La Anunciación del Ángel a la Virgen María y la
Encarnación del Hijo de Dios
Revelaciones de Jesús a María
Valtorta
RELATO DE LA ANUNCIACIÓN
Lo que veo: María, muchacha
jovencísima (al máximo quince años a juzgar por su aspecto), está en una
pequeña habitación rectangular; verdaderamente, una habitación de jovencita.
Contra una de las dos paredes más largas, está el lecho: una cama baja, sin cuja,
cubierta por gruesas esteras o tapetes -diríase que éstos están extendidos
sobre una tabla o sobre un entramado de cañas porque están muy rígidos y sin
pliegues como los de nuestras camas-. Contra la otra pared, un estante con una
lámpara de aceite, unos rollos de pergamino y una labor de costura –parece
un bordado- cuidadosamente doblada.
A uno de los lados del
estante, hacia la puerta, que da al huerto, abierta ahora, aunque tapada por
una cortina que palpita movida por un ligero vientecillo, en un taburete bajo
está sentada la Virgen. Está hilando un lino candidísimo y suave como la seda.
Sus manitas, sólo un poco más oscuras que el lino, hacen girar rápidamente el
huso. Su carita juvenil, preciosa, está ligeramente inclinada y ligeramente
sonriente, como si estuviera acariciando o siguiendo algún dulce pensamiento.
Hay un gran silencio en la
casita y en el huerto. Y mucha paz, tanto en la cara de María como en el
espacio que la rodea. Paz y orden. Todo está limpio y ordenado. La habitación,
de humildísimo aspecto y mobiliario, casi desnuda como una celda, tiene un aire
austero y regio, debido a su gran limpieza y a la cuidadosa colocación de la
cobertura del lecho, de los rollos, de la lámpara y del jarroncito de cobre que
está cerca de ésta con un haz de ramitas floridas dentro, ramitas de
melocotonero o de peral, no lo sé; lo que sí está claro es que son de árboles
frutales, de un blanco ligeramente rosado.
María comienza a cantar en
voz baja. Luego alza ligeramente la voz. No llega al pleno canto, pero su voz
ya vibra en la habitación, sintiéndose en aquélla una vibración del alma. No
entiendo la letra, que sin duda es en hebreo, pero, dado que, de vez en cuando
repite "Yeohvah", intuyo que se trata de algún canto sagrado, acaso un
salmo. Quizás María recuerda los cantos del Templo. Debe tratarse de un dulce
recuerdo. Efectivamente, deja sobre su regazo sus manos, y con ellas el hilo y
el huso, y levanta la cabeza para apoyarla en la pared, hacia atrás. Su rostro
está encendido de un lindo rubor; los ojos, perdidos tras algún dulce
pensamiento, brillantes por un golpe de llanto, que no los rebosa pero sí los
agranda. Y, a pesar de todo, los ojos ríen, sonríen ante ese pensamiento que
ven y que los abstrae de lo sensible. Resaltando de su vestido blanco
sencillísimo, circundado por las trenzas, que lleva recogidas como corona en
torno a la cabeza, el rostro rosado de María parece una linda flor.
El canto pasa a ser
oración: "Señor Dios Altísimo, no te demores más en mandar a tu Siervo
para traer la paz a la tierra. Suscita el tiempo propicio y la virgen pura y
fecunda para la venida de tu Cristo. Padre, Padre santo, concédele a tu sierva
ofrecer su vida para esto. Concédeme morir tras haber visto tu Luz y tu
Justicia en la Tierra, sabiendo que la Redención se ha cumplido. ¡Oh, Padre
Santo, manda a la Tierra el Suspiro de los Profetas! Envía el Redentor a tu
sierva. Que cuando cese mi día se me abra tu Casa por haber sido abiertas sus
puertas por tu Cristo para todos aquellos que en ti hayan esperado. Ven, ven,
Espíritu del Señor. Ven a los fieles tuyos que te esperan. ¡Ven, Príncipe de la
Paz!..." María se queda así ensimismada...
La cortina late más fuerte,
como si alguien la estuviera aventando con algo o quisiera descorrerla. Y una
luz blanca de perla fundida con plata pura hace más claras las paredes
tenuemente amarillentas, hace más vivos los colores de las telas, más
espiritual el rostro alzado de María. En la luz se prosterna el Arcángel. La
cortina no ha sido descorrida ante el misterio que se está verificando; es más,
ya no late: pende, rígida, pegada a las jambas, separando, como una pared, el
interior del exterior.
El Arcángel necesariamente debe
adquirir un aspecto humano; pero es un aspecto ultra-humano. ¿De qué carne está
compuesta esta figura bellísima y fulgurante? ¿Con qué substancia la ha
materializado Dios para hacerla sensible a los sentidos de la Virgen? Sólo Dios
puede poseer estas sustancias y usarlas de esa manera perfecta. Es un rostro,
es un cuerpo, son ojos, boca, cabellos y manos como los nuestros; pero no se
trata de nuestra opaca materia: es una luz que ha tomado color de carne, de
ojos, de cabellera, de labios, una luz que se mueve y sonríe y mira y
habla.
"¡Salve, María, llena de Gracia, salve!." La voz es un dulce arpegio como de perlas chocadas contra un metal precioso.
María se estremece y baja la mirada. Su estremecimiento aumenta cuando ve a la fúlgida criatura arrodillada aproximadamente a un metro de distancia de Ella, con las manos cruzadas sobre el pecho, mirándola con una veneración infinita.
María, repentinamente, se pone en pie y aprieta su cuerpo contra la pared. Palidece y se ruboriza alternativamente. Su rostro expresa estupor y turbación. Inconscientemente aprieta sus manos contra el pecho escondiéndolas en las anchas mangas. Se recoge sobre sí misma como queriendo esconder lo más posible su cuerpo: un acto de delicado pudor.
"No. No temas. ¡El Señor está contigo! ¡Bendita tú entre todas las mujeres!"
A pesar de estas palabras, María sigue temiendo. ¿De dónde viene ese ser extraordinario? ¿Es un enviado de Dios, o del Engañador?
"¡No temas, María!" insiste el Arcángel. "Yo soy Gabriel, el Ángel de Dios. Mi Señor me ha enviado a ti. No temas, porque has hallado gracia ante Dios. Tú concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre "Jesús". Será grande, será llamado Hijo del Altísimo, y verdaderamente lo será. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará para siempre en la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin nunca. Comprende, santa Virgen amada del Señor, Hija bendita suya, llamada a ser Madre de su Hijo, comprende qué Hijo vas a engendrar".
"¿Cómo puede suceder esto si yo no conozco varón? ¿Acaso el Señor ya no acoge el ofrecimiento de su sierva? ¿Es que ya no quiere que sea virgen por amor a Él?"
"No vas a ser madre por obra de varón, María. Tú eres la eterna Virgen, la Santa de Dios. El Espíritu Santo descenderá sobre ti y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, Santo se llamará el que nacerá de ti, e Hijo de Dios. Todo lo puede el Señor, Dios nuestro. Isabel, la estéril, en su vejez ha concebido un hijo que será el Profeta de tu Hijo, el que preparará sus caminos. El Señor la ha liberado de su oprobio y su memoria quedará en las gentes unida a tu nombre, como el nombre de su hijo al de tu Hijo Santo, y hasta el final de los siglos las gentes os llamarán bienaventuradas por la gracia del Señor que habéis recibido, y a ti especialmente, María, porque habrán recibido la Gracia por medio de ti. Isabel está ya en su sexto mes, y su peso, paradójicamente, la regocija, y más aún la regocijará cuando conozca el motivo de tu gozo. Para Dios nada es imposible, María, llena de Gracia. ¿Qué debo responderle a mi Señor? No te turbe ningún tipo de pensamiento. Él tutelará tus intereses si te pones en sus manos. ¡El mundo, el Cielo, Dios eterno esperan tu respuesta!".
"María, cruzando a su vez sus manos sobre el pecho e inclinándose con gesto reverente dice:
"He aquí la esclava de Dios. Hágase de mí según su palabra".
El Ángel resplandece de alegría y se pone en actitud adorante, puesto que, sin duda, ve al Espíritu de Dios descender sobre la Virgen, inclinada en gesto de adhesión; luego desaparece sin mover la cortina, dejándola cerrada cubriendo el Misterio santo.
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