¡¡ Excelente y extenso artículo sobre Fátima!!
Al igual que en la vida de los hombres, los pueblos también
conmemoran aniversarios. Y el 2017 está lleno de aniversarios; aunque no todos
los aniversarios, sin embargo, merecen un pastel con velas. El aniversario más
comentado ha sido el de Martín Lutero. Han pasado quinientos años desde el 31
de octubre de 1517 cuando Lutero fijó sus 95 tesis en la gran puerta de la
Catedral de Wittenberg. Una acción que pondría en marcha la llamada Reforma
Protestante y marca el final de la Cristiandad Medieval.
Dos siglos más tarde, el 29 de junio de 1717, se fundó la
Gran Logia de Londres. Este evento está considerado como el nacimiento de la
Francmasonería Moderna, que a su vez, está directamente conectado con la
Revolución Francesa. Las Logias Masónicas, en efecto, eran los laboratorios
intelectuales y operativos en los que se gestó la Revolución de 1789. El 26 de
octubre o el 7 de Noviembre de 1917, dependiendo de si se adoptan los
calendarios gregoriano o juliano, el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky
ocupó el Palacio de Invierno de San Petersburgo. De ese modo, la Revolución
Rusa entró en la historia y todavía no la ha abandonado.
1517, 1717, 1917, entonces, son tres fechas simbólicas, tres
eventos que forman parte de un solo proceso. Pío XII, en su discurso a los
hombres de la Acción Católica el 12 de octubre de 1952, lo resumió así: «Cristo
sí, la Iglesia no (la Revolución Protestante contra la Iglesia); después: Dios
sí, Cristo no (la Revolución Masónica contra los Misterios centrales del
Cristianismo); finalmente, el grito impío: Dios ha muerto; mejor dicho: Dios
jamás ha existido (la Atea Revolución Comunista). Y aquí –concluye Pío XII–
tenemos el intento de construir la estructura del mundo sobre fundamentos que
no vacilamos en señalar como los principales responsables del peligro que
amenaza a la humanidad».
Tres etapas de un solo proceso que ahora está alcanzando su
pináculo. La Iglesia lo llamó Revolución, con R mayúscula, para describir su
esencia metafísica y su histórica significancia que se remonta a varios siglos
de antigüedad. Sin embargo, este año hay un cuarto aniversario del que hasta
ahora se ha discutido muy poco. 2017 es también el primer centenario de las
apariciones de Fátima y es a la luz del mensaje de Fátima que me propongo
examinar las tres revoluciones que se conmemoran este año.
Algunos principios para recordar
El primer elemento a destacar es que estamos hablando aquí
de hechos históricos. Las apariciones de Nuestra Señora en Fátima, entre el 13
de mayo y el 13 de octubre de 1917, son un hecho histórico objetivo, no una
experiencia religiosa subjetiva en la que Nuestra Señora se aparece a tres
pequeños pastores.
A los historiadores imbuidos de racionalismo, incluidos
muchos católicos, les gustaría expulsar todo lo sobrenatural de la historia
–milagros, revelaciones y mensajes del cielo–, enviándolos al ámbito privado de
la fe. Sin embargo, estos milagros, estas apariciones y estos mensajes, cuando
son auténticos, forman parte de la historia, al igual que la guerra y la paz y
todo lo que ocurre en la historia y que la historia registra.
Las apariciones de Fátima fueron eventos que sucedieron en
un lugar preciso y en un momento particular de la historia. Eventos verificados
por miles de testigos y una minuciosa investigación canónica, que concluyó en
1930. Seis Papas en el siglo XX reconocieron públicamente las apariciones de
Fátima, aunque ninguno de ellos cumpliera plenamente con los requerimientos.
Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI visitaron el Santuario siendo Papas,
mientras que Juan XXIII y Juan Pablo I lo hicieron siendo respectivamente los
Cardenales Roncalli y Luciani. Pío XII, por su parte, envió a su delegado el
Cardenal Aloisi Masella. Todos ellos honraron Fátima.
Pero el mensaje de Fátima representa un evento histórico por
otra razón: es una revelación privada no sólo para el bien espiritual de los que
la recibieron –los tres pequeños pastores– sino para toda la humanidad.
La Iglesia hace una distinción entre Revelación pública y
revelaciones privadas. La Revelación pública concluyó para la Iglesia con la
muerte del último Evangelista, San Juan. Sin embargo, Santo Tomás de Aquino
enseña que las revelaciones y profecías celestiales continúan incluso después
de haber concluido la Revelación pública, no para completar o proponer una
nueva doctrina, sino para dirigir la conducta de los hombres conforme a ella
[7]. A veces las revelaciones privadas están reservadas para la perfección
espiritual de aquellos que reciben estos dones sobrenaturales. Otras veces,
como en el caso de los mensajes del Sagrado Corazón a Santa Margarita María
Alacoque, se dirigen al bien de la Iglesia y de toda la sociedad.
El Sagrado Corazón de Jesús está en el centro de las
revelaciones de Paray-le-Monial y el Inmaculado Corazón de María está en el
centro de las de Fátima. Fátima y Paray-le-Monial son revelaciones privadas
para toda la humanidad. Tienen las características de una gran “dirección
espiritual” que el Señor nos ofrece para guiar el comportamiento de los hombres
en ciertos momentos de la historia.
Un tercer principio surge del hecho de que algunas
revelaciones privadas, como la de Fátima, están reservadas no solo al bien
exclusivo de personas individuales sino al de toda la sociedad, en un periodo
determinado de la historia. Las revelaciones privadas nos ayudan a interpretar
los tiempos históricos en los que vivimos, pero los tiempos en que vivimos nos
ayudan, a su vez, a comprender más profundamente el significado de las
revelaciones. Hay una reciprocidad. Si es cierto que las palabras Divinas
proyectan luz sobre las épocas más oscuras de la historia, lo opuesto también
es cierto: el curso de los acontecimientos históricos nos ayuda a comprender el
sentido, a veces oscuro, de profecías y revelaciones. En el centenario de las
apariciones de Fátima, es necesario entonces leer las palabras de Nuestra
Señora a la luz de lo que sucedió durante el siglo pasado, un siglo devastado
[8], para asegurarse que la luz de este mensaje ilumine con mayor claridad la
oscuridad de los tiempos que actualmente vivimos.
La Revolución Rusa de 1917
El trasfondo histórico en el que se produjeron las
apariciones de Fátima es el de una guerra terrible, llamada históricamente “La
Gran Guerra”: la guerra entre 1914 y 1918 que vio a más de nueve millones de
víctimas en Europa solamente. Un holocausto de sangre definido por el Papa
Benedicto XV, en aquel mismo año de 1917, como una “matanza inútil” [9]. Una
masacre útil solo para la Revolución Anticristiana que vio en la guerra una
oportunidad de “republicanizar Europa” [10] y completar los objetivos de la
Revolución Francesa.
La guerra derrocó el orden político que había estado en
vigor en Europa desde 1815: el del Congreso de Viena, que vio una Santa Alianza
entre los imperios de Austria y Rusia contra la Revolución liberal. Las tropas
del Imperio Habsburgo y las de los Alemanes, alineadas en el frente del este,
contribuyeron al colapso del Imperio Zarista.
El 3 de abril de 1917, un mes antes de las apariciones, el
jefe de la Secta Bolchevique, Vladimir Ilich Lenin (1870-1924), hasta entonces
exiliado en Zúrich [11], regresó a Rusia en un vagón de tren blindado que puso
a su disposición el Jefe del Estado Mayor Conjunto Alemán, que quería que Rusia
cayera en un completo caos. Lenin incendió Rusia. Sin embargo, el fin nunca
justifica los medios y el caos barrió no sólo a Rusia, sino al mundo entero.
Ese mismo año, el 13 de enero de 1917, otro Revolucionario
Ruso –León Trotsky– y su familia atravesaron el Océano Atlántico y se
instalaron en Nueva York. Anthony Sutton planteó una buena pregunta: «¿Cómo iba
a sobrevivir Trotsky, que sólo hablaba alemán y ruso, en la América
capitalista?» [12]. Lo cierto es que el Presidente Americano Woodrow Wilson
proporcionó a Trotsky un pasaporte para regresar a Rusia para “llevar adelante”
la Revolución [13]. En Agosto, una Misión de la Cruz Roja Americana, integrada
por abogados y financistas, llegó a Petrogrado. […] Era de hecho una misión de
los financieros de Wall Street destinada a influir y abonar el terreno para el
control, a través de Kerensky o los Revolucionarios Bolcheviques, de los
mercados y de los recursos Rusos [14].
Hubo entonces una convergencia de intereses entre los
militares Alemanes y los financieros Americanos. Esto envolvió los orígenes de
la Revolución Rusa en cierto misterio. La Revolución Rusa, iniciada por Lenin,
se llevó a cabo en dos etapas: la primera fue la llamada Revolución de Febrero,
que condujo a la abdicación del Zar y la instauración de una república
liberal-democrática dirigida por Alexander Kerensky (1881-1970).
La segunda etapa fue la Revolución de Octubre, que provocó
la caída de Kerensky y la instauración del régimen Comunista de Lenin y Trotsky.
Entonces se desató una época de matanzas sin precedentes históricos. La
Revolución Rusa, al igual que la Revolución Francesa, fue obra de una minoría,
y se llevó a cabo con sorprendente rapidez, sin que nadie se diera cuenta de lo
que estaba sucediendo. John Reed, periodista y socialista Americano que
participó en la Revolución, escribió un libro titulado “Diez días que
estremecieron al mundo”, en el que describe la atmósfera de esos días
eficazmente: «superficialmente todo estaba tranquilo; cientos de miles de
personas se retiraron a una hora prudente, se levantaron temprano y se fueron a
trabajar. En Petrogrado los tranvías circulaban, las tiendas y restaurantes
estaban abiertos, se iba a los teatros, se anunciaba una exposición de
pinturas… Toda la compleja rutina de la vida común, incluso en tiempos de
guerra, procedía como de costumbre. Nada es tan asombroso como la vitalidad del
organismo social: persiste, se alimenta, se viste, se divierte, de cara a las
mayores calamidades…» [15].
Fátima 1917
La Revolución Rusa no fue sólo un evento histórico, sino un
evento filosófico. En sus “Tesis sobre Feuerbach” (1845), Karl Marx sostiene
que la tarea del filósofo no es interpretar el mundo, sino transformarlo [16].
El Revolucionario tiene que demostrar en la praxis, la potencia y eficacia de
su pensamiento. Lenin al hacerse con el poder, realizó un acto filosófico
porque no lo teorizó, sino que trajo la Revolución. En cierto modo, el
socialismo de Marx y Engels, gracias a Lenin, llego a “encarnarse” en la historia.
La Revolución Rusa aparece entonces como una parodia diabólica del Misterio de
la Encarnación. Jesús, por su Encarnación, quiso abrir las puertas del Cielo a
los hombres; la Revolución Marxista, cerró las puertas del Cielo para hacer de
la tierra un paraíso imposible. Fue una erupción de lo demoníaco en la
historia.
Sin embargo, el Cielo respondió con una erupción de lo
sagrado en la tierra. Al otro extremo de Europa, durante esos mismos meses,
algo más estaba ocurriendo.
El 13 de mayo de 1917, en la Cova de Iría –un aislado lugar
de rocas y árboles de olivo, cerca del pueblo de Fátima en Portugal– «una
Señora vestida de blanco, más radiante que el sol, derramando rayos de luz, más
claros y fuertes que un vaso de cristal lleno del agua más resplandeciente,
penetrado por los ardientes rayos del sol», se apareció a tres niños que
cuidaban de sus ovejas: Francisco y Jacinta Marto y su primita Lucía dos
Santos. Aquella Señora se reveló a sí misma como la Madre de Dios, encargada de
un mensaje para la humanidad […]. Nuestra Señora citó a los tres pastores para
el 13 de cada mes posterior, hasta Octubre. Hubo seis apariciones. La última
aparición terminó con un gran milagro atmosférico, una señal milagrosa del
Cielo: “la Danza del Sol”, atestiguada por miles de personas que pudieron
describirla con gran detalle y que se vio incluso desde 40 kilómetros de
distancia [17].
A partir de ese momento, la historia de Fátima y Rusia están
entrelazadas.
La historia del siglo XX, hasta nuestros días, ha visto la
lucha entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. Los primeros se
nutren de lo que podríamos llamar el espíritu de Fátima; los segundos, del
espíritu del Príncipe de las Tinieblas, que en el siglo XX se manifestó ante
todo bajo la forma del Comunismo y sus metamorfosis.
El secreto de Fátima
Más que un lugar, Fátima es un mensaje. El mensaje revelado
por Nuestra Señora en Fátima contiene tres partes, llamadas secretos, que
forman un todo orgánico y coherente. La primera es una aterradora visión del infierno
en el que se precipitan las almas de los pecadores; la misericordia del
Inmaculado Corazón de María contrarresta este castigo y es el remedio supremo
que Dios ofrece a la humanidad para la salvación de las almas.
La segunda parte implica una alternativa histórica
dramática: la paz, fruto de la conversión del mundo y del cumplimiento de las
peticiones de Nuestra Señora, o un terrible castigo que aguarda a la humanidad
si permanece obstinada en sus caminos pecaminosos. Rusia sería el instrumento
de dicho castigo.
La tercera parte, divulgada por la Santa Sede en junio del
2000, se explaya sobre la tragedia en la vida de la Iglesia, ofreciendo una
visión de un Papa y unos Obispos, Religiosos y laicos muertos por sus
perseguidores. Las discusiones que se han abierto en los últimos años acerca de
este “Tercer Secreto” oscurecen la fuerza profética de la parte central del
mensaje, resumida en dos frases decisivas: Rusia «dispersará sus errores en
todo el mundo» y «al final, mi Inmaculado Corazón triunfará».
Rusia dispersará sus errores en todo el mundo
El término “errores” es preciso: el error es la negación de
la verdad. La verdad entonces existe y sólo hay una verdad: aquella que es
preservada y difundida por la Iglesia Católica. Los errores de Rusia son los de
una ideología que se opone al Orden Natural y Cristiano negando a Dios, la
religión, la familia y la propiedad privada. Este complejo de errores tiene un
nombre: Comunismo. Y tiene en Rusia su centro universal de difusión. Con
demasiada frecuencia el Comunismo ha sido identificado como un régimen
puramente político, descuidando su dimensión ideológica, mientras que es
precisamente su dimensión doctrinal la que pone de relieve Nuestra Señora.
El anticomunismo del siglo XX ha sido a menudo limitado por la
identificación del Comunismo con los tanques Soviéticos o los Gulag, que
ciertamente son una expresión del Comunismo, pero no son su corazón. Pío XI
hizo hincapié en la naturaleza ideológicamente perversa del Comunismo.
«Por primera vez en la historia –declaró Pío XI en su
encíclica “Divini Redemptoris” del 19 de marzo de 1937– estamos siendo testigos
de una lucha, fríamente calculada hasta el mínimo detalle, entre el hombre y
todo lo que se llama Dios (2 Tes 1, 4)». Muchos anticomunistas han descuidado este
aspecto, bajo la ilusión de llegar a un posible compromiso con un Comunismo
“humanitario”, purificado de toda violencia. No han comprendido la intrínseca
malicia ideológica del Comunismo. ¿Cuáles son los orígenes de esta malicia
ideológica? Los propios Comunistas resumen sus errores en la fórmula del
materialismo dialéctico: el universo es materia en evolución y la dialéctica
Hegeliana es el alma de esta evolución. Esta visión filosófica panteísta tiene
su expresión política en una sociedad sin clases. El igualitarismo social y
político deriva del igualitarismo metafísico, que no sólo niega la distinción
entre Dios y el hombre, sino que diviniza la materia negando toda distinción
entre los hombres y las cosas creadas.
Genealogía de los errores
Los errores no surgen de la nada. Los errores de Rusia, como
todos los errores, surgieron de errores anteriores y ellos, a su vez, generan
otros errores. Para entender del todo su naturaleza, necesitamos preguntar de
dónde vinieron estos errores y adónde nos llevan.
El texto base del Comunismo es el “Manifiesto del Partido
Comunista”, publicado por Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895)
en febrero de 1848. Éste texto fue encargado a Marx y Engels por “La Liga de
los Justos”, un grupo Comunista entregado a las ideas ultrajacobinas de
Gracchus Babeuf (1760-1797). Entre los precursores directos del socialismo,
Engels enumera, junto a los Jacobinos, también a los Anabaptistas, los
“niveladores” de la Revolución Inglesa y los filósofos de la Ilustración en el
siglo XVIII [18].
Los Anabaptistas representan la extrema izquierda de la
Revolución Protestante, lo que el historiador George Hunston Williams
(1914-2000) describió como la “Reforma radical”, opuesta a la “Reforma
magisterial” de Lutero y Calvino [19]. En realidad, no se trataba de oposición
sino de desarrollo: lo que caracteriza a todas las Revoluciones es que sus
potencialidades están contenidas en el momento de su génesis, y los principios
en que hunde sus raíces el Anabaptismo se originan en el ímpetu que Lutero,
desde el principio, había impreso a su Revolución religiosa del siglo XVI.
El Profesor Plinio Corrêa de Oliveira (1908-1995) observó
que: «como los cataclismos, las pasiones malvadas tienen un poder inmenso, pero
sólo para destruir. En el primer instante de sus grandes explosiones, este
poder ya tiene el potencial de toda la virulencia que se manifestará en sus
peores excesos. En las primeras negaciones del Protestantismo, por ejemplo, los
anarquistas anhelos del Comunismo ya estaban implícitos. Mientras que desde el
punto de vista de sus formulaciones explícitas, Lutero no era más que Lutero,
todas las tendencias, estado de alma e imponderables de la explosión Luterana
ya traían consigo, auténtica y plenamente, aunque implícitamente, el espíritu
de Voltaire y Robespierre, de Marx y Lenin» [20].
Necesitamos enfatizar un segundo punto aquí. Es cierto que
«las ideas tienen consecuencias» [21], pero no todas las consecuencias son
coherentes con las intenciones. Un filósofo Alemán, Wilhelm Wundt (1832-1920),
acuñó la expresión «heterogonía de los fines» (Heterogonie der Zwecke) para
describir las contradicciones que a menudo existen entre las intenciones del
hombre y las consecuencias de sus acciones. Esta heterogonía de los fines es
típica de todas las utopías que, al negar la realidad, están condenadas a ser
contradichas por ella.
Lutero, por ejemplo, teorizó la sola fe negando cualquier
valor a la razón humana. Sin embargo, al mismo tiempo, negó la autoridad de la
Iglesia en nombre de la “Sola Scriptura”, interpretada conforme al principio
del libre examen. Los Anabaptistas Italianos, que se conocen con el nombre de
Socinianos porque siguen las ideas de los herejes de Siena, Lelio (1525-1562) y
Fausto Socino (1539-1604), atribuyen un papel primario a la razón, demoliendo
así los textos mismos de las Sagradas Escrituras con sus críticas.
El Socinianismo es una forma de Protestantismo radical […] un punto de paso entre las sectas religiosas de los tipos Anabaptistas en los
siglos XVII y XVIII, junto con las sectas filosóficas de estructura Masónica
del siglo XVIII. En el “templo laico” de las virtudes sociales –la Logia
Masónica– se practicaba el culto de una nueva ética liberada de los lazos de
todo dogma y moral religiosa [22].
[…]
En 1723, después de la fundación de la Gran Logia, un
clérigo Presbiteriano –James Anderson– publicó las “Constituciones de los
Francmasones”. Este trabajo fue reimpreso en Filadelfia en 1734 por Benjamín
Franklin (1706-1790), quien fue elegido ese año Gran Maestre de los Masones en
Pennsylvania. En diciembre de 1776, Franklin fue enviado a Francia como
comisionado de los Estados Unidos. Durante su estancia en Francia, Benjamín
Franklin fue activo como francmasón, sirviendo como Venerable Maestro de la Logia
“Les Neufs Soeurs”. La fundación del Gran Oriente en 1773 marcó el comienzo de
una nueva fase: una campaña política fuera de las logias. Los Francmasones
controlaron las elecciones de Marzo-Abril de 1789 en Francia y se formó un
bloque en el Tercer Estado que fue dirigido por la Masonería. Entre los
asociados de la logia Francesa, estaba el Conde Mirabeau (1749-1791), antiguo
embajador Francés en Berlín, orador y estadista, quien a principios de 1791
sería elegido presidente de la Asamblea Nacional.
El bibliotecario del Congreso, el historiador James H.
Billington, escribe: «Mirabeau fue pionero en aplicar el lenguaje evocador de
la religión tradicional a las nuevas instituciones políticas de la Francia
Revolucionaria. En fecha tan temprana como el 10 de Mayo de 1789, escribió a
los constituyentes, que lo habían elegido para el Tercer Estado, que el
propósito de los Estados Generales no era reformar sino “regenerar” la nación.
Posteriormente llamó a la Asamblea Nacional “el sacerdocio inviolable del orden
público nacional”, a la Declaración de los Derechos del Hombre como “un
evangelio político”, y a la Constitución de 1791 una nueva religión “por la
cual el pueblo está dispuesto a morir”» [23].
[…]
La Revolución Rusa no surgió espontáneamente, sino que fue el
resultado de un proceso que se remontaba mucho tiempo atrás. El teórico
Comunista Antonio Gramsci (1891-1937) resume este proceso Revolucionario en la
fórmula “filosofía de la praxis”. «La filosofía de la praxis es el punto
culminante de todo este movimiento; (…) se corresponde con el nexo de la
Reforma Protestante más la Revolución Francesa. Es una filosofía que es también
política, y una política que es también filosofía» [24].
La Revolución traicionada
Sin embargo, una filosofía falsa, cuando está politizada, es
decir, cuando se lleva a cabo en la praxis, siempre traiciona sus premisas.
Sólo la verdad es coherente consigo misma. El error siempre es contradictorio.
En este sentido, la Revolución sólo puede establecerse si se traiciona a sí
misma. Como en toda Revolución, también la Revolución Comunista de Octubre fue
una Revolución traicionada. El debate entre Stalin y Trotsky es elocuente.
Trotsky acusa a Stalin de haber traicionado la Revolución. Stalin responde que
la praxis, es decir la conquista y preservación del poder, demuestra la verdad
de su pensamiento. Ambos tenían razón y ambos estaban equivocados. Aquellos que
luchan contra la verdad, luchan contra ellos mismos.
Lo cierto es que en el siglo XX no hay otros crímenes
comparables con los del Comunismo por el espacio temporal en que se extendió,
por los territorios que abarcó, por la calidad del odio que podía segregar.
Pero estos crímenes son consecuencia de errores. Después del colapso de la Unión
Soviética estos errores eran como si hubiesen sido liberados del envoltorio que
los contenía para propagarse como miasma ideológico sobre todo en Occidente
bajo la forma de relativismo cultural y moral.
El relativismo hoy profesado y vivido en Occidente está
enraizado en las teorías del materialismo y del evolucionismo Marxista; en
otras palabras, en la negación de cualquier realidad espiritual y cualquier
elemento estable y permanente en el hombre y la sociedad.
Antonio Gramsci es el teórico detrás de esta Revolución
cultural que transforma la dictadura del proletariado en la dictadura del
relativismo. La tarea del Comunismo, para Gramsci, es llevar a la gente a ese
secularismo integral, que la Ilustración había reservado a una élite
restringida. En el plano social, ese secularismo ateo se activa, según las
palabras del comunista italiano, por medio de una «completa secularización de
toda la vida y todas las costumbres relacionadas con ella», es decir, a través
de una secularización absoluta de la vida social, que permitirá a la “praxis”
Comunista extirpar en profundidad las raíces sociales de la religión. La nueva
Europa sin raíces, que ha expulsado toda referencia al Cristianismo desde su
Tratado fundacional, ha realizado completamente el plan Gramsciano para la
secularización de la sociedad.
Tenemos que reconocer el hecho de que la profecía de Fátima,
según la cual Rusia habría esparcido sus errores en todo el mundo, se ha
cumplido. La caída de la Cortina de Hierro hizo que la difusión de estos
errores fuera imparable. La descomposición del Comunismo a podrido a Occidente.
El anticomunismo, por su parte, ha desaparecido porque «muy pocos han sido
capaces de penetrar en la verdadera naturaleza del Comunismo», como Pio XI
había advertido en “Divini Redemptoris”. Hoy en día, provoca casi vergüenza
decir que se es anticomunista. Esta es la gran victoria del Comunismo: que ha
caído sin derramar una gota de sangre, sin ser juzgado, sin ser objeto de una
acusación ideológica que condenaría su memoria.
Vladimir Bukovsky, en su libro “El juicio de Moscú”,
escribió: «Cualquier acontecimiento en nuestras vidas, aunque sea de poca
importancia, está bajo el escrutinio de una u otra comisión. Especialmente si
la gente ha sido asesinada. Un accidente de aviación, una desastre ferroviario,
un accidente industrial, y los expertos argumentan, realizan análisis, tratan
de determinar el grado de culpabilidad (…) incluso de los gobiernos, si
tuvieran la menor conexión con lo ocurrido. (…) Sin embargo, aquí tenemos un
conflicto (…) que afectó prácticamente a todos los países del mundo, costó
millones de vidas y cientos de miles de millones de dólares y como se ha
afirmado con tanta frecuencia casi provocó la destrucción global, sin que sea
examinado por un solo país u organización internacional.
¿Es tan sorprendente que junto a nuestra voluntad de
examinar cada accidente nos neguemos a investigar la mayor catástrofe de
nuestro tiempo? Porque en lo profundo ya sabemos las conclusiones que tal
investigación daría, como cualquier persona sana sabe muy bien cuando ha
entrado en connivencia con el mal. Incluso si el intelecto provee excusas
lógicas y aparentemente aceptables, la voz de la conciencia susurra que nuestra
caída comenzó en el momento en que aceptamos la “coexistencia pacífica” con el
mal» [25].
[…]
Los errores del Comunismo no sólo se han esparcido por todo
el mundo, sino que han penetrado en el templo de Dios, como el humo de Satanás
envolviendo y sofocando el Cuerpo Místico de Cristo. Desafortunadamente la
Iglesia Católica ha promovido, y sigue promoviendo, esta “coexistencia
pacífica” con el mal [26].
El Humo de Satanás en la Iglesia
Y no es solo esto. En Fátima, Nuestra Señora mostró a los
tres pequeños pastores la aterradora visión del infierno donde van las almas de
los pobres pecadores y le reveló a Jacinta que era el pecado contra la pureza
lo que lleva a la mayoría de las almas al infierno. ¿Quién habría imaginado que
cien años más tarde la profesión pública de la impureza se sumaría a la inmensa
cantidad de pecados inmundos que se cometen bajo la forma de liberación sexual
y de la introducción de las uniones extramaritales, incluso homosexuales, en
las leyes de las más importantes naciones de Occidente?
[…]
En una de las “dubia” formuladas por los Cardenales al Papa,
leemos: «Después de “Amoris Laetitia” (nº 301), ¿todavía es posible afirmar que
una persona que vive habitualmente en contradicción con un mandamiento de la
ley de Dios, como por ejemplo el que prohíbe el adulterio (cf. Mt 19, 3-9), se
encuentra en una situación objetiva de pecado grave habitual?» [27].
El hecho de que hoy una duda de este tipo pueda ser
presentada al Papa y a la Congregación para la Doctrina de la Fe, indica cuán
grave y profunda es la crisis en que está inmersa la Iglesia.
El Cardenal Kasper y otros pastores y teólogos, han
declarado que la Iglesia debe adaptar su mensaje evangélico a la praxis de los
tiempos. Pero la primacía de la praxis sobre la doctrina es el corazón del
Marxismo-Leninismo. Y si Marx afirmaba que la tarea de los filósofos no es
conocer el mundo, sino transformarlo, hoy en día muchos teólogos y pastores
sostienen que la tarea de los teólogos no es la de difundir la Verdad, sino de
reinterpretarla en la praxis. No necesitamos entonces reformar los hábitos de
los cristianos para llevarlos de vuelta a las enseñanzas del Evangelio, sino
adaptar el Evangelio a la heteropraxis [práctica indebida] de los Cristianos.
«Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará»
El antídoto contra la dictadura del relativismo es la pureza
doctrinal y moral del Inmaculado Corazón de María. Será Nuestra Señora, y no
los hombres, quien destruya los errores que nos amenazan. El Cielo, sin
embargo, ha pedido a la humanidad una colaboración concreta.
Nuestra Señora afirma que las condiciones para evitar el
castigo son: un acto público y solemne de consagración de Rusia a su Inmaculado
Corazón realizado por el Papa en unión con todos los Obispos del mundo, y la
práctica de la Comunión reparadora los primeros Sábado de mes.
El Concilio Ecuménico Vaticano II habría sido una gran
oportunidad para cumplir las peticiones de Nuestra Señora. En 1965, 510
Arzobispos y Obispos de 78 países firmaron una petición en la que pidieron al
Papa, en unión con los Padres Conciliares, consagrar el mundo entero al
Inmaculado Corazón de María, y de manera especial Rusia y las otras naciones
dominadas por el Comunismo. Sin embargo, Pablo VI no prestó atención a la
petición.
Pío XII y Juan Pablo II hicieron actos parciales de
consagración a Rusia o al mundo, que dieron sus frutos y no dejaron de tener
efectos, pero fueron incompletos. Benedicto XVI, el 12 de mayo de 2010, en la
Capilla de las Apariciones elevó una oración de consagración a Nuestra Señora
pidiendo la liberación “de todo peligro que nos amenace”. Pero este acto
también fue incompleto.
[…]
Hoy la consagración de Rusia todavía no se ha hecho; la
práctica de la Comunión reparadora no está extendida; y sobre todo en la
atmósfera en la que estamos inmersos reina un espíritu de hedonismo degenerado,
de satisfacción de todo placer y deseo, fuera de las leyes morales. ¿Quién
podría decir, entonces, que la profecía de Fátima se ha cumplido y que los
grandes acontecimientos anunciados por Nuestra Señora en 1917 quedaron en el
pasado? [28].
Nuestra Señora, en Fátima, no solo pidió a la Jerarquía de
la Iglesia actos públicos. Junto a esas acciones, que son necesarias, tiene que
haber un profundo espíritu de conversión interior y penitencia, como nos
recuerda el Tercer Secreto en la triple llamada del Ángel para que se haga
penitencia.
Penitencia significa ante todo arrepentimiento, un espíritu
de contrición, que nos haga conscientes de la gravedad de los pecados cometidos
por nosotros y por los demás y que nos mueva a detestar esos pecados con todo
nuestro corazón. Penitencia significa una revisión doctrinal y moral de todos
los errores adoptados en el siglo pasado por la sociedad Occidental. El mensaje
de Fátima nos recuerda explícitamente que la alternativa a la penitencia es un
castigo aterrador que amenaza a la humanidad.
Para que el mundo evite este castigo debe cambiar su
espíritu. Pero no podrá hacerlo si no reconoce la enormidad de los pecados
cometidos, empezando por la inclusión de los asesinatos masivos y las uniones
homosexuales en las leyes. En ambos casos se trata de pecados directamente
contra Dios, Creador de la naturaleza: pecados que, como lo enseña el
Catecismo, claman al Cielo por venganza. En otras palabras, se hacen acreedores
de un gran castigo.
Sin arrepentimiento el castigo no se puede evitar. Sin
referencia a este castigo, el mensaje de Fátima se vacía de su profundo
significado.
Penitencia significa arrepentimiento; penitencia significa
aversión y odio por el pecado: el odio por el pecado nos debe impulsar a luchar
contra él y, cuando el pecado es público, debe impulsarnos a actuar
públicamente, para combatir las raíces y las consecuencias del mal en la
sociedad. Para ello, la llamada a la penitencia en el mensaje de Fátima es
también un llamado a combatir los errores que corrompen a toda la sociedad
actual.
El mensaje de Fátima no es sólo un mensaje anticomunista: es
también un mensaje antiliberal y antiluterano, puesto que los errores de Rusia
descienden de los errores de la Revolución Francesa y del Protestantismo. Son
los errores de la Revolución Anticristiana, a la que se opone la
Contrarrevolución Católica. Como dijo el Conde De Maistre, no se trata de una
Revolución en sentido opuesto, sino que es lo opuesto a la Revolución en todos
sus aspectos políticos, culturales y religiosos [29].
Fátima se opone directamente a 1917, 1717 y 1517. No
celebraremos ninguna de estas fechas. Permítanme recordar una revelación de
Nuestra Señora en Fátima que hemos aprendido hace sólo unos pocos años. Exactamente
en 2013, cuando el Carmelo de Coimbra publicó el volumen “Um caminho sob o
olhar de Maria” (“Un camino bajo la mirada de María”).
Alrededor de las cuatro de la tarde del 3 de enero de 1944,
en la Capilla del Convento de Tuy, frente al Tabernáculo, Nuestra Señora instó
a Sor Lucía a escribir el texto del Tercer Secreto. Y Sor Lucía lo cuenta con
estas palabras: «Sentí mi espíritu inundado por un misterio de luz que es Dios,
y en Él vi y oí la punta de una lanza –como una llama que se desprende– tocar el
eje de la Tierra y estremecerse: montañas, ciudades, pueblos y aldeas con sus
habitantes son sepultados. El mar, los ríos y las nubes exceden sus límites,
inundando y arrastrando consigo en un remolino, casas y personas en un número
que no puede ser contado; es la purificación del mundo por el pecado en el que
está inmerso. El odio, la ambición, provocan la guerra destructora. Después
sentí mi corazón palpitar y en mi espíritu sentí una voz suave que decía: “En
el tiempo, una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia Santa, Católica y
Apostólica. En la eternidad, ¡el Cielo!”. Esta palabra “Cielo” llenó mi corazón
de paz y felicidad de tal manera que, casi sin darme cuenta de ello, quedé
repitiendo durante mucho tiempo: ¡El Cielo, el Cielo!» [30].
Nuestra Señora nos recuerda que un terrible castigo amenaza
a la humanidad y que la profesión de la fe Católica en su totalidad es
necesaria en la era dramática que vivimos. Una sola Fe, un solo Bautismo y una
sola Iglesia. No necesitamos entonces abandonar la Iglesia, sino volver a Ella
y vivir y morir en Ella, ya que fuera de la Iglesia no hay salvación. Fuera de
sus puertas no hay más que el inconsolable abismo del infierno. La alternativa
sigue siendo o el Cielo o el Infierno, de cada uno de los cuales tenemos una
degustación previa en esta tierra. El infierno para las naciones es: una
sociedad atea, anarquista, igualitaria. El Paraíso para las naciones es: una
Civilización Cristiana austera, jerárquica, sagrada.
Conquistamos el Cielo en la tierra luchando en defensa de la
Iglesia verdadera, tan a menudo abandonada por los propios clérigos.
Y la exclamación final de: «¡El Cielo, el Cielo!» parece
referirse a la dramática elección entre el Cielo, el lugar donde las almas que
se salvan alcanzan la felicidad eterna, y el infierno, el lugar donde los
condenados sufren por toda la eternidad.
Los que quieren escapar a la muerte, en el tiempo y en la
eternidad, sólo tienen un camino: luchar contra los desórdenes del mundo
moderno, para afirmar, en sus vidas y en la sociedad, los principios perennes
del Orden Natural y Cristiano. Este fue el camino elegido por muchos santos que
deberían ser nuestros modelos, como San Maximiliano Kolbe (1894-1941).
El 17 de octubre de 1917, en vísperas de la Revolución Rusa
y sin saber nada de las apariciones de Fátima, el joven Franciscano Polaco
fundó la “Milicia de la Inmaculada” para combatir la Masonería que celebraba el
200 aniversario de la constitución de la Gran Logia de Londres con blasfemos
desfiles por las calles de Roma. San Maximiliano Kolbe es uno de los santos que
profetizaron el Triunfo del Inmaculado Corazón de María.
El Triunfo del Inmaculado Corazón de María, que es también
el Reino de María anunciado por muchas almas privilegiadas, no es otra cosa que
el triunfo en la historia del Orden Natural y Cristiano, preservado por la
Iglesia. Nuestra Señora anunció este triunfo como el resultado final de una
larga prueba, de días trágicos de penitencia y lucha, pero también de una
inmensa confianza en Su promesa.
Volvamos a Ella entonces, en este centenario de Sus
apariciones, pidiéndole a Ella que ahora se apresure a hacer de nosotros sus
instrumentos, en nuestro tiempo, de Su victoria contra la Revolución: “super
Revolutionem victoria in diebus nostris” (“La victoria sobre la Revolución en
nuestros días”), que equivale a decir:
Al final, su Inmaculado Corazón triunfará.
centropieper.blogspot.it
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