"He venido por TODOS mis HIJOS con el deseo de
acercarlos a Nuestros Corazones"




El Señor expuesto las 24  horas del día en vivo y en directo

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LAS HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Las veinticuatro horas de la Pasión

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Meditaciones Sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Para acompañar a Nuestro Señor Jesucristo, en cada Hora de su Pasión

Por Luisa Picarretta, hija de la Divina Voluntad. 
(En proceso de Beatificación)



HORA DE SAN JOSÉ
Para hacer los:
Domingos a la 21 horas
 Domingos 09:00 PM




Mensajes de Dios y la Virgen María (MDM)
http://kyrieokumbaya.blogspot.com.es/

Presentamos la Asociación por las Almas del Purgatorio. 
¡Inscribe a las tuyas! ¡Reza por todas!
Por RORATE CÆLI -23/11/2014


jueves, 21 de abril de 2011

Del libro : Pasión y Muerte de Jesús (revelaciones a María Valtorta) 
602-Hacia el Getsemaní con once apóstoles. La agonía y el prendimiento

 
(Palabras de Jesús a Mons. Ottavio Michelini: He dictado a María Valtorta, alma víctima, una obra maravillosa. Yo soy el autor de esta obra)

(...)-Simón: es mi hora de pasión. Para que sea más completa, el Padre, a medida que ésta se va aproximando, me retira la luz. Dentro de poco tendré sólo tinieblas y la contemplación de lo que son tinieblas: o sea, todos los pecados de los hombres. No puedes, no podéis entender. Ninguno, excepto el llamado por Dios a ello por especial misión, comprenderá esta pasión en la gran Pasión; y, dado que el hombre es material incluso en el amar y en el meditar, habrá quien llore y sufra por mis golpes, por las torturas del Redentor; pero no se medirá esta espiritual tortura que -creedlo vosotros que me escucháis- será la más atroz...(...)

sigue...
 
(...)-Ahora vamos a separarnos. Yo voy arriba, a orar. Quiero conmigo a Pedro, Juan y Santiago. Vosotros quedaos aquí. Y si os vierais en grave apuro, llamad. Y no temáis. No os tocarán ni un pelo. Orad por mí. Deponed el odio y el miedo. Será sólo un momento... Luego el júbilo será completo. Sonreíd. Que lleve Yo en mi corazón vuestras sonrisas. Y, una vez más, gracias por todo, amigos. Adiós. Que el Señor no os abandone...Jesús se echa a andar y se separa de los apóstoles, mientras Pedro pide la antorcha a Simón, después de que éste ha encendido con ella ramas secas resinosas, que arden crujiendo en el extremo del olivar y expanden olor de enebro. Me aflige ver a Judas Tadeo mirar a Jesús con tan intensa y doliente mirada, que Jesús se vuelve buscando al que lo ha mirado. Pero Judas Tadeo se esconde detrás de Bartolomé y se muerde los labios para contenerse.
Jesús hace un gesto con la mano, entre una bendición y un adiós, y luego prosigue su camino. La Luna, ya bien alta, envuelve con su luz la alta figura de Jesús, y parece hacerla más alta incluso, espiritualizándola, haciendo más clara la túnica roja y más pálido el oro de sus cabellos. Detrás de Él, aceleran el paso Pedro -con la antorcha- y los dos hijos de Zebedeo. Prosiguen hasta el límite del primer desnivel del rústico anfiteatro del olivar, cuya entrada sería el calvero irregular y cuyas gradas serían las terrazas, que ascienden formando escalones de olivos en el monte. Luego Jesús dice: -Deteneos, esperadme aquí mientras oro. Pero no os durmáis. Podría necesitaros. Y os lo pido por caridad: ¡orad!
Vuestro Maestro está muy abatido.
En efecto, su abatimiento es ya profundo. Parece ya bajo un peso que lo oprime. ¿Dónde está ese Jesús vigoroso que hablaba a las multitudes, hermoso, fuerte, de mirada dominadora, sonrisa serena, voz sonora y bellísima? Parece ya apoderarse de Él la congoja. Es como uno que hubiera corrido o llorado. Tiene voz cansada, entrecortada. Está triste, triste, triste...
Pedro responde por los tres:
-Puedes estar tranquilo, Maestro. Vigilaremos y estaremos en oración. Sólo tienes que llamarnos e iremos.
Y Jesús los deja mientras los tres se agachan para recoger hojas y ramos secos y encender así una hoguerita que sirva para mantenerlos despiertos y combatir el relente, que empieza a descender abundante. Camina, dándoles la espalda, de occidente a oriente; de forma que tiene de frente la luz lunar. Veo que un gran sufrimiento dilata aún más sus ojos. Quizás es un bistre de cansancio lo que los agranda, o quizás es la sombra del arco superciliar; no lo sé. Sé que tiene los ojos más abiertos y hundidos. Sube cabizbajo. Sólo de vez en cuando alza la cabeza, suspirando como si le costara esfuerzo y jadeara, y entonces recorre con su mirada tristísima el plácido olivar. Sube algunos metros. Luego tuerce por detrás de una elevación que queda entre Él y los tres dejados más abajo.
Este saliente de la ladera, que al principio tiene una altura de pocos decímetros, es cada vez más alto, y, después de un pequeño trecho tiene ya una altura de más de dos metros, de forma que resguarda completamente a Jesús de toda mirada más o menos discreta y amiga. Jesús prosigue hasta una voluminosa piedra que en un determinado punto corta el senderillo (una roca que quizá ha sido puesta como sostén de la vertiente que hacia abajo cae más inclinada y desnuda hasta un inerte cúmulo de piedras que precede a los muros tras los que está Jerusalén, y que hacia arriba sigue subiendo con más terrazas y más olivos).
Junto a esta voluminosa piedra, justo un poco más arriba, prominente, hay un olivo todo nudoso y retorcido: parece un caprichoso signo de interrogación puesto por la naturaleza para preguntar algún porqué. Sus tupidas ramas en la cima de su copa responden a la pregunta del tronco, diciendo ora "sí" plegándose hacia el suelo, ora "no" moviéndose de derecha a izquierda, al son de un leve viento que sopla a intervalos entre las frondas, y que a veces huele sólo a tierra, a veces a ese olor amargoso de los olivos, y a veces trae una mezcla de perfume de rosas y muguetes que quién sabe de dónde pueda venir(...)
 
sigue...

(...)Es una larga, ardiente oración. De vez en cuando, un suspiro y alguna palabra más nítida. No es un salmo, no es un Pater; es una oración hecha del amor y necesidad que de Él brotan: verdadera elocución dirigida a su Padre. Lo comprendo por las pocas palabras que capto: «Tú lo sabes... Soy tu Hijo... Todo. Pero ayúdame... Ha llegado la hora... Yo ya no soy de la Tierra.
Cesa toda necesidad de ayuda a tu Verbo... Que el Hombre te aplaque como Redentor, de la misma forma que la Palabra te ha sido obediente... Lo que Tú quieras... Para ellos te pido piedad. ¿Los salvaré? Esto te pido. Así lo quiero: salvados del mundo, de la carne, del demonio... ¿Puedo pedir aún? Es una petición justa, Padre mío. No para mí. Para el hombre, que es creación tuya y que quiso transformar en barro también su alma. Yo echo en mi dolor y en mi Sangre ese barro, para que vuelva a ser esa incorruptible esencia del espíritu grato a ti... Y está por todas partes. Él es rey esta noche. En el palacio y en las casas. Entre los soldados y en el Templo... La ciudad está henchida de él, y mañana será un infierno...Jesús se vuelve, apoya su espalda en la roca y cruza los brazos. Mira a Jerusalén. La cara de Jesús va tomando una expresión cada vez más triste. Susurra: -Parece de nieve... y es toda ella un pecado. ¡A cuántos he curado también en ella! ¡Cuánto he hablado!... ¿Dónde están los que parecían serme fieles?...Jesús agacha la cabeza y mira fijamente al suelo, cubierto de hierba corta, brillante de rocío. Pero, aunque tenga la cabeza baja, comprendo que está llorando, porque algunas gotas, al caer de la cara al suelo, brillan. Luego levanta la cabeza, separa los brazos y une las manos más arriba de la cabeza, y las mueve manteniéndolas unidas.
Luego anda. Regresa donde los tres apóstoles, que están sentados alrededor de su hoguerita de hornija. Los encuentra medio dormidos. Pedro ha apoyado su espalda en un tronco, y, cruzados los brazos, cabecea, envuelto por las primeras brumas de un fuerte sueño. Santiago está sentado -también su hermano- encima de una gruesa raíz que sobresale del suelo y sobre la cual han extendido los mantos para sentir menos las protuberancias; pero, a pesar de estar más incómodos que Pedro, también están adormilados. Santiago tiene su cabeza relajada sobre el hombro de Juan, y éste tiene la suya apoyada en el de su hermano, como si el duermevela los hubiera inmovilizado en esa postura. -¿Dormís? ¿No habéis sabido velar una hora tan sólo? ¡Tengo mucha necesidad de vuestro consuelo y vuestras oraciones!
Los tres se sobresaltan, confundidos. Se restriegan los ojos. Susurran una disculpa. Atribuyen la primera causa de este estado suyo de duermevela al esfuerzo de digerir:
-Es el vino... la comida... Pero se pasa ahora. Ha sido un momento. No sentíamos ganas de hablar y esto nos ha llevado al sueño. Pero ahora vamos a orar en voz alta y no se va a repetir esto.
-Sí. Orad y velad. También para vosotros lo necesitáis.
-Sí, Maestro. Te obedeceremos.
Jesús se marcha de nuevo. La Luna de tan fuerte claror de plata, que va haciendo ver cada vez más pálida la túnica roja, como si la cubriera de un blanco polvo brillante-, ilumina su rostro y me lo muestra desconsolado, doliente, envejecido. Sus ojos siguen bien abiertos, pero parecen empañados; su boca presenta un frunce de cansancio(...)

Del libro : Pasión y Muerte de Jesús
http://www.santisimavirgen.com.ar/obra_maria_valtorta.htm

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