por: josephmaryam
«Ahora la Apostasía está en curso
y Mi pequeño resto fiel deberá sufrir mucho para encontrar la fuerza y el
coraje de no sucumbir ante el mal que impera en Mi Iglesia» (13 de octubre
del 2103 – Conchiglia)
El ecumenismo es la obra de
Satanás en la Iglesia
Es una obra realizada a través de
la Jerarquía que no ha obedecido a los Papas. Jerarquía infiltrada en la
Iglesia para destruirla completamente.
Lo que Francisco hará en el viaje
a Tierra Santa, a finales de mayo, es abrir la Iglesia al cisma de una manera
clara y profunda.
Será acompañado por el rabino
Skorda y Omar Abboud, dos personajes del demonio, que no creen ni en Cristo ni
en la Iglesia Católica, sino que apoyan a Francisco para poner una nueva
iglesia, en donde todos conserven sus propias tradiciones religiosas, sus
propios credos, sus propios dioses, pero trabajando por un ideal masónico, en
el que el culto al pensamiento y a la obra de los hombres sea lo principal.
En la Iglesia Católica muchos
miembros han caído en crisis y han cometido muchos errores a través del
Concilio Vaticano II.
Ese Concilio, que no fue en
totalidad obra del Beato Juan XXIII, ha hecho que Satanás se infiltrará hasta
la cima de la Iglesia, abriendo las puertas completamente a la herejía y al
cisma en la mente de muchos sacerdotes y Obispos. Y, por supuesto, de muchos
laicos, fieles, que se han dejado gobernar por ministros del demonio.
Y muchos han perseverado en el
error, sin capacidad de discernir la Verdad. Y, cuando sucede eso, es que la
mano del demonio está en la Iglesia.
Porque errar es humano, pero
perseverar en el error es diabólico, porque Dios da siempre la luz, en Su
Palabra, para comprender la situación de la Iglesia.
Desde hace 50 años, la Iglesia
está dividida en su interior: su misma Jerarquía divide la verdad, pone un muro
a la verdad, la persigue, la oculta, la anula, la interpreta de muchas maneras.
Y ese trabajo de la Jerarquía ha sido guiado, en todo, por el demonio. No han
sido sólo unos hombres, con sus ideas sobre la Iglesia. Ha sido la mente del
demonio que ha programado su plan para destruir la Iglesia, desde dentro, no
desde fuera.
Y muchos no tienen ojos para ver
esto. No saben abrir sus ojos a esta realidad. Y, por eso, caen en la crítica
de los Papas, porque no tienen vida espiritual para discernir los espíritus y
ver la acción del demonio en las obras de la Jerarquía eclesiástica.
Un Papa no es un hombre con
autoridad en la Iglesia.
Un Papa no es un hombre que puede
dar órdenes y ser escuchado por lo que habla.
Un Papa no es un hombre que todo
lo puede decir por ser el Vicario de Cristo.
Un Papa es el Vicario de Cristo
y, por tanto, es el que representa a Cristo sobre la tierra. Es la Voz de
Cristo. Es la Voz de Dios. Y, por tanto, un Papa nunca es escuchado por el
mundo, por los hombres, por la política, por la cultura de los hombres. Sino
que es perseguido por todos los hombres, como Cristo fue perseguido.
Y todo Papa alabado, aplaudido,
por el mundo no es Papa. Cuando el mundo comienza a hacer suyo el Papado, a
hablar bien del Papado, esa es la señal del cisma en la Iglesia.
Esto lo podemos comprobar con
Francisco: el mundo (=homosexuales, judíos, protestantes, musulmanes,
políticos, etc…) ama a Francisco. Luego, Francisco no es Papa, no es la Voz de
Cristo, porque, cuando habla, el mundo se somete a su inteligencia humana, se
arrodilla ante su idea política, económica, cultural, ecológica, de la vida.
Francisco abre puertas al demonio
en la Iglesia. Puertas nuevas: las del cisma.
A un Papa lo tienen que
crucificar, no sólo el mundo sino la misma Iglesia. No se puede vivir sin Cruz
dentro de la Iglesia. El camino es la Cruz, porque Cristo da a las almas su
misma Vida en la tierra, sus mismo Amor que crucifica al hombre que le sigue.
Francisco persigue el diálogo con
los hombres, pero no va tras la fe. Quiere hablar con los hombres pero sin
convertir el corazón de los hombres a Cristo. Es dialogar para que cada uno se
quede donde está y dé su idea para un bien común.
Se dialoga «para cumplir un
servicio a favor del pleno desarrollo del ser humano y procurar el bien común» (Evangelium
gaudium –n 238).
Francisco habla no para convertir
el corazón de la criatura a Dios, sino para alejar de Dios a la criatura. La
Iglesia no está para servir al desarrollo del ser humano. La Iglesia es para
salvar el alma y santificarla, en medio de una vida que está gobernada por el
demonio.
El mundo pertenece al demonio. Y,
por tanto, hay que saber estar en el mundo, pero sin ser del demonio,
batallando contra el demonio, para que las cosas humanas, las cosas del mundo,
no cieguen la vista espiritual de las almas y les impida salvarse.
Quien trabaja para buscar en la
Iglesia el pleno desarrollo del ser humano, lo hace de la mano del demonio.
No se habla para buscar el bien
común, sino para encontrar el bien divino. Las almas, en la Iglesia tienen que
aprender a hacer la Voluntad de Dios, es decir, hacer las obras divinas, los
bienes divinos, que sólo son llevados, movidos, por el amor divino.
Un hombre que persigue el bien
común es movido por el amor humano, natural, mundano, demoníaco, pero no
espiritual.
Hacer el bien común es la
doctrina propia de la comunidad, pero no de la Iglesia. Porque la Iglesia es
Cristo. En consecuencia, hay que hacer las obras de Cristo, hay que imitar a
Cristo en sus obras. Y Cristo obró para las almas, no para la comunidad de
almas.
Cristo cuando predicaba, lo hacía
para cada corazón, hablaba a cada corazón. Nunca habló a la masa de la gente.
Nunca trató al alma como masa, como algo común. Nunca su doctrina espiritual es
para algo genérico, universal, no es para todos en un conjunto. Su doctrina es
para cada alma, porque ha creado cada alma y ha muerto por cada alma, para que
cada hombre pueda tener una vida en Cristo.
Cristo no hace comunidad en la
Iglesia. Cristo reúne almas para que sus obras salven y santifiquen a otras
almas.
Por eso, las palabras de
Francisco son las mismas del demonio. Es el demonio el que busca inventarse una
iglesia de masas, de pueblo, de comunidad, de historia, en que la opinión de la
mayoría es la verdad en esa iglesia.
Es lo que se observa con el
gancho de hacer una encuesta sobre la familia y de poner al hereje Kasper para
encender la candela del cisma. Hay que buscar la mayoría de votos para aprobar
el pecado en la Iglesia. Y qué mejor forma la de hacerlo como lo hacen todos
los políticos: dando propaganda a la mentira, poniendo la mentira como una
verdad en toda la Iglesia.
Muchos no han sabido ver el juego
político de Francisco y, enseguida, han querido excusar el pecado de Francisco
como algo necesario para el bien de todos en la Iglesia. Decir herejías para un
bien común. Éste es el pensamiento de muchos en la Jerarquía. Es preferible
luchar por un bien común, de toda la Iglesia, que luchar por la Verdad, que es
Cristo. Y, por eso, hay que hacer la vista gorda a las herejías de Francisco.
¡Al diablo si las almas se pierden por las mentiras de ese hombre! ¡Es el bien
común el que hay que preservar en la Iglesia! ¡Es el bien de una estructura en
la Iglesia! ¡No es el bien particular de cada alma! ¡Total, Francisco no dice
herejías formales! ¡Las dice, pero de pasada, sin querer, sin que se dé cuenta!
¡Él es así: tan popular, tan campechano, tan de los hombres, que hay que
perdonarle esas cosas! ¡Es que la gente lo quiere mucho! ¿Qué importan sus
herejías? ¡Pero si todos somos pecadores, todos somos herejes!
Muchos ven sus herejías y muchos
dicen: hay que perdonar su pecado, porque –como es hombre, también peca- pero
hay que seguir obedeciéndole, ya que se sienta en la Silla de Pedro; es que lo
eligieron unos cardenales; es que se le llama Papa. Y el Papa es el Papa. ¡No miren
que sea masón! ¡Eso ya es algo cultural, universal, admitido por todos!
Nadie ha comprendido lo que es un
Papa en la Iglesia porque el demonio ha trabajado para anular el dogma de la
infalibilidad del Papa. Trabajó en el Beato Juan XXIII, duramente en Pablo VI,
hizo lo imposible con el Beato Juan Pablo II, y terminó de machacar con
Benedicto XVI. Y nadie ha visto la acción del demonio en el Papado, porque el
demonio ha sido hábil para hacer que todo el mundo critique a un Papa.
Y, ahora, nadie se atreve a
criticar a Francisco. Ahora, cuando es el tiempo de combatir al hereje; todos
se callan. Eso también es obra del demonio en la Iglesia.
¡Qué pocos se atreven a decir la
verdad que duele, la verdad que abre los ojos, la Verdad que no se somete a
ningún pensamiento del hombre!
Para decir la Verdad hay que
tener vida espiritual, no inteligencia humana. Y no hay que respetar ningún
pensamiento del hombre. ¡Cuántos leen libros y libros sobre la Iglesia y no
comprenden nada de la Iglesia!
¡Cuántos escriben sobre la
Iglesia y los Papas y no tienen ni idea de lo que es la Iglesia ni el Papado!
«Es hora de saber cómo diseñar,
en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda
de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad
justa, memoriosa y sin exclusiones» (Evangelium gaudium –n 239).
Es hora de obrar el plan de
Satanás, con unos hombres que hablen de todo, pero que no crean ni en Cristo ni
en la Obra de Cristo, que es Su Iglesia.
Una cultura que privilegie, que
dé importancia a la palabra del hombre, no a la Palabra de Dios. Una cultura
que ponga por encima de todas las cosas el amor al hombre, el amor al lenguaje
humano, el amor a la idea del hombre, el amor a la fantasía del hombre: «Ahora
se han levantado en el mundo muchos seductores, que no confiesan que Jesucristo
ha venido en carne» (1 Jn 1, 7).
Este es el tiempo de los
anticristos, de la Jerarquía infiltrada, que se viste como Cristo, pero que
hace las obras del demonio en sus obras en la Iglesia. Francisco seduce a las
almas con su filosofía barata del comunismo y del protestantismo. Francisco
lleva al error a muchas almas desde la Silla de Pedro. Francisco se une a
personas que no creen en Jesucristo, sino que se han fabricado un Jesús a su
medida humana, según el diálogo que hacen entre ellos y con el mundo.
Francisco no puede creer en Dios
porque no puede seguir la doctrina de Cristo, al inventarse una nueva doctrina
del diálogo con los hombres, con el mundo.
Una doctrina que busca el
consenso y el acuerdo entre los hombres, pero que no busca la conversión de los
hombres a Dios.
Hay que ponerse de acuerdo en los
pensamientos los hombres; hay que respetar la idea de lo hombres y ver un
camino para un bien común, que nazca de una idea común. Y esa idea es fruto de
un diálogo entre los hombres.
Se quiere buscar un amor humano
en la palabra de los hombres. Porque los hombres hablan, entonces se aman entre
ellos. Porque los hombres se escuchan unos a otros, entonces se consigue la paz
entre ellos. Porque lo hombres obran un bien común, un bien para una comunidad,
entonces se produce la vida feliz, la vida que llega al culmen de la
perfección.
Francisco busca un mundo justo,
memorioso y sin exclusiones. Un mundo justo, porque todos pueden vivir sus
vidas como les plazca, sin que nadie juzgue al otro. Esa es la justicia en la
mente de Francisco. No hay normas morales, sólo está la idea que une a todos
los hombres. Una idea que no separa al otro hombre, que no lo excluye por su
vida, por su pecado, por su mal social. No hay excomulgados, herejes,
cismáticos, pecadores. Una justicia sin justicia, sin verdad, sin rectitud. Una
justicia que nace de la mente de cada hombre. Cada hombre es justo en sí mismo.
Cada hombre tiene derecho a vivir su idea humana como le parezca. Nadie tiene
derecho a juzgar al otro por su vida, por sus obras, por su credo religioso.
Porque hay que cuidar ese bien universal, que es el bien común, que lleva a la
paz entre todos los hombres.
Y, entonces, Francisco no cree en
Jesucristo porque cree en el pueblo:«Los apóstoles cuando anunciaron a Jesús,
no comenzaron a partir de Él, sino de la historia del pueblo» (Sta. Marta
– 15.05.2014).
Francisco es un seductor que no
cree que Jesús ha venido en carne:«Jesucristo no cayó del cielo como un héroe
que viene a salvarnos y llega». (Sta. Marta – 15.05.2014). Éste es su
ecumenismo, la obra del demonio con Francisco.
Lo que predicaron los apóstoles
era la historia del pueblo, el dialogo que los hombres habían hecho durante
toda la historia. Los apóstoles no predicaron el Evangelio de Jesús, no
enseñaron la doctrina de Cristo. No; dieron sus palabras humanas, las palabras
de la historia del pueblo; el lenguaje humano. Porque «un cristiano es un
memorioso de la historia de su pueblo, es memorioso del camino que el pueblo ha
cumplido» (ibidem).
Un cristiano no es otro Cristo,
no es el que sigue a Cristo -eso ya es historia-, es el que hace memoria de la
historia de su pueblo: es el que habla la historia de su pueblo, es el que
recuerda la historia de su pueblo. Ecumenismo. Ésta es la nueva historia del
cristiano: recordar el pasado para construir un futuro con el pensamiento del
hombre como guía. La Mente de Cristo pasó a la historia.
Hay que ir al pueblo, hay que ir
al hombre, hay que dialogar con los hombres para hacer la iglesia del pueblo,
de la historia del pueblo, del diálogo del pueblo. Ecumenimso.
Su viaje a Tierra santa, ¿qué
es?, ¿para qué es? Para recordar la historia de los judíos, la historia de los
cristianos, y hacer una nueva iglesia: «La memoria… la memoria de todo el
pasado… Después, este pueblo ¿a dónde va? Hacia la promesa definitiva. Es un
pueblo que camina hacia la plenitud; un pueblo elegido que tiene una promesa en
el futuro y camina hacia esta promesa, hacia el cumplimiento de esta promesa»(Ibidem).
Para hacer una nueva iglesia, hay
que recurrir a la memoria de los hombres, hay que recordar lo que hizo Cristo,
lo que hicieron los cristianos, los apóstoles lo judíos, los gentiles: «la
memoria… la memoria de todo el pasado». La fe es, para Francisco, recordar,
recordar, recordar. La fe no es vivir a Cristo, vivir de Su Palabra que no pasa
con la historia de los hombres, que es la misma en cada historia de los
hombres, que no hace falta recordarla porque es un eterno presente, es una vida
que se da al alma humilde, al alma que deja de recordar el pasado, para poner
su oído a la escucha de Dios, en su corazón.
Para Francisco, hay que recordar
para ir a una promesa futura. «El pueblo de Dios camina con una promesa,
es importante que tengamos presente en nuestra vida esta dimensión: la
dimensión de la memoria»(Ibidem). Es muy importante no tener fe en Cristo, sino
tener la dimensión de la memoria. No tengas a Cristo en tu corazón, sino ten la
memoria de la historia en tu mente. Cierra tu corazón a la Verdad Divina, que
es Cristo, y abre tu mente a la mentira del demonio, que es la historia de los
hombres.
Si quieren pertenecer a la nueva
iglesia de Francisco: tienen que tener esa dimensión. En esa iglesia «el
cristiano no es una mónada, sino que pertenece a un pueblo: la Iglesia» (Ibidem).
El cristiano, en esa iglesia, no pertenece al Cuerpo de Cristo, sino a un
pueblo. Y ese pueblo se denomina iglesia. Esa iglesia es una comunidad de
hombres, que busca un bien común, una promesa del futuro.
Ecumenismo: un pueblo para hacer
cristianos. Porque «no se puede comprender a Jesucristo sin historia. Así
como no se puede comprender un cristiano sin historia, un cristiano sin pueblo,
un cristiano sin Iglesia. Es una cosa de laboratorio, una cosa artificial, una
cosa que no puede dar vida» (Ibidem).
Francisco no puede comprender a
Jesús sin el pueblo, sin el diálogo con los hombres, sin el bien común que es
necesario buscar. Ya la Palabra de Dios no se comprende en Dios, sino en la
historia de los hombres, en las culturas de los hombres, en las ciencias
humanas. Para conocer a Dios no hay que meterse en Dios, no hay que hacer
oración, hay que hablar con los hombres, hay que ir a los hombres, hay que
hacer historia con los hombres. No busques el silencio de lo humano para
escuchar a Dios; busca el diálogo con los hombres para escuchar al demonio en
cada uno de ellos.
Como Jesús no es Dios, por eso,
para comprenderlo, hay que recordar los hechos que hizo en la historia del
pueblo judío. Y, entonces, se concluye que la Alianza del pueblo de los judíos
con Dios jamás ha sido revocada. Ellos hicieron historia. Hay que recordar la
historia que obraron con Jesús. Hay que saber interpretar los Evangelios, que
son sólo historia, que hay que leerlos según la cultura de ese tiempo. Los
judíos y los católicos son iguales, sólo se diferencia en el lenguaje humano.
No son ajenos a los católicos. Ellos también creen en Jesús, como cree
Francisco: a su manera humana.
Como Jesús no cayó del cielo,
sino que es un hombre, que nació de una mujer y de un hombre, que tuvo papá y
mamá, y tuvo otros hermanos, e hizo grandes hazañas en su vida humana; entonces
los judíos están con ese hombre, llamado Jesús. Es que Jesús no cayó del cielo,
era un judío, pertenecía al pueblo de los judíos. Jesús creía en Dios, como los
judíos, como los católicos. Entonces, hagamos una iglesia donde entren todos y
que cada uno siga a Jesús como lo recuerde en la historia.
Porque, todo está en recordar la
historia. Y los judíos la recuerdan de una forma; los cristianos de otra, los
musulmanes, de otra, los budistas de otra. Recordemos para hacer una nueva
iglesia; hagamos memoria de la historia, porque la fe es eso: un producto
mental de cada uno, una invención de cada persona, una inteligencia manoseada
por cada persona. Es que en la diversidad, en las diferencias, está la unidad: «la
diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia» (Evangelium
gaudium –n 117).
Hay que reconciliar la diversidad
de opiniones, de ideas, de credos religiosos. Hay que unir diferencias en los
pensamientos de los hombres. Hay que coger lo bueno de los judíos, lo bueno de
los musulmanes, lo bueno de los católicos, lo bueno de los budistas, y hacer
una ensalada de cosas buenas. Quien se alimente de esa ensalada, tendrá una
indigestión en su espíritu, en su alma y en su cuerpo.
¿Para qué viaja Francisco? Para
formar esta nueva iglesia. Él no cree en Jesús. Él cree en el Jesús que su
mente se ha formado.
Francisco tiene en su mente el
engendro del pecado. Sólo se mira a sí mismo y se coloca por encima de Dios
para hacer su estupidez sentado en una Silla que no le pertenece.
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