanzas!’
Y viéndolo reacio y que muchos me volteaban la espalda, pasaba a los gemidos,
juntaba mis pequeñas manitas y llorando, con voz sofocada por los sollozos,
añadía:
‘¡Ay, ay! Soy el pequeño mendigo, ¿ni siquiera de limosna quieres darme tu
corazón?’
¿No es éste un exceso más grande de mi amor: que el Creador para acercarse a la
criatura tome la forma de pequeño niño para no infundirle temor y pida al menos
como limosna el corazón de la criatura, y viendo que ella no se lo quiere dar,
ruega, gime y llora?"
Luego me decía: "Y tú, ¿no quieres darme tu corazón? ¿O también tú quieres
que gima, que ruegue y llore para que me des tu corazón? ¿Quieres negarme la
limosna que te pido?" Y mientras esto decía, yo oía que sollozaba.
Entonces decía: "Jesús mío, no llores, te doy mi corazón y toda yo
misma."
Y la voz interna continuaba:
"Continúa más adelante, pasa al noveno exceso de mi amor."
Al terminar la meditación:
Padre Nuestro, Ave María y Gloria. Por el triunfo del Reino de la Divina
Voluntad y las intenciones del Santo Padre.
Novena (Amor agonizante)
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración antes de la meditación de cada día:
Señor mío Jesucristo, postrado ante tu Divina presencia, suplico a tu
amorosísimo Corazón que me admitas a la meditación de los Excesos de tu Amor en
el misterio de tu Encarnación. Dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión
y entendimiento mientras medito el noveno Exceso de tu amor. Y a ti Madre
Inmaculada, te pido que me encierres en tu Corazón, y me hagas un pequeño lugar
en tu seno materno para que pueda contemplar, comprender y acompañar a tu Hijo
Jesús es este misterio, e imitándolos a Él y a Ti, deje reinar en mi la
Voluntad Divina, como en el Cielo así en la tierra. Amén.
Meditación:
"Hija mía, mi estado es cada vez más doloroso... Si me amas, tu mirada
tenla fija en Mí para que veas si puedes dar a tu pequeño Jesús algún consuelo,
alguna palabra de amor, una caricia, un beso que dé tregua a mi llanto y a mis
aflicciones.
Escucha, hija mía; después de haber dado ocho excesos de mi amor al hombre y
éste tan malamente me había correspondido, mi amor no se dio por vencido y al octavo
exceso quiso agregar el noveno. Y son las ansias, los suspiros de fuego, las
llamas de los deseos porque quería salir del seno materno para abrazar al
hombre. Esto reducía a mi pequeña humanidad aún no nacida, a una agonía tal que
estaba a punto de dar mi último respiro, pero mi Divinidad que era inseparable
de Mí, me daba sorbos de vida y tomaba de nuevo la vida para continuar mi
agonía y volver a morir nuevamente... Este fue el noveno exceso de mi amor:
agonizar y morir continuamente de amor por la criatura. ¡Oh, qué larga agonía
de nueve meses! ¡Oh, cómo el amor me ahogaba y me hacía morir! Y si no hubiera
tenido mi Divinidad conmigo, la cual me daba continuamente la vida cada vez que
estaba por morir, el amor me habría consumado antes de salir a la luz del
día."
Luego agregaba: "Mírame, escúchame cómo agonizo, cómo mi pequeño corazón
late, se ahoga, arde; mírame, ahora muero."
Y guardaba un profundo silencio. Yo me sentía morir, se me helaba la sangre en
las venas y temblando le decía:
"Amor mío, vida mía, no te mueras, no me dejes sola. Tú quieres amor y yo
te amaré, no te dejaré más, dame tus mismas llamas para poderte amar más y
consumarme toda por ti."
Luisa Piccarreta, , por obediencia a su confesor San Annibale Maria, relata:
“Esta Novena la hacía a veces arrodillada, y cuando estaba impedida por la
familia, incluso trabajando, porque la voz interna no me daba ni tregua ni paz,
si no hacia lo que quería, o lo que el trabajo no era impedimento para hacer lo
que debía hacer. Así pasé los días de la novena. Cuando llegó la víspera me
sentí mas que nunca encendida de insólito fervor… Estaba sola en la habitación
cuando repentinamente se me presentó el Niñito Jesús, todo bello, sí, pero
tembloroso, en actitud de querer abrazarme. Yo me levanté y corrí para
abrazarlo, pero en el acto de estrecharlo se desapareció, repitiéndose esto por
tres veces. Quedé tan conmovida y encendida que no sé cómo explicarlo.”
Aquí termina Luisa de narrar los nueve excesos de amor que Jesús le manifestó
para que meditara en la Santa Novena de Navidad.
Después de la Novena, Luisa narra que continuó meditando la Pasión de Jesús, al
mismo modo que la Novena:
“Entonces me entregué toda a meditar la Pasión, e hizo tanto bien a mi alma,
que creo que todo el bien me ha venido de esta fuente. Jesús mismo me narraba
las penas por Él sufridas, y yo quedaba tan conmovida que lloraba
amargamente...” (Vol. 1)
Años después, por obediencia a su confesor San Annibale Maria, también puso
esas meditaciones, enseñanzas y oraciones sobre la Pasión por escrito, y es el
libro “Las Horas de la Pasión”, fuente de inmensos bienes también para las
almas que las leen, las meditan y oran con ellas.
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[1] La Novena de la Navidad es con lo que empieza Luisa su volumen primero. En
estas meditaciones – como en todos los volúmenes de Luisa – hay dos cosas: la
enseñanza de Nuestro Señor, y la actitud de Luisa que pone en práctica la
enseñanza correspondiendo inmediatamente a la gracia. Aprendamos ambas.
Es de notar que ya desde aquí, al principio de sus manifestaciones a Luisa,
Nuestro Señor le revela lo que pasaba en el interior de su pequeñísima
Humanidad, las dimensiones divinas de sus sufrimientos, oraciones y actos, es
decir, lo que su Divinidad obraba en su Humanidad, unidas hipostáticamente
desde el instante de la Encarnación, cómo su Voluntad Divina obraba con su
voluntad humana, dando comienzo así a las enseñanzas sobre su Divina Voluntad,
tema característico de los escritos de Luisa, especialmente de volumen 11 en
adelante.
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