SE ALABA LA OBRA DEL PECADO DE UN HOMOSEXUAL
«Bien, se escribe mucho del lobby gay. Todavía no he
encontrado quién me enseñe un carnet de identidad que diga “gay” en el
Vaticano. Dicen que los hay. Creo que cuando uno se encuentra con una persona
así, debe distinguir el hecho de ser una persona gay, del hecho de hacer un
lobby, porque ningún lobby es bueno. Son malos. Si una persona es gay y busca
al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla? El Catecismo de
la Iglesia Católica explica esto de una manera muy hermosa; dice… Un momento, cómo
se dice… y dice: “No se debe marginar a estas personas por eso, deben ser
integradas en la sociedad”. El problema no es tener esta tendencia; no, debemos
ser hermanos, porque éste es uno, pero si hay otro, otro. El problema es hacer
el lobby de esta tendencia: lobby de avaros, lobby de políticos, lobby de los
masones, tantos lobby. Éste es el problema más grave para mí» (Francisco).
La mentira siempre está en la boca de un hombre que ha
perdido los papeles ante Dios, que no sabe lo que significa la palabra Dios y,
mucho menos, sabe hablar de Dios.
El Catecismo no dice: «No se debe marginar a estas
personas, por eso, deben ser integradas en la sociedad». Esto sólo es palabra
de Francisco, no de un Vicario de Cristo, que debe enseñar y guardar
íntegramente el Magisterio de la Iglesia
El catecismo dice: «Se evitará, respecto a ellos, todo
signo de discriminación injusta» (CIC – n 2358), porque todo hombre, sea
pecador, sea santo, sea un demonio, tiene derecho a vivir su vida humana según
su libre voluntad. Discriminarlos porque sienten unas tendencias homosexuales
sería injusto, porque la Iglesia está para enseñar a estas personas la forma de
atacar esas tendencias. Si se las discrimina, entonces la persona no aprende a
vencer eso que tiene, que siente.
Por eso, el Catecismo añade: «Las personas homosexuales
están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que
eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad
desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse
gradual y resueltamente a la perfección cristiana» (CIC – n 2359).
El Magisterio de la Iglesia es muy claro y revelador.
Francisco miente en todas sus palabras cuando habla de la homosexualidad.
a. Primero, es necesario juzgar a la persona gay:
La Sagrada Escritura presenta la homosexualidad como
abominación: «No te ayuntarás con hombre como con mujer; es una
abominación» (Lv 18, 23). Y añade:«Cualquiera que cometa estas
abominaciones será borrado de en medio de su pueblo»(v.29).
Dios ha sido muy claro con el hombre homosexual desde el
principio. El homosexual es libre de vivir en ese pecado; pero Dios castiga su
libertad en su pecado, con la muerte. Dios dice que no pueden seguir viviendo
en sociedad. Y, por eso, existía la pena de muerte sobre el homosexual: «Si
uno se acuesta con otro hombre como se hace con mujer, ambos hacen cosa
abominable y serán castigados con la muerte. Caiga sobre ellos su sangre» (Lv
20, 13).
Estas leyes, Dios la dio directamente a Moisés. Es Palabra
de Dios. Y esa Palabra es siempre verdadera, actual, vale para todos los
tiempos, para todas las épocas. La ley de Dios no es sólo Misericordia, sino
también Justicia. Claramente, Dios castiga al homosexual.
La maldad de todos los hombres ha sido poner sus leyes, sus
reglas, para que el homosexual, no sólo pueda tener sus derechos como otros
hombres, sino que imponga a los demás el respeto a ellos.
El movimiento homosexual quiere obligar a la gente a aceptar
su ideología, que los demás asientan, en su mente humana, que la homosexualidad
no es una abominación, que es algo que Dios quiere. Con la excusa de una
protección legal para sus vidas humanas, con la excusa de que tienen que comer
y vestir y trabajar como todos los demás, ahora usan el sistema legal para
asegurarse de que los que no están de acuerdo con su vida homosexual, entonces
pierdan sus trabajos, sus derechos, sus ingresos, su libertad.
PAREJA DE HOMOSEXUALES, QUE OBRAN SU PECADO EN MEDIO DE LA
IGLESIA
Este es el gran mal. Y Francisco apoya este gran mal con sus
palabras: «¿quién soy yo para juzgarla?». Tiene el derecho y el deber, por
ser sacerdote, de hacer un juicio sobre cada persona homosexual. Y si no lo
haces, te conviertes –Francisco- en otro de ellos: «conociendo la
sentencia de Dios, que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo
las hacen, sino que aplauden a quienes las hacen» (Rom 1, 32).
¿No juzgas, Francisco, a los homosexuales? Entonces, eres
homosexual y aplaudes la vida que ellos llevan. Y una imagen vale más que mil
palabras, mil razonamientos. Cada uno vive en la Iglesia según su idea. Quien
vive de fe, obra las obras de Cristo, imita a Cristo. Y Cristo nunca enseñó a
coger de la mano a otro homosexual, sino a tener pureza de cuerpo con todos.
Quien vive en contra de le fe, entonces obra su pecado siempre. Y lo ensalza en
medio de todos, para que todos los vean.
b. Segundo, es necesario enseñar al homosexual cómo salir de esa vida:
«Los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados» (CDF,
decl. Persona humana 8). Es decir, son actos en contra de la naturaleza humana,
actos contra la ley natural, que enseña que el hombre es para una mujer, y la
mujer para el hombre. Y, por tanto, por ley natural, el amor sexual es siempre
entre hombre y mujer. Ése es el amor natural en el sexo. El amor contra natura,
en el sexo, es hombre con hombre o mujer con mujer. Este amor no es natural,
sino contrario al orden que Dios ha puesto en la naturaleza.
Por tanto, no existe el hombre homosexual por naturaleza. El
hombre no nace homosexual, sino que nace inclinado al homosexualismo. Y nace de
esta forma por el pecado original. Si negamos la existencia de este pecado,
entonces negamos la inclinación que tienen algunos hombres, cuando nacen, hacia
este pecado contra natura, que es la homosexualidad. Inclinación, que es
pecaminosa, pero que hay que saber juzgarla en el Espíritu: «En la Sagrada
Escritura están condenados como graves depravaciones e incluso presentados como
la triste consecuencia de una repulsa de Dios. Este juicio de la Escritura no
permite concluir que todos los que padecen de esta anomalía son del todo
responsables, personalmente, de sus manifestaciones; pero atestigua que los
actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y que no pueden recibir
aprobación en ningún caso» (CDF, decl. Persona humana 8).
Hay que poner a la persona homosexual un camino espiritual
para que pueda resolver su problema, que es de índole espiritual, no es social.
Se dice que esta tendencia proviene de una educación falsa,
de que la persona no ha evolucionada con normalidad en su vida sexual, de un
hábito contraído, que ya no pueden quitar, de malos ejemplos que han visto en
otros, o porque tienen una especia de instinto innato, que los lleva, de forma
natural, hacia lo homosexual, o porque tienen una patología, un estado mental
desviado, que es incurable, y que les hace obrar y ser homosexuales.
Y no existe una razón psicológica, filosófica, teológica,
metafísica, para excusar este pecado y para justificarlo en la sociedad. Y
mucho menos en la Iglesia. No se pueden justificar las relaciones homosexuales,
ni elevarlas al rango de un matrimonio, ni de hacer leyes civiles para ellos.
El ser homosexual no le da derecho a esa persona de que
tenga una ley para poder vivir su vida homosexual. Esta es la trampa en la que
muchos han caído. Han querido legalizar el homosexualismo. Y defienden los
derechos de esas personas con una ley en la mano. Y esto es la abominación de
la sociedad.
Un país que permita ajustar en sus códigos civiles leyes que
aprueban la vida del homosexual tiene sobre su cabeza la espada de la Justicia.
Hay que distinguir dos cosas: el hombre y su pecado
homosexual. El hombre tiene sus derechos como todo hombre. Y debe vivir su vida
con esos derechos, atendiendo a la ley divina y a la ley natural, y a los demás
derechos positivos y civiles. Pero, cuando se quiere reglar la vida sexual de
la persona homosexual, entonces el hombre se pone por encima de la ley de Dios.
Se hace dios y comienza a inventarse una vida que no le pertenece.
La Iglesia enseña claramente: «Indudablemente esas
personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral, con
comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades
personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada
con prudencia. Pero no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca
una justificación moral a estos actos por considerarlos conformes a la
condición de esas personas. Según el orden moral objetivo, las relaciones
homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable»(CDF,
decl. Persona humana 8).
Las relaciones homosexuales son siempre pecado, una ofensa
contra Dios. Esta es la regla esencial que nadie puede anular con una ley
humana. Esto es indispensable conocerlo y defenderlo siempre, si no se quiere
errar en este tema tan claro para el que tiene fe en la Palabra de Dios, pero
oscuro para el que no vive de fe.
c. Tercero, es necesario atacar la idea de Francisco porque viene del demonio:
Un hombre que no discierne lo que es un homosexual, como es
Francisco, entonces sus obras son siempre confusión y mentira en la Iglesia.
Se besa en la mano a un sacerdote porque sus manos están
consagradas; son manos que traen al Verbo Encarnado; que lo tocan, que, a
través de ellas, el sacerdote es transformado en otro Cristo. Y se besa la mano
de aquel sacerdote que vive íntegramente su sacerdocio en Cristo. Pero no se
pueden besar esas manos cuando el sacerdote vive públicamente su pecado en la
Iglesia, porque hacer eso significa alabar su vida de pecado, aplaudirla en
medio de toda la Iglesia.
Es lo que ha hecho Francisco con Don Michele de Paolis, un
sacerdote que está en la Iglesia para vivir su pecado de abominación, y que
dice cosas como ésta: «Algunas personas de la iglesia dicen: “Está bien
ser gay, pero no deben tener relaciones sexuales, no pueden amarse”. Esta es la
mayor hipocresía. Es como decir que una planta que crece, “no tiene que
florecer, no hay que dar frutos!” ¡Eso sí que es ir contra la naturaleza!». Un
hombre que no ha comprendido la Palabra de Dios, que no puede aceptarla en su
corazón y que vive blasfemando contra el Espíritu Santo en la Iglesia. Con este
sacerdote, no sólo no hay que besarle la mano, sino prohibirle que siga
celebrando misa, porque exalta su pecado y lo justifica ante Dios y ante la
Iglesia.
Francisco, al dar un beso a la mano de este hombre, hace un
gesto abominable. Y enseña a toda la Iglesia que él es también homosexual,
porque no rechaza, en su mente, la idea del homosexualismo.
Se puede ser homosexual porque, en la vida sexual hay una
unión carnal con otro hombre. Pero, también se es homosexual porque la mente
participa de la idea del demonio. La homosexualidad no es una idea que nace de
la mente del hombre, ni de su vida social, ni de sus problemas en el sexo.
La homosexualidad es una idea demoníaca, porque el hombre o la
mujer homosexual va hacia el sexo, no por el amor carnal o el deseo de lujuria,
sino por una idea en su mente. Esa idea la pone el demonio. Y eso significa que
el demonio posee, de alguna manera, la mente del hombre. Existe una idea
obsesiva, que trabaja la mente de la persona, y que no se puede quitar, y que
lleva a esa persona al acto homosexual.
Por eso, es necesario hacer exorcismos a las personas
homosexuales o lesbianas. Porque el demonio no sólo posee el campo sexual de la
persona, sino su mente.
Hoy, como todo se quiere explicar con la psiquiatría,
entonces el hombre no cree en el demonio, en la acción del demonio en la mente
del hombre. Por eso, hay tantos sacerdotes, que, aunque sean exorcistas, no
creen. Dan fe a la psiquiatría y no son capaces de comprender que en la mente
del hombre hay un demonio, por su falta de fe en la Palabra de Dios.
Hay demonios para todo: para el estómago, columna vertebral,
esternón, intestino, piernas, manos, mandíbulas, etc. Y, también, para la
cabeza, la mente, la memoria; que no se manifiestan al exterior del cuerpo,
pero que la persona los siente en su alma.
Aquel que empiece a poner su idea de lo que es la vida
homosexual sin fijarse en la Palabra de Dios, queriendo explicar esa vida, de
otra manera, con conceptos humanos, comienza a fornicar con la mente del
demonio, y la idea del demonio se arraiga en él. Y comienza a defender a los
homosexuales. Y eso es ser homosexual.
LA MALDAD DEL
DEMONIO EN OBRA
No se puede defender un pecado,
porque si se hace la persona comete ese mismo pecado, aunque no sea en la obra.
Lo comete en su pensamiento o en su deseo. Ya pecó y, por tanto, es esclavo del
pensamiento del demonio, y éste lo lleva a la obra de ese pecado.
Por eso, Francisco es homosexual y obra como piensa, con su idea homosexual. Y, por eso, hay que atacar a Francisco. No se le puede dar obediencia ni respeto en la Iglesia. Es un hombre que no enseña la Verdad como está en la Palabra de Dios; sino que enseña sus interpretaciones de la Palabra, su deformación de la Verdad, su maldad en la Iglesia.
Por eso, Francisco, no sólo va a aprobar que los divorciados
puedan comulgar, sino también el matrimonio homosexual en la Iglesia.
Él ve algo natural la unión entre hombre y hombre: «No
se debe marginar a estas personas por eso, deben ser integradas en la sociedad».
Pero si ya están integradas, ya tienen los derechos que todos los demás. ¿De
qué integración hablas? Hay que integrar su vida homosexual en la sociedad, en
la Iglesia. Hay que integrar su pecado abominable. Hay que dar ese paso.
Por eso, un hombre que no juzga al homosexual está
permitiendo el lobby gay en el Vaticano. Sus palabras son sólo propaganda: «Todavía
no he encontrado quién me enseñe un carnet de identidad que diga “gay” en el
Vaticano. Dicen que los hay». Francisco sabe que existe ese lobby y lo aprueba,
pero tiene que callarse. Tiene que dar un rodeo: «El problema es hacer el
lobby de esta tendencia: lobby de avaros, lobby de políticos, lobby de los
masones, tantos lobby». Existe el lobby gay, pero eso no importa. Hay que
centrarse en los demás lobbys. Si aprueba a sacerdotes homosexuales, como son
Don Michele de Paolis y Don Luigi Ciotti, entre otros muchos, tiene que
aprobar, tiene que aplaudir, lo que es un secreto a voces: que Cardenales se
acuestan con hombres en el Vaticano.
En la Iglesia, ahora se camina solo, sin una guía
espiritual, sin un Pastor que enseñe la Verdad. Y, por eso, no se puede seguir
a ninguna Jerarquía. A nadie. Todo hay que cotejarlo, medirlo, juzgarlo, porque
la Jerarquía miente clara y descaradamente. Sólo se puede obedecer a aquellos
sacerdotes y Obispos que hablen clarito, que llamen a cada cosa por su nombre.
A los demás, hay que alejarse de ellos como si se viera al mismo demonio.
Como de este Cardenal, Lorenzo Baldisseri, cabeza del Sínodo
de los Obispos, que tiene su mitra para ir en contra de la doctrina de Cristo: «La
Iglesia no es eterna, vive entre las vicisitudes de la historia y el Evangelio
debe ser conocido y experimentado por la gente de hoy. Es en el presente lo que
el mensaje debería ser, con todo el respeto por la integridad de quien ha
recibido el mensaje. Ahora tenemos dos sínodos para tratar este complejo tema
de la familia, y creo que esta dinámica en dos movimientos permitirán una
respuesta más adecuada a las expectativas de la gente» (Lorenzo Baldisseri). Es darle a la gente lo que ella
quiere. No es darle a las personas lo que quiere Dios. Es poner el mensaje del
Evangelio al capricho de la vida actual de la gente. Porque ya la Iglesia no es
eterna. Tampoco Cristo y su doctrina. Todo cambia con el hombre, con los
tiempos, con la evolución del pensamiento humano. Se niega la Voluntad de Dios
y, por tanto, su Ley Divina. Se pone la ley de los hombres y a eso lo llaman
ley divina. Mayor abominación no cabe.
Para que la idea homosexual se imponga en la Iglesia, es
necesario obrarla sin más. Hacer que en cada sitio se obre esa idea, aunque no
haya sido aprobada en ningún Concilio o Sínodo. Para cambiar la idea doctrinal
es necesario la idea pastoral; que se imponga esa idea. El cisma es la obra de
la idea, no es una idea. Quien obra la idea del homosexualismo en la Iglesia
está ya produciendo el cisma, lo está ya obrando. Los demás, al aceptar esa
idea como buena en la práctica, se suman al cisma y, al final, cambian la idea
doctrinal. Así siempre obra el mal: haciendo caminar por el pecado. Y una vez
que el pecado ha arraigado en el alma, entonces se exige la idea, se manda con
obediencia esa idea, se pone la ley que promulga el pecado, que lo legaliza.
Visto en: http://josephmaryam.wordpress.com/
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