Orgullo y sensualidad: pilares de la decadencia moral
13/06/17 12:05 AM
Cualquier concepción errónea de Dios conlleva sin lugar a
dudas a concepciones erróneas del hombre, ya que él es imagen de Dios.[1] Ambas herejías están vinculadas a la
expulsión de nuestros primeros padres del Paraíso Terrenal, con una subsecuente
historia abundante en penalidades.
I. En el momento mismo en que Adán y Eva dieron crédito a la
infundiosa promesa de que serían como dioses[2] considerándose ellos mismos dioses,
dejaron de ser humanos, así, desde entonces, caen continuamente en la misma
promesa y experimentan una y otra vez la maldición de ese engaño.
Llevamos en el alma la imagen de Dios con más verdad que las
monedas llevan efigies. Pero la desfiguramos restregándola con la tierra.
Escribió Scheeben:
A imitación del primer hombre y del demonio, el pecador
desea asemejarse a Dios. Lo mismo desea el Señor: quiere que seamos como Él.
Pero no sin Él o fuera de Él o en contra de Él. Tampoco quiere que nos
consideremos dioses, que nos hagamos adorar y nos adoremos a nosotros mismos.
Desea que seamos como Él, en Él y por Él, a semejanza de su
Primogénito: que no es otro Dios, sino un solo y mismo Dios con el Padre.
Sería incalificable locura, espantoso crimen, el rechazar el
amor infinito de Dios y volverse enemigo suyo, declarándose independiente.[3]
Las raíces más profundas de las falsas concepciones de Dios
en la civilización cristiana (inicialmente sólo en la teoría, pero
subsecuentemente también en la práctica), se remontan al racionalismo de
Descartes, el cual con el tiempo siguió desarrollándose asumiendo nuevas
formas. Del racionalismo surgieron el deísmo, el gnosticismo y
finalmente el ateísmo absoluto y material que culminó con el
marxismo.
Toda la fundamentación del error intelectual del ateísmo
militante estriba en la teoría de que los individuos, las familias, los grupos,
las ciudades y las Naciones y aún el mundo entero pueden funcionar en paz,
prosperidad y alegría sin contar con el Creador de todo. Tratan de controlar nuestras
vidas en todos sus diversos aspectos (privados, familiares, educativos,
cívicos, políticos y económicos) buscan alejarnos totalmente de Dios.
«Se puede decir, por un lado, que el espíritu de las
tinieblas que anima tal decadencia fue comunicando sus designios impíos a
través de verdaderos heraldos de la iniquidad. Son ejemplos de eso: Lutero y
Calvino, en el protestantismo; Dantón y Robespierre, en la Revolución Francesa;
Marx y Lenin, en la revolución comunista; y aún los anárquicos líderes de la revolución
de mayo de 1968. En nuestros días, el propio Lucifer se está haciendo patente
en el rock, en la televisión, en el cine y en otros medios de comunicación
social, y hasta en cultos aberrantemente satánicos. Ante nuestros ojos se
configura un contexto cultural cada vez más parecido al escenario ideal para la
manifestación del rey del infierno».[4]
II. La crisis de la civilización moderna es ante todo una
crisis moral, resultante del abandono de las enseñanzas de la Iglesia, con
la consecuente pérdida de sabiduría y de las virtudes cardinales como la
templanza, lo cual acarrea desequilibrios de todo tipo: alcohol, drogas,
infidelidad conyugal, sexualidad desenfrenada, perversiones sexuales.[5]
El Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, gran pensador católico,
en su magistral escrito Revolución y Contra-Revolución «exposición de
carácter histórico, filosófico y sociológico de la crisis de Occidente, desde
el Humanismo, el Renacimiento y el protestantismo hasta nuestros días», nos
dice que el terrible enemigo que busca incansablemente la destrucción de
la civilización cristiana, y la implantación de un estado de cosas
completamente opuesto a ella, «ese enemigo terrible tiene su nombre: se llama Revolución. Su
causa profunda es una explosión de orgullo y sensualidad que inspiró, sino un
sistema, cuando menos toda una cadena de sistemas ideológicos. De la gran
aceptación dada a éstos en el mundo entero, derivaron las tres grandes
revoluciones de la Historia de Occidente: la Pseudo-Reforma, la Revolución
francesa y el comunismo».[6]
Proceso revolucionario que tiene dos velocidades:
Una es la «velocidad rápida», que llega de modo veloz hasta
las últimas consecuencias de los postulados revolucionarios. Ella cumple el
papel de señalar la meta y de fascinar a los revolucionarios de marcha lenta.
La otra es la revolución de la «velocidad lenta». Los que
siguen esta última son más numerosos y demoran más en sacar todas las
consecuencias de los postulados revolucionarios a los que adhirieron. Pero
terminan llegando siempre a la misma meta que los primeros. Su papel es
arrastrar a quienes, por prudencia o inhibición, no se habrían dejado llevar de
modo veloz.[7]
Los orígenes de este proceso se remontan al siglo XIV cuando
se inicia en la Europa cristiana una transformación de mentalidad que en el
curso del siglo XV se hace cada vez más patente:
«El apetito de los placeres terrenos se va transformando en
ansia. Las diversiones se van haciendo más frecuentes y más suntuosas: los
hombres se preocupan cava vez más con ellas. En los trajes, en las maneras, en
el lenguaje, en la literatura y en el arte el anhelo creciente por una vida
llena de deleites y de fantasía y de los sentidos, va produciendo progresivas
manifestaciones de sensualidad o molicie. Hay un paulatino perecimiento de la
seriedad y de la austeridad de los antiguos tiempos. Todo tiende a lo risueño,
a lo gracioso, a lo festivo. Los corazones se desprenden gradualmente del amor
al sacrificio, de la verdadera devoción a la Cruz, y de las aspiraciones de
santidad y vida eterna. La Caballería, otrora una de las más altas expresiones
de la austeridad cristiana, se vuelve amorosa y sentimental, la literatura de
amor invade todos los países, los excesos del lujo y la consecuente avidez de
lucro se extienden por todas las clases sociales».[8]
«Dos son las pasiones que pueden suscitar especialmente la
rebelión del hombre contra la Moral y la Fe cristianas: el orgullo y la
sensualidad.
El orgullo le lleva a rechazar cualquier superioridad
existente en otro, y genera en él un apetito por la preeminencia y por el mando
que fácilmente llega al paroxismo. Pues el paroxismo es el punto final hacia el
que tienden todos los desórdenes. En su estado paroxístico, el orgullo adopta
todos los coloridos metafísicos: no se contenta ya con sacudirse en concreto
esta o aquella superioridad, esta o aquella estructura jerárquica, sino que
desea la abolición de toda y cualquier superioridad en cualquier campo que exista.
La igualdad omnímoda y completa se le presenta como la única situación
soportable y, por eso mismo, como la suprema regla de justicia. De esta manera,
el orgullo termina por engendrar una moral propia. Y, en la médula de esta
moral orgullosa, radica un principio metafísico: el orden del ser postula la
igualdad y todo lo que es desigual es ontológicamente malo.
La igualdad absoluta es, para el que llamaríamos de
orgulloso integral, el supremo valor al que ha de conformarse todo.
La lujuria es otra pasión desordenada de importancia capital
en el proceso de rebelión contra la Iglesia. En sí, ella induce al libertinaje,
convidando al hombre a hollar toda ley y a rechazar como insoportable todo
freno. Sus efectos se suman a los del orgullo, suscitando en la mente humana
toda especie de sofismas capaces de minar en su interior el propio principio de
autoridad.
Por eso, la tendencia que despiertan el orgullo y la
sensualidad se dirige hacia la abolición de toda desigualdad, de toda autoridad
y de toda jerarquía».[9]
Cornelius a Lapide, comentando el pasaje de San Pablo en su
Carta a los Romanos (1, 25, 28-31), acentúa el rol del orgullo como el origen
de toda impureza:
La impureza es un castigo del orgullo, así como la humildad
es la recompensa de la castidad. Este es el justo orden establecido por Dios, y
si el hombre so- mete su mente a Dios, también su cuerpo estará sometido a
Dios. Al contrario, cuando el hombre se rebela contra Dios, su cuerpo también
se rebela contra El, como San Gregorio (lib. XXVI, Morals, xii)
maravillosamente enseña… [A] través de la humildad la pureza de la castidad es
asegurada. Ciertamente, si uno se somete piadosamente a Dios, su carne no se
levantará ilícitamente contra el espíritu. Esto explica por qué Adán, quien fue
el primero en desobedecer, cubrió su cuerpo tan pronto como él hubo cometido el
pecado de orgullo.[10]
En efecto, todo esto se vuelve en contra del hombre que ha
olvidado completamente quién es y lo que es, y, para el que ya es demasiado ser
aquello para lo que fue concebido por su Creador.
Un hombre o un pueblo sin Dios está condenado a la
destrucción, y un futuro que no es salvación ni liberación ya no es futuro,
sino infierno puro.
III. La historia nos muestra que la Madre de Dios se aparece
a los hombres siempre que existen peligros inminentes. Así se apareció en
Lourdes, cuando surgieron en Francia, en Europa y en el mundo entero los
grandes peligros del liberalismo moral de la masonería y de la guerra entre
Francia y Alemania. Algo parecido sucedió en 1917, cuando el mundo estaba a la
vera de enfrentar la terrible y nefasta amenaza del ateísmo comunista.
«La impiedad y la impureza habían dominado la tierra a tal
punto que para castigar a los hombres había estallado una verdadera hecatombe,
que fue la Primera Guerra Mundial. Esa conflagración terminaría en breve y los
pecadores tendrían tiempo para corregirse, atendiendo el pedido de Fátima».[11]
Cien años después, el mundo entero está enfermo de
inmoralidad, la moral y la inmoralidad ya no tienen nada que ver con Dios, sino
únicamente con los poderosos intereses, y con quienes representan esos
intereses. Si Dios existe o no, ya no es relevante. El hombre es adulado hasta
hacerlo creer que él mismo es dios y que no necesita de nadie más. Después de
todos los éxitos científicos y tecnológicos, la afirmación de Satanás seréis
como Dios, suena hoy más creíble que nunca, pero es también más amenazante que
nunca.
¿No es evidente que el siglo XX es la historia de la batalla
entre la Mujer por una parte y el Dragón Rojo del comunismo ateo por una parte
y del ateísmo práctico por otra?
La Revolución entonces no es otra cosa que una revolución en
contra de Aquella que aplasta la cabeza de la serpiente.
El mensaje de Fátima sigue siendo relevante: Rezad.
Rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues van muchas almas al
infierno, por no tener quién se sacrifique y pida por ellas.
Germán Mazuelo-Leytón
[1] Génesis 1, 26.
[2] Génesis 3, 5.
[3] SCHEEBEN, Las maravillas de la
gracia.
[4] http://www.fatima.org.pe/articulo-806-un-siglo-antes-que-fatima-la-providencia-ya-alertaba-al-mundo
[5] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, Abandono
de la templanza, https://adelantelafe.com/abandono-la-templanza/
[6] CORREA DE OLIVEIRA, Prof. PLINIO, Revolución
y Contra-revolución.
[7] ACCION FAMILIA, Desde la Teología
de la Liberación a la Teología eco-feminista.
[8] CORREA DE OLIVEIRA, Prof. PLINIO, Revolución
y Contra-revolución.
[9] CORREA DE OLIVEIRA, Prof. PLINIO, Autorretrato
filosófico.
[10] ACCION FAMILIA, En defensa de una
ley superior. Cornelius a Lapide, Commentaria in Scripturam Sacram.
[11] CORREA DE OLIVEIRA, Prof. PLINIO, Fátima
en una visión de conjunto.
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