Solemnidad de la Asunción
de la Santisíma Virgen María a los Cielos
***
LA CASA DONDE MARÍA VIViÓ SUS ÚLTIMOS AÑOS EN EFESO
En base a esta visión es que se descubrió la Casa de María
en Éfeso, Ver…
(...)A pesar de su avanzada edad, la Santa Virgen no
manifestaba otras señales de vejez que la expresión del ardiente deseo que la
consumía y la impulsaba en cierto modo a su transfiguración. Tenía una gravedad
inefable, jamás la vi reírse, únicamente sonreírse con cierto aire arrebatador.
Mientras más avanzada en años, su rostro se ponía más blanco y diáfano. Estaba
flaca pero sin arrugas, ni otro signo de decrepitud, había llegado a ser un
puro Espíritu.
Por último llegó para la Madre de Jesús, la hora de abandonar
este mundo y unirse a su Divino Hijo. En su alcoba encortinada de blanco, la vi
tendida sobre una cama baja y estrecha; su cabeza reposaba sobre un cojín
redondo. Se hallaba pálida y devorada por un deseo vehemente. Un largo lienzo
cubría su cabeza y todo su cuerpo, y encima había un cobertor de lana obscura.
Pasado algún tiempo, vi también mucha tristeza e inquietud
en casa de la Santa Virgen. La sirvienta estaba en extremo afligida, se
arrodillaba con frecuencia en diversos lugares de la casa y oraba con los
brazos extendidos y sus ojos inundados de lágrimas. La Santa Virgen reposaba
tranquila en su camastro, parecía ya llegado el momento de su muerte. Estaba
envuelta en un vestido de noche y su velo se hallaba recogido en cuadro sobre
su frente, solo lo bajaba sobre su rostro cuando hablaba con los hombres. Nada
le vi tomar en los últimos días, sino de tiempo en tiempo una cucharada de un
jugo que la sirvienta exprimía de ciertas frutas amarillas dispuestas en
racimos.
Cuando la Virgen conoció que se acercaba la hora, quiso
conforme a la Voluntad de Dios, bendecir a los que se hallaban presentes y
despedirse de ellos. Su dormitorio estaba descubierto y Ella se sentó en la
cama, su rostro se mostraba blanco, resplandeciente y como enteramente
iluminado. Todos los amigos asistentes se hallaban en la parte anterior de la
sala. Primero entraron los Apóstoles, se aproximaron uno en pos del otro al
dormitorio de María y se arrodillaron junto a su cama. Ella bendijo a cada uno
de ellos, cruzando las manos sobre sus cabezas y tocándoles ligeramente las
frentes. A todos habló e hizo cuanto Jesús le hubo ordenado. Ella habló a Juan
de las disposiciones que debería de tomar para su sepultura, y le encargó que
diese sus vestidos a su sirvienta y a otra mujer pobre que solía venir a
servirla. Tras de los Apóstoles, se acercaron los discípulos al lecho de María
y recibieron de ésta su bendición, lo mismo hicieron las mujeres. Vi que una de
ellas se inclinó sobre María y que la Virgen la abrazó.
Los Apóstoles habían formado un altar en el Oratorio que
estaba cerca del lecho de Santa Virgen. La sirvienta había traído una mesa
cubierta de blanco y de rojo, sobre la cual brillaban lámparas y cirios
encendidos. María, pálida y silenciosa, miraba fijamente el cielo, a nadie
hablaba y parecía arrobada en éxtasis. Estaba iluminada por el deseo, yo
también me sentí impelida de aquel anhelo que la sacaba de sí. ¡Ah! Mi corazón
quería volar a Dios juntamente con el de Ella. Pedro se acercó a Ella y le
administró la Extremaunción, poco más o menos como se hace en el presente,
enseguida le presentó el Santísimo Sacramento. La Madre de Dios se enderezó
para recibirlo y después cayó sobre su almohada. Los Apóstoles oraron por algún
tiempo, María se volvió a enderezar y recibió la sangre del Cáliz que le
presentó Juan. En el momento en que la Virgen recibió la Sagrada Eucaristía, vi
que una luz resplandeciente entraba en Ella y que la sumergía en éxtasis
profundo. El rostro de María estaba fresco y risueño como en su edad florida.
Sus ojos llenos de alegría miraban al Cielo.
Entonces vi un cuadro conmovedor; el techo de la alcoba de
María había desaparecido y a través del cielo abierto, vi la Jerusalén
Celestial. De allí bajaban dos nubes brillantes en la que se veían innumerables
ángeles, entre los cuales llegaban hasta la Sma. Virgen una vía luminosa. La
Santa Virgen extendió los brazos hacia ella con un deseo inmenso, y su cuerpo
elevado en el aire, se mecía sobre la cama de manera que se divisaba espacio
entre el cuerpo y el lecho. Desde María vi algo como una montaña esplendorosa
elevarse hasta la Jerusalén Celestial; creo que era su Alma porque vi más claro
entonces una figura brillante infinitamente pura que salía de su cuerpo y se
elevaba por la Vía Luminosa que iba hasta el Cielo. Los dos coros de ángeles
que estaban en las nubes, se reunieron más abajo de su Alma y la separaron de
su cuerpo, el cual en el momento de la separación, cayó sobre la cama con los
brazos cruzados sobre el pecho.
Mis abiertos ojos que seguían el Alma purísima e inmaculada
de María, la vieron entrar en la Jerusalén Celestial y llegar al Trono de la
Santísima Trinidad. Vi un gran número de almas entre las cuales reconocí a los
Santos Joaquín y Ana, José, Isabel, Zacarías y Juan Bautista venir al encuentro
de María con un júbilo respetuoso. Ella tomó su vuelo a través de ellos hasta
el Trono de Dios y de su Hijo, quien haciendo brillar sobre todo lo demás la
Luz que salía de sus llagas, la recibió con un Amor todo Divino, la presentó
como un cetro y le mostró la Tierra bajo sus pies como si confiriese sobre Ella
algún Poder Celestial. Así la vi entrar en la Gloria y olvidé todo lo que
pasaba en torno de María sobre la Tierra.
Después de ésta visión, cuando miré otra vez a la Tierra, vi
resplandeciente el cuerpo de la Sma. Virgen. Reposaba sobre el lecho, con el
rostro luminoso, los ojos cerrados y los brazos cruzados sobre su pecho. Los
Apóstoles, discípulos y santas mujeres, estaban arrodillados y oraban en
derredor del cuerpo. Después vi que las santas mujeres extendieron un lienzo
sobre el Santo Cuerpo y los Apóstoles con los discípulos se retiraron en la
parte anterior de la casa. Las mujeres se cubrieron con sus vestidos y sus
velos, se sentaron en el suelo y ya arrodilladas o sentadas, cantaban fúnebres
lamentaciones. Los Apóstoles y los discípulos se taparon la cabeza con la banda
de tela que llevaban alrededor del cuello y celebraron un oficio funerario; dos
de ellos oraban siempre alternativamente a la cabeza y a los pies del Santo
Cuerpo.
Luego las mujeres quitaron de la cama el Santo Cuerpo con
todos sus vestidos y lo pusieron en una larga canasta llena de gruesas
coberturas y de esteras, de suerte que estaba como levantado sobre la canasta.
Entonces dos de ellas pusieron un gran paño extendido sobre el cuerpo y otras
dos la desnudaron bajo el lienzo, dejándole solo su larga túnica de lana.
Cortaron también los bellos bucles de los cabellos de la Santa Virgen y los
conservaron como recuerdo. Enseguida el santo Cuerpo fue revestido de un nuevo
ropaje abierto y después por medio de lienzos puestos debajo, fue depositado
respetuosamente sobre una mesa y sobre la cual se habían colocado ya los paños
mortuorios y las bandas que se debían de usar. Envolvieron entonces el Santo
Cuerpo con los lienzos desde los tobillos hasta el pecho y lo apretaron
fuertemente con las fajas. La cabeza, las manos y los pies, no fueron envueltos
de esa manera; enseguida depositaron el Cuerpo Santo en el ataúd y lo colocaron
sobre el pecho una Corona de flores blancas, encarnadas y celestes como emblema
de su Virginidad.
Entonces los Apóstoles, los discípulos y todos los
asistentes, entraron para ver otra vez antes de ser cubierto el Santo Rostro
que les era tan amado. Se arrodillaron y lloraron alrededor del Santo Cuerpo,
todos tocaron las manos atadas de Nuestra Madre María como para despedirse y se
retiraron. Las mujeres le dieron también los últimos adioses, le cubrieron el
rostro, pusieron la tapa en el ataúd y le clavaron fajas de tela gris en el
centro y en las extremidades. Enseguida colocaron el ataúd en unas andas, Pedro
y Juan lo condujeron en hombros fuera de la casa. Creo que se relevaban
sucesivamente, porque más tarde vi que el féretro era llevado por seis
Apóstoles. Llegados a la sepultura, pusieron el Santo Cuerpo en tierra y cuatro
de ellos, lo llevaron a la caverna y lo depositaron en la excavación que debía
de servirle de lecho sepulcral. Todos los asistentes entraron allí uno por uno,
esparcieron aromas y flores en contorno, se arrodillaron orando y vertiendo
lágrimas y luego se retiraron.
Por la noche muchos Apóstoles y santas mujeres, oraban y
cantaban cánticos en el jardincito delante de la tumba. Entonces me fue
mostrado un cuadro maravillosamente conmovedor: Vi que una muy ancha vía
luminosa bajaba del cielo hacia el sepulcro y que allí se movía un resplandor
formado de tres esferas llenas de ángeles y de almas bienaventuradas que
rodeaban a Nuestro Señor y el Alma resplandeciente de María. La figura de
Jesucristo con sus rayos que salían de sus cicatrices, ondeaban delante de la
Virgen. En torno del Alma de María, vi en la esfera interior, pequeñas figuras
de niños, en la segunda, había niños como de seis años y en la tercera
exterior, adolescentes o jóvenes; no vi distintamente más que sus rostros; todo
lo demás se me presentó como figuras luminosas resplandecientes.
Cuando ésta visión que se me hacía cada vez más y más
distinta hubo llegado a la tumba, vi una vía luminosa que se extendía desde
allí hasta la Jerusalén Celestial. Entonces el Alma de la Santísima Virgen que
seguía a Jesús, descendió a la tumba a través de la roca y luego uniéndose a su
Cuerpo que se había transfigurado, clara y brillante se elevó María acompañado
de su Divino Hijo y el coro de los Espíritus Bienaventurados hacia la Celestial
Jerusalén. Toda esa Luz se perdió allí, ya no vi sobre la Tierra más que la
bóveda silenciosa del estrellado Cielo.
Como Santo Tomás no llegó a tiempo a despedirse de la Madre
y tampoco pudo asistir al Santo Entierro; él tenía en su mente y corazón,
llegar a tiempo. Pero al enterarse del desenlace por medio de los demás
Apóstoles, él se puso triste y lloroso y se lamentaba no haber llegado a
tiempo. El, interiormente tenía el deseo vehemente de verla por última vez y así
se los hizo saber a los demás. Ya habían pasado varios días de lo del entierro;
todos querían volver al Sepulcro y acceder a la petición de Tomás. Tomaron una
resolución y al día siguiente muy de mañana, emprendieron el camino al Sepulcro
de Nuestra Santa Madre. Estando enfrente del Sepulcro, quitaron la piedra-sello
de la entrada y ¡Oh! Maravilla de Maravillas, de la bóveda salía un suave aroma
de perfume de Rosas frescas; todos al sentir ese perfume, se sintieron
conmovidos y perplejos; se miraron unos a otros preguntándose en silencio, con
la mirada y con señas en las manos: “¿Entramos?” y aún mirándose entre ellos,
todos asintieron con la cabeza y traspasando la bóveda, entraron al Santo
Sepulcro hacia el sitio donde depositaron el ataúd que contenía el Cuerpo
Santísimo de la Virgen María y más enorme fue la emoción y sorpresa entre ellos
al ver que en el sitio solo habían Rosas frescas, fragantes y olorosas y
significaban que el Señor había venido a buscar a su Santísima Madre para
llevarla a su Gloria Celestial y Su Cuerpo no sufra la corrupción.
Ver narración completa de la visión :
Solemnidad de la Asunción
de la Santisíma Virgen María a los Cielos
de la Santisíma Virgen María a los Cielos
***
LA CASA DONDE MARÍA VIViÓ SUS ÚLTIMOS AÑOS EN EFESO
En base a esta visión es que se descubrió la Casa de María
en Éfeso, Ver…
(...)A pesar de su avanzada edad, la Santa Virgen no
manifestaba otras señales de vejez que la expresión del ardiente deseo que la
consumía y la impulsaba en cierto modo a su transfiguración. Tenía una gravedad
inefable, jamás la vi reírse, únicamente sonreírse con cierto aire arrebatador.
Mientras más avanzada en años, su rostro se ponía más blanco y diáfano. Estaba
flaca pero sin arrugas, ni otro signo de decrepitud, había llegado a ser un
puro Espíritu.
Por último llegó para la Madre de Jesús, la hora de abandonar
este mundo y unirse a su Divino Hijo. En su alcoba encortinada de blanco, la vi
tendida sobre una cama baja y estrecha; su cabeza reposaba sobre un cojín
redondo. Se hallaba pálida y devorada por un deseo vehemente. Un largo lienzo
cubría su cabeza y todo su cuerpo, y encima había un cobertor de lana obscura.
Pasado algún tiempo, vi también mucha tristeza e inquietud
en casa de la Santa Virgen. La sirvienta estaba en extremo afligida, se
arrodillaba con frecuencia en diversos lugares de la casa y oraba con los
brazos extendidos y sus ojos inundados de lágrimas. La Santa Virgen reposaba
tranquila en su camastro, parecía ya llegado el momento de su muerte. Estaba
envuelta en un vestido de noche y su velo se hallaba recogido en cuadro sobre
su frente, solo lo bajaba sobre su rostro cuando hablaba con los hombres. Nada
le vi tomar en los últimos días, sino de tiempo en tiempo una cucharada de un
jugo que la sirvienta exprimía de ciertas frutas amarillas dispuestas en
racimos.
Cuando la Virgen conoció que se acercaba la hora, quiso
conforme a la Voluntad de Dios, bendecir a los que se hallaban presentes y
despedirse de ellos. Su dormitorio estaba descubierto y Ella se sentó en la
cama, su rostro se mostraba blanco, resplandeciente y como enteramente
iluminado. Todos los amigos asistentes se hallaban en la parte anterior de la
sala. Primero entraron los Apóstoles, se aproximaron uno en pos del otro al
dormitorio de María y se arrodillaron junto a su cama. Ella bendijo a cada uno
de ellos, cruzando las manos sobre sus cabezas y tocándoles ligeramente las
frentes. A todos habló e hizo cuanto Jesús le hubo ordenado. Ella habló a Juan
de las disposiciones que debería de tomar para su sepultura, y le encargó que
diese sus vestidos a su sirvienta y a otra mujer pobre que solía venir a
servirla. Tras de los Apóstoles, se acercaron los discípulos al lecho de María
y recibieron de ésta su bendición, lo mismo hicieron las mujeres. Vi que una de
ellas se inclinó sobre María y que la Virgen la abrazó.
Los Apóstoles habían formado un altar en el Oratorio que
estaba cerca del lecho de Santa Virgen. La sirvienta había traído una mesa
cubierta de blanco y de rojo, sobre la cual brillaban lámparas y cirios
encendidos. María, pálida y silenciosa, miraba fijamente el cielo, a nadie
hablaba y parecía arrobada en éxtasis. Estaba iluminada por el deseo, yo
también me sentí impelida de aquel anhelo que la sacaba de sí. ¡Ah! Mi corazón
quería volar a Dios juntamente con el de Ella. Pedro se acercó a Ella y le
administró la Extremaunción, poco más o menos como se hace en el presente,
enseguida le presentó el Santísimo Sacramento. La Madre de Dios se enderezó
para recibirlo y después cayó sobre su almohada. Los Apóstoles oraron por algún
tiempo, María se volvió a enderezar y recibió la sangre del Cáliz que le
presentó Juan. En el momento en que la Virgen recibió la Sagrada Eucaristía, vi
que una luz resplandeciente entraba en Ella y que la sumergía en éxtasis
profundo. El rostro de María estaba fresco y risueño como en su edad florida.
Sus ojos llenos de alegría miraban al Cielo.
Entonces vi un cuadro conmovedor; el techo de la alcoba de
María había desaparecido y a través del cielo abierto, vi la Jerusalén
Celestial. De allí bajaban dos nubes brillantes en la que se veían innumerables
ángeles, entre los cuales llegaban hasta la Sma. Virgen una vía luminosa. La
Santa Virgen extendió los brazos hacia ella con un deseo inmenso, y su cuerpo
elevado en el aire, se mecía sobre la cama de manera que se divisaba espacio
entre el cuerpo y el lecho. Desde María vi algo como una montaña esplendorosa
elevarse hasta la Jerusalén Celestial; creo que era su Alma porque vi más claro
entonces una figura brillante infinitamente pura que salía de su cuerpo y se
elevaba por la Vía Luminosa que iba hasta el Cielo. Los dos coros de ángeles
que estaban en las nubes, se reunieron más abajo de su Alma y la separaron de
su cuerpo, el cual en el momento de la separación, cayó sobre la cama con los
brazos cruzados sobre el pecho.
Mis abiertos ojos que seguían el Alma purísima e inmaculada
de María, la vieron entrar en la Jerusalén Celestial y llegar al Trono de la
Santísima Trinidad. Vi un gran número de almas entre las cuales reconocí a los
Santos Joaquín y Ana, José, Isabel, Zacarías y Juan Bautista venir al encuentro
de María con un júbilo respetuoso. Ella tomó su vuelo a través de ellos hasta
el Trono de Dios y de su Hijo, quien haciendo brillar sobre todo lo demás la
Luz que salía de sus llagas, la recibió con un Amor todo Divino, la presentó
como un cetro y le mostró la Tierra bajo sus pies como si confiriese sobre Ella
algún Poder Celestial. Así la vi entrar en la Gloria y olvidé todo lo que
pasaba en torno de María sobre la Tierra.
Después de ésta visión, cuando miré otra vez a la Tierra, vi
resplandeciente el cuerpo de la Sma. Virgen. Reposaba sobre el lecho, con el
rostro luminoso, los ojos cerrados y los brazos cruzados sobre su pecho. Los
Apóstoles, discípulos y santas mujeres, estaban arrodillados y oraban en
derredor del cuerpo. Después vi que las santas mujeres extendieron un lienzo
sobre el Santo Cuerpo y los Apóstoles con los discípulos se retiraron en la
parte anterior de la casa. Las mujeres se cubrieron con sus vestidos y sus
velos, se sentaron en el suelo y ya arrodilladas o sentadas, cantaban fúnebres
lamentaciones. Los Apóstoles y los discípulos se taparon la cabeza con la banda
de tela que llevaban alrededor del cuello y celebraron un oficio funerario; dos
de ellos oraban siempre alternativamente a la cabeza y a los pies del Santo
Cuerpo.
Luego las mujeres quitaron de la cama el Santo Cuerpo con
todos sus vestidos y lo pusieron en una larga canasta llena de gruesas
coberturas y de esteras, de suerte que estaba como levantado sobre la canasta.
Entonces dos de ellas pusieron un gran paño extendido sobre el cuerpo y otras
dos la desnudaron bajo el lienzo, dejándole solo su larga túnica de lana.
Cortaron también los bellos bucles de los cabellos de la Santa Virgen y los
conservaron como recuerdo. Enseguida el santo Cuerpo fue revestido de un nuevo
ropaje abierto y después por medio de lienzos puestos debajo, fue depositado
respetuosamente sobre una mesa y sobre la cual se habían colocado ya los paños
mortuorios y las bandas que se debían de usar. Envolvieron entonces el Santo
Cuerpo con los lienzos desde los tobillos hasta el pecho y lo apretaron
fuertemente con las fajas. La cabeza, las manos y los pies, no fueron envueltos
de esa manera; enseguida depositaron el Cuerpo Santo en el ataúd y lo colocaron
sobre el pecho una Corona de flores blancas, encarnadas y celestes como emblema
de su Virginidad.
Entonces los Apóstoles, los discípulos y todos los
asistentes, entraron para ver otra vez antes de ser cubierto el Santo Rostro
que les era tan amado. Se arrodillaron y lloraron alrededor del Santo Cuerpo,
todos tocaron las manos atadas de Nuestra Madre María como para despedirse y se
retiraron. Las mujeres le dieron también los últimos adioses, le cubrieron el
rostro, pusieron la tapa en el ataúd y le clavaron fajas de tela gris en el
centro y en las extremidades. Enseguida colocaron el ataúd en unas andas, Pedro
y Juan lo condujeron en hombros fuera de la casa. Creo que se relevaban
sucesivamente, porque más tarde vi que el féretro era llevado por seis
Apóstoles. Llegados a la sepultura, pusieron el Santo Cuerpo en tierra y cuatro
de ellos, lo llevaron a la caverna y lo depositaron en la excavación que debía
de servirle de lecho sepulcral. Todos los asistentes entraron allí uno por uno,
esparcieron aromas y flores en contorno, se arrodillaron orando y vertiendo
lágrimas y luego se retiraron.
Por la noche muchos Apóstoles y santas mujeres, oraban y
cantaban cánticos en el jardincito delante de la tumba. Entonces me fue
mostrado un cuadro maravillosamente conmovedor: Vi que una muy ancha vía
luminosa bajaba del cielo hacia el sepulcro y que allí se movía un resplandor
formado de tres esferas llenas de ángeles y de almas bienaventuradas que
rodeaban a Nuestro Señor y el Alma resplandeciente de María. La figura de
Jesucristo con sus rayos que salían de sus cicatrices, ondeaban delante de la
Virgen. En torno del Alma de María, vi en la esfera interior, pequeñas figuras
de niños, en la segunda, había niños como de seis años y en la tercera
exterior, adolescentes o jóvenes; no vi distintamente más que sus rostros; todo
lo demás se me presentó como figuras luminosas resplandecientes.
Cuando ésta visión que se me hacía cada vez más y más
distinta hubo llegado a la tumba, vi una vía luminosa que se extendía desde
allí hasta la Jerusalén Celestial. Entonces el Alma de la Santísima Virgen que
seguía a Jesús, descendió a la tumba a través de la roca y luego uniéndose a su
Cuerpo que se había transfigurado, clara y brillante se elevó María acompañado
de su Divino Hijo y el coro de los Espíritus Bienaventurados hacia la Celestial
Jerusalén. Toda esa Luz se perdió allí, ya no vi sobre la Tierra más que la
bóveda silenciosa del estrellado Cielo.
Como Santo Tomás no llegó a tiempo a despedirse de la Madre
y tampoco pudo asistir al Santo Entierro; él tenía en su mente y corazón,
llegar a tiempo. Pero al enterarse del desenlace por medio de los demás
Apóstoles, él se puso triste y lloroso y se lamentaba no haber llegado a
tiempo. El, interiormente tenía el deseo vehemente de verla por última vez y así
se los hizo saber a los demás. Ya habían pasado varios días de lo del entierro;
todos querían volver al Sepulcro y acceder a la petición de Tomás. Tomaron una
resolución y al día siguiente muy de mañana, emprendieron el camino al Sepulcro
de Nuestra Santa Madre. Estando enfrente del Sepulcro, quitaron la piedra-sello
de la entrada y ¡Oh! Maravilla de Maravillas, de la bóveda salía un suave aroma
de perfume de Rosas frescas; todos al sentir ese perfume, se sintieron
conmovidos y perplejos; se miraron unos a otros preguntándose en silencio, con
la mirada y con señas en las manos: “¿Entramos?” y aún mirándose entre ellos,
todos asintieron con la cabeza y traspasando la bóveda, entraron al Santo
Sepulcro hacia el sitio donde depositaron el ataúd que contenía el Cuerpo
Santísimo de la Virgen María y más enorme fue la emoción y sorpresa entre ellos
al ver que en el sitio solo habían Rosas frescas, fragantes y olorosas y
significaban que el Señor había venido a buscar a su Santísima Madre para
llevarla a su Gloria Celestial y Su Cuerpo no sufra la corrupción.
Ver narración completa de la visión :