25 febrero, 2014 | Fray Gerundio
Teología de rodillas
El Papa ha dado su apoyo al informe
del cardenal Kasper sobre la familia, que el pasado día 20 de febrero
fue leído ante el Consistorio. Así lo
ha visto casi toda la prensa. No es extraño este impulso del Papa al teólogo
alemán, acostumbrado a recibir de los últimos Pontífices el mismo trato de
favor, aun a pesar de que su teología no es católica. Claro que entre lo que
diga este pobre fraile y lo que dice el Santo Padre hay tanta diferencia, que
no me extraña que nadie me haga el menor caso. Pero bueno, dada mi edad y
condición, y dado también mi temperamento, es algo que me tiene sin cuidado,
una vez que he aplicado a este caso –como a tantos otros–, el sentido
común y la doctrina de la Iglesia de siempre, antes de llegar estos teologuchos
de tres al cuarto.
Y lo digo de esta forma, porque no se puede llamar teólogos
a estos señores, por muy cardenales que sean y por muchas ediciones que hayan
publicado de sus pseudo-teologías. Casi todos sus libros han tenido treinta mil
ediciones, sin que nadie les haya dicho ni mu. Han tenido suerte de vivir en
esta época, porque en otros tiempos les habrían metido los libros en el Indice
y el índice en el ojo. Habrían sido discípulos predilectos de Lutero. Aunque
por otra parte me temo que habrían hecho otra teología distinta, si hubieran
vivido en tiempos distintos. Porque mi nariz frailuna sabe oler bien, y sabe
que este tipo de científicos ilustrados, investigan y hacen teología con
el rabillo del ojo y con la lengua en el lugar adecuado, para ser aclamados por
el mundo y por las modas reinantes. El cardenalato bien vale una misa. Y
quién sabe si estos habrían sido más intransigentes que el mismo Torquemada, al
que tanto denigran. Yo estoy seguro de ello. Ya he visto muchos ejemplos
similares en mi larga vida.
El caso es que suscita mi admiración el hecho de que el
Papa, con caída..... y con simpatías de ayudante de cátedra hacia el teutón,
dice con palabras nerviosas que le agradece su teología serena, que es teología
de rodillas.
Las rodillas, efectivamente, sirven para adorar a Dios y
para postrarse ante Él en actitud de arrepentimiento o de sumisión y respeto.
Pero no hay que olvidar que las rodillas son también síntoma de postrarse ante
los ídolos-falsos dioses, e incluso ante el Diablo. Por eso Satanás tentaba a
Jesucristo con la posesión de todos los reinos del mundo, si postrado le
adoraba. O por eso el Apocalipsis habla de los varones que no han doblado su
rodilla ante Baal y por su valentía y gallardía han sido escogidos y amados por
Dios. Así que la pura expresión teología de rodillas puede significar tanto
el hacer teología sometida a Dios, como una teología sometida al Diablo o al
Mundo en que él mismo reina como Príncipe. O sea, que ya vamos aclarando las
cosas.
Yo siempre estudié de jovencito –y he constatado de viejo–,
que la teología hay que hacerla sobre todo y en primer lugar con fe. Luego
ya, si se aplican las rodillas o los tobillos o las vértebras lumbares, tiene
menos importancia. Pero por muchos codos y muchas rodillas, por mucha masa
encefálica gastada, por muchos papiros consultados y por mucho humo que salga
de la cabezota… como no tenga fe, el teólogo de turno hará un churro, una
pifia, un pastiche y una herejía. Por mucho que la adorne con doctorados en la
Ponti, en Roma, en el Instituto Bíblico de Jerusalén o en un cursillo de fin de
semana en Taizé.
No soy nada original al decir esto. Lo dijo ya la Iglesia en
varias ocasiones. Me limitaré a citar el Concilio Vaticano I –al que tanto
odian éstos–, que dice sin lugar a dudas:
"La doctrina de la fe que Dios ha revelado, no ha sido
propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los
ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino,
para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada. De ahí también que hay
que mantener perpetuamente aquél sentido de los sagrados dogmas que una vez
declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de este sentido so
pretexto y nombre de una más alta inteligencia. (D, 1800).
Y claro está que para guardar el depósito, para custodiar
los sagrados dogmas, hay que tener fe. Sin fe, los dogmas son verdades
históricas pasajeras, que pueden ser remodeladas a gusto del primer
chiquilicuatre que meta sus patazas en el trabajo teológico. Un teólogo que no
tenga fe en los dogmas es como un matemático que no confíe en la tabla de
multiplicar, pero con el agravante de que el matemático será considerado como
un ignorante y puede salvarse; mientras el teólogo es un hereje y puede acabar
en ese lugar que no existe o que está vacío. Ya me entienden.
En este discursito de teología serena y de rodillas, se pone
en tela de juicio con muchas razones históricas la indisolubilidad del
matrimonio, digan lo que quieran. A mí no me la pegan. Por muchas razones
pastorales que aduzcan, por muchos casos especiales que se presenten. Lo que
está en juego –y lo que nos quieren imponer–, es que el matrimonio es
indisoluble a la de dos, pero no a la de una. Como si esto fuera el juego de la
Oca.
Y también está en juego el desprecio por la Sagrada
Eucaristía, que podrán recibir sin haberse arrepentido de tal unión, por mucho
que estén sufriendo.
Estos señores están volviendo del revés el razonamiento del
Señor. Porque Jesucristo dijo que Moisés había permitido el divorcio “por
la dureza de vuestros corazones, pero al principio no fue así”. Pero
estos descreídos –con dureza de corazón–, vienen a decir que tampoco está tan
mal volver a las normas de Moisés para algunos casos especiales. Total, tampoco
es para tanto si hay de por medio una situación dolorosa, lastimera y
dramática.
Yo le recomendaría a Kasper que haga teología en la postura
que quiera. Pero por favor, que la haga con fe. Aunque le hayan nombrado este
semana oficialmente Doctor de la Iglesia.
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