PARIS, 13 Sep. 08 / 05:29 am (ACI).- El Papa Benedicto XVI alentó a sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y diáconos, a procurar que las“liturgias de la tierra” hagan presentir la belleza “de la liturgia, que se celebra en la Jerusalén de arriba, meta de nuestra peregrinación en la tierra”.
Desde la Catedral de Notre Dame
de Paris, donde presidió el rezo de las Vísperas solemnes, Benedicto XVI consideró
que “las liturgias de la tierra, ordenadas todas ellas a la celebración de un
Acto único de la historia, no alcanzarán jamás a expresar totalmente su
infinita densidad”.
“En efecto, la belleza de los
ritos nunca será lo suficientemente esmerada, lo suficientemente cuidada,
elaborada, porque nada es demasiado bello para Dios, que es la Hermosura infinita.
Nuestras liturgias de la tierra no podrán ser más que un pálido reflejo de la
liturgia, que se celebra en la Jerusalén de arriba, meta de nuestra
peregrinación en la tierra. Que nuestras celebraciones, sin embargo, se le
parezcan lo más posible y la hagan presentir”, indicó.
“¡Qué maravilla reviste
nuestra actividad al servicio de la divina Palabra! Somos instrumentos del
Espíritu; Dios tiene la humildad de pasar a través de nosotros para sembrar su
Palabra. Llegamos a ser su voz después de haber vuelto el oído a su boca.
Ponemos su Palabra en nuestros labios para ofrecerla al mundo. La ofrenda de
nuestra plegaria le es agradable y le sirve para comunicarse con todos los
que nos encontramos”, agregó.
En este sentido, recordó que “la
Palabra de Dios nos ha sido dada para ser el alma de nuestro apostolado, el
alma de nuestra vida de
sacerdotes. A lo largo de la jornada, la Palabra de Dios se convierte en la
materia de la oración de
toda la Iglesia,
que desea así dar testimonio de su fidelidad a Cristo”.
El Santo Padre exhortó a los
sacerdotes a no tener miedo “de dedicar mucho tiempo a la lectura, a la
meditación de la Escritura y al rezo del Oficio divino. Casi sin saberlo, la
Palabra leída y meditada en la Iglesia actúa sobre vosotros y os transforma”.
Luego se dirigió a los
seminaristas pidiéndoles conservar “siempre el gusto por la Palabra de Dios.
Aprended, por su medio, a amar a todos los que encontréis en vuestro camino.
Nadie sobra en la Iglesia, nadie. Todo el mundo puede y debe encontrar su
lugar”.
El Papa pidió a los diáconos, que
“sin buscar sustituir a los presbíteros, sino ayudándolos con amistad y
eficacia” fueran “testigos vivos del poder infinito de la divina Palabra”.
A los religiosos, religiosas y
todas las personas consagradas, Benedicto XVI les recordó que su “única riqueza
-la única, verdaderamente, que traspasará los siglos y el dintel de la muerte-
es la Palabra del Señor. Vuestra obediencia es, etimológicamente, una escucha,
ya que el vocablo ‘obedecer’ viene del latín ‘obaudire’, que significa tender
el oído hacia algo o alguien. Obedeciendo, volvéis vuestra alma hacia Aquel que
es el Camino, la Verdad y la Vida. La pureza de la divina Palabra es el modelo
de vuestra propia castidad; garantía de fecundidad espiritual”.
Benedicto XVI saludó al final a
los representantes de las Iglesias cristianas y de las comunidades eclesiales,
“que han venido a rezar fraternalmente las Vísperas con nosotros en esta
catedral”.
“Pido ardientemente al Señor que
crezca en nosotros el sentido de esta unidad de la Palabra de Dios, signo,
prenda y garantía de la unidad de la Iglesia: no un amor en la Iglesia sin amor
a la Palabra, no una Iglesia sin unidad en torno a Cristo redentor, no frutos
de redención sin amor a Dios y al prójimo, según los dos mandamientos que
resumen toda la Escritura santa”, indicó.
Puede leer la homilía completa en:
http://www.aciprensa.com/benedictoxvi/viajes/lourdes08/documento.php?doc_id=207
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¡Como cambian las cosas, sin embargo Dios es el mismo!
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