lunes, 20 de enero de 2014
Hace unos días, desde el Vaticano se advertía a los
lectores de la necesidad de consultar las fuentes oficiales del Vaticano para
tener ulterior confirmación sobre las declaraciones del Papa Francisco. Porque
si las palabras atribuidas al Papa no aparecen en los medios oficiales,
significa que las fuentes informativas reportan noticias no verdaderas. Esto es
verdad en algunos casos pero no es la verdad completa. En efecto, no basta con
afirmar que si las palabras atribuidas al Papa no aparecen en los medios
oficiales del Vaticano consiguientemente son falsas. ¿En qué quedan los
reportes que medios de comunicación, diferentes a los oficiales del Vaticano,
han hecho sobre las innumerables llamadas telefónicas sorpresivas que el Papa
Francisco ha hecho a diversas personas? Vamos a citar otro ejemplo más
concreto, ¿qué pasa con esta espontánea entrevista, así sea corta, concedida
por Francisco a un periodista durante su visita a Asís? ¿Y qué sucede con las
homilías del Papa Francisco durante la Misa diaria en la Casa Santa Marta?
Quienes asisten a ellas pueden reportar palabras efectivamente dichas por el
Pontífice durante el curso de las mismas, que los medios oficiales del Vaticano
no consignan por motivos que el portavoz vaticano explicó en su momento.
¿Entonces las reportadas palabras por no aparecer en los medios oficiales del
Vaticano serían falsas? No sabemos si los colaboradores del Papa tienen una
clara estrategia de comunicación. Lo que sí parece bastante claro es que la
verborragia de Pontífice los pone en la necesidad de dar explicaciones que no
se corresponden plenamente con la realidad para salvar declaraciones muchas
veces ambiguas o poco prudentes. Ofrecemos hoy nuestra traducción de un
artículo que enfoca estos problemas de comunicación con saludable realismo.
New Oxford Review,
Noviembre de 2013.
“Si somos demasiado explícitos, corremos el riesgo de
equivocarnos”, admitió el Papa Francisco en su larga entrevista con el P.
Antonio Spadaro, S.J., publicada este septiembre por las revistas jesuitas de
todo el mundo. Entonces, ¿el Santo Padre ha sido malinterpretado? Es
sorprendente observar a comentadores impasibles tratando de explicar las
entrevistas del Papa, impostando sus voces: “Los medios sacan al Papa de contexto”
o “sólo quiere una Iglesia más pastoral”. Pero tenemos que hacer una pregunta
difícil: ¿Por qué los defensores de los derechos de los gays y los promotores
del aborto alaban al Papa Francisco por sus palabras, mientras que muchos
fieles católicos quedan perplejos y aprensivos?
Comentadores católicos conservadores han hecho lo
imposible por asegurarnos de que el Santo Padre no ha contradicho la enseñanza
de la Iglesia o cambiado Su doctrina. Hasta ahí esto es cierto. Cuando los
Papas dan entrevistas típicamente no dicen “nada nuevo” —nos referimos a que no
están definiendo ninguna doctrina católica en materia de Fe y moral. Las
entrevistas, sin embargo, pueden producir un montón de problemas (recordemos el
famoso comentario del Papa Benedicto XVI sobre los condones; ver la nota de la
New Oxford con el título “Condón-manía, el regreso”, enero-febrero de 2011),
especialmente cuando la Iglesia no está preparada para los efectos colaterales.
Esta vez, aunque las agencias de noticias seculares recibieron copias del texto
por anticipado con prohibición de publicarlas antes, ni los obispos ni sus
voceros lo hicieron.
El arzobispo
Charles Chaput de Filadelfia, por ejemplo, dijo que fue una “bendición” estar
“fuera de los Estados Unidos el 19 de septiembre cuando las revistas jesuitas
de todo el mundo publicaron las afirmaciones del Papa”. A su regreso se
encontró con una catarata de correos electrónicos. “Algunas personas se
agarraban de la entrevista como si se tratara de un plan de vida… o una
reivindicación”, escribió en el Catholic Philadelphia del 25 de septiembre.
“Una persona alababa al Espíritu Santo por remarcar que ‘la Iglesia debe
enfocarse más en la compasión y la misericordia, y no en las reglas de mentes
estrechas’. Ella agregaba que ‘al final nos hemos liberado de las cadenas de
odio que han gobernado la Iglesia Católica por tantos años y que me llevaron a
dudar si criar a mis hijos en la Iglesia’.” Pero la mayoría de los correos que
recibió el arzobispo fueron de catequistas, sacerdotes y laicos que se sentían
confundidos o desilusionados por la entrevista: “Un sacerdote decía que el Papa
‘implícitamente había acusado a sus hermanos sacerdotes más serios en
cuestiones de moral de ser gente de mente estrecha’, y que ‘[si eres un
sacerdote] que se toma en serio la moral, ahora serás visto públicamente como
un problema’. Otro sacerdote escribió que ‘el problema es que [el Santo Padre]
hace felices a toda la gente equivocada, gente que nunca creerá en el Evangelio
y que seguirá persiguiendo a la Iglesia’.”
Consideremos que la Liga Nacional de Acción sobre
Derecho al Aborto (NARAL por sus siglas en inglés) dio un salto de alegría y
posteó en su muro de Facebook un “Gracias” a Francisco en nombre de “las
mujeres pro-elección de todo el mundo”, mientras que la Campaña de Derechos
Humanos, un grupo de presión de “lesbianas, gays, bisexuales y transexuales”,
tuiteó una imagen que las palabras, “Querido Papa Francisco, gracias.- Gente LGBT
de todo el mundo”.
El arzobispo Chaput cree que la mayoría de estas
preocupaciones se deben al resultado de los titulares de los medios enfocados
en estos temas (“El Papa: La Iglesia demasiado enfocada en los gays y el
aborto: ‘Tenemos que encontrar un balance en vez de obsesionarnos con estos
asuntos’, USA Today; “El Papa contra ‘las reglas de mente estrecha’”, Chicago
Tribune), y probablemente esté en lo cierto. Pero una lectura cuidadosa de le
entrevista hace muy poco por aliviar las preocupaciones. De hecho, tomadas en
contexto, las palabras del Papa crean mayor confusión y generan preocupaciones
adicionales.
Lo que los expertos católicos conservadores han
estado diciendo es cierto: el Papa no ha cambiado la enseñanza de la Iglesia.
Pero mientras que Francisco no niega la verdad o la Fe, implícitamente pone
algo de ella en cuestión, no sólo por su llamado a reordenar prioridades, sino
también por su lenguaje incierto e inexacto. Uno tiene la esperanza de que este
uso de la ambigüedad no sea a propósito, pero aunque no nos guste la mayor
parte de su ya famosa entrevista es ambigua.
Con frecuencia los poetas se apoyan en la ambigüedad
para tocar una multiplicidad de significados y connotaciones, para adicionar
una riqueza que suele faltar en la prosa y la comunicación práctica de todos
los días. Pero para los científicos, los teólogos y los Papas, la ambigüedad es
obstructiva, una fuente potencial de confusión. Tomemos por ejemplo la
respuesta de Francisco a la pregunta ¿qué significa “sentir con la iglesia”?
(nota del editor: en la entrevista original, la iglesia universal aparece escrita
como “iglesia” sin “I” mayúscula). El Santo Padre primero afirma que no
significa “sentir con su parte jerárquica”. Explica que “el conjunto de fieles
es infalible cuando cree, y manifiesta esta infalibilidad suya al creer,
mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo que camina” (“todos
los fieles, considerados como un todo, son infalibles en materia de Fe, y el
pueblo despliega esta infallibilitas in credendo” decía el original). Dado que
el concepto de infalibilidad en el contexto católico casi siempre se refiere al
Papado, ¿sorprendente acaso que la mayoría de los lectores interpreten esto en
el sentido de que los deseos de la mayoría de los católicos de a pié en
“materia de Fe” gocen de un cierto nivel de infalibilidad? ¿El contenido de la
Fe será ahora determinado democráticamente? Esto sería música para los oídos de
los católicos progresistas. Pero esperemos un minuto, Francisco insiste en que
él no está hablando de “una forma de populismo”. Si no está hablando de una
forma de populismo, ¿de qué habla? La respuesta del Papa es ambigua, sus
términos definidos en forma insuficiente. Y esto es irónico cuando dice que
formula su respuesta “para evitar ser malentendido”.
Las afirmaciones más ambiguas —y más controversiales—
de la entrevista vienen como respuesta de la pregunta del P. Spadaro, “¿con qué
tipo de iglesia sueña?” El Santo Padre responde extensamente, comparando la
Iglesia a un “hospital de campaña tras una batalla” cuya primera función es
sanar a los heridos. “¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el
colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del
resto.” ¡Qué metáfora! El problema es que este vago lenguaje del Papa invita a
los intérpretes a llenar las palabras con su propio significado. Deseamos
pensar que la “batalla” representa el combate espiritual y que los “heridos”
son aquellos capturados por las garras del mal. Pero también los heridos pueden
representar a aquéllos que se sienten marginados de la Iglesia, aquéllos que ponen
en duda la misma naturaleza de lo que la batalla representa. En cualquier caso,
parece claro —creemos— que aquéllos que insisten en hablar con los heridos de
guerra acerca de sus niveles de colesterol son los ministros, los sacerdotes,
los evangelistas y los apologistas de la propia Iglesia.
Seamos honestos: Francisco no es un poeta. Su
ambigüedad no aporta ninguna riqueza. Sino que genera confusión, especialmente
cuando continúa diciendo: “la iglesia a veces se ha dejado envolver en pequeñas
cosas, en pequeños preceptos”. Esta frase, “pequeños preceptos”, incursiona en
terreno peligroso; no define cuáles preceptos son pequeños. Tal vez quiera
referirse a la enseñanza de la Iglesia en materias de moral sexual. ¿Quién
sabe? El problema es que prosigue en el mismo sentido diciendo que “no podemos
seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio
homosexual o al uso de anticonceptivos”. ¿Podemos echarle la culpa al New York
Times y al Huffington Post por sus titulares provocativos cuando los dichos del
Papa dan crédito a quienes piensan que estos “pequeños preceptos” son las
enseñanzas de la Iglesia sobre el aborto, el matrimonio del mismo sexo y la
anticoncepción? Pareciera deshonesto acusar a los medios por la mala
interpretación de las palabras del Papa, ¿o era, en verdad, el de los medios su
verdadero sentido?
La mayoría de los católicos que han estado prestando
atención las últimas cuatro décadas sabrán bien que, en realidad, demasiado
poco se ha expuesto la enseñanza de la Iglesia en materia de moral sexual. El
mensaje de la Humanae Vitae de Pablo VI y la Evangelium Vitae de Juan Pablo II
rara vez han llegado al católico de a pié. Tal vez Francisco sugiere que la
emisión de este mensaje desde Roma no ha sido efectiva y que se necesita un
nuevo enfoque. Pero esta interpretación no es más que una especulación. Decir
que la Iglesia no puede “seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al
aborto…” no ayuda —ni a los católicos provida que trabajan en centro de
embarazadas en crisis o que dan su consejo en las veredas de las clínicas
abortistas, ni a las mujeres que sufren tras haber abortado, ni a los lobbies
como NARAL que sienten una falsa confirmación de sus esfuerzos por expandir el
aborto por todo el mundo.
¿Realmente el Santo Padre cree que la Iglesia de hoy
se enfoca sólo en asuntos como el aborto y la moral sexual? Si es así, entonces
se traga la vieja mentira que los católicos heterodoxos favorables a una moral
sexual más relajada han estado dando de comer a los medios. La única razón por
la que alguien puede creer que la Iglesia está “obsesionada” con el aborto y
los asuntos de moral sexual es porque los medios se enfocan en estos temas.
Sexo + Iglesia vende. Seguramente el Santo Padre debe saber de los innumerables
católicos que trabajan en obras caritativas, en proximidad con los pobres y,
además, no como los fariseos que él pretende ver en ellos, sino como servidores
desinteresados que “curan heridas” en la línea del frente.
Además de los fieles “obsesivos”, Francisco tiene más
pescado para freír: Esta vez específicamente apunta a los sacerdotes. El Santo
Padre señala que el “confesionario no es una sala de tortura, sino aquel lugar
de misericordia en el que el Señor nos empuja a hacer lo mejor que podamos”. No
ofrece ningún contexto para este comentario. ¿No sabemos si se está dirigiendo
a católicos no practicantes para alentarlos a no tener miedo al sacramento de
la Reconciliación, o si, por el contrario, está exponiendo a los viejos
sacerdotes malvados —¿o a los jóvenes salidos de los seminarios inspirados por
Benedicto?—quienes supuestamente ven su sacerdocio como una licencia para
recrear la Inquisición? Bueno, no podemos saberlo. Nuevamente las palabras son
el problema. Nos comenzamos a preguntar si realmente cree que muchos sacerdotes
católicos del siglo XXI se enfocan en “pequeños preceptos”. Las palabras del
Papa permiten esta simple inferencia: No os preocupéis en pecados específicos
como el aborto o el comportamiento homosexual; sólo enfocados en “hacer el
bien”.
Pero, un momento que hay más. El Santo Padre también
ve un problema con la “pastoral misionera” de la Iglesia y éste empieza con
sacerdotes que están obsesionados “por transmitir de modo desestructurado un
conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente”. De nuevo, sólo podemos
presuponer que las doctrinas a las que se refiere son las relacionadas a la
moral sexual debido a que son las únicas sobre las que ha hablado
especialmente. Pero uno se pregunta, ¿dónde es que están estos sacerdotes que
son tan insistentes? Respondiendo a la entrevista, el obispo Rober Vasa de
Santa Rosa (California) dio su voz a la experiencia de la mayoría cuando dijo
que la “vasta mayoría” de los sacerdotes “jamás habla [de estos temas]” (The
Press Democrat, 21 de septiembre). El cardenal Raymond Burke, superior de la
Signatura Apostólica Vaticana (pero, tal vez, no por mucho tiempo), se hizo eco
del sentimiento del obispo Vasa cuando dijo a The Catholic Servant (septiembre)
que la Iglesia no ha hablado lo suficiente de temas controversiales como la
homosexualidad. Expresó que ha existido “una catequesis deficiente tanto de los
niños como de los jóvenes durante los últimos cincuenta años… Ha habido
demasiado silencio —la gente no quiere hablar de ello porque no es políticamente
correcto.”
Claramente Francisco tiene una concepción diferente
sobre lo que ha estado ocurriendo en la Iglesia. Tiene un problema con la
predicación católica —hace campaña contra ella— pero no es el mismo problema
que el obispo Vasa, el cardenal Burke y la mayoría de los católicos de misa
habitual han notado en las últimas décadas. Mientras que los católicos de los
Estados Unidos continúan lamentándose por las homilías tibias y turbias
caracterizadas por la falta de catequesis y de predicación sobre temas morales,
el Papa Francisco toma su hacha contra los miles de Savonarolas invisibles que
dedican sus domingos en condenar el vicio y despotricar contra la vida inmoral,
vanidosa y plácida. Estos sacerdotes celosos y atronadores están completamente
equivocados, dice el Santo Padre: los sacerdotes desde el púlpito deberían
primero proclamar el “amor salvífico de Dios” (primer acto), luego “una
catequesis” (segundo acto) y finalmente delinear la “consecuencia moral”
(tercer acto). En la parroquia típica, sin embargo, los sacerdotes jamás pasan
del primer acto: después de decir alguna broma, relatar alguna anécdota inicua
y alabar al equipo local de fútbol (para demostrar su “cercanía y proximidad…
con los fieles”), se sumerge en las profundas aguas de los clichés del “Dios te
ama” que frecuentemente se interpreta como “haz lo que quieras porque las
reglas morales de mentes estrechas poco le importan a Dios”. Obviamente,
existen sacerdotes que son excepciones bienvenidas a la norma, pero la mayoría
de éstos tienden más o menos a seguir la formulación homilética en tres actos
del Papa más que a predicar fuego y muerte antes de regresar a sus cámaras de
tortura confesionales.
Y luego está el asunto de la homosexualidad y el
matrimonio del mismo sexo. El Santo Padre utiliza el mismo nivel de ambigüedad,
sumergiéndonos en aguas pantanosas de la moral. “Durante el vuelo en que
regresaba de Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena
voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla”, explica en la
entrevista. “Al decir esto he dicho lo que dice el Catecismo… no es posible una
injerencia espiritual en la vida personal.” Como si sus comentarios iniciales
en el vuelo desde Río de Janeiro no hubiese provocado suficiente confusión, el
Papa trata de explicarse apelando a la autoridad del Catecismo. Bueno, el Papa
pudo querer decir lo que el Catecismo dice, pero ni se acerca a decir lo que el
Catecismo enseña (confrontar los números 2357-2359 si de verdad uno quiere
saber lo que el Catecismo sí dice sobre este tópico). Muchos interpretarán las
palabras del Papa no como una reiteración del Catecismo sino como un visto
bueno implícito al estilo de vida homosexual. Francisco no se refiere
específicamente al hombre que lucha internamente con la atracción por el mismo
sexo. Habla de la “persona gay” y de la “persona homosexual”, dejando que el
lector interprete libremente el significado de esto. Más aún, ¿qué quiere decir
el Papa cuando dijo “no es posible una injerencia espiritual en la vida
personal”? ¿Predicar la verdad en la caridad cuenta como “interferencia”? ¿Es
“interferencia” oponerse a las leyes que promueven maldades intrínsecas?
Refiriéndose al asunto de la homosexualidad, que el
Papa exhorta a los fieles a pasar menos tiempo haciendo, continúa:
“Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si
yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta:
‘Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con
afecto o la rechaza y la condena?’. Hay que tener siempre en cuenta a la
persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios
acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su
condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu
Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna.”
Entonces, aunque el cardenal Bergoglio estuviese
intentando ser inteligentemente socrático, tal vez incluso intentar reiterar la
enseñanza del Catecismo, su respuesta arriesga dejar a quien pregunta con el
sentimiento de que, sí, tal vez este tipo sí aprueba la “homosexualidad” —sea
lo que sea que significa con ello. De nuevo, no lo sabemos porque no lo dice.
Pero sí sabemos que no utiliza cuidadosamente la terminología precisa del
Catecismo, que claramente define la homosexualidad como “relaciones entre
hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o
predominante, hacia personas del mismo sexo” (n. 2357). Es importante notar
aquí que el Papa Francisco no aprueba el sexo homosexual ni el matrimonio entre
personas del mismo sexo, pero juzgando por la elección de sus palabras en la
entrevista, el lector no puede saberlo. Nuevamente aquí, sus palabras son el
problema, no su interpretación.
En una cuestión el
Santo Padre es claro, y es éste sin duda el punto principal de la entrevista:
No ganamos demasiados conversos al hacer sobresalir las reglas de la Iglesia
por sobre la misericordia de Jesús. Éste es el aspecto fundamental de la Fe.
Pero una vez que el corazón se convierte, el cuerpo, digamos, también debe
seguir. Y es aquí donde la enseñanza de la Iglesia acerca de la moral sexual
entra en el juego. De lo contrario, todo lo que podemos ofrecer a un converso
es, a la manera protestante, una oportunidad de hacer una profesión de fe por
única vez y luego seguir con sus vidas mundanas. Una vida católica, por el
contrario, ofrece mucho más, si uno está dispuesto a meterse en los detalles
—detalles que el Papa deja al margen como si no importaran.
Juzgando por esta entrevista y otros indicios, el
Papa está tratando de que la Iglesia hable menos para sí misma y más para los
de afuera. Quiere “dialogar” con el mundo, convertir el mundo. La audiencia a
la que se dirige, parece, no es su rebaño sino que son los acatólicos. El
objetivo es admirable pero el método es imprudente. No es suficiente decir, como
dice el Papa, “ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la
Iglesia”. La “opinión de la Iglesia” está clara para aquéllos que la conocen y
aceptan, que es una minoría de los creyentes de hoy. Los católicos bautizados
ya no tienen una única opinión sobre estas cosas. En vez de producir la unidad
en materia de Fe y moral, el Papa está dejando a los católicos a su suerte,
confundidos acerca de lo que significa vivir una vida consistente con las
exigencias del Evangelio. La gente necesita distinciones; necesita que el Papa
una misericordia y verdad. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI hicieron esto
bastante bien.
Entonces, ¿se ha malinterpretado al Papa Francisco?
Para poder responder esta pregunta, deberíamos poder hacer una fundamental:
¿Qué está diciendo el Papa? La respuesta es: No lo sabemos. Peor aún, llegados
a este punto: No podemos saberlo. Pero es significante que el Papa Francisco
esté diciendo un montón de cosas ambiguas con gran emotividad. Este Papa
evidentemente no ve su rol como ser claro, enseñar la verdad de una manera que
pueda ser entendida por la simple lectura de su mensaje. La ironía es que utiliza
muchas palabras para decir muy poco. Porque sus palabras son consistentemente
oscuras, son por este hecho retórica vacía. El Papa parece pensar que debe ser
más un retórico que un maestro. ¡Qué triste! Uno podría decir que un maestro
necesita emplear la retórica, pero sólo al servicio de la verdad. Cuando la
misma verdad se oscurece, entonces el maestro no está haciendo demasiado bien
su trabajo. Si un maestro oscurece la verdad a propósito, está abandonando sus
obligaciones.
Las palabras de Francisco nos indican que él no es un
Benedicto XVI ni un Juan Pablo II. Con frecuencia han existido Papas que
cambiaron de dirección o de énfasis respecto a sus predecesores: León XIII no
promulgó ningún “sílabo de errores”, al contrario de Pío IX antes que él o Pío
X después, y en general fue más “abierto” al mundo de manera positiva. Pero no
hubo afirmaciones moral o doctrinalmente ambiguas saliendo de la boca de León
XIII. No “corrigió” implícitamente el ejemplo y la enseñanza de los santos
Papas de los que fue sucesor. Enfatizó verdades distintas que un predecesor
inmediato —pero, como él, enseñó la verdad con claridad.
El Papa Francisco debería cuidar más de cerca este
“cambio de énfasis”. Arriesga convertirse en el sacerdote de parroquia que usa
clichés vacuos y grandes gestos como un intento de ganarse a sus parroquianos
disgustados, inmorales y heréticos. La historia reciente de la Iglesia
posterior al Vaticano II demuestra que esta estrategia nunca funciona. Una y
otra vez hemos sido testigos de que las iglesias no se llenan cuando la
doctrina es disuelta; eventualmente las iglesias se vacían, tal vez son
abandonadas por completo. Si el Papa Francisco no percibe esto, entonces serán
muchos los sufrimientos que la Iglesia deberá soportar. Pero si él no lo sabe,
y persiste sin embargo en esta ambigüedad, las penas serán mucho mayores.
Visto: info-caotica.blogspot.com.ar
http://nacionalismo-catolico-juan-bautista.blogspot.com.es/
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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