4 abril, 2014 | Fray Gerundio
La Dictadura de la Anti-Tradición
Revisando mis viejas carpetas, veo que se acaba de cumplir
un año desde que comencé a escribir esta columna. Las neuronas se van
desgastando, pero sobre todo se va desgastando el ánimo si se da un repaso a
todo lo escrito. Nunca pensé que ibamos a “avanzar” tanto en tan poco tiempo. O
dicho de forma negativa y sin segundas intenciones, nunca creí que el destrozo
producido en la Iglesia en estos doce meses, iba a dar tanto de sí.
Ya no me siento con fuerzas para seguir comentando los
discursos y homilías de Francisco; y en parte la culpa la tiene él, porque ya
ha empezado a repetirse en los discursos, mientras la carcoma va rollendo
muchos espacios eclesiales y resulta normal encontrar muchas almas que ya
respiran como él, a nivel de parroquia, de calle y de supermercado. Mientras
las masas andan idiotizadas -aunque también acabarán cansándose-, la política
del Papa sigue su curso. Y espero que nadie se escandalice si insisto en que es
un curso sinuoso y destructivo.
Hay algo que tengo bien claro, y pido perdón a mis lectores
y amigos por mi exabrupto: este Papa odia la Tradición. Y entiendo aquí
tradición, no en un sentido político, cultural o meramente coloquial. Me
refiero a la Tradición de la Iglesia, que es algo sagrado porque es Fuente
de Revelación, si se atiende a lo que ha sido la doctrina de veinte siglos. La
Tradición (como el latín o el tomismo), fue odiada por Lutero y todos los
reformadores de su época, y la Tradición ha inspirado un odio mortal a todos
sus epígonos. La Tradición de la Iglesia que se iba conformando desde los
primeros días del cristianismo, fue motivo de violenta repulsión por el
judaísmo que mató a Jesucristo, y sigue provocando repugnancia en el judaísmo
actual, con el que es tan obsequioso Francisco. La Tradición de la Iglesia es
blasfemamente repelida por los nuevos católicos, que beben antes en las fuentes
de teólogos y pastores sin fe, que en la doctrina acumulada por siglos en la
Iglesia.
Cualquier motivo es suficiente para pisotear la Tradición, y
de ahí tantos intentos más o menos disimulados de neo-evangelizaciones y nuevas
formas de acercarse a la cultura, o las kasperianas malas artes para
aproximarse a los problemas reales de la gente, haciendo una relectura (siempre
destructora) de la propia doctrina de la Iglesia.
Tradición odiada, Magisterio anterior sibilina o
descaradamente pisoteado (que de los dos hay), y pretensión agresiva de acabar
con todo lo que suene a ello, impidiendo cualquier manifestación a favor. Esta
situación que vivimos podríamos llamarla Dictadura de la Anti-Tradición, y
seguro que me quedo corto. Me río yo de la famosa -y ya olvidada- dictadura del
relativismo que tanto denunció el anterior Pontífice, ahora Joseph Ratzinger
–porque también es anti-tradición haberle llamado Papa Emérito-, a lo largo de
su breve pontificado.
Me han venido a la mente todos estos pensamientos, no sin
cierto malestar interior, mientras leía en mi celda el sermón del primero de
abril en Santa Marta. Notaba cierto odio en las palabras que leía, y puedo
asegurar que se me ha estremecido el ánimo cuando he comprobado en
las imágenes que el tono, la expresión y el semblante de Francisco
reflejan exactamente eso. Claro que al sentir este miedo y comentarlo a mis
novicios, se han reído de mí una vez más, aunque indirectamente me daban la
razón: Fray Gerundio, por Dios –me decían con displicencia-, es que se
trata precisamente de eso: hay que acabar con tantas tradiciones que han
adulterado el cristianismo. ¿Todavía no se ha dado usted cuenta de que es el
carisma y no la institución lo que quería Jesús de Nazareth?
Así están las cosas. No ha sido un cambio de estilo el
de este Pontificado. Tampoco ha sido un mero contraste en los modos y maneras
con los anteriores Pontífices. Aunque en éstos últimos estén las raíces de lo
que ahora vivimos y vemos, es realmente un cambio revolucionario en el sentido
de que se ha replanteado, ahora ya con desenvoltura y atrevimiento, la
presentación de un catolicismo que deja voluntariamente de lado toda Tradición
eclesiástica, excluyendo como pasada de moda y extemporánea cualquier
consideración dogmática o moral, si no están en el contexto cultural y
existencial de los hombres de este siglo.
Por esta razón, puede el Papa igualar las
tradiciones de los judíos, que rechazaba y repudiaba Jesucristo, con las
tradiciones venerables que vienen de la Iglesia Católica y Apostólica. No es
difícil ver en sus palabras ese cierto malestar por lo que él llama formalismos.
Así como los judíos se aferraban a sus tradiciones, según nos dice el
Evangelio, también algunos cristianos (ya sabemos en quiénes está pensando
Francisco), se agarran a las suyas. Y por eso –dice él-, “tienen el pecado de
la pereza y del formalismo. Pereza porque no anuncian el evangelio y formalismo
porque se enrocan en tener en regla sus documentos, pero no dejan espacio para
la gracia”.
¿Quiénes son los que se fijan en que los divorciados vueltos
a casar no tienen sus documentos en regla? ¿Quiénes son los que impiden que se
pueda curar e impiden el acceso de la gracia? ¿Quiénes son los que primero se
fijan en el “no volver a pecar” y mientras tanto no proporcionan la curación?
Adivinen ustedes quiénes son estos hipócritas, tristes,
formalistas, que cierran la puerta a la salvación, miren la expresión del
Pontífice cuando dice que tenemos muchos así en la Iglesia. Para llevar la
verdadera salvación, claro está, habrá que ser neo-evangelizadores de
comprensión existencial, y no hablar tanto del pecado. Habrá que ser
misericordioso y curar al enfermo en sus dolencias exteriores, sin pensar tanto
en la salvación de su alma.
Me gustaría dejarles los pasajes más enjundiosos de este
sermón dirigido a los de siempre, porque son los que le molestan. Pero prefiero
que ustedes mismos lo puedan leer y ver,
si todavía les queda ánimo y fortaleza física para ello. Cada frase, cada
expresión, encierra como un cierto resentimiento que erosiona y despedaza el
corazón de los cristianos que se sienten abandonados y heridos. Para ellos no
hay misericordia.
Yo por mi parte, voy a reflexionar si no será mejor intentar
seguir con mi vida religiosa tal como me la enseñaron, por la cual dieron la vida
tantos y tantos mártires a los que seguramente su formalismo les hizo pensar
primero en la salvación de las almas, y estar preocupados por tener su alma (el
único documento que llevamos a la otra vida), perfectamente en regla. Hoy
día no entrarían tampoco en el catálogo de los santos, porque serían
proclamados oficialmente por el Sucesor de Pedro como hipócritas y formalistas.
Tengo que olvidarme de esta nueva especie de presión machacona y
persistente, que se ejerce contra los que queremos ser fieles a la tradición de
la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
Tendré que buscarme otros temas sobre los que escribir,
antes de que se acaben de replantear sobre nuevas bases, los cimientos del
edificio que fue la Iglesia Católica. Porque estamos viviendo sometidos a la Dictadura
de la Anti-Tradición. Todo el que se aferre a ella será perseguido, antes o
después. Mientras que será premiado y enaltecido, aquél que demuestre que en su
corazón, anida el odio a todo lo que suene a Tradición. Lutero estará contento.
http://tradiciondigital.es/2014/04/04/la-dictadura-de-la-anti-tradicion
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Aclaración.-
Particularmente considero este articulo muy bueno, y da en el clavo, solo difiero, en lo que se refiere a Benedicto XVI; Benedicto XVI, sigue siendo Papa de la Iglesia Católica.
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Aclaración.-
Particularmente considero este articulo muy bueno, y da en el clavo, solo difiero, en lo que se refiere a Benedicto XVI; Benedicto XVI, sigue siendo Papa de la Iglesia Católica.
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