23/03/17
Herodes se alegró mucho de ver a Jesús, pues deseaba verlo
hacía mucho tiempo, porque había oído muchas cosas sobre él y esperaba verle
hacer algún milagro. Le preguntó con mucha locuacidad, pero él no le respondió
nada (Lc. 23, 8-9).
La Sagrada Pasión de nuestro Señor Jesucristo
Queridos hermanos, nuestro Señor Jesucristo calló la mayor
parte del tiempo ante sus inicuos jueces. No se defendió contra las falsas
acusaciones de los judíos. Ante el arrogante Anás, Jesús es sujetado y
abofeteado; en presencia de Caifás, el Señor es condenado por blasfemos; ante
Pilato, corrompido al igual que el pueblo, es acusado; del extravagante
Herodes sufre el escarnio y mofa.
¿Por qué ante tales injurias y falsedades calló el Señor?
¿Por qué no realizó ningún milagro ante Herodes que tanto lo deseaba, y sin
embargo guardó el más absoluto silencio? Porque el Verbo no se encarnó para
atraerse los honores del mundo a través de milagros y de hechos portentosos,
aunque realizó los que tuvo que hacer. Se encarnó para redimirnos del pecado
afrontando su cruel muerte en Cruz. Con Su Pasión y muerte nos ha reconciliado
con el Padre eterno, al mismo tiempo que se hacían amigos Herodes y
Pilatos. Mientras el Redentor ofrecía voluntariamente su vida por la salvación
de las almas, sus acusadores se unían en amistad.
Sabemos ya todo lo que aconteció después.
La Sagrada Pasión de nuestro Señor Jesucristo actualizada
Pero…, aquellos jueces inicuos, aquella interesada amistad
de los acusadores, el juicio injusto, todo, tiene hoy lugar. Los mismos hechos,
la misma Víctima inocente y purísima, pero los acusadores y jueces han tomado
el relevo a aquellos del Santo Evangelio. El Señor ante el nuevo tribunal y
jueces sigue callando. Es vituperado, escarnecido, humillado, abofeteado,
escupido. Lo que tenía que decir ya lo ha dicho, pues todo está previsto desde
el Principio, nada se escapa a la Providencia divina, a los inescrutables
designios de la Santísima Trinidad.
El Señor escucha en silencio las acusaciones, los reproches,
los insultos, las provocaciones. Es la misma escena. Todo se hace presente. Es
el eterno presente de Su Sagrada Pasión que se actualiza cada día.
¿Por qué nos das una Ley que no podemos ni queremos cumplir? Tus
mandatos son una carga para muchos, no podemos ni queremos seguirlos. Nosotros,
los hombres, pondremos nuestras propias normas acomodadas a nosotros mismos, a
nuestros gustos y deseos. No más prohibiciones. No más mandatos. No más
sacrificios, ni penitencias, no más ayunos y abstinencias. No más limitaciones
a la sexualidad. Ante las acusaciones y reproches, Jesús calla.
¿Por qué vamos a estar sometidos a una tradición que nos
dice lo que hemos de hacer y decir, sin dejarnos libertad para decidir? Queremos
ser nosotros mismos los dueños y señores de nuestros actos y de nuestras
palabras. Lo pasado, pasado está. Lo que en otro tiempo fue conveniente no lo
es ahora. No queremos estar sujetos a lo que otros hicieron y dijeron. Nosotros
somos la tradición, nosotros decidimos nuestro destino sin depender de
ninguna herencia anterior. Nos estamos sujetos a nada, sólo a nuestra voluntad
y querer. Ante las acusaciones y reproches, Jesús calla.
No admitimos que haya un solo camino de salvación para el
hombre. Éste es libre para elegir su destino; su inviolable conciencia le dicta
cómo ha de actuar, qué ha de hacer y qué ha de creer. Ninguna creencia es
superior a otra. La multiforme realidad del hombre requiere una multiforme
manifestación de sus creencias, credos y formas de vida. Ante las
acusaciones y reproches, Jesús calla.
Los acusadores siguen increpando al Señor. No quieren estar
sometidos a más palabra que la propia humana, ni a más moral que la que le
dicta la propia conciencia. No limitarán los propios deseos, que han de ser
satisfechos. Su nuevo dios será su vientre y su lujuria.
El Señor está solo, hoy como entonces. Sus discípulos
huyeron atemorizados y acobardados. Pedro le negó tres veces antes de cantara
el gallo. Sólo la Santísima Virgen María y el apóstol amado permanecieron
fidelísimos sin temor a los acusadores. Y aunque no estuvieron cerca de él en
los juicios, lo estuvieron espiritualmente, sí estuvieron al pie de la santa
Cruz. La Crucifixión se renueva constantemente, desde hace más de dos mil
años. Los sayones siguen martilleando los clavos que atraviesan la purísima y
blanquísima carne de Jesucristo. Su preciosísima Sangre sigue fluyendo a través
de las manos del sacerdote, cae sobre mantel y salpica el suelo del
altar, y es pisado por el sacrificador.
Pero, ¿nadie ve la preciosísima Sangre? ¿Ningún sacerdote se
percata de ella? ¿Nadie oye el atronador e insoportable ruido del incesante
martilleo? ¿Están todos sordos y ciegos? También están mudos. Nadie se
estremece ante el silencio de Jesús que calla antes sus acusadores; pero su
silencio los acusa y desenmascara: lo que he dicho, dicho está para ser
cumplido fielmente para quienes quieren salvar su alma.
Queridos hermanos, la Sagrada Pasión de nuestro Señor
Jesucristo no es un hecho simplemente histórico; es una realidad que está
presente más allá del tiempo; es la constante verdad que permanece en la
Iglesia. Es la verdad de la Iglesia que nunca podrá ser olvidada, ni apartada
de su más íntimo ser. La Sagrada Pasión no puede relegarse, ni olvidarse por un
decreto del hombre, es la realidad acusadora del pecado de quienes acusan al
Señor, de quienes callan ante la injusticia al inocente, de quienes se
esconden, de quienes hoy como ayer traicionan a Jesucristo.
El Señor calla porque todo ya lo ha dicho. Lo que tenía que
decir a favor de la salvación de las almas, por la que dio su vida en la santa
Cruz, ya está dicho. Sólo queda por parte del hombre cumplir lo establecido por
el Redentor exactamente y fielmente. Está todo contenido en la Tradición
de la Iglesia, en su Magisterio, en el Depósito de la fe que
hemos recibido y tenemos la sagrada obligación de transmitir. Ahí está todo lo
que el Señor ha legado a Su Iglesia para la propia santificación,
y para que sea manifestado al mundo, y éste se pueda salvar.
En el Calvario, al pie de la Cruz, estaban la Santísima
Virgen María y el apóstol amado. Pero ahora, hoy, hay uno más, quien escribe
estas líneas. Hoy en el Calvario estamos tres almas que no queremos
separarse nunca de la Cruz del Redentor. Tres almas que confiesan que sólo hay
un Dios verdadero, el Dios de Jesucristo; que confiesan que sólo hay una
verdadera Iglesia, la católica, la fundada por Jesucristo y de la que es
su Cabeza, y cuya Tradición y Magisterio seguirán siempre; que confiesan que
sólo hay una verdadera fe, la católica.
Ha llegado el momento de la Sagrada Pasión; va a tener lugar
el juicio injusto y las acusaciones falsas. Me dirijo al altar del Sacrificio.
La santa Tradición me recuerda: ¡Sacerdos! Celebra Missam ut primam, ut
unicam, ut ultimam.
Ave María Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa
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