Asesinos de almas del nuevo orden mundial
22/05/17 12:04 AM . por Michael Matt
“Pero quien escandalizare a uno solo de estos pequeños que creen en Mí, más le valdría que se le suspendiese al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y que fuese sumergido en el abismo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Porqué forzoso es que vengan escándalos, pero ¡ay del hombre por quien el escándalo viene!” – Jesucristo
Algunas veces, las noticias del día son demasiado desgarradoras como para ser consideradas. Tengo niños pequeños y, francamente, esta historia me rompe el corazón. No miren al travesti. Todos hemos visto antes a estos pobres, confundidos gritos de auxilio (y desesperada búsqueda de atención). Miren a los niños. . . miren sus rostros…imaginen que son sus hijos, sus nietos:
Solo pensar que los niños están siendo sometidos a lo que
sucede en esa biblioteca pública me llena de una tristeza sobrecogedora. Sus
pequeñas mentes—tan inocentes, tan curiosas, tan confiadas—atacadas de pronto
por una descarga de artillería ideológica entregada por los adultos en sus
vidas, incluso madres y padres en quienes confían implícitamente. Sin
importar qué opinión tengamos sobre el tema de la homosexualidad, tiene que
haber una parte interior que reconozca algo muy malo en lavar el cerebro de
niños pequeños con una cuestión que la mayoría de los adultos no comprende por
completo. ¿Puede una civilización de la historia ser acusada de conducir
semejante experimentación psicológica en sus propios niños?
No hace mucho, hacer esto a los niños hubiera sido contra la ley, la de Dios y
la de los hombres. Solíamos comprender el valor y la fragilidad de la
inocencia, la tragedia de la inocencia perdida y el precioso balance de la
niñez. Los niños eran protegidos, escudados de lo que eran demasiado jóvenes
para comprender y de lo que, de ser expuestos de jóvenes, hubiera destruido su
inocencia y causado un daño psicológico permanente.
Solíamos comprender esto, como lo hizo toda civilización de la
historia. Y luego, un día, decidimos comenzar a sacrificar a nuestros niños en
el altar de lo políticamente correcto. Incluso comenzamos a matar a nuestros
bebés en los vientres de sus madres. A muchos de ellos, millones, de hecho. Y
evidentemente, esto no puede realizarse sin masivas consecuencias psicológicas
y morales. Así, hoy hemos desarrollado una necesidad casi insaciable de
corromper a los pequeños que zafaron del aborto.
“Pero,” dirán nuestros críticos, “nosotros, como sociedad,
hemos evolucionado por encima de tales preocupaciones morales arcaicas.” ¿De
veras? ¿Están seguros de eso? ¿La civilización que desarrolló las
maquinarias de asesinato más eficientes de la historia—capaces de arrasar
naciones enteras con solo apretar un botón— simultáneamente ha desarrollado un
mejor compás moral? Nosotros, que abusamos de los niños, cosificamos a las
mujeres, drogamos niños de a millones, ¿desarrollamos de alguna manera un sentido
más agudo de la moralidad que el que poseían nuestras abuelas—una conciencia
social evolucionada que nos informa que está bien exponer a los niños inocentes
(cuyos cuerpos no se han desarrollado plenamente aún) a exhibicionistas
sexuales travestis? Bien, ¿y si nos han informado mal? ¿Y si nos
equivocamos al respecto? ¿Y si hemos perdido la habilidad de conocer la
diferencia entre lo correcto y lo incorrecto? ¿Y si en realidad estamos
dañando a nuestros hijos—permanentemente?
¿A nadie interesa la ciencia y la psicología que hay detrás
de lo que hacemos con nuestros niños en nombre de lo políticamente correcto?
Porque, si no nos interesa siquiera buscar los posibles efectos a largo plazo,
entonces ¿no podría decirse de nosotros—no que somos moralmente evolucionados—sino
que no nos interesa lo que sucede con nuestros hijos? Arriesgar su salud
psicológica vale la pena para nosotros, si eso quiere decir que podemos
justificar lo que sea que estemos haciendo aquí y ahora.
Semejantes sesiones de control mental Orwelliano en
bibliotecas públicas sugieren como mínimo que nos hemos vuelto
tan retorcidos—en mente, corazón, y alma—que simplemente no soportamos la
visión de lo que es bueno, ni siquiera en los niños. Le tenemos fobia a la
inocencia y a los inocentes, y la manera de sentirnos mejor con los monstruos
en los que nos hemos convertido es pidiendo a los niños su absolución,
aprobación y visto bueno. Nuevamente, si hay algún precedente de esto en
la historia humana, me gustaría conocerlo.
Como vampiros alimentándose de la sangre de vírgenes,
extraemos la inocencia de los más pequeños y puros de entre nosotros, para que
en poco tiempo no quede nada bueno en el mundo—solo adicción, muerte y
oscuridad. Todos a nuestro alrededor estarán muriendo o estarán ya muertos, y
no será difícil para nosotros mirar al espejo y ver a los zombis espirituales
en que nos hemos convertido. Cuando todos se parezcan y huelan como nosotros,
no habrá más culpa y el proceso de deshumanización se habrá completado.
Que Dios nos ayude. Que Dios nos perdone. Somos peores que
Sodoma, peores que la Roma pagana—somos asesinos cristofóbicos de almas en el
Nuevo Orden Mundial.
Michael Matt
[Traducido por Marilina Mantiga. Artículo
original.]
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