14 DE MARZO DE 2014
por Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro*
*(El
escritor Mario Palmaro, que fue despedido de Radio María por un artículo
sobre el Papa Francisco, fallecido esta semana tras una larga enfermedad.
______________
El Papa Francisco le llamó después por teléfono para
lamentar su despido por parte de Radio María Italia. El artículo que
provocó el despido se tituló “Este papa no nos gusta”, y lo traemos por su
interés. El cinismo de Bergoglio, como pueden ver, roza la perfección. Esto es,
por ponerles un ejemplo, como si el gerente de mi empresa, el que manda en
ella, el que contrata y despide a la gente, tras despedirme me llamara a
mi casa para intentar consolarme).
Cuánto haya costado la imponente exhibición de pobreza de la que el papa
Francisco fue protagonista el 4 de octubre en Asís, no es cosa que se sepa.
Cierto es que, en tiempos en los que está tan de moda la simplificación, se nos
ocurre que la histórica jornada ha tenido muy poco de franciscano. Una
partitura bien escrita y bien interpretada, si se quiere, pero privada del quid
que hizo que el espíritu de Francisco, el santo, resultara único: la sorpresa
que desaira al mundo. Francisco, el papa, que abraza a los enfermos, que se
apretuja con la multitud, que bromea, que improvisa discursos, que asciende al
Panda, que abandona a los cardenales durante el almuerzo con las autoridades
para ir a la mesa de los pobres, era cuanto menos descontado que pudiera
esperarse, y ocurrió puntualmente. Naturalmente con gran concurso de prensa
católica y para-católica lista a exaltar la humildad del gesto y soltando un
suspiro de alivio porque, esta vez, el papa habló del encuentro con Cristo. Y
de la prensa laica diciendo que, ahora sí, la Iglesia se pone a tono con los
tiempos. Toda buena mercadería para el titulador de medio calibre que quiere
cerrar de prisa el diario y mañana se verá.
No hubo ni siquiera la sorpresa del gesto clamoroso. Pero incluso ésta sería
bien poca cosa, en vistas de cuánto el papa Bergoglio ha dicho y hecho en sólo medio
año de pontificado concluido con los guiños a Eugenio Scalfari y con la
entrevista a Civiltà Cattolica.
Los únicos que se vieron derrotados, en este caso, habrían sido los
“normalistas”, aquellos católicos que se esfuerzan patéticamente en convencer al
prójimo, y aún más patéticamente en convencerse a sí mismos, de que nada ha
cambiado. Es todo normal y, como de costumbre, es culpa de los diarios que
tergiversan al papa a gusto, el cual diría sólo de manera distinta las mismas
verdades enseñadas por sus predecesores.
Aunque el periodismo sea el oficio más antiguo del mundo, resulta difícil dar
crédito a esta tesis.«Santidad», pregunta por ejemplo Scalfari en su
entrevista, «¿existe una visión única del Bien? ¿Y quién la establece?». «Cada
uno de nosotros», responde el papa, «tiene una visión del Bien y del Mal.
Nosotros debemos animar a cada uno a dirigirse a lo que piensa que es el Bien».
«Usted, Santidad» acosa jesuíticamente Eugenio, a quien no le parece real, «ya
lo escribió en la carta que me mandó. La conciencia es autónoma, dijo, y cada
uno debe obedecer a la propia conciencia. Creo que esta es una de las frases
más valientes dichas por un Papa». «Y aquí lo repito», confirma el papa, a
quien tampoco le parece cierto: «cada uno tiene su propia idea del Bien y del
Mal y debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal como él lo concibe. Bastaría
eso para cambiar el mundo».
A Vaticano II ya concluido y a post-concilio más que aviado, en el capítulo 32
de laVeritatis Splendor Juan Pablo II escribía, refutando a «algunas corrientes
de pensamiento moderno» que «se han atribuido a la conciencia individual las
prerrogativas de una instancia suprema del juicio moral, que decide
categóricamente e infaliblemente acerca del bien y el mal (…), al punto que se
ha llegado a una concepción radicalmente subjetivista del juicio moral».
Incluso el “normalista” más antojadizo debiera encontrar difícil conciliar el
Bergoglio 2013 con el Wojtyla 1993.
En presencia de un tal cambio de ruta, los diarios hacen su honesto y descontado
trabajo. Retoman las frases del papa Francisco en evidente contraste con
aquello que los papas y la Iglesia han enseñado siempre y las transforman en
titulares de primera página. Y entonces el “normalista”, que dice siempre y
doquiera aquello que piensaL’ Osservatore Romano, sacan el contexto a colación.
Las frases extrapoladas del bendito contexto no reflejarían la mens de aquel
que las pronunció. Sin embargo -y es la historia de la Iglesia quien así lo
enseña-, ciertas frases de sentido completo tienen sentido y son juzgadas con
prescindencia del contexto. Si en una larga entrevista alguien sostiene que
«Hitler ha sido un benefactor de la humanidad», difícilmente podrá evadirse
ante el mundo invocando el contexto. Si un papa dice en una entrevista «yo creo
en Dios, no en un Dios católico», es que el pastiche se ha consumado sin
atenuantes. Hace dos mil años que la Iglesia juzga las afirmaciones doctrinales
aislándolas del contexto. En 1713, Clemente XI publica la constitución
Unigenitus Dei Filius, en la que condena 101 proposiciones del teólogo Pasquier
Quesnel. En 1864, Pío IX publica en el Syllabus un elenco de proposiciones
erróneas. En 1907, san Pío X adjunta a la Pascendi dominici gregis 65 frases
incompatibles con el catolicismo. Y son sólo algunos ejemplos para decir que el
error, cuando se encuentra, se reconoce a ojos vista. Un repasito al Denzinger
no haría mal.
Por otro lado, en el caso de las entrevistas de Bergoglio, el análisis del
contexto puede incluso empeorar las cosas. Cuando, por ejemplo, el papa
Francisco le dice a Scalfari que «el proselitismo es una solemne tontería», el
“normalista” explica de prisa que se está hablando del proselitismo agresivo de
las sectas sudamericanas. Lamentablemente, en la entrevista, Francisco dice a Scalfari
«no quiero convertirlo». Se sigue que, en la interpretación auténtica, cuando
se define “solemne tontería” el proselitismo, se entiende el esfuerzo hecho por
la Iglesia para convertir a las almas al catolicismo.
Sería difícil interpretar el concepto de otra manera, a la luz de las bodas
entre Evangelio y mundo, que Francisco bendijo en la entrevista de Civiltà
Cattolica. «El Vaticano II», explica el papa «supuso una relectura del
Evangelio a la luz de la cultura contemporánea. Produjo un movimiento de
renovación que viene sencillamente del mismo Evangelio. Los frutos son enormes.
Basta recordar la liturgia. El trabajo de reforma litúrgica hizo un servicio al
pueblo, releyendo el Evangelio a la luz de una situación histórica completa.
Sí, hay líneas de continuidad y de discontinuidad, pero una cosa es clara: la
dinámica de lectura del Evangelio actualizada para hoy, propia del Concilio, es
absolutamente irreversible». Así, justamente: no más el mundo medido a la luz
del Evangelio, sino el Evangelio deformado a la luz del mundo, de la cultura
contemporánea. Y quizás cuántas veces tendrá aún que ocurrir, a cada vuelta del
cambio cultural, emplazando cada vez la relectura precedente: no otra cosa que
el “concilio permanente” teorizado por el jesuita Carlo Maria Martini.
Suguiendo este surco se va elevando sobre el horizonte la idea de una nueva
Iglesia, el «hospital de campaña» evocado en la entrevista a Civiltà Cattolica
donde resulta que los médicos, hasta el día de hoy, parecen no haber cumplido
bien su oficio. «Estoy pensando en la situación de una mujer que tiene a sus
espaldas el fracaso de un matrimonio en el que se dio también un aborto»,
continúa diciendo el papa. «Después de aquello esta mujer se ha vuelto a casar
y ahora vive en paz con cinco hijos. El aborto le pesa enormemente y está
sinceramente arrepentida. Le encantaría retomar la vida cristiana. ¿Qué hace el
confesor?». Un discurso construido sabiamente para ser rematado con una
pregunta después de la cual se vuelve al comienzo para mudar argumento, casi
destacando la incapacidad de la Iglesia para responder. Un pasaje
desconcertante si se piensa que la Iglesia satisface desde hace dos mil años
tal dilema con una regla que permite la absolución del pecador, con la
condición de que esté arrepentido y que se esfuerce en no permanecer en el
pecado. Y sin embargo, subyugadas por la desbordante personalidad del papa
Bergoglio, legiones de católicos se han tragado la fábula de un problema que en
realidad no ha existido jamás. Todos allí, con sentimiento de culpa por dos mil
años de presuntas supercherías a expensas de los pobres pecadores, a
agradecerle al obispo venido desde el fin del mundo, no el haber resuelto un
problema que no existía, sino el haberlo inventado.
El aspecto inquietante del pensamiento subentendido en tales afirmaciones es la
idea de una alternativa insanable entre rigor doctrinal y misericordia: si está
el uno, no puede estar la otra. Pero la Iglesia, desde siempre, enseña y vive
exactamente lo contrario. Son la percepción del pecado y el arrepentimiento por
haberlo cometido, junto al propósito de evitarlo en lo futuro, los que hacen
posible el perdón de Dios. Jesús salva a la adúltera de la lapidación, la
absuelve, pero la despide diciendo «vete y no peques más». No le dice: «vete, y
date por segura de que mi Iglesia no ejercitará ninguna injerencia espiritual
en tu vida personal».
Visto el consenso prácticamente unánime del pueblo católico y el enamoramiento
del mundo, contra el cual y no obstante el Evangelio debiera poner sobre aviso,
diríase que seis meses del papa Francisco han cambiado una época. En realidad
se asiste al fenómeno de un líder que dice a la multitud aquello que la
multitud quiere que se le diga. Pero es innegable que esto se ejecuta con gran
talento y mucho oficio. La comunicación con el pueblo, que se ha convertido en
pueblo de Dios allí donde de hecho no hay más distinción entre creyentes y no
creyentes, es sólo -en una pequeñísima parte- directa y espontánea. Incluso los
baños de multitud en la plaza San Pedro, en la Jornada Mundial de la Juventud,
en Lampedusa o en Asís, son filtrados por los medios de comunicación que se
encargan de suministrar los acontecimientos juntamente con su interpretación.
El fenómeno Francisco no se substrae a la regla fundamental del juego mediático
sino que, más aún, se sirve de él casi hasta volvérsele connatural. El
mecanismo fue definido con gran eficacia a comienzos de los años ochenta por
Mario Alighiero Manacorda en un provechoso librito con el provechosísimo título
de El lenguaje televisivo. O la loca anadiplosis. La anadiplosis es una figura
retórica que, como ocurre en este renglón, hace empezar una frase con el
término principal contenido en la frase precedente. Tal artificio retórico,
según Manacorda, se ha convertido en la esencia del lenguaje mediático. «Estos
modos puramente formales, superfluos, inútiles e incomprensibles en lo tocante
a la sustancia» decía, «inducen al oyente a seguir la parte formal, es decir la
figura retórica, y a olvidar la parte sustancial».
Con el tiempo, la comunicación de masas ha terminado por sustituir
definitivamente el aspecto formal por el sustancial, la apariencia a la verdad.
Y lo ha hecho, en particular, gracias a las figuras retóricas de la sinécdoque
y de la metonimia, con las cuales se representa el todo por la parte. La
velocidad crecientemente vertiginosa de la información impone descuidar el
conjunto y lleva a concentrarse sobre algunos particulares elegidos con pericia
para dar una lectura del fenómeno complexivo. Cada vez más a menudo, diarios,
tv, sitios de internete, resumen los grandes eventos en un detalle.
Desde este punto de vista, parece que el papa Francisco estuviera hecho para
los mass media y que losmass media estuvieran hechos para el papa Francisco.
Basta sólo con citar el ejemplo del hombre vestido de blanco que desciende por
la escalera del avión llevando un andrajoso bolso de cuero negro: perfecta
utilización de sinécdoque y metonimia a la vez. La figura del papa resulta
absorbida por aquel bolso negro que anula la imagen sacral transmitida por
siglos para devolver otra completamente nueva y mundana: el papa, el nuevo
papa, está todo presente en aquel particular que exalta la pobreza, la
humildad, la entrega, el trabajo, la contemporaneidad, la cotidianidad, la proximidad
a cuanto de más terreno se pueda imaginar.
El efecto final de tal proceso lleva a disponer el concepto impersonal de
papado como telón de fondo, y a la contemporánea salida a escena de la persona
que lo encarna. El efecto es tanto más detonante si se observa que los
destinatarios del mensaje asumen el significado exactamente opuesto: exaltan la
gran humildad del hombre y piensan que éste le da lustre al papado.
Por efecto de sinécdoque y de metonimia, el paso sucesivo consiste en
identificar la persona del papa con el papado: una parte por el todo, y Simón
ha destronado a Pedro. Este fenómeno logra ciertamente que Bergoglio, aun
expresándose formalmente como doctor privado, transforme de hecho cualquiera de
sus gestos y cualquiera de sus palabras en un acto de magisterio. Si luego se
piensa que aun la mayor parte de los católicos está convencida de que todo lo
que dice el papa sea sólo y siempre infalible, el juego está completo. Por más
que se pueda protestar que una carta a Scalfari o una entrevista a quien sea
valgan incluso menos que el parecer de un doctor privado, en la época
mass-mediática el efecto que producirán resultará inconmensurablemente mayor
que el de cualquier pronunciamiento solemne. Es más: cuanto más formalmente
pequeños e insignificantes resulten el gesto o el discurso, tanto mayor efecto
tendrán y serán considerados como irreprochables e irrecusables.
No por caso la simbología que sostiene este fenómeno está hecha de pobres cosas
cotidianas. El bolso negro llevado en la mano en el avión es un ejemplo de
escuela. Pero también cuando se habla de la cruz pectoral, del anillo, del
altar, de los objetos sagrados o de los paramentos, se habla del material con
el que están hechos y ya no más de lo que representan: la materia informe le ha
sacado ventaja a la forma. De hecho, Jesús ya no se encuentra más en la cruz
que el papa lleva al cuello porque la gente es inducida a contemplar el hierro
con el que el objeto fue producido. Una vez más la parte se engulle al Todo,
que acá se escribe con T mayúscula. Y a la «carne de Cristo» se la busca en
otra parte y cada uno acaba por identificar donde quiere el holocausto que más
le viene a gusto. En estos días, en Lampedusa; mañana, quién sabe.
Es el éxito de la sabiduría del mundo, que san Pablo rechazaba como estulticia
y que hoy es empleada para releer el Evangelio con los ojos de la tv. Pero ya
en 1969 Marshall McLuhan escribía a Jacques Maritain: «los ambientes de la
información electrónica, que han sido completamente etéreos, nutren la ilusión
del mundo como sustancia espiritual. Éste es un razonable facsímil del Cuerpo
Místico, una ensordecedora manifestación del anticristo. Al fin de cuentas, el
príncipe de este mundo es un destacadísimo ingeniero electrónico».
Más tarde o más temprano tendremos que despertarnos del gran sueño
mass-mediático y volver a cotejarnos con la realidad. Y será también necesario
aprender la verdadera humildad, que consiste en someterse a Alguien más grande,
que se manifiesta a través de leyes inmutables incluso por el Vicario de
Cristo. Y será necesario recobrar el coraje de decir que un católico sólo puede
sentirse turbado ante un diálogo en el que cualquiera, en homenaje a la
pretendida autonomía de la conciencia, sea incitado a caminar hacia una suya y
personal visión del bien y del mal. Porque Cristo no puede ser una opción entre
tantas. Al menos para su Vicario.
http://eccechristianus.wordpress.com/2014/03/14/este-papa-no-nos-gusta/#comments
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SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO
4:7 he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe.
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SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO
4:7 he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe.
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Dale Señor el descanso eterno y brille para él la luz perpetua. Descanse en paz. Amén
Dale Señor el descanso eterno y brille para él la luz perpetua. Descanse en paz. Amén
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