"He venido por TODOS mis HIJOS con el deseo de
acercarlos a Nuestros Corazones"




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LAS HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Las veinticuatro horas de la Pasión

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Meditaciones Sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Para acompañar a Nuestro Señor Jesucristo, en cada Hora de su Pasión

Por Luisa Picarretta, hija de la Divina Voluntad. 
(En proceso de Beatificación)



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Por RORATE CÆLI -23/11/2014


lunes, 26 de mayo de 2014

Y la bestia abrió su boca en Amman


virtudes

Francisco ha abierto la boca en Amman para proferir blasfemias contra Dios:
1. «Las diversas intervenciones del Espíritu Santo forman parte de una acción armónica, de un único proyecto divino de amor. La misión del Espíritu Santo consiste en generar armonía –Él mismo es armonía– y obrar la paz en situaciones diversas y entre individuos diferentes. La diversidad de personas y de ideas no debe provocar rechazo o crear obstáculos, porque la variedad es siempre una riqueza. Por tanto, hoy invocamos con corazón ardiente al Espíritu Santo pidiéndole que prepare el camino de la paz y de la unidad».
a. La Obra de la Redención es el proyecto del Padre sobre la humanidad. Y esa obra se compone de Amor y de Justicia. Y, en la Justicia, un camino de Misericordia para los que creen en Jesús y en Su Iglesia. Esa Obra es la del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo; es decir, no es la del hombre. El hombre no sabe el camino para realizar las obras divinas. Y, por tanto, el hombre no sabe discernir las intervenciones de Dios en la vida de los hombres. Dios actúa en todos los hombres, pero no para todos los hombres. Unos se salvan, otros se condenan. La unidad de la obra de Dios no es la unidad de todo el género humano. Jesús viene a redimir al género humano, pero no viene a salvar a todos los hombres. Cada hombre tiene que salvarse dando su voluntad libre a Dios en Su Hijo Jesucristo.
b. La misión del Espíritu Santo es la de defender la causa de Jesús. Y Jesús ha juzgado al mundo y lo ha desenmascarado de su mentira y de su pecado. Por eso, el Paráclito es el que convence al mundo en lo que se refiere al pecado, a la justicia y al juicio (cf. Jn 16, 5-15). En otras palabras, el Paráclito saca todo a luz para que se comprenda la malicia del mundo.

El Espíritu Santo no viene a poner paz entre los hombres, sino espada, que es lo mismo que hizo Jesús: «No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada» (Mt 10, 34). Por tanto, la afirmación de que el Espíritu Santo viene a «obrar la paz en situaciones diversas y entre individuos diferentes», no sólo es una opinión de un hereje, como Francisco, sino que va en contra de la Palabra de Dios, que muy claro dice: «Porque he venido a separar al hombre de su padre, y la hija de su madre, y a la nuera de su suegra, y los enemigos del hombre serán los de su casa» (Mt 10, 35).

Aquí, Francisco habla el lenguaje que gusta a los hombres: como somos personas con juicios diferentes, con vida distintas, con religiones encontradas, vamos a buscar una solución a todo este problema, poniendo como testigo la Palabra de Dios. Y, yo como un santo Obispo de Roma, digo que el Espíritu Santo nos da a todos la paz, porque somos tan buenas personas, Dios nos ama tanto, que nos da un camino para la unidad.

«Porque la variedad es siempre una riqueza»: el judío, el israelita, el budista, el cristiano, el pagano, el homosexual, el ateo, el terrorista, los mafiosos,…, son siempre una riqueza para la humanidad, son siempre un bien para todas las culturas del hombre. Y sólo hay que ver el camino para unir tanta riqueza.

Cada hombre, en su pensamiento, tiene una verdad que hay que cultivar, que hay que proteger, a la cual hay que unirse.

En este párrafo de este hombre sin vida espiritual, sin sentido común, sin dos dedos de frente, se resume toda su homilía. Lo demás que ha dicho palabrería para entretener a la masa, que lo oye con la boca abierta, sin saber discernir ningún espíritu en ese hombre.

Un hombre que no se enfrenta al pecado que hay en Jerusalén no es un Papa, no habla como Papa, no es ni siquiera un Obispo. Un hombre que habla para contentar a los hombres, para darles un consuelo en su vida humana, es el Vicario del Anticristo.
2. «En segundo lugar, el Espíritu Santo unge. Ha ungido interiormente a Jesús, y unge a los discípulos, para que tengan los mismos sentimientos de Jesús y puedan así asumir en su vida las actitudes que favorecen la paz y la comunión. Con la unción del Espíritu, la santidad de Jesucristo se imprime en nuestra humanidad y nos hace capaces de amar a los hermanos con el mismo amor con que Dios nos ama».
a. El Espíritu Santo no unge: es el aceite el que está ungido o las manos del sacerdote que son ungidas, o se imponen las manos para dar un carisma a una persona (profeta, etc.). El alma bautizada tiene la unción del Santo; y así el que ha recibido el Orden, posee la unción del Espíritu (cf. 1 Jn 2, 20). Se unge con la Gracia de Dios. Se unge a una persona que está en Gracia de Dios. Si se unge a una persona que no está en Gracia, esa persona no recibe la unción del santo, porque pone un óbice, que es su pecado, y hasta que no lo quite, no puede recibir esa unción.

b. El Espíritu Santo no ha ungido interiormente a Jesús, sino que el Verbo, al encarnarse, ha hecho de esa humanidad el Templo de la Santísima Trinidad. Jesús no es ungido como son las almas cuando se bautizan o se casan o reciben cualquier sacramento. Jesús, por ser Dios, no necesita la unción del Santo. Su misma alma, su misma carne, su misma humanidad es ungida en la Encarnación. Las obras del Espíritu en la vida de Jesús no son unciones. Jesús, al ser bautizado en el Jordán, no es ungido con el Bautismo de la Penitencia de San Juan Bautista, porque no tiene necesidad de esa unción. Ese Bautismo es para manifestar al Mesías prometido, es para abrir el camino de salvación a los hombres; no es para el alma de Jesús, no es una obra para la vida interior de Jesús. Francisco trata a Jesús como un hombre, pero no como Dios. Equipara a Jesús con sus discípulos. Y, por eso, da oscuridad en su enseñanza en la Iglesia.

c. Para tener los mismos sentimientos de Jesús no se necesita la unción del Santo, sino la humildad, la disponibilidad, la sencillez, la obediencia, del alma al Espíritu de Cristo. Un soberbio, que se cree algo en la Iglesia, nunca da a Cristo ni en sus palabras ni en sus obras. Imitar a Cristo es desprenderse de todo lo humano: sólo así los discípulos tienen los mismos sentimientos de Cristo. Porque Jesús, en su vida humana, sólo se dedicó a seguir la Voluntad de Dios, que le mandaba a la Cruz, obra que aborrecía su humanidad. Ningún hombre quiere el dolor para su vida. Y menos la humanidad de Cristo, que es Santa por su Concepción. Y, sin embargo, Jesús acepta el dolor que le envía Su Padre, porque no sigue ningún pensamiento humano ni ninguna meta humana en su vida humana. Francisco sigue hablando para contentar a los hombres necios, como él, que no saben decir una verdad sobre Jesús.

d. «Con la unción del Espíritu, la santidad de Jesucristo se imprime en nuestra humanidad»: mayor estupidez no se puede decir. Un hombre necio y estúpido. Las dos cosas. Necio, porque no sabe diferenciar la santidad de Jesús de la santidad de los demás. Jesús no es Santo como los hombres son santos. Jesús es el Santo de los Santos, porque es Dios. Y los hombres son santos porque participan de la gracia santificante. Quien no vive en gracia, no es un santo sino un demonio. La Gracia es la que comunica la santidad al hombre. Y la comunica infundiendo en su alma las virtudes. Y el hombre, al sol de los dones del Espíritu, tiene que hacer méritos para alcanzar la santidad que Dios le pide. Así que, el Espíritu Santo no imprime nada, ni hace falta que imprima nada. ¡Qué necio es este hombre! ¿Pero no se dan cuenta que así no habla un Papa? ¡Qué necios son los que lo siguen porque se sienta en la Silla de Pedro! Y ya no tienen otra razón para excusar a ese hombre que decir que se sienta en Silla para obedecerle. ¡Hay gente en la Iglesia con una venda en los ojos incapaz de ver la estupidez de Francisco!

Si Dios imprime en nuestra humanidad la santidad de Jesucristo, entonces todos somos santos, todos al cielo, no existe el pecado, ni el mal en el mundo. Nuestro cuerpo es glorioso. Todo es un Paraíso: esta es la estupidez de ese hombre. Ese hombre cae en esta estupidez por su necedad: no distingue santidades, no discierne la verdad.
3. «La paz no se puede comprar: es un don que hemos de buscar con paciencia y construir “artesanalmente” mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana. El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre del cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza».
a. «La paz os dejo, Mi Paz os doy; no como la da el mundo os la doy Yo» (Jn 14, 27): luego, no es un don que el hombre tenga que buscar y construir artesanalmente. El Evangelio es tan claro para el alma humilde que con sólo leer lo que dice este hombre se da cuenta de la gran soberbia que anima el espíritu de Francisco.

La paz es el fruto de la gracia en el alma: El apóstol Pablo enumera la múltiple fecundidad del Espíritu en la vida cristiana: «El fruto del Espíritu Santo es caridad: alegría, paz, paciencia, bondad, benignidad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí»(Gál 5,22-23). El Espíritu obra en el corazón del alma humilde y da la paz al corazón que permanece en gracia. El hombre sólo tiene que construir una vida en gracia: ser fiel a la Gracia, permanecer en la gracia, perseverar en la gracia. Y, de esa manera, el mundo va cambiando, porque la santidad del alma, que cree en la Palabra de Dios, se irradia sin hacer ningún esfuerzo humano, sin las obras humanas. Es Dios quien enseña a realizar las obras exteriores que Él quiere entre los hombres. Y, por eso, la paz es la enseñanza del Espíritu al alma para que obre una justicia, un orden, una rectitud, en la humanidad. La paz de Dios es poner una justicia: primero en el interior del alma: la gracia; segundo, al exterior: dar a cada uno lo que se merece. Y, sólo de esta manera, se consigue la paz ente los hombres. Si no se predica que los hombres quiten su pecado para encontrar la paz, entonces la predicación es sólo propaganda para el que predica: salir en la foto como hombre de paz. Si la paz no se puede comprar, entonces no la compres con tu artesanalidad. No quieras inventarte un mundo de pequeños y grandes gestos para vender tus palabras de paz. Hablas de que no hay que comprar y, sin embargo, te vendes al mejor postor para ganarte la amistad de los hombres sin paz en sus corazones.

b. Entonces, decir que: «El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano»: es su comunismo. Habla del bien común que los hombres tienen que buscar para consolidar esa paz falsa. El amor de sangre, de carne y sangre, es lo que hace hijos de Dios. Ya no es la fe en Jesucristo. Es porque nos amamos tanto como hombres, nos besamos, nos abrazamos, nos cogemos la mano, dormimos juntos, que sólo hay que mirar que tenemos un Padre, que ha engendrado las carnes y las sangres. Tenemos un Padre carnal. Ya no es el Padre que da la Gracia ni el Espíritu. Es un Padre que une a todos los hombres porque somos de la misma sangre. Somos tan buenos hermanos unos con otros, que Dios da la paz por eso.

Seguir a Francisco es, sencillamente, una estupidez. No hay manera de comulgar con su pensamiento humano. Es que no se puede. Es que dice vulgaridades, sin fundamento, sin una verdad, sin un fin. Habla por hablar, para llenar cuartillas, para entretener a las masas, para no decir nada.

Habla para dividir a la Iglesia con su mentira, con su engaño, con su necedad. Su primera homilía ya indica la intención con qué va a Jerusalén: para iniciar el cisma en la Iglesia. Para poner a Jerusalén como el centro de todas las religiones del mundo.


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Como dijo San Pablo, examinadlo todo y quedaros con lo bueno.

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